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La oposición aguarda

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El domingo 23, casi la cuarta parte del electorado nacional votó al radicalismo. En contra de malos pronósticos y peores presagios, el partido que nació poco después de las sangrientas jornadas cívico militares del 26 de julio de 1890 revertió la tendencia descendente de sus propias estadísticas y mejoró en más de tres puntos su porcentaje electoral, a pesar de haber afrontado da más amplia conjunción de circunstancias adversas de su historia política.
Desde que las Fuerzas Armadas iniciaron su experimento autoritario, el 28 de junio de 1966, la UCR clausuró, con lentitud pero con empecinamiento, la más notoria y distintiva de sus facetas coyunturales: el antiperonismo sistemático. Por supuesto, este proceso que el propio radicalismo llamó más tarde la "superación de las antinomias" tuvo precursores, secretas gestiones, conversaciones largas, gestores por compromiso, agentes entusiastas, opositores caprichosos y negativas irremediables. Fue, a la vez, interno y externo.
Pero la nueva postura radical se tornó irreversible durante las jornadas de la Hora del Pueblo, y sobre todo cuando los partidos y movimientos de la agrupación electoralista suscribieron los puntos de coincidencia. De allí en adelante, Ricardo Balbín echó a andar por una cuesta penosa: sobrellevar el costo y los riesgos de un trabajo que disgustaba a muchos radicales y desalentaba a los electores antiperonistas.
Con cierto aire de ufano sacrificio, los dirigentes allegados a la conducción nacional de la UCR pronto encontraron cómo designar la actitud de su partido: para ellos, la UCR se había convertido en el "reaseguro democrático del justicialismo". Aseveraban que frente al ánimo angustiado de algunos sectores castrenses, la presencia radical obraba como fuerte garantía, disipando sospechas y allanando el camino electoral. A menos de un año de distancia, la tesis puede parecer absurda: pero esto fue en la época nada distante en que el idioma oficial advertía tenebrosamente sobre la imposibilidad de un "salto al vacío".
Fue claro desde el principio que la UCR debía apoyar un proceso electoral a cualquier precio. Sin ahondar explicaciones, obviando cualquier juego de situaciones y factores, por origen, historia, vocación y constitución orgánica, el radicalismo no podía —ni podrá— soportar la vigencia de un régimen que no sea democrático y representativo. En síntesis: de nada sirve una estructura partidaria sin elecciones regulares. El partido radical actuó por impulsos auténticos. También por auténtica necesidad. Pero actuó.
El 11 de marzo de 1973 la UCR llegó a las urnas después de una campaña aséptica. Lejos de intentar convertirse en la opción antiperonista, Balbín sólo predicó el apaciguamiento y los postulados de la plataforma electoral. En pleno verano, el caudillo radical vio a su partido entre dos fuegos. Desde Madrid, Juan Perón susurraba que existía cierto acuerdo. Al mismo tiempo, el llano electoral de la Argentina se había poblado de alianzas y partidos que esperaban capitalizar el voto antiperonista. Entre ellos, el federalismo neoconservador de Francisco Manrique llevaba la voz cantante, y Oscar Alende, acompañado por el comunismo ortodoxo, cortaba cualquier posibilidad de apoyo de la izquierda convencional. Por supuesto, los resultados fueron magros: el radicalismo obtuvo el 21,29 por ciento de los sufragios válidos emitidos.
Ante lo reducido del pronunciamiento electoral, Raúl Alfonsín reclamó la inmediata reorganización del partido. El Comité Nacional hizo oídos sordos a la proclama del Movimiento de Renovación y Cambio (MRC). El 15 de abril, Fernando De la Rúa, un independiente casi desconocido, triunfó en el ballotage capitalino; la segunda vuelta también trajo la derrota en Córdoba de Víctor Martínez, que se mantenía en estrecho contacto con el alfonsinismo. Directa e indirectamente, Balbín vio reforzada su conducción.
Luego, los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Perón y el caudillo radical se entrevistaron el 24 da junio y el 31 de julio. Entre ambas conversaciones una posibilidad creció abruptamente en un campo informativo fermentado: la fórmula compartida, el partido nacional. A pesar de las desmentidas de Balbín, los rumores y sospechas duraron hasta la madrugada del 12 de agosto. Ese día, la convención nacional eligió la fórmula partidaria, completándola con la sorpresiva designación de Fernando De la Rúa para el segundo término. El alfonsinismo se abstuvo a lo largo de todo este proceso. Pero la nominación de De la Rúa había contribuido a calmar los ardores del confluencismo: un cúmulo de dirigentes que entendió ver, quizá sin demasiada prudencia, la solución partidaria en una eventual perspectiva de unión con el justicialismo.
La última campaña electoral y sus resultados son historia reciente. Los cómputos de la Capital Federal han sido mejores para el radicalismo que los del 11 de marzo. Nuevamente la UCR cordobesa ha sufrido un contraste. De alguna manera, la tesis alfonsinista no ha sido convalidada por los hechos. Los 120 mil votos de izquierda que aumentaron el caudal del PST es dudoso que alguna vez hubieran acompañado al radicalismo. Los sectores de izquierda del peronismo no demostraron, en ningún momento, que pensaran apoyar con sus votos a otro que no fuera Perón. Balbín ha asegurado, sin dejar lugar a dudas, que no conducirá al partido después que finalice su período, en mayo de 1974. Alfonsín se prepara para buscar el triunfo en la lucha interna. A estas horas, una estimación cautelosa indica que los resultados de la elección fortalecieron la posición de Balbín, y que éste bien podría dejar una fórmula de conciliación como herencia; en apoyo de esta tesis debe computarse que varios dirigentes del partido podrían estar dispuestos a mediar en la tarea. El mismo De la Rúa, por ejemplo, mantiene cordiales contactos con hombres del MRC, aunque se estima que hay escasísimas probabilidades de que el senador por la Capital acceda a entrar en cualquier clase de competencia interna.
Ahora, la UCR se apresta a desempeñar su papel opositor. Ningún indicio permite suponer que la critica se torne sistemática. Nada permite inferir, tampoco, que el radicalismo acceda a colaborar con el gobierno en un futuro gabinete. El antiperonismo ha terminado, y la UCR esperará que en marzo de 1977 se opere la recomposición de las fuerzas políticas de la Argentina. Entre tanto, sólo aguarda ser la oposición constructiva de un régimen democrático.
Revista Panorama
27-09-1973

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