Al Pacino
De dónde viene y adonde va
   

El anuncio no es todavía oficial, pero alimenta la curiosidad acerca del notable actor que Pacino demostró ser en el film de Francis Ford Coppola (que, entre paréntesis, ha batido todos los records de recaudación en la historia del cine, con un ingreso de 81 millones y medio de dólares en diez meses de exhibición mundial, batiendo a 'Lo que el viento se llevó', con 77 millones de dólares a lo largo de 33 años). Pacino es el astro alrededor del cual la Paramount esperaba, hasta hace poco, edificar una secuencia del éxito de El Padrino. Al podría perfectamente estar
encargando un juego de motocicletas con su monograma y saboreando una copa de coñac Napoleón, mientras una manicura le pule las uñas. En cambio, ha salido de Nueva York para interpretar, con la Theatre Company de Boston, una pieza titulada The Basic Training of Pavlo Hummel ("El entrenamiento básico de Pavlo Hummel").
Los rumores aseguran que Pacino hace esto porque la TCB está con problemas y él quiere ayudarla. ¿Gesto romántico? ¿Una aventura seria? No hay manera de averiguarlo sin ir a verlo. Y no es fácil verlo, ni aun cuando uno se costee hasta Massachusetts. En el hotel se entrega al viajero un folleto, donde dice que Pavlo se representa en un teatrito de la población de Cambridge; pero si se llama al número que ahí figura, una cinta grabada informa que el teléfono ha sido desconectado "a pedido del cliente". Bajo la sospecha creciente de que Greta Garbo es la encargada de publicidad, se descubre que la pieza se da en una pequeña sala de la propia Boston, más allá de un baldío a espaldas del Shubert Theatre. Y cuando se telefonea a esa sala, la persona que contesta no sabe si a lo sumo habrá una función el domingo por la noche.

LO MEJOR EN AÑOS. Más tarde, Pacino se ríe de estas andanzas: "Si usted quiere ver esa obra, no puede. Así es la Theatre Company de Boston". Sin embargo, los que insisten en verla se ven ampliamente recompensados, y el más gratificado parece ser el propio Al, que le agradece a TCB haberle dado "el papel de mi vida, lo mejor que me ha pasado en muchos años". Al verlo actuar en Boston se tiene una idea de la dimensión del actor con que Hollywood cuenta. Quizá Michael Corleone fue una suerte de refinamiento de casi todos los papeles previos de Al, con los mismos ojos viperinos y la misma sombra de amenaza, más una dosis de atracción sexual. Pero entre el calculado Michael y el ansioso Pavlo, incapaz de manejar adecuadamente un revólver, se abre un abismo que sólo un virtuoso pudo haber franqueado tan limpiamente.
Es más fácil aceptar a Pacino como virtuoso que como galán de moda, cuando se lo ve en ese escenario, embutido en unos pantalones tres veces más grandes de su medida, planeando cómo progresar en la Infantería. Y también duele verlo en ese escenario, en una lluviosa noche de domingo, haciendo reír y llorar a no más de 85 espectadores. "Estoy haciendo lo que realmente me gusta —asegura él—, es decir, ser un actor." ¿Tiene sentido actuar para 85 personas, cuando con la misma —o menor— energía empleada en un film llegaría a millones? A él le parece que tiene mucho sentido: "La médula del arte del actor, su verdadera expresión, está en el teatro".
No le está dando la espalda al cine, le gustaría hacer ambas cosas. Lo que no le gustaría es repetirse. Por eso no tiene ninguna gana de volver a interpretar a Michael Corleone: "Ya lo hice. ¿A donde lleva un personaje semejante? Únicamente que se lo haga de viejo. Me encantaría interpretarlo de viejo. Miraré el guión, claro, cuando me lo muestren, pero no creo que lo haga. Claro que significa un montón de plata, pero a mi nunca me preocupó la plata. He hecho una cantidad de cosas en mi vida por plata, menos actuar".
Mientras las últimas noticias señalan que Paramount hará la segunda parte de El padrino con prescindencia de Pacino y centrándola en el ascenso de Don Vito (otra vez Marlon Brando) a capo mafioso, en sus años juveniles, conviene saber que Al no cobró más que 35 mil dólares por su labor en el film de Coppola, y encima tuvo que incluir en el trato su desvinculación de otro film de pistoleros.
Ocurre que Paramount no creía, al comienzo, que Coppola supiera lo que estaba haciendo con 'El padrino', y frunció la nariz cuando el director eligió a Pacino en lugar de astros de probada atracción, como Warren Beatty o Jack Nicholson. Y esta falta de entusiasmo por la elección se le hizo patente a Al desde el primer día de filmación. "Nunca me sentí querido, siempre sentí que tenia que ganarme mi lugar a los ojos de esa gente. Y yo no soy la clase de persona que sabe ganarse a la gente, jamás pude hacerlo, nunca me dio resultado. Yo iba ahí todos los días y sabía que a mis espaldas comentaban: ¿Quién lo conoce a este tipo? ¿A éste 'e han dado el papel de Michael? Yo tenía un plan para el papel, una lenta, sutil transición. Pero como filmábamos sin orden cronológico, debía saber dónde estaba parado, en cada milímetro del camino. Me levantaba temprano, pensando en lo que me tocaba hacer ese día; y por la noche, cuando los productores veían los 'rushes', comentaban: ¡Pero qué está haciendo, eso no tiene nada que ver! Pero yo sabía adonde iba, yo pensaba en términos de la interpretación total. Brando, Bobby Duvall, Jimmy Caan, se llevaban muy bien entre ellos y se divertían y siempre había buen humor en el estudio, lo cual aliviaba tensiones. Sin embargo, yo me mantenía un poco al margen, porque sabía que Michael era un introvertido. Y así lo interpreté todo el tiempo: Michael siempre un poco fuera de la cosa. Era el hijo menor, de modo que tenía que observar, que mirar, y por eso estaba preparado cuando finalmente todo recaía sobre él, porque había aprendido mucho con la sola observación".

UN ESTILO DE VIDA. A pesar de sus antepasados (sus dos abuelos eran sicilianos), Al no cree que haya sido el actor ideal para Michael: "Cuando leí el libro no me vi en ese papel, pero Francis Ford Coppola sí". En el teatro gana 200 dólares por semana, y confiesa que no sabría qué hacer con mucha plata. Sus necesidades siempre fueron frugales. Durante un tiempo, él y la actriz Jill Clayburgh (con la cual vive desde hace 5 años) se alojaron en una piececita de la calle 14, en Nueva York; ahora están en Broadway, no lejos del centro, pero lo que les gustaría es un viejo establo desocupado. En Boston tomaron un departamento espacioso que da sobre un parque. "Me digo que mi estilo de vida no ha cambiado —reflexiona Pacino—, y después me digo: ¿Cómo podes pensar eso si estás viviendo aquí, si podés costearte un departamento como éste? Y, sin embargo, siguen sin importarme la ropa y esas cosas. De verdad, la ropa nunca me interesó mucho".
Al contemplarlo, puede creérsele. En su día de descanso, con una cerveza en la mano, lleva una camisa abierta y pantalones que jamás conocieron la plancha; está barbudo, los ojos se muestran sombríos y alertas, la voz es suave y colmada de penumbras. Ha soportado años de lucha —"Siempre estuve interesado en la lucha artística, que pienso es algo distinto de la lucha por una carrera artística"— y ahora, a los 33 años de edad, está muy seguro de poder soportar también el estrellato. No se asusta fácilmente.
Alberto Pacino proviene del Bronx, de la pobreza y de un hogar deshecho. Porque su madre se iba a trabajar, el muchachito se quedaba con su abuela días enteros ("mi abuela era muy nerviosa, no me dejaba salir de la casa"). Cuando la madre volvía lo llevaba al cine y después él interpretaba todos los papeles. Al empezar el colegio ya tenía una imaginación febril: "Les contaba a mis compañeros que había nacido en Texas, que tenía diez perros". En el colegio era un desastre total: "Llamaban a mi mamá a cada rato; yo no quería estudiar". Cuando por fin llegó a un conservatorio, "fracasé en todo, terminé ayudando a la enfermera y escribiendo a máquina; no obstante, todo el tiempo yo sabía que era capaz de actuar".
Entre el colegio y una suerte de comienzo de reconocimiento profesional pasaron esos años acostumbrados a "comer arroz y dormir en el suelo de la casa de alguien". Al vendía curitas, supo ser capataz de una obra y repartía fotografías suyas, muy brillantes, al pie de las cuales inscribía: Super. El día en que decidió no dedicarse a otra cosa que a actuar está aún claro en su memoria. "Estaba repartiendo circulares, no duró ni un minuto, volví y le dije a la señora: Mire, yo no puedo hacer más esto, se acabó. Fui a casa, llamé a un amigo y le anuncié: Basta. No puedo más. O soy actor o me muero. Tomé lo que era una especie de decisión consciente. De ahí en adelante, actué."

NOSTALGIA DEL ESCENARIO. Empezó a aprender su oficio off-off Broadway, con el Living Theatre, primero, cuando Al tenía 19 años. En 1968 ganó un premio Obie por su interpretación de un vagabundo violento en El indio quiere el Bronx, off-Broadway. En 1969 y ya en Broadway, ganó un Tony por su papel de un drogadicto psicópata en '¿Usa corbata un tigre?' Después, dicen algunos, Al atravesó una faz depresiva: no quería trabajar, bebía mucho, se endeudó. El dice que no es del todo cierto; dejó de trabajar, pero por propia decisión: "Fue un cambio tan grande dejar de ser anónimo. No estaba seguro de desear el éxito. Era como si el mundo me aprobara, y yo siempre había funcionado al margen del mundo, de modo que me fue difícil adaptarme".
Todavía no ha sentido del todo el impacto de El padrino, "tal vez porque me visto así y no me reconocen mucho". Pero una chica fue la vez pasada a pedirle un beso, entre bambalinas, en Boston, y él le dijo: "Adelante, béseme si eso le gusta. Traté de comprenderla; es parte de mi trabajo". ¿Y no se cansa de trabajar tanto? Claro que sí: "Los actores trabajan con emociones que la mayoría de la gente mantiene sepultadas y que ellos deben mantener vivas, tienen que correr riesgos. A veces los actores tienen éxito y entonces se cansan, porque es cansador y provoca problemas, neurosis. Yo necesito este trago después de la función, de veras. ¿Fue Laurence Olivier quien dijo que lo que más le gusta del teatro es el trago después de la función?".
Por primera vez en su vida, AI está pensando en los hijos: "Hasta he pensado en adoptarlos, diez de ellos, y hacerlos a todos actores". Pero su novia es actriz, acaba de hacer un film (El ladrón que vino a cenar) con Ryan O'Neal, tiene un lindo papel en El lamento de Portnoy, le gusta actuar, ¿y no serán demasiados diez chicos para ella? "No sé —contesta Al—. La vida sucede y sigue. Lo importante es que tengamos espacio para respirar". ¿Y el casamiento? "No he pensado en el casamiento. Si tiene que venir, vendrá"
Pacino tiene nostalgia del escenario cuando no está en él. Hasta en las noches en que se siente más cansado avanza hacia las candilejas, "y ya está la primera brazada; es como nadar una brazada tras otra, y uno avanza".
Revista Panorama
8/2/1973

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La semana pasada el realizador Joseph Losey anunció haber recibido del dramaturgo Harold Pinter el esbozo del guión de 'En busca del tiempo perdido', para la versión cinematográfica de la prodigiosa novela de Marcel Proust. El proyecto estuvo primero en manos de Luchino Visconti, quien lo perdió por un exceso de gastos previos (tan sólo 75 mil dólares en un mes, para buscar los lugares adecuados en Bretaña donde ubicar el balneario ficticio de Balbec). El personaje del narrador, que en buena medida es el propio Proust, iba a ser confiado por Visconti, en principio, a su actor favorito, Helmut Berger; también se pensó en Dustin Hoffman. Ahora Losey ha manifestado su esperanza de que el Narrador sea Al Pacino —el Michael Michele Corleone de El padrino—, de quien, de paso, merece anotarse que el parecido con Hoffman es a veces alucinante.

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