Teatro de revistas, folklore porteño
EL ESPECTÁCULO QUE NUNCA MUERE
Dentro de algunas semanas, la deslumbrante Zulma
Faiad se convertirá en empresaria de "El
Nacional". Por cada una de sus actuaciones se
la favorecerá con un apetitoso 10 por ciento
de las recaudaciones netas del teatro. Es ésta
quizá una concluyente evidencia de que en
Buenos Aires no morirán nunca los teatros de
revistas. Aunque siempre ofrezcan lo mismo,
cada vez son más negocio. Es que continúan
siendo un baluarte de la noche porteña: allí,
los chicos de 18 años sacan patente de hombre.
Allí también, otros de pelo blanco y anteojos
gruesos, casi siempre al borde de los 60,
vuelven a vivir los floridos años de cuando
Corrientes era angosta; en tiempos en que
estos recintos sagrados de la picaresca tenían
sabor francés, un aire de secreta aventura y
un color atrevido de amor, sexo y champagne.
Con los años, tal vez lo único que se haya
perdido sea aquel sabor francés. ¿Y los demás
ingredientes?> ISABEL Y TITA Muchas
veces se ha tratado de descubrir un submundo
sórdido y oscuro tras los teatros de revistas.
La vedettes, en su mayoría muchachas del
interior, fueron consideradas poco menos que
aventureras. Esto no es cierto. —Ah. . . si
no fuera porque mamá viene a buscarme todas
las noches... La voz de Isabel Coello, del
Maipo, hace juego con su cuerpo. Tiene 21
años; es morocha, robusta pero ágil. Su mayor
ambición consiste en llegar a ser una Nélida
Roca. Mientras tanto, sin embargo, debe
soportar el asedio de una numerosa troupe de
fanáticos que a la salida del espectáculo la
ofrendan con molestas insinuaciones o
deslucidos piropos. "Es la peor parte del
trabajo —se queja Isabel—: los hombres nos
consideran deshonestas. Mamá lo sabe y me
protege. Ellos no se dan cuenta que cumplo 8
horas de una jornada extenuante: me visto y me
desvisto 10 veces por noche, bailo, canto,
hablo y grito por sólo 30.000 pesos
mensuales." —No sólo eso tenemos que
soportar. Además estamos sometidas a un
régimen disciplinario de cárcel. Si nos
olvidamos un aro recibimos una multa y cosas
por el estilo... Si llegamos 5 minutos tarde a
un ensayo, nos amonestan como a colegialas...
La que habla es Tita, también del Maipo. Pero,
pese a lo que dicen, no harían otra cosa. La
posibilidad de llegar a ser "diosas del sexo"
e imán de la masculinidad, las mantiene
constantes arriba del escenario. Pero "llegar"
es tan difícil como cambiar de actividad.
Hilda Mayo, Zulma Faiad, Nélida Roca, Susana
Brunetti y unas pocas vedettes más son
absolutamente inconmovibles. Han creado un
imperio y se han introducido en el gusto del
público de manera definitiva. A su alrededor
todos son súbditos: utileros, maquinistas,
bomberos aburridos, "la mamá" —una señora
encargada de los vestuarios que cela de los
hombres—, muchachas semidesnudas y jovencitos
somnolientos... Toda una furiosa maquinaria
cuyo montaje cuesta, por cada espectáculo,
entre 5 y 10 millones de pesos. En los teatros
de revistas no importa demasiado la calidad
artística. Los éxitos residen en el gran
despliegue visual donde no se escatiman
gastos: se usan vestidos de hasta 800.000
pesos y los decorados no bajan nunca del
millón. Tal vez este lujo y este descomunal
montaje de colores fue lo que atrapó a Zulma
Faiad. "Nunca hubiera hecho revista —dice— si
hubiera tenido que comenzar en el coro. Ahora
tengo muchas satisfacciones: ¡le gusto más a
las mujeres que a los hombres!" Nada tonta, y
agazapada detrás de sus mohines, Zulma
explica: "Eso se debe a mi imagen de niña
sexy." Susana Brunetti, en cambio, comenzó
en el coro. Reporteada en su camarín, mientras
su secretario privado, Pepe Guzmán, un chileno
de delicada voz, le embadurnaba el cuerpo con
una esponja, dijo: "No quiero ser actriz.
Prefiero el teatro revisteril. Gano bien y
tengo éxito porque soy la vedette más vestida
de la revista... aunque sea la más desnuda de
la televisión..." Acostumbradas ya a explicar
inteligentemente su fascinante y extraño
mundo, las vedettes siguen acaparando el gusto
de muchos; y nuestras revistas, como una
especie de Lido parisiense, son el paso
obligado de cuanto turista —del extranjero o
del interior— se quieta emborrachar con la
noche porteña. Revista Siete Días
Ilustrados 04/07/1967
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