RADICALES JOVENES
ADIOS A LOS PRÓCERES
   
POCOS dudaban después de junio de 1966 que un silencio total e irrompible había caído sobre los radicales para quedarse por lo menos un buen tiempo. Desalojados del Gobierno sin pena ni gloria —y con un leve consenso popular— su panorama inmediato era, si no desastroso, por lo menos bastante oscuro: desgastados, con una programática desquiciada o inexistente y corroídos por desinteligencias internas (un sector bastante importante renegaba de las tácticas desarrolladas por Illía), los radicales debían prepararse para una estadía bastante opaca en el llano. Durante dos años nadie se acordó demasiado de ellos ni los extrañó —los almuerzos frustrados del ex presidente no contribuían a ello, precisamente—, pero veintiocho meses más tarde algo parece haber cambiado en el esquema. Hasta aquí solamente las reuniones clandestinas, los contactos con dirigentes del interior, las efímeras reuniones callejeras, habían constituido el arsenal con el que el radicalismo planteó su lucha contra el Gobierno; desde fines de setiembre todo indica que el arsenal será la inteligencia en lo sucesivo. Por entonces nació en el norte la Proposición de Tucumán, un documento engendrado por la generación intermedia de la UCRP, que es una especie de declaración de guerra contra el radicalismo hasta aquí conocido. (Y, según algunos, padecido). La Proposición Tucumán sugiere la unión de todos los radicalismos —incluidos los desarrollistas del MID y los alendistas de la UCRI— ; marca la apertura, el afloramiento de una nueva ideología radical. A partir de ahí es que conviene poner el ojo sobre los radicales Jóvenes, adscriptos o no a la declaración de Tucumán, para advertir sus aportes a una política moderna en el país. Corría octubre cuando uno de los Jóvenes radicales se quejó ante EXTRA de la cerrazón del periodismo respecto a las posturas de los nuevos políticos. Resulta difícil negar razón a esa protesta y así es que está revista se reunió con cinco nuevos radicales para analizarlos y que ellos analizarán el país y su futuro. La charla dejó, finalmente, esta secuela:

.. .Y HUBO UN ORIGEN
Cuando vuelve hacia 1966 Antonio Tróccoli apela a una rápida frase para definir la situación del radicalismo:: "Estábamos completamente incomunicados". Y después completa: "Ninguno de los actos de gobierno tenía mala fe, pensar eso sería una aberración. Lo que ocurría es que se daba un poco por sentada la anuencia del pueblo y eso conducía a la incomunicación con él. Estábamos encerrados en nosotros mismos". No cabe duda que era así. "Sin embargo, desde 1966 para acá el volumen de comunicación ha crecido y sabemos mejor que es lo que quiere el pueblo, cómo lo quiere y, fundamentalmente, cómo se lo podemos dar", demuestra Tróccoli; pero mantiene aún una reserva: "El problema es que estamos un poco cristalizados; la gente vive una especie de conformismo que más bien parece apatía, los universitarios están desorientados y han perdido la coherencia programática". No cabe duda que a una situación así no se llega ni por osmosis ni por arte de magia, algún culpable tiene que haber. "Es cierto —descubre Tróccoli—, estamos en una varadura; a nosotros nos resulta más difícil que a nadie salir y a nosotros es quizá a quienes menos caso se hará momentáneamente: somos en gran parte los culpables de la crisis". Que sus correligionarios no se opongan a la explicación de Antonio Tróccoli significa que el reconocimiento de la culpa se ha convertido —o se está convirtiendo— en un sentimiento generalizado entre los radicales. Conque solamente la nueva camada radical ejercite esa catarsis —que ya es bastante— el terreno estará preparado para otras ideas, más acordes a la época.

¡TOQUE CONSTITUCION!
Sin embargo, el mea culpa es apenas el primer paso de la construcción. ¿Cómo avanzar, cómo construir desde ahí otro país?, tal el interrogante clave. Para Fernando de la Rúa no cabe menos que partir de una idea básica: "Dos ideas están perennes en la conciencia del pueblo —asegura—: un régimen federal y popular y el asentamiento jurídico del mismo". Eso, según él, es el quid de la legalidad. "Y el radicalismo ha luchado siempre por la legalidad; la ha defendido como lo demostró durante el peronismo", pontifica. Toda la aseveración puede discutirse; seguramente también Illía y su séquito creían en la conciencia popular federal y jurídica, pero es difícil asegurar que, entonces, también el pueblo pensara así. Además, la lucha pro-legalidad entre la UCRP y el peronismo, se desmintió con el abrazo Illía-Ongaro. Podría argumentarse que ni Ongaro es el peronismo ni Illía el radicalismo, pero de cualquier manera algo falló entonces en la legalidad. De la Rúa lo adopta de algún modo e intenta la justificación: "De acuerdo, la Constitución puede necesitar reformas a veces para adecuarse a una moderna vigencia de la legalidad. Pero la misma Constitución prevé los modos de su reforma: no hay que salirse de la legalidad para arbitrarlos". ¿No se trata con esa afirmación de usar la Constitución cuando conviene? Los observadores ya han remarcado sobradamente la constancia conque Balbín quemó la Constitución en la Cámara a lo largo de diez años. "De acuerdo, acepta De la Rúa y predice a continuación que "si lo que estamos buscando es saltar por sobre ese pasado lo que debe buscarse es refirmar la Constitución y afirmar sobre ella el progreso. Cuando yo me refiero a la Constitución o a un Gobierno federal no es porque esté varado en el pasado o porque mis ideas sean antiguas. Lo que pasa es que aun es ese —tomado con ideas modernas y visión de futuro —el camino para la reconstrucción nacional". También Emilio Fischer coincide en esa afirmación: "El gran interrogante actual del país es ser representado. Y solamente la Constitución, la legalidad, le pueden dar esa salida. Darle vigencia e interpretación a la Constitución no es otra cosa que interpretar cabalmente al país". Que el amor de los radicales por la Constitución es algo más que una muletilla es lo que trata de demostrar Antonio Tróccoli cuando hace este esquema: "Hoy la Constitución funciona en un 90 %, es decir casi en su totalidad. Es que el Gobierno no puede rechazarla, porque dentro de la inestabilidad en que se maneja, es el único elemento que le garantiza cierta estabilidad". Parece, entonces, que no quedan dudas en la programática radical acerca de que es inútil cualquier salida que no contemple entre sus supuestos básicos la creación de un sistema de instituciones estables y legalizadas. "Es así —confirma Tróccoli—, pero no podemos basarnos en prejuicios para decir que la Constitución no sirve. Después de todo, el 28 de junio no es nuevo, no inventó nada. Pero no cabe duda que algo falló para permitirlo. El Congreso es útil y necesario, pero, dentro del andamiaje constitucional, puede discutirse su validez. Fuera del mismo, no".

ONGANIA EN EL MICROSCOPIO
Lo concreto es que los radicales está ahora fuera del poder y desde allí tienen estructurada una visión —un Juicio— sobre el gobierno Onganía. Pasando por sobre lo que, al respecto, opinen Balbín, Illia u otros vetustos próceres del radicalismo, a EXTRA le interesaba la opinión de estos radicales jóvenes: "Esta no es una revolución —se apresura a desmentir De la Rúa— porque no hay revolución en sentido negativo. En la Argentina todas las revoluciones se hacen por no; porque la Constitución no funciona, porque tal cosa no contempla tales intereses, etc. Las revoluciones, para que sean verdaderas tienen que ser para que algo nuevo, un proceso, se inicie. Como la revolución Francesa y tantas otras. Pero seguir en lo mismo o retroceder no es revolución". De cualquier manera, revolución o no. Onganía está en el poder; ese es el hecho y no puede negárselo. ¿Cómo acometen esa realidad los jóvenes radicales? Si se toman en cuenta las palabras de Antonio Tróccoli, "el Gobierno tiene el legítimo derecho de subsistir mientras no se le oponga una estrategia nacional y organizada para desplazarlo. Sería una utopía creer que se va a ir sólo, porque si ¿En virtud de qué? Por otra parte creo que Onganía ha prefijado su propio término en un mandato presidencial; es decir, piensa estar seis años. Su problema es el plan político y la sucesión. La solución es o el Estatuto de los Partidos Políticos o la Ley Electoral". Para Héctor Hidalgo Solá la permanencia de Onganía es un fenómeno que se va a ir tornando perenne: "Onganía va a estar en el poder todo lo que pueda. Lo que creo es que va a tratar de institucionalizar esa prolongación formando un partido político que lo postule a él mismo como presidente y que lo lleve así constitucionalmente al poder. Hay un sector sindical que está dispuesto a convivir con él". Esta especulación puede objetarse: es difícil asegurar que los sectores populares —concretamente la masa peronista— votarían por Onganía. Pero cuando los rumores de contactos para un pacto Onganía-Perón suben en cantidad e intensidad, la proposición de Hidalgo Solá se vuelve rápidamente creíble. Mucho más corrosiva es la opinión de Emilio Fischer. casi un epitafio: "El orden político está desquiciado y Onganía cuenta con un sólo apoyo que es el del poder económico. Por lo demás a cada momento se demuestra que el Tiempo Social es una mentira".

LAS PUERTAS DEL LABERINTO
Basta un breve análisis para comprobar que si bien los radicales jóvenes no están de acuerdo con el Gobierno ni con la situación actual —por otra parte nada garantizaba que lo estuvieran—, están por lo menos más atados a la realidad que los veteranos del partido. Por lo mismo es más probable que ellos tengan un programa, una salida para el país. Importa conocerla. "No nos engañemos —enfatiza Tróccoli—: Argentina es un país guacho en el mundo. Siempre buscando la protección de alguna potencia. Cuando se acabó el Imperio Británico comenzó EE.UU. y estamos en esa etapa: en la del predominio de los sectores que quieren ser dominados por los EE.UU. Para superar ese estado es que debemos buscar la unión de todos, radicales, frondicistas y peronistas, pasando por sobre los detalles anecdóticos que nos separan". Hay una pregunta inmediata: ¿por qué no se juntaron antes?; "No sé, confiesa entonces Tróccoli. Inmediatamente sigue: "La única salida es el régimen Democrático, que da al ciudadano común participación. Este requisito es indispensable y debe ser asegurado". Eso ya se sabe, pero en el fondo no es otra cosa que una teorización; buscar la manera de llevarlo a una práctica efectiva es la manera de evitar caer nuevamente en las viejas artimañas electoralistas de la política argentina, las mismas que la alejan del país y la depositan en la inercia y la ineficacia. "Hay también un déficit de intelectuales que no dan materiales —vuelve Antonio Tróccoli—; todavía se manejan esquemas del siglo diecinueve; los intelectuales traducen libros extranjeros; no hay elaboraciones políticas, sociales y económicas autóctonas". Si el déficit es de intelectuales ¿cuál es el papel de los políticos? "Tenemos que hacer algo más que tirar los penales. Operar con el material sociológico que nos den los expertos, ser su brazo ejecutor. Hay que incluir hombres técnicos dentro del planteo político. Pero para eso hay que dotar de prestigio a los partidos políticos de manera que los intelectuales se acerquen sin temor; eso lleva 30 años dicen algunos; muy bien, pero hay que empezar, es la única manera de hacer política moderna: hay que hacer política con técnicos pero los políticos tenemos que sanear a la política como para que la misma no contamine estérilmente a los intelectuales que quieren acercarse. También hay que tratar de ir hacia un régimen de dos partidos solamente. Las diferencias son anecdóticas pero no existen en lo que se refiere a concepciones. Sobre un material aportado por sociólogos, es decir por expertos, yo no tendría ningún problema en trabajar junto a Antonio Cafiero y Aldo Ferrer, por hacer solamente algunos nombres. ¿Para qué un pluripartidismo, entonces?"
Quizá Antonio Tróccoli no lo sepa —quizá si—, pero su tesis es una de las más modernas, inteligentes y realistas que un político haya dicho últimamente en la Argentina. Por lo menos algo indica que ideas nuevas se están gastando para advenir sobre la política argentina. Si el receso sirve para eso, bienvenido.
revista extra
11/1968

Ir Arriba

 

Volver al índice
del sitio


El radicalismo tiene ciertos "padres" sagrados: Balbín, Illia, Zavala Ortiz, etc. Ellos han formado una imagen de ineptitud, ineficacia, vetustez, burocracia y comité que terminó en la defunción del 23 de junio de 1966. Sin embargo, sumida en el silencio, una camada de radicales jóvenes intenta renovar las ideas, remozar la fachada de la política argentina, desarrollar una programática coherente. Hace un mes y medio uno de ellos —Héctor Hidalgo Solá— envió a EXTRA una carta en la que se quejaba del silencio del periodismo en torno a ellos. Con él y con tres correligionarios suyos se reunió entonces la revista. El resultado —que está en el informe siguiente— demuestra las ideas de los jóvenes radicales, desentraña una magnífica proposición final de Antonio Tróccoli y concluye que —aunque no lo digan— estos jóvenes radicales parecen aptos y distintos de sus venerables patriarcas. Quizá han roto el cordón umbilical.

Radicales jóvenes