32 años de ingenio y desenfado VS. 59 años de talento y comprensión
un audaz, ingenioso, contrapunteado diálogo entre
Vicente Forte y Federico Peralta Ramos

ESTE ES UN DIALOGO MUY FRESCO, MUY COMO FUE, ENTRE FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS —ARTISTA PLASTICO, CANTOR, POETA, RENOVADOR, GANADOR DE PREMIOS, ACTOR EN PROGRAMAS DE TELEVISION— Y VICENTE FORTE, UN MAESTRO DE PINTURA ARGENTINA, DE 59 AÑOS, ABSOLUTAMENTE CONSAGRADO.
ES LA CHARLA DE DOS GENERACIONES, DE DOS ENFOQUES DEL MUNDO Y ARTE QUE A VECES CHOCAN Y A VECES, SORPRENDENTEMENTE, COINCIDEN.
ZAMBULLIRSE EN ESA CHARLA ES UNA AVENTURA INELUDIBLE. A ESA AVENTURA LO INVITAMOS EN ESTE NUMERO DE "GENTE", DESPUES HABLAMOS.

Federico Peralta Ramos y Vicente Forte
El "atelier" es pequeño, en él apenas caben las generosas cuotas de pintura, de pinceles y espátulas, el aguarrás y las telas vírgenes, esos simples elementos que, en manos de Vicente Forte, 59 años, artista plástico, se transformarán en la inolvidable fiesta del color. A su lado el voluminoso Federico Manuel Peralta Ramos, 32 años, uno de los exponentes más empinados de la llamada vanguardia plástica argentina. Pintor, escultor, cantante —autor de sus propias letras—, becario de la Fundación Guggenheim en 1968, actor, hasta el año pasado en el programa de Tato Bores. El diálogo entre Forte y Peralta Ramos es internarse en una interesante aventura, ya verá. . .
P.R.: ¿Has visto mi última obra? En un salón de exposiciones colgué de la pared una tela con un cartel: "Cuidado con la pintura", adelante había un trabuco de cerámica, finalmente en la entrada, un retrato mío.
F.: Siempre estuve cerca de la tarea de los jóvenes. Por un problema de piel, de estirpe, tal vez de edad, sigo con mi línea de trabajo, pero mi inteligencia me hace detenerme a valorar el trabajo de los jóvenes, ellos rompieron mitos, derribaron academias y terminaron con la mera "pinturita" y el "estrellato" de los pintores. En una palabra, le dieron una patada a la solemnidad y convirtieron el arte en una cosa de todos los días. Lo que vos hacés, Federico, me hace pensar que la palabra arte ya no tiene vigencia, personalmente la reemplazaría por "hechos".
P.R.: Disiento. El arte existe y así debe seguir llamándose, lo que pasa es que el arte se escapa por caminos imprevisibles. Yo soy un camino imprevisible. La vida es una obra de arte.
F.: No, es una obra biológica.
P.R.: Me refiero a vivir, con mayúsculas, a la inmensa aventura de ser en el mundo, de provocar cosas..., a ser, como soy, un ser de avanzada.
F.: Tu obra puede ser que intente un camino de avanzada. Sin embargo has elegido el mismo medio que yo: un pintor tradicional mostrando tu obra en una sala de exposiciones, allí tu vanguardia está fallando.
P.R.: Es cierto. Mis próximas obras se desarrollarán en la calle. Haré cosas de todos los días: tomar un helado, sentarme en un banco; dar largas caminatas. ..
F.: Te escucho hablar de caminatas y comprendo perfectamente que para vos caminar sea un placer. Sin embargo, para los que emergimos del deslinde de un pasado proletario, de zapatillas de soga gastadas, pensar en caminatas no es pensar en obras de arte sino en el cansancio y en las monedas que faltaban para tomar el tranvía..., pero en este país generoso hasta esos comienzos pueden superarse.
P.R.: En 1968 la Fundación Guggenheim me dio una beca, eran 6.000 dólares, se estipulaba que ese dinero era para residir en algún país que el becario eligiera; por lo general Francia y los Estados Unidos atraen a los artistas, yo elegí quedarme acá, en mi país. Les mandé un poema a los de la Fundación que decía, entre otras cosas, que me quería sacar una foto en la plaza San Martín, dar una vuelta en torno al obelisco, etc. Ellos fueron buena gente y me enviaron el resto de los dólares, porque hasta ese momento me habían entregado la mitad.
F.: A pesar de mi carrera y mis premios recién pude empezar a vivir de la pintura a los 48 años. ¿Qué hiciste con tanta plata?
P.R.: Gasté una parte en una comida que di para mis amigos, unas treinta personas, en el Alvear. Después fuimos todos a bailar a Afrika. El asunto es muy sencillo: cuando todos pintan comida yo invité a comer. Después me compré unos trajes, por el sentido fetichista del asunto. Inmediatamente, como me quedaba algo de dinero, quise ser rico e invertí en una compañía financiera. Pero el asunto era demasiado aburrido y decidí entonces fundirme —una gran experiencia que recomiendo a todas las personas—. Compré entonces cuadros carísimos de artistas argentinos y los regalé en mi familia. Me fundí.
F.: Somos fundamentalmente distintos, mis abuelos, inmigrantes, vinieron de los cuatro costados de Italia. A los dieciocho años recién había hecho segundo grado de la primaria. Fui obrero del calzado, metalúrgico hasta los treinta y cinco años, después me recibí de profesor y logré algunas cátedras que ahora he abandonado.
P.R.: ¿Vos te analizás?
F.: No, el hombre tiene que ser como es. El psicoanálisis puede cambiarlo.
P.R.: Yo me analizo dos veces por semana con Rojas Bermúdez..., creo que él aprende mucho conmigo.
F.: Hay algunas cosas en vos, lo confieso, que envidio. Ese descaro alegre y seguro, esa frescura contagiosa. Sos como un francotirador que le tira balas de vida a los acartonados.
P.R.: Justamente, vos sabés que yo tengo una gran fuerza cósmica, mesiánica, concito situaciones, las provoco. Además eso lo uno a mi gran magnetismo. Siempre es mayor que mi obra. . .
F.: Creo que algo de eso puede haber. A mí tu presencia me vivífica, me da ganas de pintar..., de ponerme contento porque sí.
P.R.: Esta historia del magnetismo es muy importante, hay gente que compra cuadros de un pintor determinado porque se ha "prendido" con el magnetismo del autor.
F.: ...O con la futura cotización de la tela.
P.R.: Yo iba a realizar una exposición en un salón de venta de automóviles, donde solamente se iban a exhibir un coche último modelo y yo. Alguno iba a comprar el auto y yo cobraba la comisión por la venta.
F.: Sin tanta exageración, algo de cierto hay en eso del magnetismo. Batlle Planas tenia ese don. Su sola presencia, su taconear fuerte, sus patillas decididas, creaban un clima de expectación, le daban sentido a todo un día o una noche.
P.R.: Además, para eso hay que tener gracia corporal, como yo. Lo que no quiere decir que uno tenga que ser lindo, sino que tiene que ser plástico.. .
F.: La única que tiene gracia corporal es Susana Giménez, y lo reconozco a los 59 años, lo cual es doblemente valioso.
P.R.: Bergara Leumann tiene gracia corporal.
F.: Vos tenías gracia en tu programa de televisión. Una vez le dije a mi mujer que, como dice algún teórico, vos diseñabas hasta cuando hablabas, ¿cómo llegaste allí?
P.R.: Yo canto muy bien, soy muy entonado, ¿sabés? Te voy a cantar algunas estrofas: Yo no sé a qué me dedico| soy un pedazo de atmósfera voy a esta altura del suelo| soy un pedazo de atmósfera| no le tengo miedo a la policía | porque soy un pedazo de atmósfera...
F.: Esa es una canción con elementos dadaístas y surrealistas...
P.R.: La escribí yo y la música es de Francis Smith, la grabé para Columbia, pero los disc-jockeys no la querían pasar. ¿Te gustó?
F.: Me gusta el clima de libertad que creas, la oportunidad que querés darle a esta vida gris para que sea realmente aceptable, cromática, digna de vivirse a pleno.
P.R.: Vos me gustás porque no te cerraste, tenés la "cabeza muy fresca". Te sigo contando lo de la televisión, todo empezó de linda manera aparentemente casual (sin embargo era mi gran fuerza mesiánica la que se encargaba de todo). Una tarde encuentro en el "Florida Garden" a mi amigo el pintor Deira que estaba con Tato Bores. Charlamos. Me preguntan qué hago. Canto, les dije, y ahí nomás empecé a cantar. Tiempo después Tato me llamó, me confesó que hacía dos o tres noches que no podía dormir pensando en mi y me contrató para su programa. Era una buena oportunidad para hacerse conocer, para que el planeta todo sepa quién soy, para comenzar la invasión universal de mi fuerza cósmica. . .
F.: A mí me causaba mucha gracia tu actuación, y esperaba tu aparición pensando con qué disparate imprevisible te ibas a descolgar.
P.R.: Mucha gente cree que soy loco. Pero yo tengo una bella y enorme salud mental, porque soy un tipo "sano", fundamentalmente 'sano", y eso a la gente le molesta. Aparece un tipo como yo en una reunión y zás, comienza la liberación de las tensiones, el buen humor. Ojo, que cuando yo era actor de televisión no había cambiado de "ramo", porque yo soy muchas cosas: filósofo, cantor, poeta, vago, artista plástico, pero me defino como un "instrumentador del absurdo".
F.: En mi juventud, cuando nosotros también salíamos a romper con lo establecido, siempre de alguna manera se retornaba al terreno de la estética clásica, porque todos estábamos y estamos demasiado atados al oficio..., al tiempo. Pude agarrar la cultura por derecho propio. Comprendí definitivamente el inmenso valor de la educación, ya no es posible dejar de gozar por no comprender. Por eso, a lo mejor para viejas deudas conmigo mismo, es que doy cursos y charlas en sindicatos y pueblos del interior. Allá he llevado diapositivas de las obras de vanguardia, las tuyas, Federico, incluso, y, que extraño, se han preocupado más por entender aquéllos que los únicos pintores que conocen son los que le van a pintar la cocina. Por eso yo creo en la naturalidad creadora, en la espontaneidad de la creación. ., en una sociedad donde todos, absolutamente todos, puedan crear y mostrar. Ustedes, los artistas jóvenes, viven en reacción, y eso es algo más que saludable. El arte, el hacer cosas, es el único camino para salvarse. De no haber volcado mis entrañas en la pintura sería un resentido total.
P.R.: Se tiene que salvar el individuo.
F.: No, se tienen que salvar todos.
P.R.: Una de las soluciones podría ser la aparición de mi libro "Del Infinito al Bife". Es un libro "barajable", con hojas sueltas, algunas en blanco para escribir direcciones, por ejemplo; es una obra para tratar de unir a toda la gente, ya se sabe que hay gente "infinito" y gente "bife": el espíritu y la materia; este libro es para recuperar el equilibrio perdido.
F.: Esa es una buena idea. Creo que es lo que Cortázar no se atrevió a hacer con "Rayuela". Te escucho hablar, Federico, inventar palabras, mover las manos, y me recuerdas exactamente a dos personas: el gran Xul Solar, con su metafísica, y a Greco, el pintor argentino revolucionario y torturado, que murió incomprendido en Barcelona. Vos, como ellos, sos enternecedoramente ingenuo ante el arte, bohemios en profundidad. . ., amigo de estaño y copas...
P.R.: No, no bebo alcohol, sólo gaseosas transparentes. Anoche estuve en Mau-Mau, estaban todos allí, con sus parejas, bailando, muy modositos..., de pronto comencé a bailar solo.
F.: ¿Y por qué no, si tenías realmente ganas de hacerlo?
P.R.: Alguien me dijo que merecí estar en un zoológico, contesté que todos nosotros estábamos en el zoológico y los animales nos miraban.
En el taller del sexto piso de la calle Laprida, el silencio se ha ido apoderando lentamente de las cosas. Vicente Forte, quedamente, ha encendido por enésima vez su pipa.
Federico Manuel Peralta Ramos se despide, ampuloso, en gestos y palabras. Vicente Forte mira la espalda de la ciudad por la ventana, y dice: "¿Por qué no agarras unos pinceles y unas telas para pintar en serio...?" Peralta Ramos tarda demasiado en contestar: "No, Vicente, a mí me interesa vivir".
Fotos: Carlos Abras.
Revista Gente y la actualidad
01.07.1971

Ir Arriba