América latina y la guerra subversiva

Al optar por la guerra subversiva, la O.L.A.S. obliga a las organizaciones democráticas americanas a modificar su estrategia. Armas en lugar de desarrollo puede convertirse en el objetivo de los países más pobres

Detrás de la tribuna se veía un solo retrato descomunal: el de Simón Bolívar, Libertador de América, relegando al olvido las tradicionales imágenes de Marx y Lenin y sin dejar ni un sólo rincón para que luciese la muy actual figura de Mao Tse-tung. En la Presidencia Honoraria había una silla ocupada por el fantasma del "Che" Guevara; a la derecha de Fidel Castro se ubicaba un líder negro estadounidense, el explosivo Stokely Carmichael. Con semejante inauguración de las sesiones de la Organización Latino Americana de Solidaridad en La Habana, ya estaba todo dicho simbólicamente. Los debates públicos y los forcejeos secretos abrirían otras posibilidades que la prensa occidentalista analizaría minuciosamente, pero, como una serpiente que se muerde la cola, terminarían por confirmar lo que el simbólico comienzo ya anunciaba: guerra, pero guerra sólo americana.
De los 151 delegados que representaban a 27 países u organizaciones, un sector importante optaba de antemano por la creación en cada país de América de un "foco" de guerrilla que se abriese en zonas inaccesibles para ejércitos regulares y que se apoyase en la buena voluntad de los habitantes de la zona, adoctrinados amistosamente y sobre todo alentados por el escrupuloso respeto de su persona y de sus bienes que los guerrilleros demostrarían en todo momento. El otro sector presente en la reunión de la O.L.A.S., sin descartar definitivamente el recurso de la lucha armada, insistía en señalar que había diversos caminos viables para luchar contra el imperialismo, de acuerdo con la peculiaridad de cada país, y que alguno de esos caminos podían ser legales. Era el sector "moderado" enfrentado con el que aparecía como "extremista".
En la reunión faltaba otro sector: el de los partidos comunistas de Brasil, Argentina y Venezuela principalmente, "réprobos" a causa de su adhesión incondicional a la coexistencia pacífica moscovita, traducida en la consigna de que la lucha armada significaba "aventurerismo". Los P. C. "radiados" preconizaban como único camino el casi bucólico de las urnas a través de Frentes Populares con las burguesías nacionales, definidas con un slogan "Capitalismo sí, imperialismo no", que tal vez dejó alelados a los espectros de Marx y de Lenin y que sin duda hizo bramar de indignación a los partidarios de los focos guerrilleros.
En los primeros días, pareció que se iba a lograr un término medio, consistente en apoyar a los "extremistas" sin desalentar a los "moderados". Se pensó que todas las baterías se descargarían sobre los Estados Unidos: la presentación ante la asamblea de seis anticastristas invasores capturados —cubanos de Miami y agentes de la C.I.A.— además de enfervorizar la protesta antiestadounidense tenía la finalidad de adelantarse al ataque de Venezuela en la cercana reunión de la O.E.A. que tildaría a Cuba de "intervencionista". Era contraatacar de antemano señalando: "los intervencionistas son ellos". . . Aparte de la obvia agresión a los EE. UU., los observadores occidentales supusieron que se soslayaría un ataque frontal a la URSS, de cuyo apoyo Cuba depende en última instancia, y que no se heriría la susceptibilidad de los "chinoístas" presentes atacando a Mao, cuya figura se soslayaría elegantemente mientras se exaltase la solidaridad con el Vietnam del Norte y con el Vietcong.
Lo hacían pensar así las propias declaraciones de Armando Hart, jefe de la delegación cubana: "Ante todo nos preocupa la unanimidad y la unidad. Hablar hoy de guerrillas en Chile o Uruguay es tan ridículo y absurdo como negar tal posibilidad en Venezuela, Colombia, Bolivia, Brasil, Guatemala o Perú". Se dio uno de los sillones presidenciales a Rodney Arismendi, uruguayo campeón de los "moderados", y no se criticó la ausencia del senador chileno socialista Salvador Allende, cuyo viaje a La Habana había sido frenado por su propio partido, pero que participaba de la filial chilena de la O.L.A.S. (la única filial existente hasta hoy). Se advertía que el cubano Hart trataba de salvaguardar de las censuras a chilenos y uruguayos, mientras exhibía orgullosamente ante la asamblea a Anselmo Dos Santos, que en marzo de 1964 provocó el motín de marineros de la flota brasileña, una de las causas de la caída del izquierdizante Goulart y del ascenso del "durísimo" Castello Branco. . . En vano algunos astutos "moderados" señalaron que ese hecho más tenía de error que de hazaña; en vano intentaran disculpar al P. C. brasileño por su apatía, indicando que la estrategia era no perturbar la acción desarrollista y patriótica del claro "postconciliar" brasileño y de los grupos no-comunistas y no-castristas que socavan el poder de Costa e Silva. Sólo Chile y Uruguay obtuvieron un explícito "salvoconducto" para su legalismo.
Casi al término de las sesiones, ocurrió el milagro: el presidente honorario fantasma, "Che" Guevara, derrotó los intentos conciliatorios con su slogan "es preciso abrir muchos Vietnam en América" resonando en su poderosa garganta ausente. La asamblea elegía el camino de la lucha armada, afirmando una total originalidad revolucionaria, sin deudas de ninguna clase con Moscú o con Pekín, que recibieron sendas censuras, especialmente la URSS por su cooperación con países latinoamericanos gobernados por "imperialistas". Se aplaudía la lucha heroica de ambos Vietnam y se señalaba la solidaridad con el Tercer Mundo, pero la presencia solitaria de Simón Bolívar al frente de la asamblea significaba cortar todos los lazos con Moscú y con Pekín, para aceptar sólo la raigambre americana del movimiento insurreccional encabezado por Cuba. En cuanto a la presencia del líder negro Stokely Carmichael, convertido en "vedette" de la reunión, indicaba que por encima de estrictas definiciones ideológicas lo que importaba era la voluntad de guerrear violentamente contra los Estados Unidos y contra los gobiernos latinoamericanos pro-occidentales.
Es cierto que no faltaron las declaraciones de que "el marxismo-leninismo es la fuente inspiradora del movimiento insurgente", pero en cierto modo se trataba de un ritual insoslayable. Ante una asamblea realmente dogmática, las confusiones ideológicas de Stokely Carmichael le hubieran valido una silbatina. Carmichael aplaudió extemporáneamente a Mao Tse-tung pero por haber dicho "no a todo lo Occidental" (léase: todo lo blanco). Afirmó que los Estados Unidos tienen un sistema racista y fascista con el que es imposible coexistir sino que es necesario destruir, si bien agregó candorosamente, "queremos hacer que nuestra población posea tierras, hogares y establecimientos comerciales en las ciudades", demostrando un espíritu pequeño burgués curiosamente unido al fervor destructivo. Ni un solo asambleísta se inmutó: lo importante de Carmichael era su promesa de abrir cincuenta Vietnam dentro de los Estados Unidos, jaquear al Pentágono que "no se podrá bombardear a sí mismo con napalm". . .
Las conclusiones de la O.L.A.S. son estremecedoras y deben llamar a reflexión a pueblos y gobiernos responsables y sanamente inspirados. Al decidirse por una guerra "americana" desligada de Moscú y de Pekín, disocia el movimiento marxista-comunista y parece debilitar la amenaza, pero en verdad la fortifica descartando rémoras pesadas y subrayando el valor de la acción violenta "antiimperialista", de cualquier cuño o sello. Tanto es así, que Venezuela se acaba de quejar ante la OEA porque la reunión de La Habana "pone en peligro la coexistencia pacífica pregonada por Moscú", chiste excelente si no resultase doloroso porque el absurdo recae sobre quien lo dice. En setiembre se reunirá la OEA, y tal vez se concrete la Fuerza Interamericana de Paz. Si ello no ocurre, se crearán pequeños agrupamientos regionales de países que contribuirán a luchar juntos contra la guerrilla. De uno y otro modo, la carrera armamentista no se detendrá, a menos que las armas quedaran en poder de los EE. UU., cosa que muchas susceptibilidades nacionales no aceptarán. El desarrollo y el progreso pacífico verán hurtados los fondos que necesitan para ser volcados en medios bélicos. Los gobiernos moderados y contemporizadores verán gravemente comprometida su estabilidad en pro de una radicalización de las derechas: tales pueden ser las trágicas consecuencias de la vitriólica y furibunda marea de O.L.A.S. . . .
Revista Siete Días Ilustrados
15.08.1967

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