Por primera vez en la historia tecnológica
norteamericana, un triunfo de ribetes
sensacionales no fue seguido por los habituales
estallidos publicitarios. Un nuevo avión,
considerado el más veloz del mundo, hizo una fugaz
y sonora aparición el 10 de marzo pasado en los
cielos americanos, y el silencio coronó esta
audaz, aunque quizá inútil, hazaña. Al revelar
hace dos semanas la existencia del avión más veloz
del mundo, el presidente Lyndon Johnson dio
instrucciones precisas de no ampliar con noticia
alguna las que él en ese momento estaba
propagando. "El presidente fue categórico—dijo un
ejecutivo de la Lockhead, constructora del avión—.
Ni siquiera sabemos por qué se llama A-11 y no
«X», como es usual para aviones experimentales."
Los observadores enfrentaban un dilema: por una
parte, el gobierno trataba de mantener en secreto
la existencia del A-11; por la otra, una
conferencia de prensa del presidente anunciaba su
existencia. Hay evidencias que sugieren una
explicación para esta actitud ambigua frente al
A-11. En su anuncio, Johnson presentó al avión
como interceptor y McNamara, secretario de
Defensa, contradijo parcialmente esa afirmación.
Pocas dudas quedan ahora, de todos modos, de que
el A-11 comenzará siendo un sustituto del avión de
espionaje U-2, utilizado en estos momentos como
inspector aéreo de China y Cuba, pero no ya de la
Unión Soviética, luego de la infortunada incursión
de Powers hace cuatro años en Sverdlovsk.
Cuando un proyectista de la Lockhead (Curiosamente
apellidado Johnson, como el presidente) inició sus
tareas para crear el A-11, comenzó por estudiar
las deficiencias del U-2: éste tenia alas
descomunales; el nuevo avión, en cambio, estaría
concebido íntegramente en función de motor. Se
necesitaba alta potencia y se optó finalmente por
dos motores Pratt & Wittney J-58 (15.000
kilogramos de empuje cada uno), o sea el doble del
desechado U-2. Coronando la obra, se construyó el
avión alrededor de los motores, asignando a las
alas una longitud de 12 metros contra los 24 que
tenía el modelo anterior. El infortunado vuelo
de Powers en 1960 motivó, como se sabe, la promesa
norteamericana de suspender sus vuelos de
reconocimiento sobre territorio soviético. El
satélite Samos, entretanto, estaba siendo
preparado para fotografiar bases de proyectiles y
estaciones ferroviarias. Los Estados Unidos tenían
el mejor avión del mundo y sufrían la paradoja de
no saber dónde usarlo. Pero la situación
política ha cambiado, y actualmente los Estados
Unidos contemplan la posibilidad de reanudar sus
vuelos de inspección sobre territorio de la UBSS.
Además, el proyecto tenía su faz deportiva:
resultaba intrigante cómo podría volar una unidad
construida principalmente con titanio, a una
altura de 27.000 metros y a 3.200 kilómetros por
hora. Los resultados podían ser apasionantes para
el problema del transporte supersónico, que
descarta el aluminio, material aéreo standard,
porque la fricción aérea a tan altas velocidades
lo calienta drásticamente, debilitándolo. El
titanio, en cambio, posee gran resistencia
calórica y sólo pesa el 60 por ciento de su
equivalente en acero. Otra incógnita para los
proyectistas era la velocidad de desplazamiento.
El A-11 aventaja en 820 kilómetros por hora a
cualquier otro avión de combate americano y puede
interceptar un bombardero pocos minutos después de
que el radar haya detectado su presencia. "No
fue diseñado para portar proyectiles aire-aire",
explicó un experto la semana pasada. Si los
llevara fuera del avión, la velocidad los
calentaría demasiado. Introducidos en el avión
requeriría un rediseñamiento imposible. Otros
expertos señalaron que "los interceptores
requieren complicados engranajes de radar y no hay
dónde ponerlos". El presidente Johnson dijo que la
Huges Aircraft Co. elabora un sistema de
proyectiles para el A-11, pero lo que Obviamente
quiso decir era que el sistema Hughes ideado para
el viejo F-108 podría adaptarse al A-11. No son
éstas las únicas desventajas. Un interceptor debe
poseer capacidad de maniobra y estabilidad a
cualquier altura, pero el A-1 fue ideado para
vuelos fulminantes. Significativamente,
proyectos anteriores para interceptores de 3.200
kilómetros como el F-103 y el F-108 fueron
suspendidos en favor de interceptores de 2.500
kilómetros, con mayor capacidad de maniobra.
Sucede que la velocidad no es precisamente el
problema principal en la defensa contra los
bombarderos infrasónicos. El problema real reside
en el poder de resistencia, y el A-11, con una
capacidad máxima de 90 minutos de vuelo, no lo
resuelve. Pero sí resuelve otros problemas.
Priva a los candidatos y diputados republicanos de
su argumento favorito, que es el presunto abandono
de los experimentos aéreos por parte del gobierno,
y satisface en parte las exigencias de la Fuerza
Aérea para la construcción de un nuevo
interceptor. Esas razones pesaron sin duda cuando
se organizó la fugaz exhibición del A-11. Pero por
breve que ésta haya sido, no pudo ocultarse el
abismo entre lo que el avión es y lo que debió
haber sido. ♦ De Newsweek. Copyright by
PRIMERA PLANA 24.03.1964
|