Reportaje a Raúl Alfonsín Volver al índice
del sitio

Raúl Alfonsín

Los acontecimientos de Córdoba no sólo fueron una demostración más de los conflictos que padece el oficialismo; también sus derivaciones complicaron a la UCR, cuyos sectores internos condenaron los sucesos con un lenguaje bastante parecido, pero con un trasfondo anímico poco similar. Es claro que las consecuencias del golpe de estado cordobés desalentaban la política dialoguista de la conducción nacional del partido, mientras daban nuevas fuerzas, al mismo tiempo, a la intransigencia alfonsinista, que sentía cumplidos en buena parte sus más lúgubres vaticinios.
El viernes l9, Panorama entrevistó a Raúl Alfonsín. Se trataba de averiguar algo más que la opinión del jefe del MCR sobre los últimos hechos; de indagar cuál era para el dirigente radical la situación política del país, el carácter y finalidad de los conflictos que estaban a la vista.
Y también establecer la medida en que estas apreciaciones marcan una diferencia con la conducción actual de la UCR teniendo en cuenta su posible influencia sobre un eventual cambio de tono en la gestión opositora del radicalismo. Sigue el resumen de lo conversado:

—¿Cuáles son para usted las principales características, los rasgos esenciales, de la situación política argentina?
—En el cuadro que usted me pide que describa ocupa un lugar central el partido gobernante. El peronismo, que ha operado aceleradamente el desplazamiento de sus sectores progresistas, calificándolos en una forma muy similar a la que empleó en su primer gobierno con los radicales. Antes éramos directamente comunistas; hoy pareciera que existe una epidemia de trotskismo, heroicamente estimulada por la prensa adicta, entre la que se encuentra, desde luego, la tradicionalmente conservadora del país. Lo cierto es que hoy el peronismo es un abanico demasiado abierto; basta compararlo con el de la primera época. En el campo sindical, los actuales dirigentes están muy lejos de sus antecesores, que luchaban con verdadera convicción, que en muchos casos desenvolvieron su actividad en un ámbito austero y a veces de pobreza. La actual heterogeneidad del movimiento lo hubiera hecho gobernable, si no fuera porque ningún sector admite una derrota interna. De allí la verticalidad aceptada —y aún preconizada— por todos; es que cada tendencia suponía que "la orden" le sería favorable, llegado el momento. Pero la mano vino mal, y alguien retuvo el péndulo. Entonces, la consecuencia inmediata de la verticalidad fue la sobrevaloración de la táctica, a la que se supeditan —aún sin perderse— las convicciones.
Y verdaderas filigranas se tejen y entretejen para definir la indefinición, mientras las escopetas recortadas nos advierten que ciertos cálculos biológicos, apenas ocultos, aceleran la lucha por una hipotética y quizá lejana herencia vacante. Y es en este marco donde se desarrolla penosamente la acción del gobierno, sumando algunos hechos inexplicables, como la presencia de militares en actividad en algunas funciones; un hecho extraño, que supongo que no estará enderezado a concretar el sueño dorado de los fascistas de todas las épocas, que siempre han avizorado la posibilidad de destruir la democracia mediante un acuerdo entre dirigentes sindicales y fuerzas armadas.

—En su última asamblea, el plenario de delegados al Comité Nacional de la UCR votó por unanimidad una declaración por la cual ratificaba, entre otras cosas, su voluntad de proseguir el diálogo con todos los sectores políticos y con el oficialismo. ¿Hasta qué punto este diálogo no implica una corresponsabilidad del radicalismo en los actos de gobierno que se realicen con su previo "consejo"? Una corresponsabilidad en los resultados generales, se entiende...
—Toda actividad política implica una responsabilidad, y, si usted quiere, una corresponsabilidad, tanto en la crítica como en el reclamo o en el "consejo", como señala. Incluso en la omisión. Creo que el diálogo es una forma civilizada de convivencia democrática; no me preocupa en absoluto la responsabilidad en cuanto a los efectos de una medida preconizada por la UCR. En todo caso, lo que debe preocupar es que la misma esté orientada en un correcto análisis de la realidad y consulte con autenticidad las convicciones del radicalismo.

—Ricardo Balbín estima que la institucionalización definitiva del país no ha sido alcanzada. O, mejor dicho, que la institucionalización fue alcanzada, pero que no han sido vencidos ciertos inconvenientes para mantener las instituciones. Para Balbín "existe una nota de inseguridad", el país no ha entrado en un "estado de razonamiento integral", y la violencia tiende a multiplicarse. ¿Comparte estos juicios?
—En líneas generales comparto el criterio en cuanto señala la existencia de una "nota de inseguridad", y en lo que se refiere al recrudecimiento de la violencia. Creo, además, que ésta es una opinión compartida por todos, pero lo que en realidad interesa es analizar las causas de la inseguridad y la forma de trabajar para lograr la firmeza de las instituciones. Para mí, la inseguridad proviene del propio oficialismo. Es obvio que no puede atribuirse a la oposición. Asimismo, parece evidente que no existen problemas castrenses. Todo hace suponer, además, que los centros internacionales del capitalismo no tienen motivos valederos de queja, aunque, desde luego, siempre procurarán trabajar para inclinar la balanza a su favor. A mi juicio —y como ya le he dicho antes— lo que sucede es que se está librando en el oficialismo una lucha por el poder. Quienes hasta ahora aparecen triunfantes, han creado en el país un clima caracterizado por la intención de concentrar el poder absoluto en manos de un grupo; lograr el desarrollo sobre la base de capitalizar el capital e imponer una ideología oficial a toda la actividad cultural. En muchos casos, se trata con gente de gran capacidad de movilización, con hábitos autoritarios y, lo que es muy grave, desesperada. Ésta es, por supuesto, una de las causas de la violencia. Es evidente que también hay manifestaciones de violencia de la ultraizquierda, a la que parece no importarle servir objetivamente a la reacción en la coyuntura, con tal de acelerar contradicciones.

—¿Y Córdoba?
—Pura violencia ejercida contra un gobierno elegido por el pueblo. Veremos si a sus autores se les aplican los mismos castigos que el presidente prometió a los ejecutores de otros hechos.

—La UCR condenó, en su momento, el proceso que culminó en las renuncias de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima. Alguien habló, también, de "golpe de estado de derecha"...
—El radicalismo, a través de una moción del MRC, expresó que deploraba y condenaba los episodios que culminaron con la renuncia del doctor Cámpora. La calificación de "golpe de derecha" corrió exclusivamente por nuestra cuenta, pero no creo que esa opinión sea unánimemente compartida por el radicalismo.

—¿Cuál es para usted el concepto esencial de "legalidad"?
—Legalidad significa respeto por el régimen jurídico fundamental de la organización argentina, de acuerdo a su Constitución. Por supuesto, la defensa de la legalidad está consustanciada con el radicalismo. Por una parte supone la defensa del pueblo frente a cualquier posible acción desviada del gobierno; y por otra, la defensa del gobierno frente a cualquier interferencia que pretenda impedirle ejecutar los compromisos contraídos con el pueblo, o frente a cualquier intento de quiebra del orden constitucional.

—El gobierno ha derogado, hace pocos días, el estatuto de los partidos. Se ha dicho que el efecto buscado por la medida podría ser la desaparición de la incompatibilidad entre cargos oficiales y partidarios. En su opinión: ¿esta incompatibilidad debería ser mantenida por la legislación que sobrevenga?
—Para conocer cuál es el efecto buscado tendremos que esperar el nuevo proyecto. Uno de los objetivos puede ser el que usted señala. Creo que la incompatibilidad debe ser mantenida, entre otras cosas, porque no es posible seguir en la confusión entre la parte (el partido) y el todo (la Nación). Quiero apuntar algo más. Dentro del "escandalete" jurídico en que nos encontramos, esta "llamada ley" por su contenido debería haber sido derogada por el Congreso Nacional.

—A raíz del desarrollo del último plenario, y de la unanimidad que obtuvo la declaración formulada, hay quien se preguntó cuál era la profundidad de las diferencias entre el balbinismo y el MRC; me refiero a las diferencias en cuanto a actitudes políticas en el orden nacional.
—En el último plenario el MRC tuvo un éxito importante y significativo. El proyecto presentado por la mayoría se acercó mucho a la posición que siempre hemos sostenido. Creo que no había mayor interés en dar el debate. Además, se incorporaron casi todos los puntos sostenidos en nuestro proyecto. Hemos repetido hasta el cansancio que no nos interesa que el radicalismo practique una oposición más o menos dura, sino que exhiba con autenticidad su pensamiento, aplaudiendo los aciertos, criticando los errores y reclamando la corrección de cualquier deformación. Pensamos que cualquier estrategia de la UCR debe partir de la afirmación de sus propias condiciones, y que en ningún caso debe caer en oportunismo y, mucho menos, en "seguidismo". Debe desechar cualquier ambigüedad, de modo de no servir a la confusión. En este sentido no estamos conformes con la conducción partidaria. Por otra parte, hay que comprender que se trata de diferencias dentro de un mismo partido, cuya filosofía impone la obligación común de luchar por la dignidad del hombre libre, de modo que las discrepancias no pueden ser abismales. Nosotros —el MRC, y creo que está claro— constituimos el ala más progresista del radicalismo; buscamos para él el mismo espacio político que ocupaba en la época de Yrigoyen. Quizá por eso, los más derechistas, llegan hasta el punto de imputarnos desviación ideológica; aún han osado calificarnos de comunistas. Es claro que —debo decirlo— también los más exaltados de nuestros correligionarios les llaman a ellos conservadores. Cuando ingresé en el radicalismo el problema que teníamos era recuperar la intransigencia yrigoyenista. Para conseguirlo era necesario luchar contra los núcleos más conservadorizados, muchos de ellos integrados en un sector de la Capital Federal. Hoy, a treinta años de distancia, el problema sigue siendo el mismo; y los personajes, por lo general, también. No han tenido fuerza para imponer la línea del radicalismo, pero sí la han tenido para frenarlo en su arranque e impedirle perfilar con nitidez una actitud revolucionaria y reparadora. Nunca dan el debate. Difícilmente discuten. Pero siempre se les dan satisfacciones, en lo que se hace y en lo que se dice. Así consiguen "alisar", "achatar" el partido. El triunfo de la actual conducción significará su permanencia en un nivel de influencia cada vez mayor. Para cada uno de los afiliados del radicalismo su voto estará referido a una disyuntiva fundamental: el partido debe seguir como está, o debe cambiar.

—Hay un detalle final. En el último plenario, a pesar de haber votado la declaración conjunta, el MRC se abstuvo de ratificar lo actuado por la mesa directiva del Comité Nacional. ¿Por qué?
—Porque no está de acuerdo en muchos aspectos con lo actuado por la conducción del partido. Da la imagen de un radicalismo distraído... como si estuviera en liquidación. No se ha expedido oportuna y correctamente sobre ciertos acontecimientos importantes, y consciente o inconscientemente ha servido a la confusión de los argentinos. Con honestidad, creo que no existe una sola razón que justifique la permanencia en el futuro de la actual conducción partidaria.

—¿Cuáles son sus críticas a la estrategia nacional de la conducción?
—Hasta ahora, la estrategia seguida es errónea y pueril. Sostener que los conflictos que surgen se tratan sólo de problemas internos del peronismo, cruzarse de brazos permanentemente frente a muertes, persecuciones y complots dudosos, es pretender tapar el cielo con un arnero y lesionar la esencia del radicalismo, que tiene la obligación de luchar por la justicia y la libertad sin atender la ideología del perseguido. Restar importancia en la prédica a las desviaciones más graves e insistir en ataques a medidas secundarias es jugar a la oposición y con la oposición. Seguir hablando ingenuamente de pacificación, mientras uno tras otro se consuman los actos que nos conducen a una nueva frustración, es, lisa y llanamente, conspirar contra la pacificación de los argentinos.

F.L. (nota: estimo que se trataría del redactor Fernando Lascano, por sus iniciales)

PANORAMA, MARZO 7, 1974

Ir Arriba

 

Para Raúl Alfonsín, cabeza de la oposición interna en el radicalismo, el proceso político está signado por las pugnas dentro del oficialismo, donde el sector triunfante se caracteriza por la intención de concentrar el poder absoluto en manos de un grupo. El dirigente radical cree, también, que la estrategia de la conducción partidaria para afirmar la institucionalización es errónea y pueril.
Raúl Alfonsín

Raúl Alfonsín