Tita
se dice de mi...
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"Decime, Tito: vos no sos exclusivo de ningún canal, ¿no es cierto? ¡Gracias a Dios! Por eso estás acá." Cuando el pasado domingo 17, Tita Merello se confundió en un abrazo con Tito Lusiardo —registrado por las cámaras de Canal 13 en los salones del Alvear Palace Hotel, en Buenos Aires—, no pudo menos que manifestar su desazón por la ausencia de colegas célebres en el homenaje tributado a sus 50 años consecutivos de actuación. No se sabe si la ausencia de las figuras que Tita esperaba ese día obedeció a las razones que adujo en cámara (concurrieron, entre otros, Roberto Galán, Canal 11; Alejandro Mancini, Canal 7) o a otros motivos. Lo cierto es que la sexagenaria diva tuvo su fiesta, un homenaje que esa trayectoria inusual (medio siglo de tránsito cinematográfico, teatral y tanguero) merecía. La protagonista de Arrabalera, Tango, La fuga, Los Isleros —hitos de la cinematografía clásica argentina— vuelve, una vez más, a enronquecer los micrófonos televisivos, a desgañitar sus viejas mañas, su fabulosa capacidad histriónica: en Charlando de todo con Tita (programa que difunde Canal 13) trata de sintetizar —como si ella misma se rindiera pleitesía— todo lo que hizo durante su vida: pasos de comedia, burlescos, consejería sentimental. Pero esa imagen —la que ella se empecina en mostrar actualmente por televisión— ¿corresponde a la auténtica Tita Merello, una mujer de pasado tumultuoso, novelesco, con tanta vida sobre sus espaldas que muchos se atreven a atribuirle las historias más excitantes y sórdidas? La Tita que el público reconoce es levemente distinta: rápida, irónica, experimentada; la misma que alguna vez fue reina del bataclán, logrando enmudecer al "paraíso": "Me sentía segura en el escenario. Era mal educada con el público. Una mujer de pueblo que dice malas palabras cuando no pesan. Y gustaba". De vedette maleva que cantaba tangos en el teatro Porteño (actividad que se prolongó de 1920 a 1930), la Merello se trasformó en actriz teatral; luego, el cine sucumbió a sus iras. Hoy, su paso por la revista, el sainete, el cine y el teatro, es memoria, un recuerdo cálido y confuso que la diva prefirió soslayar ante SIETE DIAS para hablar un poco más de sí misma, de su obcecada permanencia en las marquesinas de la fama.

—Después de cincuenta años de trabajo, usted se convirtió en una de las actrices más populares de la Argentina. ¿A qué lo atribuye?
—No sé. Es un misterio.
—Explíquelo.
—Yo no puse en mi trabajo más que otra gente. Pienso que es una intuición que no le falla nunca al pueblo; el público me elige porque posiblemente se siente identificado conmigo y, además, porque me sabe auténtica.
—Usted tiene fama de ser una mujer violenta. ¿Es irascible sólo para ocultar su ternura?
—¡No sea diplomático, che! Yo soy violenta; me pongo violenta cuando el que está frente a mí no quiere entender que hay una razón de fuerza mayor para que no pueda hacer lo que él quiere.
—¿Por qué vive sola? ¿Está sola?
—No, en absoluto. Vivo sola por comodidad. No tengo que aguantar a nadie. Además, ya tengo edad para vivir sola.
—Hay una contradicción entre lo que dice y lo que hace. Siempre afirma que quiere mucho a la gente. ¿Cómo entonces puede vivir sin gente a su lado?
—No sabe lo difícil que es encontrar la otra mitad que sea exactamente igual a uno. La gente vive soportándose y aguantándose; prefiero mi soledad plácida y auténtica, y no una mistificación de dos personas que se están tolerando.
—¿Alguna vez estuvo realmente enamorada?
—¡Claro! ¡Cómo no!
—¿De quién?
—No lo puedo decir. Además, el país lo sabe.
—El país supone que estuvo enamorada de Luis Sandrini.
—Yo no puedo ni debo nombrarlo. Las mujeres viven del pasado. Los hombres, del futuro.
—¿Por qué es tan desconfiada?
—Intuyo cuándo me están engañando.
—La gente afirma que usted es muy rencorosa.
—Rencorosa es una mujer que no pasó al frente, una mujer postergada, incomprendida. En cambio, yo me considero una triunfadora, una mujer lograda.
—¿Por qué siempre habla de su origen humilde y afirma que tuvo que pagar un alto precio para triunfar?
—No soy yo quien lo recuerda sino los periodistas. No hay personalidad que llegue a la Argentina sin que los diarios hablen de su origen humilde, etcétera, etcétera . . .
—Pero usted habla de tal manera sobre las penurias que pasó para triunfar que mucha gente se siente culpable por eso.
—Usted está loco. Está loco o es muy joven. Yo cuento mi pasado con orgullo, sin tapujos. No soy como muchos que tratan de pasarle la goma a su infancia.
—Usted se ufana en repetir que todo tiene un precio en la vida. ¿Cuál fue el precio que usted pagó para vivir?
—La difamación. Muchas veces me difamaron. Por ejemplo, cuando en una época me adjudicaron el negociado del té. Ese es el precio de la popularidad.
—Sin embargo, el balance de sus cincuenta años de trabajo no ha sido muy desfavorable que digamos.
—A mí me fue muy bien. ¿No le digo que estoy orgullosa de mí, que no puedo ser una resentida? ... Tengo alhajas que no uso porque hace mucho tiempo que dejé de usarlas. Desde el día que tomé conciencia de que hay hambre en el mundo, no me puedo poner un solitario, para que usted no me lo vea ni me retraten con él. Uso sólo dos anillitos que me regaló y dedicó mi madre.
—¿Por qué es tan demagoga?
—Si yo no hiciera demagogia, posiblemente usted no me estaría haciendo este reportaje.
—Hay actrices que no apelan a ningún ardid para sobresalir.
—Hay actrices que no pasan nunca al frente. Me refiero a la gente de mi edad, la gente vieja. La vejez no viene nunca sola, viene taimada ...
—Por lo que trabaja, usted no es tan vieja. Es intemporal.
—Eso lo dice usted. Yo dejo que todo lo lindo lo diga usted. Lo que quiero es que deje aclarado que no soy una resentida. Ni amarga, ni fría, ni demagógica. Yo soy ese tipo de mujer que comparte una torta con todos.
—Entonces no es tan ahorrativa como se dice.
—En absoluto. Si usted conociera mi trayectoria sabría que tengo una enorme cantidad de correspondencia que certifica mi generosidad. Y eso sí lo digo fuerte. Y que venga alguien a demostrarme lo contrario. Yo soy la mujer que más donaciones hace. Pregunte a la Casa Cuna o en ACHON, en la Escuela Laferrere, donde hay un aula que yo he mandado construir. Pregunte en el Hospital de Psiquiatría o en el de niños quién es la actriz que está siempre presente.
—¿A qué le tiene miedo?
—A la traición solapada, a la mezquindad.
—¿Cuál es su mayor defecto?
—Querer parecer inteligente. Siempre me obligaron a eso. Decían que lo era y me reventaron con eso, porque yo no soy inteligente.
—¿Nunca nadie le propuso casamiento?
—No.
—¿Por qué es tan impenetrable?
—¡Está loco! ¿Yo impenetrable? ¿Qué quiere que le diga? ¿Qué color de combinación tengo? ...
—¿Hacemos un resumen de los cincuenta años de actriz que acaba de cumplir?
—Haga.
—Es necesario "su" balance.
—Si fuera jugadora de póquer, o de ruleta, le diría que he tenido buenas y malas rachas: una infancia tremendamente pobre, una juventud ignorada, veinte años que pasaron sin darme cuenta de lo que valen. Recién ahora sé que una vez tuve veinte años. Cuando los tuve no lo sabía. Y este final, este ocaso de mi vida, maravillosamente plácido, tiene una paz espiritual muy intensa.
—Usted se refiere solamente a dos paréntesis: el de apertura y el que llama cierre de su vida. Pero ¿qué hubo en el medio?
—Un salpicón: hubo de todo. Bueno, malo, triste, agradable, inconsciencia, pureza, impureza; pero siempre, siempre, lo juro por Dios, hubo en mí un fondo tremendo de ingenuidad. Siempre hubo dentro de mí una chica que quedó escondida. Esa es Tita Merello.

Revista Siete Días Ilustrados
01.06.1970

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Tita Merello
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