Educación
La magia de los números en color
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Instalada en un sillón de la Escuela Argentina Modelo, en Buenos Aires, la profesora Madeleine Goutard, una francesa treintañera de maneras displicentes, esbozó una melancólica sonrisa: "El padre y el maestro deben adquirir un nuevo respeto hacia la capacidad intelectual y creadora del niño", dijo la semana pasada a un redactor de PRIMERA PLANA. La Escuela Modelo, un instituto de enseñanza elemental y media tradicionalmente egregio, contrató a mademoiselle Goutard para que desarrolle cuatro cursos para maestros sobre el tema "Los Números en Color en la Escuela Primaria"; obviamente, para intentar que mediante ese sistema, "a poco que venzamos nuestros prejuicios pedagógicos", cualquier niño parezca, sin serlo, y sin esfuerzo, un prodigio.
"Vea usted —apuntó el doctor Carlos Biedma, director de la Escuela—; esta ecuación la realizó un chico de seis años: 8=7/18X (10+8)+12:12-— 14:2+1+3—(1+2). Y, lo que es más importante, la realizó jugando, razonando." El maremágnum de números y signos, un diabólico torbellino que torturaría a un alumno que cursa el aprendizaje tradicional ("Aceptar porque sí que 2 más 2 son 4 y memorizar el estribillo de las tablas de multiplicación"), atrapa ávidamente y seduce a quienes razonan la aritmética por el método de Cuisenaire-Gateño, empleado en la Escuela desde hace cuatro años. "Ahora hemos traído a la señorita Goutard —dice el doctor Biedma— para demostrar a nuestros maestros (120 inscriptos, a razón de 1.550 pesos por curso) las infinitas posibilidades que ofrece."
El sistema se incubó en Bélgica, hace 25 años, en manos de un mediocre violinista llamado Georges Cuisenaire, que además enseñaba aritmética, arduamente, a remisos alumnos de la aldea de Thuin. ¿Por qué no crear un instrumento que ayude a enseñar las matemáticas? ¿Pero cuál?, se preguntaría Cuisenaire. Posteriormente, en 1953, el médico francés Caleb Gateño apuntó directamente al corazón del problema y, en colaboración con Cuisenaire, halló el instrumento: 241 varillas de madera —regletas—, de longitudes que oscilan entre uno y diez centímetros, pintadas de ocho colores distintos, de acuerdo con su dimensión. El método fue casi inmediatamente reconocido por la UNESCO como científico y pedagógico, y a partir de 1954 las regletas coloreadas comenzaron a manipularse en una decena de países europeos.
Con ellas, el niño objetiviza los hasta ese entonces abstractos valores algebraicos, adiciona y sustrae piezas, aprende a establecer equivalencias, adquiere el concepto de los valores. "El padre descubrirá que su hijo tiene una natural habilidad para el dominio de las relaciones, que encuentra ejemplificadas en los colores y tamaños de las regletas. Se sorprenderá al ver que va adquiriendo, mientras juega, los conceptos esenciales en que se basan las matemáticas", señala Gateño en su libro ¡Al fin puede Pepito aprender aritmética!, una sesuda pero melodramática introducción a una ciencia inquietante: la de las exactitudes cromáticas.
Socráticamente, la profesora Goutard admite que no puede establecer límites a las posibilidades de aplicación de las regletas, "que sintetizan densamente la sabiduría que entraña el universo de las cifras": un escolar medio de tercer grado puede, con ellas, equiparar sus dominios aritméticos a los de un estudiante que promedia la enseñanza secundaria. "Es fundamental que los modernos pedagogos se convenzan de que deben enseñar menos y permitir que los niños descubran más. El sistema de Cuisenaire-Gateño tiende a eso — explica mademoiselle Goutard, y, enigmáticamente, mientras acaricia los prismas de madera, agrega—. De manera que no puedo explicar cómo deben utilizarse estos objetos. Lo que hago, simplemente, es enseñar a los niños a razonar."
Intrigado, pisando los umbrales de la duda metapsíquica, el redactor de PRIMERA PLANA se prestó a una clase práctica. La profesora Goutard tomó una regleta de 10 centímetros (anaranjada) y dos de 5 centímetros (rosadas). Preguntó: "Si atribuimos a la anaranjada un valor 8, ¿cuánto valen las rosadas? Y si éstas valen 20, ¿cuánto vale la anaranjada?" La lección concluyó con una serie de interrogantes: "Quiero saber si la regleta verde (3 centímetros), a la que adjudicaremos un valor 9, es divisible por la regleta blanca (un centímetro)." Cuando PRIMERA PLANA dedujo que sí, puesto que tres regletas blancas equilibraban en longitud a la regleta verde, su satisfacción se esfumó casi de un soplo: "Estos rudimentos los domina perfectamente cualquiera de nuestros chicos del jardín de infantes", susurró el doctor Biedma.
Mademoiselle Goutard, discípula de Gateño, licenciada en filosofía en la Universidad de París, profesora de pedagogía en la Universidad de Laval (Quebec, Canadá), dictó cátedra de números en color en Francia, Suiza, Colombia, Estados Unidos y Canadá, y en todas esas partes comprobó que, como un reguero, la magia de las maderillas metamorfoseaba la conciencia del docente: "Mi trabajo consiste en formar psicológicamente al maestro para que esté en condiciones de captar la evolución de cada uno de sus discípulos. Las escuelas primarias deben ser centros de investigación y experimentación pedagógicas." Considera que Inglaterra es el país más avanzado en la técnica de los números en color y aspira a que, a través de la Escuela Modelo, la Argentina se ubique a la par de Canadá, "un país en donde este sistema causó furor". Taciturna y en un español fangoso, acota: "Claro, esto no es fácil; es toda una revolución. Es el fin de las imposiciones."
Revista Primera Plana
06.10.1964

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   Pretender que un niño que cursa el primer grado domine las cuatro operaciones aritméticas, se maneje con potencias, quebrados y raíces, parece, casi, un absurdo; algo privativo, tan sólo, de niños precoces.
Goutard