EL PENSAMIENTO VIVO DE JERONIMO PODESTA Y CLELIA LURO
La semana pasada, poco después de la edición de su copioso epistolario, el obispo y su compañera dialogaron con Siete Días. Durante la entrevista no eludieron polémicas definiciones sobre temas de actualidad: el divorcio, la pornografía, la censura, la situación política del país y su prédica evangélica como pareja sacerdotal

Jerónimo Podestá y Clelia Luro
A fines de 1967, mientras tenía lugar la reunión anual de la Asamblea Ordinaria del Episcopado local, culminaba una de las batallas más encarnizadas que se libraron en el seno de la Iglesia Argentina. Entonces, luego de varios meses de enfrentamientos con la jerarquía, renunciaba monseñor Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda, quizás por la época el principal propagador, en estas latitudes, de la encíclica papal Populorum Progressio. La crisis —que se desarrolló durante todo ese año— mostró al cuestionado obispo en una invariable, serena actitud: no ocultar su política de promoción social, sus simpatías por los marginados de su diócesis (con más de un millón y medio de fieles) y el permanente aval a un equipo de sacerdotes que, quizás por primera vez en el país, compartía su acción pastoral y evangélica con el trabajo cotidiano de la clase obrera.
A la actitud de Podestá no se opuso solamente el nuncio apostólico Humberto Mozzoni: también el entonces presidente Juan Carlos Onganía, máxima figura de la Revolución Argentina, veía con antipatía la consiente movilidad de Podestá, un predicador de cuestiones "irritantes" para la marcha del gobierno militar.
Aunque nunca se conocieron claramente las razones de la renuncia del combativo obispo —las autoridades eclesiásticas jamás lo explicitaron—, un rumor insidioso afloró hasta en los labios de sus defensores más entusiastas: al parecer, había de por medio una mujer. Y en esa relación Podestá habría "descuidado su principal misión terrenal: ser ejemplo de una Iglesia defensora de los principios del Evangelio". Los pronósticos de la acusación —según muchos, un pretexto para marginarlo y neutralizar su constante crítica social y política— no invalidan el hecho de que esa mujer existe. Se llama Clelia Luro (48), y es la autora, con el ahora desplazado obispo de 53 años, de un best seller que asomó, a fines de octubre, en las librerías porteñas. No es la primera vez que Podestá recurre a un libro para definir su posición. A las últimas obras de su producción —La violencia del amor, La revolución del hombre nuevo—, las recién aparecidas Cartas de Clelia y Jerónimo Podestá dilucidan ahora definitivamente el desplazamiento de este último, su vida en pareja junto a Clelia, su particular visión de la nueva Iglesia. En epístolas dirigidas a Pablo VI, Onganía, Perón, los obispos de la Argentina y de América latina (ver recuadro), Podestá y Clelia Luro describen, a veces con humano patetismo, su vida en común, las luchas entre la pareja y la institución, los avatares de su encuentro existencial. Así, esta recopilación se convierte en un lúcido, controvertido material para recorrer la historia contemporánea de la Iglesia argentina.
A seis años de su alejamiento de Avellaneda (Podestá es actualmente obispo de Orrea de Aranico, una diócesis inexistente de Mauritania, de la cual, por si fuera poco, está suspendido a divinis ex nunc) y a pocas horas de viajar a Europa (participará en Francia, junto a Clelia Luro, como representante argentino, en un encuentro de cristianos críticos), JP recibió en su casa del porteño barrio de Caballito a un redactor de Siete Días. Allí, la pareja abordó un amplio temario, cuyos pasajes más salientes se reproducen a continuación.

ESCANDALOS Y SOLEDADES
—¿Cuál es la razón de este nuevo libro?
Clelia Luro: La de tratar de explicar qué somos nosotros. Muchas veces se dijo que Podestá renunció a su diócesis por un encuentro conmigo. Siempre que hemos dado un paso de compromiso, se nos ha tirado encima la opinión pública. Es que a algunos se los acusa de comunistas y a otros de otras cosas. El sistema es así: siempre deforma todo. De Jerónimo se dijo, por ejemplo, que "había abandonado sus cosas". Y eso no es cierto. De allí la necesidad de publicar estas cartas.
—¿Jerónimo y usted constituyen una pareja?
CL: Sí, somos una pareja. Yo creo que nos hemos encontrado, incluso, mucho antes de conocernos: en una vida en la cual Jerónimo se jugaba y en la cual yo siempre pensé que había que darle un sentido al hecho de haber nacido, en esa lucha que tuve, por ejemplo, cuando me fui del Barrio Norte, donde todo el mundo vivía alienado, y me mudé a Salta, concretamente a un ingenio azucarero. Y allí vi, y viví, las injusticias. Pude ver, también, que los párrocos y las monjas aceptaban esas injusticias como normales y naturales.
—¿Por qué ese cambio de rumbo, del Barrio Norte al ingenio?
CL: Porque el padre de mis seis hijas es salteño y se fue a vivir al ingenio.
—¿Cómo ha sido su anterior matrimonio?
CL: Durante diez años se me dijo que eso era un matrimonio. Pero para mí no lo era. Ahora advierto que mi lucha al lado de un hombre al cual no le importaba lo que yo pensaba, era parte, también, del sistema que yo rechazaba. Todo eso me hizo comprender que era muy difícil compartir (y eso es lo que no se entiende cuando se habla de matrimonio y de pareja) la vida junto a una persona con la cual nada me unía, salvo una libreta y una sociedad que exige que se tenga que estar al lado de esa persona. Y también un sacramento que dice que hay unión cuando no hay amor.
—¿Cómo es el padre de sus hijas?
CL: El padre de las chicas es bueno, pero pertenece a la sociedad salteña. En el ingenio, en mi vida y en mi lucha no me encontraba con él para nada. Yo viví diez años así: distorsionada. Hasta que vine a Buenos Aires a trabajar y lo conocí a Jerónimo. Antes había conocido a Cristo, y eso significó una profunda transformación en mi vida. Desde entonces pienso que el hombre nuevo no puede sentirse cómodo en una sociedad vieja. En esos diez años yo he vivido de contramano, a pesar de que en ese desencuentro entregué mi vida a romper todo ese viejo mundo que me rodeaba. Dentro del ingenio luchaba contra todo lo que estaba torcido. Y así iba llenando mi vida. Allí me sentía realizada, pero no en el matrimonio.
Jerónimo Podestá: En mi caso, yo diría que he recorrido un vacío, una larga espera. Mi desencuentro con el ambiente de la sociedad se produjo muy temprano. Yo fui educado cristianamente, pero me dije una vez que si era cristiano tenía que ser coherente con mi fe más profunda. Y eso no lo podía tomar a la ligera. Desde joven advertí las contradicciones entre el ambiente cristiano y el barniz católico, junto a las exigencias profundas del Evangelio. Y milité en la Acción Católica. Pero esa actuación, llena de formalismos, me llevó a dar otro paso. Por eso, con un desgano natural, humano, me planteé el problema de la vocación sacerdotal.
CL: A mí me ocurrió algo similar. Cuando salí del colegio y hasta los 18 años me puse a pensar que la forma de entregar mi vida a los demás era entrando en un convento. Mi vocación era, entonces, sinónimo de vocación religiosa.
JP: Es que se había hecho una dicotomía falsa entre lo temporal y lo eterno, lo material y lo espiritual. Y esa división condicionaba a la gente.
CL: ¡Claro! No hay que ocuparse del otro mundo sino de éste.
JP: De esto podría hablar largo y tendido. Yo estoy convencido de que Cristo no vino al mundo por la Iglesia sino por la Humanidad. La gran batalla que el pensamiento moderno plantea al creyente es el tema de la alienación y la evasión. Muchos achacan al cristianismo su identidad con la figura de una persona que recorre el mundo con una rosa en la mano, pisando una tierra sembrada de cadáveres, siendo en este caso el cristiano una especie de especialista en la salvación, en el más allá. Pero el hombre se tiene que salvar en el más acá.
—¿Usted está de acuerdo, Clelia?
CL: Sí, por supuesto. La desesperación de Jerónimo es también la mía. Esa contradicción yo la viví en el Norte, a través de mis amigos religiosos, entre una Iglesia paternalista y mi formación evangélica. Una Iglesia que ayudaba a que el indio fuera "bueno" y se "resignara".
—¿Y eso usted lo vivió como sacerdote?
JP: Yo siempre traté de darle una nueva técnica a lo católico. En ese sentido, mi primera tarea fue como profesor del seminario. Allí el sistema era disciplinariamente colegial, humanamente bastante pobre. Y pensé que había que formar hombres libres con responsabilidad. Pero la estructura eclesiástica estaba dominada por una rigidez jurídica, con un régimen casi militar. Yo entendía que lo religioso tenía que incluir la vivencia personal del sacerdote. Simultáneamente con mi tarea docente hice una experiencia que cambió mi vida: trabajar con la gente y superar una tensión interior que oscilaba entre la reflexión y la lucha. Yo me ordené sacerdote en 1946. Había ingresado en el seminario en 1940. Estudié Derecho Canónico en España e Italia hasta 1950; ese año volví a la Argentina y fui docente en el seminario desde el 50 hasta el 62. Al año siguiente me ordenaron obispo. En mis contactos con el Movimiento Familiar Cristiano profundicé temas como la familia y el amor cristiano, descubriendo un atraso conceptual en el ámbito católico: el gran ideal del amor humano era una realidad que existía muy pobremente.
La unión entre Podestá y Clelia comenzó en 1966, cuando ella entrevistó a un psicoanalista, ex sacerdote reclamando apoyo para un clérigo, en Buenos Aires, párroco de un pueblito de Jujuy. El cura, derrumbado por años de aislamiento y soledad, angustiado por el trato que en los obrajes se brindaba al indígena, había perdido la confianza en sus obispos pero no la fe en Dios. Clelia lo conoció durante su estadía en el Norte y se interesó por él. En su charla con el psicoanalista, éste le sugirió que organizara un encuentro entre el párroco y monseñor Podestá. Se trataba de que el presbítero pudiera trasladarse a la Capital Federal y someterse a un tratamiento. Podestá aceptó al sacerdote en su diócesis y de esa manera, también conoció a Clelia. En octubre de 1966, durante una asamblea de obispos latinoamericanos, realizada en Mar del Plata, Clelia provocó un contacto personal entre Podestá y Dom Helder Cámara. Ella trabajaba entonces en la revista Imagen del País y fue autora de un excelente reportaje al combativo prelado brasileño.
—¿Como sacerdote usted considera que el celibato es una presión?
—JP: A mí, la vida rígida del célibe me fortalecía como persona. Pero, al mismo tiempo, iba descubriendo contradicciones con el ambiente. La primera (me tocó vivirla cuando, como obispo, tuve que ordenar sacerdotes) consistía en que el celibato era una presión del ambiente y no una auténtica vivencia interior.

EL MUNDO, LOS JOVENES, LA VIOLENCIA
—¿Podría sintetizar su experiencia como obispo de Avellaneda?
JP: En un reportaje, publicado en el matutino La Nación, yo dije que el escándalo del siglo XX es el alejamiento de la Iglesia de la clase obrera. De allí que una de las empresas más importante que se encararon en mi diócesis fue la puesta en marcha de equipos de sacerdotes obreros y el estímulo hacia las comunidades de base: grupos de vecinos que militaban activamente en la fe cristiana. La intención era no aplastar nada, no destruir nada. Tratar simplemente de que se cambiara de espíritu. Yo no pretendía destruir las parroquias, pero me di cuenta, como dije en alguna oportunidad, de que se trataba de algo parecido a un supermercado de lo religioso.
—¿Ustedes tienen hijos?
CL: Para evitar confusiones, quisiera hacer unas aclaraciones. Por allí se dijo que Jerónimo tenía 8 hijos, pero eso no es cierto. Nosotros no tenemos un hijo de los dos; ojalá lo hubiéramos tenido. Las hijas mías son hijas mías. En el momento en que me encontré con Jerónimo, así como compartí la vida, también compartí las hijas.
JP: Pienso, concretamente, que esta generación tiene una conciencia nueva, que no se ha manifestado tanto en la rebeldía cuanto en el ideal de construir una sociedad nueva. Nuestra juventud no asume una actitud negativa sino una rebeldía positiva. No tiende a destruirlo todo, sino a trazar una nueva actitud.
CL: Yo pienso que es un equívoco pensar que los jóvenes son unos apresurados, unos violentos. La juventud dispone (y eso teniendo presente que somos una generación colchón) de nuevas formas de informarse. A mí, de chica, jamás se me habló de sexo ni de cómo vienen los bebés al mundo. Y yo siempre he conversado con mis hijas sobre el sentido que tiene el sexo, el desarrollo físico y esas cuestiones. Pienso, también, que a la juventud le falta lo fundamental: la vida, la experiencia. Pienso, en ese sentido, que nuestra generación es responsable ante la juventud.
—¿Y es responsable?
CL: Sí, como culpable. Y también como no culpable. Yo a mis hijas he tratado de darles conciencia del mundo que les toca vivir. Pero nosotros, con los jóvenes de hoy, tenemos que cuajar el mundo nuevo.
—¿Qué piensan de la violencia?
CL: No pienso que la juventud transite el camino de la violencia. En Trelew me tocó ver un documental en el cual hablaba María Antonia Berger, sobreviviente de esos hechos. Refiriéndose a la situación previa a mayo, ella dijo: "Los jóvenes no tenemos más remedio que tomar las armas porque el sistema es violento. Nosotros no tenemos más remedio que tomar las armas porque el sistema tiene las suyas. Y porque no hay gobierno que represente al pueblo".
—Podestá, uno de sus libros se titula La violencia del amor ...
JP: Sí, Es que yo ansío que se construya un mundo nuevo por crecimiento de la conciencia humana y no por imposición de la fuerza. Pero ese mundo no se construye idealmente sino en la realidad. Yo quisiera ser un testigo de la no violencia. Pero ser un testigo de la violencia del amor quiere decir de una violencia que interpele a las conciencias. Clelia la intentó definir, alguna vez, como consecuencia de la violencia del oprimido. Pero, también, hay una violencia innoble: una cosa es la muerte de un combatiente en un operativo militar y otra, muy distinta, es la matanza del adversario, el asesinato. El crimen político no lo acepto. Y contra eso me rebelo. Y esa suciedad aparece mucho más sucia cuando viene protegida por una connivencia del poder público.
CL: Por eso pienso que hay que despertar una conciencia nueva, que, felizmente, ya tiene la juventud.
—¿Ustedes creen que los medios de comunicación de masas favorecen esa conciencia nueva?
JP: Desgraciadamente hay que dar razón a quienes han percibido que este sistema crea alienación. Y no solamente en el plano de despertar apetencias primarias. Muchos medios entumecen la conciencia de los hombres frente a los problemas de la realidad. Los medios de comunicación son manejados por el sistema para crear un determinado tipo de mentalidad y de cultura.
CL: Los medios de comunicación son estupendos. Pero eso si son bien utilizados. Claro que, mientras estén en manos del sistema...
—¿Ustedes vieron La hora de los hornos:
JP: Sí. Y vimos Operación Masacre, aunque muy cortada. De todos modos creo que es mejor verla cortada que no verla.
—¿Qué piensan del papel de la censura.
JP: Me parece una forma de paternalismo. Creo que debe haber una censura legítima, pero moderada.
—¿Vieron Ultimo tango en París?
CL: No. Me censuré yo misma.
JP: No. No la quise ver.
CL: Sí, me censuré por tonta. Pero me hubiera disgustado mucho que la prohibieran.
—¿Está interdicta?
CL: Sí. Y eso es lo que me molesta.
JP: En principio, la censura no debería existir. Yo he visto obras sumamente crudas que, para mí, han sido motivo de reflexión.
—¿Por ejemplo?
JP: Teorema, una película que me pareció sumamente interesante, una obra hecha con buena intención, honestamente realizada.
CL: Yo, por eso, quisiera separar el espectáculo del medio informativo.
JP: Claro. Yo digo que el que tiene la obligación de informar enfrenta la grave responsabilidad de ser servidor de la verdad. En ese sentido, la única limitación que yo pondría es para el que lanza informaciones: tiene que asumir con toda seriedad su responsabilidad.
—¿Qué opinan de la pornografía?
CL: Es una palabra que hay que analizar. Creo que depende de pautas culturales. Nosotros hemos sido educados en una distorsión de cuerpo y persona. Se nos ha dicho que el cuerpo es malo, cuando en realidad es el espíritu el que pudre al cuerpo. El cuerpo es bueno cuando el espíritu es limpio. Por eso no comparto la reciente reacción de los obispos que frente a toda la realidad nacional se quejaron a Perón del problema de la pornografía. Cuando, en realidad, hay una pornografía de otro tipo.
—¿Cuál es?
CL: La de la explotación, la de los crímenes impunes.
—En otro orden de cosas, ¿la unión de ustedes es irritante?
JP: Sí, por supuesto. Crea muchos conflictos.
CL: Es irritante porque se nos dio y la asumimos. Pero yo no seré feliz hasta que se dé en todos.
JP: Cuando uno está convencido de que lleva la verdad, la verdad retempla. ¿Qué más hermoso que decir que uno tiene un camino?
CL: Sí. Un camino de lucha y de dolor.
—¿Ustedes son felices?
CL: Relativamente. Porque en la medida en que voy siendo auténtica y viviendo lo que tengo que vivir (normalmente y no como genio), el no ver felices a los demás me hace sufrir. Hay gente que dice admirarme porque tengo valor. Pero el valor lo tendría que tener para ser infiel a mí misma.
—Un tema de actualidad: el divorcio.
JP: Yo soy un poco más racional que Clelia, ella es más intuitiva.
CL: Lo que pasa es que vos sos...
JP: Es que hay una confusión de planos: uno es el plano de lo social y otro el plano de lo personal.
—Pero eso es teórico...
JP: Es que se pasan argumentos de uno a otro plano. Si usted me pregunta, por ejemplo, cuál es la esencia del amor, yo le respondo que es la indivisibilidad. Un amor verdadero, en teoría, es eterno.
—Pero hay un plano social...
JP: ...donde se encuentra la realidad concreta de los hombres. Y en esa realidad, pretender mantener unidos por la presión de la ley lo que está desunido es irreal.
CL: La gente humilde no se preocupa por el divorcio.
—Algunos tampoco se preocupan por el casamiento.
CL: ¡Claro! Eso es lo que quiero decir. Cuando un hombre y una mujer son realmente pareja no se les ocurre separarse. Y muchos no recurren al divorcio (o al casamiento) porque no los rodea una sociedad de alienación sino una comunidad de valores.
JP: Por eso están quienes hacen un mito de la ley. Los que creen que la verdad está donde está la ley. Pero la ley es un instrumento del orden social.
—En otro orden de codas, ¿usted es la mujer, la esposa de Jerónimo Podestá?
CL: No. Yo soy su compañera de lucha.
—¿Una pareja sacerdotal?
CL: Sí. Eso sí. Como tantas que hay. Recientemente hicimos acá una reunión entre muchas.
—Podestá, ¿dónde está su grey?
JP: Si usted tiene una visión de un mundo de estructuras puede llegar a pensar que yo no tengo grey. Pero si usted se mete en una concepción de un mundo donde prevalecen los valores, yo me encuentro vinculado a todas las personas que buscan la autenticidad.
CL: La grey es muy grande.
—Una última pregunta, ¿ustedes de qué viven?
JP: Vivimos vendiendo lo que escribimos. Pero tenemos siete hectáreas de tierra a 60 kilómetros de Buenos Aires. Voy a poner un criadero de chanchos. Porque cuando uno milita en una estructura eclesiástica tiene todos los gastos pagos, y cuando se retira, está librado a su propia suerte. Pero no me quejo: los sacerdotes tenemos que vivir de nuestro trabajo. Ayer sembré una hectárea de papas y zapallos. Pero no puedo con esta mujer: ¡Cada vez que voy al campito me dice que hay que repartir la tierra entre quienes no la tienen!

Roberto Vacca
Fotos: Osvaldo Dubini

DOS CARTAS Y UNA REALIDAD
A continuación se reproducen fragmentariamente dos de las cartas incluidas en el libro lanzado por Granica Editor.
Buenos Aires, marzo de 1973 Querido Jerónimo:
Qué difícil es este mundo . .. Jero, qué difícil es seguir luchando por la Justicia y un mundo nuevo como el que nosotros queremos en medio de esta convulsión y distorsión. .. hoy pensaba en el trigo y la cizaña en un baile tan movido que se entrelazan y se separan continuamente; a veces quisiera escaparme a la montaña y quedarme allí, pero este mundo injusto y convulsionado no da paz a mi alma, por más que tenga mi espíritu, porque está en mí el peso de la humanidad... del Cosmos... ¡Qué impotencia siento por momentos para que mi historia, mi existencia concreta contribuya a la Liberación!!
Clelia

Roma, 24 de octubre de 1971
Al Papa Pablo VI Ciudad del Vaticano Padre:
En estos días he estado muy cerca de Ud. Pedí una audiencia pero me dijeron que Ud. estaba muy ocupado y no podía recibirme. Verdaderamente lo he sentido. (...) Diversas personas me han pedido mi parecer y lo he dado como lo siento en conciencia. Algún funcionario que se siente representante de la autoridad de la Iglesia (...) ha emitido informes falsos y juicios injustos sobre mí ante el periodismo internacional. Por este motivo me he visto obligado a decir mi verdad, al comienzo de una conferencia, cuyo texto adjunto para su conocimiento. (...) La Iglesia no ha demostrad su capacidad de penetrar proféticamente los signos del tiempo. Su imagen global es la de una gran organización religiosa, pero no la del Gran Sacramento del encuentro y de la unión de todos los hombres. Esto me parece muy grave y me hace sentir que los que destruyen la Iglesia no son los contestadores sino los que no tienen coraje de afrontar el desafío que los tiempos presentan al Evangelio.
Que Dios conforte al Papa.
Jerónimo J. Podestá
Obispo titular de
Orrea de Anirrico

Revista Siete Días Ilustrados
12.11.1973

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Jerónimo Podestá y Clelia Luro
Jerónimo Podestá y Clelia Luro