Perón en el gobierno
febrero 1974

Los cañones del verticalismo
Otra vez las presiones
El nuevo equilibrio

Verticalismo
LA ARGENTINA
Los cañones del verticalismo

Las declaraciones del presidente en el sentido de que no emprenderá viaje alguno fuera de los normales en cualquier jefe de Estado, parecen implicar que en el país todo está en suspenso —incluso, el descanso del caudillo— a la espera de que culmine su trabajo la brigada de demolición antimontonera.
Se han formulado diversas hipótesis acerca de las curiosas alternativas del viaje presidencial, pero todas las vinculan al enfrentamiento entre Perón y las huestes de Mario Firmenich.
Lo que primero salta a la vista es que el anuncio relativo al periplo fue formulado por dos de los voceros más autorizados del presidente —José López Rega y Emilio Abras— y que, por lo tanto, algo importante debe haber ocurrido para que Perón se viera obligado a desmentirlos.
En realidad, tanto López Rega como Abras sólo señalaron que el primer mandatario iba a viajar a Europa para anudar contactos políticos y económicos. Este tipo de viaje no fue desmentido por Perón, quien sin duda planea impulsar aún más su política internacional tercerista, mediante visitas a diversos países, en el momento oportuno. Es decir, cuando termine de imponerse sobre la rebeldía montonera.
Se deduce, entonces, que el desmentido formulado en la conferencia de prensa del viernes 8, apuntó a disipar el clima de alarma que se había creado en ciertos sectores, ante la posibilidad de que el caudillo fuera a reposar durante un largo período en la reseca meseta castellana, lejos del invierno bonaerense, húmedo y políticamente conflictivo.
Por cierto, la perspectiva de una prolongada ausencia de Perón nunca fue oficialmente publicitada por ningún funcionario, pero era un valor entendido para Lodos los protagonistas del proceso político, que se preguntaban qué podía ocurrir estando el presidente en el extranjero.

AUTORIDAD. Es necesario consignar que las versiones acerca de un largo viaje se originaron en fuentes oficiales y que los centros de poder más responsables no sólo las avalaron, sino que en algunos casos se lanzaron a una frenética actividad, tendiente a cubrir un "vacío de poder" que se tenía como inminente.
En este sentido, no fue casual que tornaran a recrudecer las especulaciones acerca de los mecanismos de sucesión, y que nuevamente se echara a rodar la especie de que la vicepresidenta no iba a asumir el interinato. Fue en vano.
El viernes, al negar que esté por tomarse un largo descanso, lo que centralmente hizo Perón fue reafirmar la autoridad de su investidura, en un momento especialmente crítico, signado por su participación personal en la tarea cíe acorralamiento y dispersión de las juventudes promontoneras.
Este asunto —cuya resolución es prioritaria sobre cualquier otro— determinó que el caudillo optara por permanecer en el país, desestimando los consejos de quienes le susurraban la conveniencia de poner énfasis en el cuidado de su salud.
Acaso contribuya a la aclaración del entuerto recordar que, un mes atrás, eran los adversarios de López Rega quienes más insistían en la necesidad de que Perón disminuyera el ritmo de su actividad. El embate hasta era semipúblico: se pretendía acusar al ministro de "cargar de trabajo" al presidente, y de no prestar la atención debida a su salud.
Pero luego se dio la aparente paradoja ele que cuando Perón negó que estuviera por viajar, esos mismos sectores invirtieron el argumento de un mes atrás, afirmando que el desmentido del caudillo suponía una desautorización a López Rega, aparente promotor de la ausencia presidencial.
La verdad es más sencilla. En el círculo íntimo de Perón existió y existe el proyecto de que éste descanse. Por orden de la Presidencia, un Boeing de Aerolíneas Argentinas está preparado para salir en cualquier momento del servicio normal de la compañía. En Madrid, la quinta de Puerta de Hierro fue parcialmente reacondicionada. José Vanni, tino de los colaboradores de López Rega, dispuso poner nuevamente en marcha el aparato de télex número 23038, instalado en la residencia madrileña a nombre del ministro de Bienestar Social, bajo la característica 'Perón E'. Finalmente, también adoptó ciertas precauciones la Dirección General de Seguridad de España que detectó a tres jóvenes sospechosos merodeando alrededor de la quinta. Sobre este asunto informaron profusamente las agencias de noticias, pero hasta ahora no se difundió un hecho aún más inquietante: los españoles descubrieron los nombres de dos de esos tres jóvenes, y los identificaron como militantes de ultraizquierda. Ninguno fue capturado, por lo que la policía española ha establecido contacto con su similar argentina, y también con las italiana y francesa, en busca de más datos; según noticias llegadas a Buenos Aires, los españoles abrigan la sospecha de que uno de los propósitos del grupo podría ser el secuestro del cuerpo de Eva Perón.
Estos preparativos indican que en la cúpula del oficialismo se baraja seriamente la posibilidad de un descanso para el Jefe del Estado. Con todo, el ritmo que el propio Perón imprimió a su pulseada con los Montoneros, y las perspectivas de todo tipo que se abren a partir de ese hecho crucial, crearon la necesidad ineludible de que el caudillo permanezca en el país.

POLOS. El tema del viaje también dio pie a otras interpretaciones, igualmente concatenadas con el enfrentamiento entre Perón y los seguidores de Firmenich.
Si los rumores sobre una larga ausencia salieron de las usinas oficiales, creando un cierto pánico ante el eventual "vacío de poder", ¿no será —se especuló— que todo fue una jugada táctica encaminada a fortalecer a Perón, poniendo en evidencia la falta de una alternativa de poder distinta a la que encarna el primer magistrado?
Quienes tejen este razonamiento sostienen que, en el mismo instante en que el líder se lanzó sobre la ciudadela montonera, florecieron los rumores sobre un viaje que notoriamente contradecía el rumbo elegido, pues alejaba del escenario a la única persona capaz de encarar la ofensiva contra Firmenich. sin darle a éste margen para argumentar que no era Perón el responsable del ataque. En consecuencia, ¿qué interés podían tener los ortodoxos en el viaje del caudillo? La conclusión es obvia: los rumores sobre "vacío de poder" fueron desparramados para generar apoyos al gobierno y a la persona de Perón, en momentos en que éste los necesitaba para afrontar en mejores condiciones la batalla antimontonera.
Esta hipótesis, tal vez excesivamente enrevesada, coincide con otras en un punto: el desenlace del episodio relativo al viaje, está estrechamente ligado a la situación interna del peronismo y a las presiones de diverso carácter que se abatieron sobre el gobierno, para tentar la articulación de un armisticio entre los principales responsables del enfrentamiento.
Ya se vio (Panorama Nos. 350 y 351) que apenas consumada la ofensiva antimontonera, algunos miembros del gobierno y varios dirigentes políticos lanzaron la idea de que el enfrentamiento no convenía al gobierno, pues, arrojaba nuevamente hacia la guerrilla a las milicias de Firmenich, y amputaba al "brazo izquierdo" del dispositivo oficial. Los mismos factores de poder que difundían estas ideas, elogiaron abiertamente la conferencia de prensa ofrecida por Firmenich el viernes 1º, afirmando que el joven montonero había dado muestras de "madurez política" al manifestar su propósito de no romper con el peronismo.
El reagrupamiento de fuerzas que se operó en torno a este asunto dividió a los factores de poder en dos bloques fundamentales.
De un lado, se presionó a Perón a favor de una especie de tregua, que suavizara el enfrentamiento. El nudo de esta política consistió —y consiste— en elaborar un curso de acción contra "la ultraderecha y la ultraizquierda". Para ello, se diferenció a Firmenich de la ultraizquierda, y a Perón de la ultraderecha, dibujándose así un andarivel que aparentemente los aproximaba, evitando la ruptura. La táctica explicitada por los Montoneros en la rueda de prensa del viernes 1º, empalmó con esa política: no sólo se expresó allí que el sector no quebrará sus vínculos con el peronismo, sino que se censuró severamente a la ultraizquierda, y —lo más importante— se afirmó que era posible una tregua entre la Juventud y los dirigentes sindicales. El semanario El Descamisado, portavoz de los grupos promontoneros, otorgó el tratamiento de "compañero" a Vicente Solano Lima, cabeza visible de quienes buscaban el armisticio.
Del otro lado, las falanges más intransigentes de la ortodoxia lanzaron toda su artillería contra sus adversarios internos, precipitando hechos que incluso rozaron al MID (castigo a los diputados de este partido que no votaron la reforma penal) con el evidente propósito de crear un estado de enfrentamiento frontal y hasta violento, que dejara sin margen a los partidarios de la tregua. La revista El Caudillo, órgano oficioso de este sector antimontonero, publicó un editorial el viernes 3, concebido alrededor del siguiente concepto: "No queremos más muertes de las que se necesitan. La guerra civil española se llevó un millón de muertos a la tumba. Si se hubiera actuado antes, fusilando o encarcelando, se hubiera ahorrado mucha sangre. A España le costó un millón de muertos la reconstrucción, y en la Argentina sobran un millón de vivos".

BARAJAS. La línea resultante de la presión de ambos polos sobre el presidente, implicó un nuevo equilibrio. Es decir, Perón condenó tanto a la ultraderecha como a la ultraizquierda, pero siguió cargando las tintas contra esta última y, sobre todo, se llegó a cualquier armisticio que facilite a los Montoneros seguir llamándose peronistas.
Sobre este asunto ya no caben más dudas. Quienes, en su momento, criticaron a los superortodoxos por haber trasladado al interior del peronismo la batalla contra la ultraizquierda, calcularon mal: fue el propio Perón quien hizo ese traslado. A partir del discurso del jueves 7, en el que el presidente atacó a los jefes de la "tendencia revolucionaria", negando su condición de peronistas, cualquier política que tienda a una reconciliación entre el caudillo y los jóvenes montoneros —o que por otros medios aliente la permanencia de éstos en el justicialismo— entrará en colisión con el curso elegido por el jefe del Movimiento y, tarde o temprano, provocará una reorganización del gabinete y nuevas purgas en todos los escalones del aparato estatal y partidario.
Esto último es lo que está procesándose en este momento. Los gobiernos de Mendoza, Córdoba y Salta están nuevamente en la picota. Continúan las descargas contra ciertas figuras importantes, como Lima y el ministro de Educación, Jorge Taiana. La actual composición del congreso justicialista, con mayoría ortodoxa, ha sido prorrogada hasta septiembre de 1975. Se congelaron, además, todos los proyectos de "institucionalización" del Movimiento. Y, finalmente, Perón asumió en forma directa la tarea de dividir a los Montoneros, con un doble propósito: relegar para siempre a Firmenich y su grupo, y al mismo tiempo articulizar una izquierda verticalista, que opere como sustituía del sector excomulgado, y como contrapeso de la ultraderecha.
Hay quienes candidatean para pilotear este proyecto, a un ex líder del camporismo: Juan Manuel Abal Medina. Hace rato que el hermano del montonero Fernando Luis se distanció de Firmenich y estableció contacto con figuras del gobierno, entre ellas José Gelbard. La semana pasada, la gente de Firmenich comenzó a atacarlo abiertamente: afirman que es un "traidor". Se sabe, además, que Abal Medina fue convocado para la última reunión de los jóvenes antimontoneros con Perón (jueves 7), pero que a último momento no fue incorporado al cónclave.
La dilucidación de la batalla entre Perón y Firmenich seguirá ocupando durante un tiempo el centro del escenario. Todas las semanas —los jueves— el presidente se reunirá con los grupos que se vayan escindiendo de la JP, y arremeterá una y otra vez contra "la tendencia". Será una guerra de desgaste, intransigente, y, por ahora, no negociable. Luego, según cómo evolucione este proceso, llegará el momento de reorganizar el gobierno.
Será la hora de "barajar y dar de nuevo".
Ricardo Cámara
PANORAMA, FEBRERO 14, 1974
LA ARGENTINA
Otra vez las presiones


Ciertos indicadores sugieren que el enérgico contraataque lanzado por Perón luego de los sucesos de Azul, está ingresando en una fase compleja y contradictoria.
Si bien el jefe del Estado pudo decapitar al ex gobernador Oscar Bidegain, y arrinconar, una vez más, a la fracción promontonera de la Juventud, a mediados de la semana última el envión presidencial fue relativamente contrapesado por diversos factores de poder, que presionaron en favor del establecimiento de un nuevo equilibrio.
Mediante una frenética operación de pinzas, ciertos sectores se dieron el objetivo de frenar los denominados "desbordes" de la crisis. En buen romance buscaron paralizar la contra violencia antiizquierdista y poner un límite a la expansión del poder sindical para seguir negociando, sobre esa base, con el llamado "grupo Perón" del gobierno, encabezado por José López Rega.
Hubo dos hombres, por lo menos, que convergieron en esa dirección: Ricardo Balbín y Vicente Solano Lima.
El jefe radical se preocupó, sobre todo, por la posibilidad de que la crisis desembocara en una intervención a los tres poderes de Buenos Aires, y que el mismo rayo vengador se abatiera sobre Córdoba y Mendoza, dos provincias regenteadas por el ala izquierda del partido oficial.
Tras 80 minutos de charla con Perón —fue el sexto encuentro entre ambos líderes desde que el actual primer magistrado regresó al país el 20 de junio último— Balbín cosechó el ascenso de Victorio Calabró a la gobernación, algo que no lo satisfizo totalmente pero que, al menos, aventó el peligro intervencionista.
Con todo, la iniciativa de Balbín apuntaló la debilitada posición de Solano Lima, prácticamente el único miembro del gabinete que resistía la intervención, y verdadero alma mater de quienes resistían el contraataque de Perón.
Como se sabe (Panorama Nº 349) la estabilidad del secretario general de la Presidencia ya era dudosa desde antes del atentado de Azul. Sus constantes roces con López Rega, por un lado, y con José Gelbard, por el otro, amenazaban con romper, en perjuicio de Lima, el frágil equilibrio existente entre los tres hombres más importantes del gabinete.

CONVERGENCIA. El "caso Bidegain" hizo que Balbín y Lima convergieran, pero así y todo es preciso diferenciar la estrategia de uno y de otro.
Balbín arremetió contra la fracción intervencionista, pero en función de salvar su propia alianza con Perón. El jefe radical no está interesado en proteger a los grupos izquierdistas del peronismo: el tema sólo le preocupa si influye negativamente sobre la entente gobierno-UCR, nudo de toda la política balbinista. Si se diera' la opción, El Chino no dudaría en apoyar al presidente, aun cuando ello fuera en desmedro de cualquier tendencia de izquierda —o simplemente liberal— del espectro político argentino.
(Es claro que un sector de la izquierda busca la ruptura entre ambos caudillos. En su última entrega, la revista Nuevo Hombre presupone que la "violencia fascista", resultante del atentado de Azul, ha herido de muerte la alianza gobierno-UCR, dado el origen "liberal" del radicalismo. Es un error: los hechos han demostrado que las fricciones originadas en el terrorismo hasta ahora operan dentro, y no fuera, de una alianza que ambas partes tratan de conservar a toda costa.)
Es distinto el caso de Lima. El objetivo central del ex vicepresidente parece ser la concertación de un armisticio entre las tendencias encontradas del peronismo. El futuro de Lima en el gobierno depende de esa política, que sólo de refilón incumbe al radicalismo. Se ha verificado que en todos los problemas de la coalición entre la Casa Rosada y la UCR actúan directamente los titulares: Perón y Balbín. Lima, por lo tanto, no es un "hombre clave" en ese andarivel: las circunstancias lo han empujado a enredarse en el vaivén interno del peronismo, y es ese juego el que determinará la suerte del secretario general de la Presidencia.
En este sentido, resulta notorio que, al revés de lo que ocurre con Balbín, la política de Lima tiende, objetivamente, a favorecer a los sectores de izquierda. Es que si el propósito esencial de Lima consiste en el establecimiento de un nuevo equilibrio interno (para Balbín eso es secundario) se comprende que ello sólo es posible frenando, aunque sea a medias, la ofensiva de Perón, de López Rega y de los sindicatos, contra las ciudadelas de la izquierda. De ahí, tal vez, la nueva reunión anunciada para esta semana entre todas las fracciones juveniles con el presidente; y de ahí, también, algo que resulta totalmente insólito: la audiencia concedida por Lima, el lunes pasado, a una delegación del Partido Obrero Trotskista, una microsecta que tiene como jefe al mismísimo J. Posadas, ese desconocido acusado por Perón de ser el responsable de la ola terrorista.
Es evidente, por otra parte, el apoyo que presta a Lima la izquierda peronista. Su política de equilibrio fue respaldada sin tapujos por el matutino Noticias, vocero oficioso de por lo menos un sector de la JP. En un comentario publicado el lunes 28 se lee que "el General debe moverse con mucha prudencia" y que un enfrentamiento abierto en el seno del peronismo puede "sujetarlo (al gobierno) a pujas íntimas de imprevisibles desarrollos, y, sobre todo, restarle poder de negociación en el exterior".
Este razonamiento es el mismo que Lima desliza en su círculo de colaboradores e, incluso, el que formula ante el propio Perón. Y algo curioso: exactamente lo mismo opina el establishment británico, cuyo vocero, el Financial Times, acaba de pontificar que la única salida para el gobierno argentino es "un equilibrio entre las alas derecha e izquierda del Movimiento Peronista". Según Noticias, "ese equilibrio responde a espacios políticos reales", juicio sorprendente que introduce una novedad en la línea política de la JP, dado que los voceros de este sector siempre han afirmado que sus adversarios internos pertenecen "al campo del enemigo", y que con ellos es imposible concertar equilibrio alguno.

ALCANCES. Lo cierto es que la presión en favor de ese equilibrio está relativizando los alcances de lo que en un primer momento se pensó iba a ser una arremetida en toda la línea. Si bien el presidente volvió a emplear un tono ultrasevero (en su mensaje al regimiento de Azul se mostró partidario de la intervención directa de las FF. AA. en la represión, un asunto que puede "traer cola" en el futuro), lo concreto es que Perón ni intervino en Córdoba, ni defenestró a Solano Lima, ni movilizó a la CGT. Porque más allá de la espectacularidad de ciertos hechos, la caída de Bidegain y el tajante discurso propinado a los diputados de la JP, eran objetivos limitados dentro de la táctica de tierra arrasada que se desprendía del discurso del domingo 20.
¿Perón no pudo o no quiso ir más allá? Lo más probable es que, dada la presión de los partidarios del equilibrio, el caudillo haya estimado conveniente dejar que, durante un tiempo, el proceso decante por sí mismo. En el caso cordobés, por ejemplo, es evidente que el gobierno aplica el plan de la "pera madura", que consiste en corroer poco a poco las bases de sustentación de Obregón Cano, para luego golpear en el momento más favorable. También es Visible que los enemigos jurados de la izquierda siguen a la ofensiva en todos los terrenos, como si estuvieran esperando el momento de un nuevo ajuste de cuentas.
Por lo demás, han aflorado otros factores que tal vez influyeron sobre la coyuntura. El proceso previo a los cambios registrados en el alto mando de la Policía Federal reveló la existencia de opiniones distintas en el sector del gobierno que respalda el curso antiizquierdista. Concretamente, todos saben en Buenos Aires que, el general Miguel Ángel Iñíguez estuvo a punto de renunciar en señal de protesta por la incorporación de los comisarios Villar y Margaride. Si bien, a la postre, Iñíguez permaneció en el cargo cuando ya se rumoreaba que el general Alberto Samuel Cáceres iba a ser su reemplazante, los observadores no dejaron de tener en cuenta que tanto Cáceres como Villar y Margaride están vinculados al ministro López Rega. Habrá que ver cómo evoluciona en el futuro esta disidencia, que engloba nada menos que a los servicios de seguridad.
En cierto sentido, el episodio de la Policía confirma que también en el campo de la ortodoxia se está operando un reagrupamiento de fuerzas.
En la misma CGT el aparente monolitismo de la casa de Azopardo 802 en realidad encubre pujas intestinas que, llegado el caso de un nuevo enfrentamiento global, tal vez aparezcan en la superficie, modificando un tablero presuntamente inmutable. Por lo tanto, así como en la izquierda peronista hay profundas disidencias, a partir de ahora será necesario atisbar con cuidado los complicados procesos internos que hierven en la ortodoxia.
En pleno verano, y con un gobierno respaldado por más del 60 por ciento de los votos, la situación política argentina sigue siendo el efervescente. Tal vez no sea casual que, precisamente en este marco recalentado por las pujas intestinas, Perón pida licencia al Congreso, mientras arriban al país dos misiones extranjeras significativas.
Una, la del BID, denota el interés norteamericano en la Argentina, y es uno de los síntomas de la nueva etapa del contraataque yanqui sobre esta parte del mundo. Según un cable de la United Press, fechado en Washington, y publicado por La Razón del jueves 24, "la imagen del presidente de la Argentina ha ganado predicamento^ en los últimos meses en las altas esferas oficiales de este país; sin embargo, dos problemas causan aprensión y conturban el frío pragmatismo de los artífices de la política exterior de Washington y de los hombres de negocios y financieros de este país: la salud del presidente, y el desbocado terrorismo en la Argentina".
La otra misión proviene de Moscú.
Ricardo Cámara
Revista Panorama nº 350
31.01.1974

LA ARGENTINA
El nuevo equilibrio


En la noche del lunes, vestido con uno de esos sacos blancos que durante las tertulias madrileñas de otrora Rodolfo Galimberti solía deplorar, el presidente Perón clausuró un capítulo del reagrupamiento de fuerzas producido en todos los centros de poder, luego de los hechos de Azul.
El discurso leído esa noche por el primer magistrado, y las actitudes que previamente habían ido adoptando los principales protagonistas de la crisis, trazaron las líneas generales de un nuevo equilibrio que, a partir de ahora, y según como evolucionen los acontecimientos, podría llegar a encuadrar la puja entre los sectores enfrentados.
Lo primero que salta a la vista es que, en cierto sentido, la alocución del lunes estuvo dirigida a enfriar el choque frontal y la extrema polarización que el propio gobierno generó el trágico domingo 20, como réplica al ataque terrorista.
Ciertos indicios sugieren que no cabe otra interpretación para la filípica lanzada por el presidente contra su propio Movimiento, cuando aludió a "los problemas internos, que no pueden ser sino negativos —dijo— para la alta responsabilidad que hemos recibido".
Este concepto, que de algún modo vuelve a ubicar a Perón por encima de todos los grupos responsables de los "problemas internos", defraudó notoriamente a quienes en la noche del lunes esperaban una andanada contra las falanges juveniles promontoneras aún más enérgica que las anteriores.
Sería un error, con todo, colegir del discurso una rectificación del rumbo delineado el domingo 20, o una forma de avalar a quienes criticaron al gobierno por haber trasladado al interior del peronismo el contraataque al atentado de Azul.
En rigor, la alocución del domingo 20 y la del lunes pasado señalan dos momentos de una misma estrategia: la que desde julio último, cuando cayó Héctor Cámpora, apunta a subordinar las alas más izquierdistas del justicialismo.

FACTORES. Las diferencias de ambos discursos se deben a que, en los quince días trascurridos entre uno y otro, el jefe del Estado estuvo sopesando el comportamiento de los sectores que inciden en el proceso, y llegó a la conclusión de que la correlación de fuerzas resultante exigía suspender momentáneamente el enfrentamiento global, y encarrilar la puja sobre nuevas bases.
¿Qué pasó durante esos quince días? Los hechos más importantes fueron:
• La fuerte resistencia de los grupos peronistas impugnados. Ello se hizo visible casi en el mismo instante en que Perón los atacó, cuando hasta Oscar Bidegain quiso eludir su inevitable caída. El punto más álgido de dicha resistencia se alcanzó la semana pasada, al negarse los jefes juveniles promontoneros a concurrir a la reunión convocada por el presidente.
• La fuerte presión de los sectores que por distintos motivos buscaron reequilibrar la situación. Ello se patentizó en las enérgicas actitudes adoptadas por factores de poder y por algunos miembros del gobierno, que se pronunciaron en contra de la "ultraderecha y de la ultraizquierda", y argumentaron que una ruptura total entre la Casa Rosada y los jóvenes promontoneros, conllevaba el peligro de arrojar a éstos en brazos del terrorismo, y de debilitar al propio Perón.
• La ausencia de una respuesta ponderosa y apabullante por parte de los sectores que alentaban el enfrentamiento total con los montoneros. Ello se evidenció en la pasividad de las organizaciones sindicales (que solo declararon el "estado de alerta" cuando Perón exhortó a defenderlo) y en el débil plafond de los jóvenes adversarios de los montoneros, que por ahora carecen de un núcleo homogéneo con capacidad organizativa y movilizadora propia.
• El resultado, en cierto modo ambivalente, del plenario radical del sábado, en el que Balbín hizo concesiones a su ala izquierda. Ello contribuyó a dar un respiro al ala izquierda peronista, que así pudo abrir una reducida brecha en la retaguardia de Balbín, principal aliado civil de Perón. Con todo, aún queda por verse cómo esta nueva situación puede incidir en forma concreta en la actitud del caudillo radical hacia su aliado. Si bien el cumplimiento riguroso e inflexible de lo resuelto el sábado (y la política es siempre flexible), relativizaría el respaldo de Balbín a Perón en futuros momentos críticos del choque entre el presidente y los montoneros, lo cierto es que el plenario, también decidió, con el voto de la izquierda, continuar con la política dialoguista ejecutada por la dirección del partido. En la práctica, esto implica un aval a Ricardo Balbín, quien por otra parte, al encarnar a la mayoría, podrá interpretar según su criterio los mandamientos del plenario.
Perón, además, siempre ha seguido al pie de la letra la política de no apostar todo su capital a una sola de las fracciones del justicialismo. La evolución de los últimos acontecimientos amenazaba con dejarlo sin "brazo izquierdo", lo cual siempre es peligroso. Esto no significa que el nuevo equilibrio buscado por el presidente tienda a una conciliación cori los partidarios de Mario Firmenich. El antagonismo entre ambas líneas es irreversible. Pero así como el ejercicio del gobierno necesariamente achica los márgenes de la política pendular (y los hechos están demostrando que el vaivén del péndulo no llega hasta las milicias montoneras), la ejecución de la estrategia tercerista del caudillo exige la creación de un nuevo "brazo izquierdo", que sustituya al que en su momento encarnó Firmenich.
En eso está ahora el gobierno. El plan podría prosperar si crece la importancia de los grupos que se están desgajando de la JP. Alentar a estos sectores será, desde este momento, uno de los ejes de la política oficial. Para ello, es imprescindible que la Casa Rosada no aparezca excesivamente comprometida con los "ultras" de la vereda ortodoxa. De ahí el nuevo equilibrio —"ni ultraderechistas ni ultraizquierdistas"— que busca crear el marco propicio para atraer al campo de la "verticalidad" a sectores de izquierda capaces de compensar la. influencia del extremismo de signo contrario.
El nuevo equilibrio, en consecuencia, no significa una tregua, o un principio de acuerdo entre las facciones enfrentadas. El lunes, Perón fue inequívocamente claro a este respecto: "Estamos tan lejos de uno como de otro de los imperialismos dominantes —dijo—. Queremos que nuestro destino se forje como anhelamos nosotros, y no habrá fuerza capaz de torcer un futuro que el pueblo argentino ha hecho suyo. Así, ni el terrorismo de uno ni de otro lado tiene cabida aquí, como tampoco lo harán posible ni la infiltración, ni la simulación o el engaño (...) Han elegido un gobierno. Espero que haya sido para obedecerle y cumplir sus designios ideológicos y doctrinarios preestablecidos".
Por lo tanto, no parece haber tregua con los dirigentes promontoneros: la pugna seguirá sobre nuevas bases, hasta que las circunstancias, y la correlación de fuerzas, hagan posible otro ajuste de cuentas. El embate de los ortodoxos prosigue en toda la línea: basta observar la reagudización de los conflictos provinciales.
Los dirigentes de la JP, en cambio, entienden que el equilibrio debe forjarse sobre otras bases. Es decir, Firmenich y su equipo advirtieron que la correlación de fuerzas tampoco les era favorable. Llegaron hasta el borde de la ruptura —la negativa a asistir a Olivos— pero a partir de ahí dieron marcha atrás lentamente, en algunas cuestiones. La fundamental: admitieron que sus enemigos de la "burocracia sindical" forman parte del verdadero peronismo, y que es posible integrar a sus representantes para no debilitar el "frente de liberación nacional". Desde esta premisa plantearon la búsqueda de "la unidad", o sea, esbozaron su propia versión del nuevo equilibrio.
"El problema es la unidad del Movimiento en todas sus ramas —dijo Firmenich en la conferencia de prensa del viernes 1º—. Existen a nuestro juicio, en el Movimiento Peronista, dos fuerzas reales, organizadas, que hoy están enfrentadas. Una de esas fuerzas tiene asiento en el aparato sindical, más concretamente en lo que viene a ser la cúpula del vandorismo. La otra fuerza es la juventud organizada en distintas agrupaciones según sus frentes de militancia. y sus formas de militancia, en torno a la cual se han nucleado sectores del Movimiento de las distintas ramas e incluso sectores del Movimiento que no están incluidos dentro de las cuatro ramas. En la actualidad, el enfrentamiento que existe entre estas dos fuerzas existe porque se desencadena una ofensiva del vandorismo sobre nosotros. Es decir, no hemos sido nosotros los provocadores de este enfrentamiento dentro del seno del Movimiento Justicialista, enfrentamiento que lo debilita,, y al debilitarse el Movimiento, evidentemente se debilita el Frente de Liberación Nacional".
Es probable que cuando Firmenich formula estos juicios, piense en tres cosas: 1) Atraer a los sectores internos de la JP que acusan a la dirección de "aislarse del Movimiento"; estos sectores son la base de las escisiones que procura alentar el gobierno en el seno de "la tendencia"; 2) abrir una vía de negociación con los sindicatos, apoyando así a algunos dirigentes de La "cúpula vandoristas" que también trabajan —aunque no trascienda— para un acuerdo; 3) formular una política que le permita mantenerse dentro del peronismo, y eventualmente insertarse en el nuevo equilibrio, impidiendo que en su seno surja el "brazo izquierdo" sustituto que busca Perón.
En las próximas semanas se verá si estas dos concepciones contradictorias del equilibrio —la de Perón y la de Firmenich— coexisten durante un tiempo o generan un nuevo corto circuito. La siempre latente reorganización del gabinete depende de este asunto, y de la resolución de los nuevos roces registrados en su seno. José Gelbard y José López Rega, por ejemplo, no parecen tener la misma opinión sobre los convenios con Libia. Por supuesto, el presidente apoya a su secretario privado. Y cuando Perón viaje a Europa, el poder será ejercido por quien corresponde: María Estela Martínez.
Ricardo Cámara
PANORAMA Nº351, FEBRERO 7, 1974

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