TITA MERELLO ENCARNARA EN PANTALLA LA VIDA DE UN MITO POPULAR
LA MADRE MARIA Y CIERTOS TRISTES RECUERDOS
La celebrada actriz y cantante porteña regresa a los sets dirigida por quien también lo hiciera en algunos de sus más conocidos éxitos: Lucas Demare. Frente a Siete Días, la diva habló del personaje, de la videncia, de sus propios recuerdos, de la soledad, la
vida y la muerte

Tita Merello

Hace dos semanas diversos medios periodísticos anunciaron —aunque en espacios reducidos— que el cineasta Lucas Demare llevaría a la pantalla un personaje de ribetes insólitos, de hondo arraigo en vastos sectores populares: la santona Madre María. Las noticias daban cuenta, además, de que el principal rol protagónico estaría a cargo de la sempiterna Tita Merello, quien retornaría así, cerrando un paréntesis de años, a los estudios cinematográficos.
La eventualidad dio paso a la búsqueda de un reportaje con la diva, que se logró tras fatigosas peripecias: no es novedad el poco agrado que siente TM por las requisitorias periodísticas. Extrovertida en su intimidad, a veces desdeñosa y contradictoria, vive recluida en una suerte de bunker (en un séptimo piso de Rodríguez Peña al 1000), abroquelada en sus recuerdos, muy cerca de su altar doméstico —plagado de imágenes religiosas—, de las interminables cartas que recibe y custodiada por su perro Corbata. Casi septuagenaria, parece transitar una mezcla permanente de dudas, dolor, fervorosa solidaridad y un leve desparpajo, imagen que le permitió una reaparición artística -cuando muchos consideraban que ya no resistiría el desafío del público— con singular suceso, en el teatro Astros, como una prolongación de la media centuria desandada por la revista, el tango, el teatro, el cine, la radio y la televisión. Egocéntrica y moralista, tierna y agresiva. Tita Merello asume una curiosa dimensión, en la que se confunden innumerables adjetivos, una personalidad avasalladora y una permanente sensación de desasosiego. Un verdadero universo que, la semana pasada, abrió sus puertas a un redactor de Siete Días para enhebrar un diálogo que trascendió los límites de su próxima interpretación de la Madre María. La que sigue es una síntesis de esa conversación.
—¿Qué sabe usted de la Madre María?
—Nada. Lo mismo que sabés vos, supongo. Sé que fue una mujer muy discutida, como toda la gente que hizo algo.
—Demare la dirigió a usted en tres películas que fueron suceso: Los isleros, Guacho y Mercado de Abasto. ¿Esta circunstancia la determinó para aceptar este papel?
—Bueno, yo confío plenamente en Lucas Demare. A mí me seduce este encuentro después de tantísimos años. Y me obliga a tener una gran confianza en él. Claro que por ahora sólo estoy buscando datos de la Madre María. No alcanzo a imaginarla; por eso estoy buscando fotos, leyendo libros en fin. . . Esa mujer fue una santa ¿Y sabes lo que dijo Demare por televisión? "Tita es la Madre María"
—¿Cuáles serían, entonces. elementos comunes entre su vida y la de ella''
—La forma de vivir, fundamentalmente. Todo el aspecto humano. El parecido está en el haber pasado la vida haciendo el bien cuando se puede.
—En su libro, La calle y yo, usted hace un racconto de su vida. Pero acaso su anecdotario sea diferente del que vivió la Madre María. ..
—¡Pero querido, eso no quita que mis sentimientos se hayan ensuciado! No quita que mi mente se haya podrido un poco, que se haya contaminado por la lucha. Yo he visto cosas muy sucias, ¿eh? Y mi mente se lastimó bastante. Te digo más: si yo vuelvo al cine es porque me lo pidió Demare y porque se trata de la Madre María. Si no, no aceptaba. Además, cosa extraña, la vida teje ciertos acontecimientos: yo tengo una estampa de la Madre María. Había leído algunas cosas de ella, tengo una medalla. . . Y cuando era muy chica conocí a una señora que se llamaba Doña Paca, que hacía el bien. No sé qué relación puede tener, pero es curioso. Yo no creo en el curanderismo, pero si en hacer el bien.
—¿Y en qué se diferencia hacer el bien del curanderismo?
—Es detenerse en alguien que te quiere contar algo. Es tratar de comprender la neurosis en que vive cada ser humano, porque cada uno de nosotros es un neurótico. Claro, queda feo que yo hable de mí, pero desde hace un tiempo yo voy todos los días a llevarle comida a una señora que no sabe quién soy. Está mal de la cabeza, y precisamente porque no sabe quién soy es que voy a verla.
—En la revista Nocturno usted tiene una columna desde la cual aconseja a los lectores que le envían cartas confiándole diversos problemas. Sus consejos suelen ser duros y henchidos de conceptos morales...
—Es que a mí no me dieron una línea moral. Yo no tuve moral en absoluto. Y la que tengo la prendí con alfileres. Yo soy muy creyente, y eso me ayudó. Claro que fe confieso que mucha gente en la que creí me defraudó enormemente. Como yo habré defraudado a muchos, ¿no? Yo creo que en la amistad, en el amor y en esos sentimientos, hay un gran porcentaje de interés personal. Por otra parte, a mí nadie me aconsejó nada; yo fumaba como un carrero y nadie me dijo "No fumés, Tita". Y un día compré un paquete y lo deshice con bronca, diciéndome que no podía ser que los cigarrillos tuvieran más fuerza que yo. Simplemente, pensé que tenía que vivir de mi garganta, de mis bronquios. Y no fumé nunca más. Es decir: yo me fui apuntalando como pude, pero no soy yo.
—¿Y qué es?
—Un poco un resultado de alguna cosa, de alguna fuerza superior. Yo vivo en esta casa con una señora que viene tres veces por semana y con la cual me siento a tomar el té; y siento que nos tenemos una gran ternura mutua. Y que yo la necesito a ella. Porque yo soy una hambrienta de amor, una hambrienta, pero a causa de mi soledad, por mi lucha un poco estéril. Yo estoy tremendamente sola. Y me pesan demasiado mis frustraciones. Se dirá que tuve mucho éxito, sí; pero el éxito es un enemigo permanente. A veces, ese enemigo crea enconos porque algún familiar muy pobre ve que uno no es tan pobre, y entonces se vuelve resentido. Y no piensa que mientras los parientes duermen, uno no duerme. Y que mientras los demás comen, uno no puede comer. Así que si yo junté una cierta cantidad de pesos, o si tengo esta casa llena de plata, nadie me la regaló, sino que yo me la fui a ganar. Por eso te digo: cuando una mujer es fea, cuando ya no es joven y no es la Begum... bueno, también se tienen enemigos.
—¿Qué cree que le puede aportar usted al personaje de la Madre María? ¿Y, al mismo tiempo, qué espera de ese papel?
—Bueno, de novedoso no le voy a dar nada. Ahora, hacer a la Madre María me puede ayudar a volcar en el cine, a dejar fotografiado, lo que yo he hecho sin darme cuenta. Yo creo mucho en el destino.
—¿Alguna vez vio usted a un vidente, o un parapsicólogo, o un curandero?
—Bueno, ahora todos se dicen videntes. Inclusive hay quien afirma que yo lo soy. Y lo que pase es que tengo premoniciones. A mí, cuando un tipo no me gusta, a la larga se me confirma la desconfianza por algo que hace o dice. Cuando yo desconfío o tengo dudas, mi intuición no me falla, ¿eh? Pero la macana es que sirvo para los demás, y no para mí. Yo soy optimista para los otros, no para mí. Fijate que hace unos días fui a un canal ¡para un reportaje y estaban todos decaídos por ese decreto por el cual las emisoras de TV fueron intervenidas; estaban todos con cara de velorio, y yo les dije que se dejaran de embromar, que había que tomar champán. Y entonces, alguien dijo: "Che, lo dijo la Merello, que es vidente..." Es decir, yo sirvo para darle optimismo a la gente, para darle fuerza, ¿no?
—¿Y en lo personal? ¿Cómo se concilia ese optimismo hacia los terceros con el escepticismo para consigo misma?
—Ah, querido, yo soy una escéptica total. Soy pesimista, melancólica, depresiva. Haber ganado dinero no me sirvió para nada.
—¿Ya cerca de los 70, no está sintiendo la falta de un compañero?
—No sé, lo que me falta es apoyo. Alguien que me aliente.
—Volviendo a la Madre María, ¿usted sabe que ella curaba con agua fría y métodos por el estilo?
—Claro. Y se sigue curando así. Si vos tenés una inflamación de barriga, lo que hay que hacer es ponerse una toalla mojada —de esas peludas— sobre el bajo vientre. Encima se pone otra toalla seca, grande. Y así se duerme toda la noche. Bueno, al día siguiente estás fenómeno. Pero eso no lo inventó la Madre María. Hay muchos libros, algunos de los cuales yo debo tenerlos, sobre la cura por el agua, o por el ayuno.
—¿Usted lee muchos de esos libros?
—Algunos, algunos. Igual que libros sobre las fuerzas de uno mismo, sobre las fuerzas mentales. Y los tengo marcados, inclusive. Hay que darle valor al pensamiento.
—¿Qué otras cosas lee?
—Mirá, empecé a leer Mi hermana Evita, de Erminda Duarte. Y a las cuatro páginas me conmoví tanto que me fui a una iglesia a rezarle un rosario. Yo rezo mucho por los demás, desde que empecé a darme cuenta de que la oración Mega. Como llega la envidia y llega el chisme, sólo que en lugar de ubicarme en la parte negativa, me pasé a lo positivo. Yo me considero un buen ser humano... ¿Querés que te diga cómo soy yo?
—Bueno.
—Muy nerviosa, muy impulsiva. Una mujer gastada, cansada, agresiva cuando me agreden. Pero esto último es una actitud de defensa; sobre todo, soy una mujer muerta de miedo. Vivo demasiado atada a mis tristezas, a mis recuerdos, y todo lo que me ha pasado. Yo vivo mirando para atrás, m'hijo.
—¿Cuales son los recuerdos que más le duelen?
—La ingratitud de muchos, de tantos a los que ayudé. Me duele el olvido. Y, claro, me duele mi juventud, que la pasé a puros golpes, en la calle, conociendo gente despiadada. ¡Ay!, si yo tuviera que contar todos mis recuerdos, el país entero se pone a llorar.
—¿Qué piensa cuando se mira a si misma?
—¡Me tengo piedad! Yo soy más indefensa que Corbata.
—¿Qué espera del futuro?
—Nada. Morirme. Morirme con gloria, acaso. Pienso que quizá sea la única vez que Tita Merello no va a estar tan sola. Ya no me interesa vivir, te darás cuenta.
—¿Nunca se psicoanalizó?
—No, para qué. Cada noche yo le pido a Dios que me haga fuerte para no tener miedo de morirme. Espero a la muerte como a una liberación. Es que mi vida, mi niñez, mi adolescencia, fueron tremendas. De una pobreza espantosa. Yo llegué al cine y al teatro por unas palabras que me ofendieron: alguien dijo: Me voy a tener que desaprender de los caballos o de las queridas. Entonces yo le respondí: "Desprendete de mí, porque mañana yo me voy". Y me fui a ofrecer a un teatro bataclán de la calle 25 de Mayo, ganando 290 pesos por mes. Y ahí empecé ...
—¿Y cómo fue su acceso al éxito?
—No sé, no me di cuenta. Fui escalonando cosas, pero nada me resultó fácil. Además, yo era muy inconsciente y nunca fui trepadora. No me propuse hacer nada. Las cosas me tomaren de sorpresa.
—¿Qué significó el amor en su vida?
—¿El amor? No sé si fue importante. Ya te dije que yo pienso que el amor es un estado de interés. Yo quise mucho una vez, quise muchísimo. Y creo que fui querida, realmente. Lo que pasa es que uno, cuando quiere, no ve los defectos del otro; los ve después, al cabo de los años.
—¿Cuando usted dice que mira hacia atrás, se refiere a este tipo de recuerdos?
—Sí, eso es lo que me tiene lastimada. Si yo pudiera bajar la cortina a todo lo que me pasó, sería, un ser extraordinario.
—Usted suele fustigar la deslealtad y las relaciones prematrimoniales sobre todo. ¿Puede pensarse que, para usted, eso es imperdonable?
—Y sí, porque a mí me suelen llegar cartas de mujeres que me dicen que tienen un hijo siendo solteras, que están orgullosas y todo eso. Yo le contesto: "Bueno, pero usted va a seguir su vida, va a seguir buscando amores, va a tener otro hijo, y algún día su hijo le va a preguntar quién es su papá. Y ni usted lo sabe". Yo no entiendo esas cosas.
—¿Cree que la mujer debe llegar virgen al matrimonio?
—La palabra virgen tampoco me gusta. Creo que el hombre y la mujer deben tener exquisitez y dignidad. Mirá, te voy a contar una cosa y después no me preguntés más nada: cuando yo voy a una iglesia y veo entrar a una novia de blanco, del brazo de su padre, yo me largo a llorar... ¿Por qué? No lo sé. Yo no hice la comunión vestida de blanco; la hice en un asilo. No me casé, por supuesto. De modo que de los tres trajes blancos que debe tener una mujer, el único que me van a poner a mí es la mortaja. De ese último no me escapo, te aseguro. No sé, yo debo ser una mujer muy equivocada; no hay que vivir como vivo yo. Y no es que tenga resentimiento; lo que tengo es mucho dolor y mucha tristeza.
revista Siete Días Ilustrados
19.11.1973

 

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