1963-1973: La bipolaridad sigue en pie
Al promediar 1973 en la arena de la política internacional se perfilan con nitidez dos tendencias: la de las dos superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética— que tratan de sostener un andamiaje mundial de bipolaridad, y la de países desarrollados, tanto occidentales como orientales, que pugnan por diseñar un esquema de multipolaridad. No debe creerse que una y otra tendencia sean antagónicas. Por el contrario, en muchos aspectos se necesitan mutuamente. En el medio, cada vez con mayor empuje, se instalan los proyectos de reivindicación nacional de los países periféricos o, para generalizar, del llamado tercer mundo.
bipolaridad mundial

Muchas veces se ha dicho, la política internacional de un Estado, por fuerte, o débil, que sea, es un reflejo de sus condiciones internas. Los acontecimientos que en la última década han merecido y merecen la constante atención de la opinión pública son consecuencia de las peculiaridades nacionales tanto de los países que los protagonizaron como de las condiciones por las que pasaban en esos momentos las potencias que juegan papeles determinantes.
A principios de este año el fracaso de la cosecha cerealera en la Unión Soviética provocó una serie encadenada de desplazamientos y acuerdos comerciales con los Estados Unidos que, a su turno, tuvieron influencia en grandes naciones europeas y asiáticas. En aquel momento algunas publicaciones francesas sostuvieron que cuando los vientos helados soplaban antes de tiempo en Siberia, se producían, por ejemplo, los siguientes fenómenos: los productores de cereales norteamericanos recibían subsidios del gobierno, los fabricantes de pan se sentían con derecho a pedir un aumento en el precio de venta de su producto y el Partido Comunista de Francia llenaba sus arcas. No es una broma. Si esos vientos siberianos se anticipan a las nevadas que protegen las semillas, entonces, en lugar de una acolchada y porosa capa protectora, se forma una película de hielo que mata las simientes. En esos casos la Unión Soviética sufre un déficit de hasta 30 millones de toneladas de granos —cifra que es más de cuatro veces la producción total de la República Argentina— y allí comienza el curioso encadenamiento. Incremento de la demanda mundial de cereales y necesidad del gobierno de Washington de subvencionar a sus productores para que éstos puedan vender a los rusos a precios accesibles, y puesta en marcha de un mecanismo de trasporte y financiación, en el que interviene, entre otras, la empresa Intemgra, controlada por el Partido Comunista de Francia.
Se trata simplemente de un ejemplo que ilustra la formidable envergadura que ha alcanzado la interdependencia de los Estados. Claro que habría que acotar que si la Unión Soviética soporta semejantes inconvenientes agrarios a 55 años de la Revolución de Octubre, no se debe a malas pasadas meteorológicas, sino a la incapacidad del gobierno para diagramar un tipo de explotación agraria adecuado a la modalidad socialista del conjunto de la economía soviética. Dicho en otros términos, la mantención de un sistema que en lo esencial respeta las reglas clásicas del mercado, como en cualquier país occidental, choca con el resto del andamiaje, lo que genera una burocracia que sólo redunda en perjuicio del agro soviético. Tal es, desde el punto de vista económico, la razón fundamental que explica el acercamiento de la Unión Soviética a los Estados Unidos.

COMPLEMENTACION. Bastaría saber por qué la primera potencia del mundo tiende una mano a quien —ahora con error— suele ser considerada su enemiga principal en la arena internacional. Finalmente, los Estados Unidos se convencieron que tanto los inconvenientes internos de la URSS como el hecho de haber abandonado en serio, desde hace décadas, la pretensión de imponer el socialismo como un sistema mundial, la va volcando poco a poco hacia formas típicas de sociedad de consumo. Desde este último ángulo, Norteamérica es, por supuesto, número uno en el ranking, de modo que es relativamente posible pensar en un esquema de complementación de economías. Si así fuere —y todo lo indica—, será la Unión Soviética quien hará concesiones raigales: irá abandonando las escasas banderas revolucionarias que aún levanta.
El acercamiento EE.UU.-URSS no comienza en la década 1963/73. En realidad el primer paso lo dio el extinto Nikata Kruschev, quien perfeccionó con el desaparecido presidente Dwight Eisenhower, la denominada coexistencia pacífica. Pero es a partir de los últimos años 60, cuando Estados Unidos modifica la estrategia en virtud de la cual aspira a mantener hegemonía mundial, que las buenas relaciones se convierten en alianza. El renacimiento del poderío económico y tecnológico del Japón y Alemania Federal, la inflación que la guerra en el sudeste asiático origina en Estados Unidos, convencen a Washington que ha llegado el momento de confiar a las exportaciones y a la financiación de proyectos la tarea que antes reposaba sólo en la fuerza de las armas.
A partir de entonces ambas potencias dibujan con claridad y mutuo entendimiento las respectivas áreas de influencia. Para Norteamérica es América latina, Europa occidental y grandes regiones de Asia. Para la Unión Soviética, Europa oriental!, algunas escasas avanzadas en América latina, la mayor parte del Medio Oriente, muchos países de África y del sudeste asiático. Sin embargo, hace poco más de un año, él primer ministro de la República Popular China, Chou En-lai, hacía una sutil distinción entre los criterios con que Nikita Kruschev, primero, y Brezhnev, después, encararon esta cuestión de las áreas de influencia. En opinión del líder chino, el desaparecido mandatario ruso respetaba a pie juntillas los acuerdos, tácitos o no, logrados con Estados Unidos, mientras que el actual secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), si bien basa su política exterior en esos convenios, cuando la ocasión se presenta no desdeña la oportunidad de "poner la mano" en feudo ajeno. Ante la evidencia de esa variante, Washington optó por imitarla. Sin duda no es ajeno a esto último el histórico viaje de Richard Nixon a China popular, en febrero de 1972.

NADA DE AVENTURAS. No obstante, cuando la URSS actúa en esferas "reservadas" a Estados Unidos, lo hace con suma cautela. Acaso el mejor ejemplo sea Cuba y en los últimos tiempos, Chile. Mientras Fidel Castro se mantuvo en los marcos de una revolución ciento por ciento cubana, los soviéticos los miraron con excesivo recelo. Incluso estuvieron dispuestos a "negociar" a la isla por las bases que los norteamericanos mantienen en China Nacionalista. Si Estados Unidos se retiraba de ese enclave asiático, Moscú no arrojaría ningún salvavidas a una revolución que se debatía en el drama de la escasez y el bloqueo. Fue entonces que Castro se apresuró a declararse públicamente marxista-leninista. La URSS tuvo que dar marcha atrás, ¿cómo hacer para entregar a un gobierno que se define con tal claridad? A partir de entonces, sí hubo créditos, sí la Unión Soviética desembarcó productos por valor de un millón de dólares diarios. La contrapartida fue que la revolución cubana dejó de ser castrista, para trasformarse en un país más de los que dependen excesivamente de la ayuda económica y militar de Moscú.

TAL VEZ AHORA. Porque el castrismo, en líneas generales, consistía en la tesis de la necesidad de romper el cerco a través de la propagación de la revolución a otras regiones de América latina. Castro lo intentó en los primeros años de la revolución, pero sucesivos fracasos lo decidieron a prescindir de la "exportación" de la revolución. Distinta fue la actitud adoptada por el comandante Ernesto Che Guevara, quien persistió en la idea original. Castro no lo desautorizó, pero tampoco puso todo el apoyo del Estado cubano a su disposición. El surgimiento exitoso de movimientos populares liberadores en América latina iluminan hasta qué punto era cierto que Cuba, aislada, sólo tenía dos alternativas, ser destruida por su poderoso vecino del norte, o atarse a la gran potencia del mundo socialista. Porque a esta altura del año 1973, con un gobierno socialista en Chile, una revolución nacional en Perú y un gobierno popular y apoyado en la mayoría de la población en la Argentina, la isla del Caribe puede empezar a reacomodar su política exterior en base a acuerdos comerciales y políticos con naciones hermanas que adoptaron variantes terceristas.

MEDIO ORIENTE. El progreso de la lave story USA-URSS se hace sentir decisivamente en el conflictuado Medio Oriente. A principios de este mes el canciller argelino Abdelaziz Bouteflika sostuvo en conferencia de prensa que era posible, en principio, pensar en un arreglo de la situación del pueblo palestino y que ya era hora de iniciar negociaciones con Israel. Bouteflika declaró que debía llegarse a la constitución de un Estado multinacional y multiconfesional. Por primera vez se hacía silencio respecto a la devolución de los territorios árabes ocupados por Israel después de la Guerra de los Seis Días.
La Unión Soviética ya no tiene interés en dejar a Estados Unidos sin petróleo, por lo tanto comenzará a retacear su apoyo a los países árabes. En tales condiciones, éstos ya no se encuentran en igual situación que un año atrás para levantar reivindicaciones territoriales. De modo que no tuvieron más remedio que variar el eje de su política exterior en relación a Israel. Como el Estado judío ha decido mantenerse absolutamente firme en cuanto a las nuevas fronteras conquistadas en 1967, la única posibilidad de dejar abiertas las puertas de la negociación, es encarar la cuestión palestina, que si bien tiene el mismo poder irritativo que el problema territorial, muestra una gran ventaja: en este asunto los Estados árabes, en su conjunto, no son los vencidos de Israel. El problema palestino, merced al tipo de relaciones que mantienen das dos super-potencias, vuelve al primer plano en el Medio Oriente.
También por esa razón es posible intentar una explicación del proyecto de fusionar a Libia y Egipto, plan que, por otra parte, parece destinado al fracaso. Cuando Libia advirtió que la URSS había empezado un lento movimiento de retirada en Levante, propuso a su vecino la unificación. Los motivos: el gobierno libio es marcadamente antisoviético —por lo tanto ¡la oferta no podía haberse producido cuando El Gairo era un decidido aliado de Moscú— y el casamiento de los dos Estados habría dado nacimiento a una gran nación árabe desde la cual hubiese sido posible catapultar el gran proyecto libio de "revolución cultural musulmana" y, al mismo tiempo, encarar con más poder un futuro enfrentamiento con Israel. Sin embargo, hay notorias diferencias que seguramente harán abortar definitivamente la idea de la fusión: mientras Libia es propietaria de una jugosa caja fuerte, Egipto tiene deudas de aproximadamente cuatro millones de dólares por día. El Cairo se beneficiaría gratuitamente y a costa de su vecino.

OSTPOLITIK. Los otros enclaves decisivos son Europa y Asia. El 31 de diciembre de 1970 Chou En-lai reunió a los embajadores de Francia, Italia y Canadá y les dijo que, a su juicio, el hecho que marcaría los años a venir era el acercamiento de Alemania occidental a la Unión Soviética, la tan mentada Ostpolitik del canciller Willy Brandt. Aparentemente no se equivocó. Cuando se inició la apertura, hacia fines de 1969, Estados Unidos comprendió que Alemania occidental estaba dispuesta a usar su formidable desarrollo económico como plataforma de lanzamiento de una política exterior propia. Norteamérica concibió entonces la estrategia de "socios - adversarios": el primero sería Alemania. Ello implicaba, al mismo tiempo, la necesidad de perfeccionar los acuerdos con la URSS, para no lanzar a Brandt en brazos de Brezhnev. Pero faltaba todavía un paso. China es el gran adversario de Moscú en el campo socialista. Había que llegar a Pekín, de esa forma el Kremlin no tendría más remedio que viajar a Washington, de lo contrario quedaría demasiado descolocado.
El establecimiento de relaciones entre Estados Unidos y China Popular fue la condición insoslayable para lograr los acuerdos que aplacaron los rigores de la guerra en Indochina. Washington necesitaba lo que dio en llamarse un "interlocutor válido". Sólo Pekín podía garantizar, en alguna medida al menos, que la paz en Vietnam no se trasformase en una incontenible escalada de Hanoi contra el gobierno de Saigón. Pekín aceptó, también dio el visto bueno a ansiados acuerdos comerciales con Estados Unidos. Pero no se limitó a eso. Invitó a Japón, el otro gran "socio-adversario" de EE.UU., a intercambiar productos y relaciones diplomáticas. Tokio respetó las reglas del juego con Washington y el premier Tanaka viajó a Pekín.
Todas las señales muestran que el bipolarismo seguirá siendo por algunos años el gran esquema de la política mundial. Adentro, continuarán los entrecruzamientos que poco a poco, ineluctablemente, desgajarán el gran entendimiento. En este último sentido, el mejor índice es la escandalosa caída del dólar, que por primera vez desde la Segunda Guerra deja de ser el patrón único del comercio y las finanzas internacionales. Y en este mundo la Argentina aspira, con derecho, a reeditar un plan de desarrollo independiente.
PANORAMA, AGOSTO 2, 1973 

 

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