Muchas veces se ha
dicho, la política internacional de un Estado, por
fuerte, o débil, que sea, es un reflejo de sus
condiciones internas. Los acontecimientos que en
la última década han merecido y merecen la
constante atención de la opinión pública son
consecuencia de las peculiaridades nacionales
tanto de los países que los protagonizaron como de
las condiciones por las que pasaban en esos
momentos las potencias que juegan papeles
determinantes.
A principios de este
año el fracaso de la cosecha cerealera en la Unión
Soviética provocó una serie encadenada de
desplazamientos y acuerdos comerciales con los
Estados Unidos que, a su turno, tuvieron
influencia en grandes naciones europeas y
asiáticas. En aquel momento algunas publicaciones
francesas sostuvieron que cuando los vientos
helados soplaban antes de tiempo en Siberia, se
producían, por ejemplo, los siguientes fenómenos:
los productores de cereales norteamericanos
recibían subsidios del gobierno, los fabricantes
de pan se sentían con derecho a pedir un aumento
en el precio de venta de su producto y el Partido
Comunista de Francia llenaba sus arcas. No es una
broma. Si esos vientos siberianos se anticipan a
las nevadas que protegen las semillas, entonces,
en lugar de una acolchada y porosa capa
protectora, se forma una película de hielo que
mata las simientes. En esos casos la Unión
Soviética sufre un déficit de hasta 30 millones de
toneladas de granos —cifra que es más de cuatro
veces la producción total de la República
Argentina— y allí comienza el curioso
encadenamiento. Incremento de la demanda mundial
de cereales y necesidad del gobierno de Washington
de subvencionar a sus productores para que éstos
puedan vender a los rusos a precios accesibles, y
puesta en marcha de un mecanismo de trasporte y
financiación, en el que interviene, entre otras,
la empresa Intemgra, controlada por el Partido
Comunista de Francia.
Se trata simplemente
de un ejemplo que ilustra la formidable
envergadura que ha alcanzado la interdependencia
de los Estados. Claro que habría que acotar que si
la Unión Soviética soporta semejantes
inconvenientes agrarios a 55 años de la Revolución
de Octubre, no se debe a malas pasadas
meteorológicas, sino a la incapacidad del gobierno
para diagramar un tipo de explotación agraria
adecuado a la modalidad socialista del conjunto de
la economía soviética. Dicho en otros términos, la
mantención de un sistema que en lo esencial
respeta las reglas clásicas del mercado, como en
cualquier país occidental, choca con el resto del
andamiaje, lo que genera una burocracia que sólo
redunda en perjuicio del agro soviético. Tal es,
desde el punto de vista económico, la razón
fundamental que explica el acercamiento de la
Unión Soviética a los Estados Unidos.
COMPLEMENTACION.
Bastaría saber por qué la primera potencia del
mundo tiende una mano a quien —ahora con error—
suele ser considerada su enemiga principal en la
arena internacional. Finalmente, los Estados
Unidos se convencieron que tanto los
inconvenientes internos de la URSS como el hecho
de haber abandonado en serio, desde hace décadas,
la pretensión de imponer el socialismo como un
sistema mundial, la va volcando poco a poco hacia
formas típicas de sociedad de consumo. Desde este
último ángulo, Norteamérica es, por supuesto,
número uno en el ranking, de modo que es
relativamente posible pensar en un esquema de
complementación de economías. Si así fuere —y todo
lo indica—, será la Unión Soviética quien hará
concesiones raigales: irá abandonando las escasas
banderas revolucionarias que aún levanta.
El acercamiento
EE.UU.-URSS no comienza en la década 1963/73. En
realidad el primer paso lo dio el extinto Nikata
Kruschev, quien perfeccionó con el desaparecido
presidente Dwight Eisenhower, la denominada
coexistencia pacífica. Pero es a partir de los
últimos años 60, cuando Estados Unidos modifica la
estrategia en virtud de la cual aspira a mantener
hegemonía mundial, que las buenas relaciones se
convierten en alianza. El renacimiento del poderío
económico y tecnológico del Japón y Alemania
Federal, la inflación que la guerra en el sudeste
asiático origina en Estados Unidos, convencen a
Washington que ha llegado el momento de confiar a
las exportaciones y a la financiación de proyectos
la tarea que antes reposaba sólo en la fuerza de
las armas.
A partir de entonces
ambas potencias dibujan con claridad y mutuo
entendimiento las respectivas áreas de influencia.
Para Norteamérica es América latina, Europa
occidental y grandes regiones de Asia. Para la
Unión Soviética, Europa oriental!, algunas escasas
avanzadas en América latina, la mayor parte del
Medio Oriente, muchos países de África y del
sudeste asiático. Sin embargo, hace poco más de un
año, él primer ministro de la República Popular
China, Chou En-lai, hacía una sutil distinción
entre los criterios con que Nikita Kruschev,
primero, y Brezhnev, después, encararon esta
cuestión de las áreas de influencia. En opinión
del líder chino, el desaparecido mandatario ruso
respetaba a pie juntillas los acuerdos, tácitos o
no, logrados con Estados Unidos, mientras que el
actual secretario general del Partido Comunista de
la Unión Soviética (PCUS), si bien basa su
política exterior en esos convenios, cuando la
ocasión se presenta no desdeña la oportunidad de
"poner la mano" en feudo ajeno. Ante la evidencia
de esa variante, Washington optó por imitarla. Sin
duda no es ajeno a esto último el histórico viaje
de Richard Nixon a China popular, en febrero de
1972.
NADA DE AVENTURAS.
No obstante, cuando la URSS actúa en esferas
"reservadas" a Estados Unidos, lo hace con suma
cautela. Acaso el mejor ejemplo sea Cuba y en los
últimos tiempos, Chile. Mientras Fidel Castro se
mantuvo en los marcos de una revolución ciento por
ciento cubana, los soviéticos los miraron con
excesivo recelo. Incluso estuvieron dispuestos a
"negociar" a la isla por las bases que los
norteamericanos mantienen en China Nacionalista.
Si Estados Unidos se retiraba de ese enclave
asiático, Moscú no arrojaría ningún salvavidas a
una revolución que se debatía en el drama de la
escasez y el bloqueo. Fue entonces que Castro se
apresuró a declararse públicamente
marxista-leninista. La URSS tuvo que dar marcha
atrás, ¿cómo hacer para entregar a un gobierno que
se define con tal claridad? A partir de entonces,
sí hubo créditos, sí la Unión Soviética desembarcó
productos por valor de un millón de dólares
diarios. La contrapartida fue que la revolución
cubana dejó de ser castrista, para trasformarse en
un país más de los que dependen excesivamente de
la ayuda económica y militar de Moscú.
TAL VEZ AHORA.
Porque el castrismo, en líneas generales,
consistía en la tesis de la necesidad de romper el
cerco a través de la propagación de la revolución
a otras regiones de América latina. Castro lo
intentó en los primeros años de la revolución,
pero sucesivos fracasos lo decidieron a prescindir
de la "exportación" de la revolución. Distinta fue
la actitud adoptada por el comandante Ernesto Che
Guevara, quien persistió en la idea original.
Castro no lo desautorizó, pero tampoco puso todo
el apoyo del Estado cubano a su disposición. El
surgimiento exitoso de movimientos populares
liberadores en América latina iluminan hasta qué
punto era cierto que Cuba, aislada, sólo tenía dos
alternativas, ser destruida por su poderoso vecino
del norte, o atarse a la gran potencia del mundo
socialista. Porque a esta altura del año 1973, con
un gobierno socialista en Chile, una revolución
nacional en Perú y un gobierno popular y apoyado
en la mayoría de la población en la Argentina, la
isla del Caribe puede empezar a reacomodar su
política exterior en base a acuerdos comerciales y
políticos con naciones hermanas que adoptaron
variantes terceristas.
MEDIO ORIENTE.
El progreso de la lave story USA-URSS se hace
sentir decisivamente en el conflictuado Medio
Oriente. A principios de este mes el canciller
argelino Abdelaziz Bouteflika sostuvo en
conferencia de prensa que era posible, en
principio, pensar en un arreglo de la situación
del pueblo palestino y que ya era hora de iniciar
negociaciones con Israel. Bouteflika declaró que
debía llegarse a la constitución de un Estado
multinacional y multiconfesional. Por primera vez
se hacía silencio respecto a la devolución de los
territorios árabes ocupados por Israel después de
la Guerra de los Seis Días.
La Unión Soviética ya
no tiene interés en dejar a Estados Unidos sin
petróleo, por lo tanto comenzará a retacear su
apoyo a los países árabes. En tales condiciones,
éstos ya no se encuentran en igual situación que
un año atrás para levantar reivindicaciones
territoriales. De modo que no tuvieron más remedio
que variar el eje de su política exterior en
relación a Israel. Como el Estado judío ha decido
mantenerse absolutamente firme en cuanto a las
nuevas fronteras conquistadas en 1967, la única
posibilidad de dejar abiertas las puertas de la
negociación, es encarar la cuestión palestina, que
si bien tiene el mismo poder irritativo que el
problema territorial, muestra una gran ventaja: en
este asunto los Estados árabes, en su conjunto, no
son los vencidos de Israel. El problema palestino,
merced al tipo de relaciones que mantienen das
dos super-potencias, vuelve al primer plano en el
Medio Oriente.
También por esa razón
es posible intentar una explicación del proyecto
de fusionar a Libia y Egipto, plan que, por otra
parte, parece destinado al fracaso. Cuando Libia
advirtió que la URSS había empezado un lento
movimiento de retirada en Levante, propuso a su
vecino la unificación. Los motivos: el gobierno
libio es marcadamente antisoviético —por lo tanto
¡la oferta no podía haberse producido cuando El
Gairo era un decidido aliado de Moscú— y el
casamiento de los dos Estados habría dado
nacimiento a una gran nación árabe desde la cual
hubiese sido posible catapultar el gran proyecto
libio de "revolución cultural musulmana" y, al
mismo tiempo, encarar con más poder un futuro
enfrentamiento con Israel. Sin embargo, hay
notorias diferencias que seguramente harán abortar
definitivamente la idea de la fusión: mientras
Libia es propietaria de una jugosa caja fuerte,
Egipto tiene deudas de aproximadamente cuatro
millones de dólares por día. El Cairo se
beneficiaría gratuitamente y a costa de su vecino.
OSTPOLITIK. Los
otros enclaves decisivos son Europa y Asia. El 31
de diciembre de 1970 Chou En-lai reunió a los
embajadores de Francia, Italia y Canadá y les dijo
que, a su juicio, el hecho que marcaría los años a
venir era el acercamiento de Alemania occidental a
la Unión Soviética, la tan mentada Ostpolitik del
canciller Willy Brandt. Aparentemente no se
equivocó. Cuando se inició la apertura, hacia
fines de 1969, Estados Unidos comprendió que
Alemania occidental estaba dispuesta a usar su
formidable desarrollo económico como plataforma de
lanzamiento de una política exterior propia.
Norteamérica concibió entonces la estrategia de
"socios - adversarios": el primero sería Alemania.
Ello implicaba, al mismo tiempo, la necesidad de
perfeccionar los acuerdos con la URSS, para no
lanzar a Brandt en brazos de Brezhnev. Pero
faltaba todavía un paso. China es el gran
adversario de Moscú en el campo socialista. Había
que llegar a Pekín, de esa forma el Kremlin no
tendría más remedio que viajar a Washington, de lo
contrario quedaría demasiado descolocado.
El establecimiento de
relaciones entre Estados Unidos y China Popular
fue la condición insoslayable para lograr los
acuerdos que aplacaron los rigores de la guerra en
Indochina. Washington necesitaba lo que dio en
llamarse un "interlocutor válido". Sólo Pekín
podía garantizar, en alguna medida al menos, que
la paz en Vietnam no se trasformase en una
incontenible escalada de Hanoi contra el gobierno
de Saigón. Pekín aceptó, también dio el visto
bueno a ansiados acuerdos comerciales con Estados
Unidos. Pero no se limitó a eso. Invitó a Japón,
el otro gran "socio-adversario" de EE.UU., a
intercambiar productos y relaciones diplomáticas.
Tokio respetó las reglas del juego con Washington
y el premier Tanaka viajó a Pekín.
Todas las señales
muestran que el bipolarismo seguirá siendo por
algunos años el gran esquema de la política
mundial. Adentro, continuarán los
entrecruzamientos que poco a poco,
ineluctablemente, desgajarán el gran
entendimiento. En este último sentido, el mejor
índice es la escandalosa caída del dólar, que por
primera vez desde la Segunda Guerra deja de ser el
patrón único del comercio y las finanzas
internacionales. Y en este mundo la Argentina
aspira, con derecho, a reeditar un plan de
desarrollo independiente.
PANORAMA, AGOSTO 2,
1973
|