Recordando a Sobral
De esto han pasado veinte y tantos años

Teniente Sobral
No se tenían noticias del explorador Nordenskjold, que partiera en 1901 a bordo del "Antartic" rumbo al Polo Sur. Los hielos guardaban celosamente su secreto. Con el explorador sueco había ido un oficial de nuestra marina, el alférez de navío José M. Sobral. Su suerte estaba unida a la de la expedición. Nuestro gobierno equipó la corbeta "Uruguay" para buscar en las tierras polares la huella de los desaparecidos. Al mando del comandante Irizar, partió de Buenos Aires el 10 de octubre de 1903. Dos meses después la corbeta "Uruguay" volvía triunfal trayendo los marinos del "Antartic", hundido entre hielos. Uno solo de los tripulantes había muerto, y su tumba quedó en las tierras de la isla de Seymur, junto a las tablas de la casa de Snow-hill, que sirviera de refugio a los náufragos durante quince meses.

Del drama polar, de esas noches interminables y claras que tienen al olvido en el fondo, el teniente Sobral personificó, para nosotros los argentinos, la leyenda del sacrificio y del esfuerzo científico, nunca bien retribuidos. Buenos Aires, que no había visto nunca nieve, acudió al puerto como si le trajeran toda la nieve del Polo. El héroe de la odisea, ese hombre que había sentido cuán extenso y sedante es el silencio blanco de las tierras polares, creyó enloquecerse de la estrepitosa recepción que se le hizo.

Diez remolcadores se adelantaron en los malecones a silbar su fama. Iban delante de la "Uruguay", como los chicos delante de la banda del batallón. Al borde de las escolleras rebalsó la ciudad, y cuando el teniente Sobral subió a un "landolet a la Doumont" que servía en ese entonces para llevar los huéspedes ilustres, el pueblo separó los caballos del coche y lo arrastró en triunfo "por entre una masa compacta y rostros sudorosos y gargantas roncas, afónicas ya de vivar", cuentan las crónicas.

El alférez de navío Sobral era casi un niño. La intemperie lo había ennoblecido; el viento, tostado con su crueldad, y pareció, por los contornos toscos que le devolvió la vida primitiva de dos años de condena polar, un hombre nórdico. Era un hombre más de la tripulación sueca del "Antartic" y no un atildado marino recién egresado de la Escuela Naval.

Fué uno de los grandes días de fiesta que conocimos y uno de los grandes triunfos que festejó la urbe que surgía, la capital de hoy. Caras y Caretas publicó 89 fotografías y una doble página de la recepción. Esto parece hoy mezquino tal vez, pero en ese entonces nuestro formato era apenas la cuarta parle del actual.

Es sobre esas fotografías que quisiéramos reconstruir el momento. Sólo aquellas que se tomaron en el Polo pueden parecer de hoy. Porque hay algo de cinematografía en el paisaje, en la catadura y en el traje de los aventureros. Pero las que se tomaron en Bue nos Aires en 1903 nos presentan a los hombres bajo el imperio de las galeritas negras, puestas un poco sobre la nuca para dejar ver el jopo en la frente. El saco era corto; algunos usaban chaqué cotidiano y cuadrado; todos pantalón a la francesa, cuellos altos. Las mujeres usaban polleras "campana", mangas "jamón" ; dos almohadones estrechos de pelo sobre la cara y, a caballo del rodete, un sombrero que parecía una tapa de hojaldra.

"La Prensa" ofreció sus departamentos a los expedicionarios y un gran banquete. El Jockey Club dio un banquete monstruo. Habló el doctor Cané. La sala estaba iluminada a gas. Las Damas de la Misericordia organizaron en el Pabellón de los Lagos una fiesta. El jefe de los talleres de Marina les dió otra cena y aprovechó para hablar. El Club del Progreso abrió sus salones. El alto comercio invitó a una recepción en el Pabellón de los Lagos, que estaba de moda. Pero la nota más simpática en el concepto de un colega, fué la entrega de una placa por las sociedades obreras de la Boca y Barracas. Fué una nota conmovedora. Añade: "A las cinco de la tarde llegaron a bordo de la corbeta, en perfecta formación, las sociedades "Turcos de Barracas", "Unión Obrera Española", "La Internacional", "Popular de la Educación", "Los Unidos de Barracas". "Centro Barraqueño", "Orfeón Gallego de Barracas". "Lucero del Alba", "La Constante", "La Unión Infantil", "Civilización y Barbarie". Esta última sociedad. condujo en un hermoso carruaje alegórico a varias niñas que representaban la Patria, la Libertad y Suecia." La emoción del cronista de entonces no puede ser imitada. La ofrezco en su original.

Sobral fué el héroe indiscutible de ese momento histórico de exaltación. El resto de la República ahogó bajo tarjetas postales al héroe, no pudiéndolo tener entre sus brazos. Sobral aquí... Sobral allá... En cada línea de los diarios de 1903 hay un Sobral. Un zapatero puso en la vidriera: "Ultima moda. Botines Sobral", y uno de los dichos de entonces que quería criticar a los que exageraban los términos de la ampulosa recepción al huérfano del Polo Sur, y que hoy se repite sin comprender su verdadero alcance, fué: "No me parece, Sobral, que los pingüinos sean suyos".

Sentado en el sofá de su casa, lo veo a Sobral al día siguiente de la llegada. Se le viene a visitar como a un monumento. Al lado suyo, en el sofá, un político conocido, de bigotes espesos y negros, escucha cejijunto. Más allá, en una silla cubierta por una funda de piqué blanco, como todo el mobiliario, un niño oye embelesado el cuento. Un compañero de escuela del teniente y un joven "que lo quería conocer", un poco en el extremo de la tertulia. A la izquierda de Sobral, no poco cansado de contar el mismo cuento, surge, entre la pared y dos sillas, un chico que tiene el alma aventurera. Más acá un pariente indiferente e insensible y acostumbrado al oficio de náufrago. A su lado, un hombre elegante mira satisfecho al hombre político, como si sólo ellos dos pudieran comprender de lo que se trata. Más acá, un chico en traje de brin del mismo tono que las fundas del sofá, y que se lo descubre por el negro de los botines elásticos, y al lado del padre del teniente Sobral, que parece decir entre sí: "¡Este José María!". mientras los ochos retratos de familia que hay en la sala han recobrado el oído y cruzan los brazos sobre el pecho.

¿ Qué resta hoy de aquella tertulia de dos días después del día del triunfo ?

Un hombre joven. Diez años en Suecia estudiando mineralogía lo han batido mejor y más resistente a la vejez. Ya creo que el director del servicio de Minas del ministerio de Agricultura, don José M. Sobral, no difiere mucho del teniente Sobral, demostrando una vez más que el hielo conserva bien, como lo dice la caricatura que reproducimos.

Revista Caras y Caretas
24.09.1927

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