BOLIVIA DESPUES DE BARRIENTOS
El presidente Siles Salinas y el general Ovando Candia, comandante en jefe del Ejército, no han depuesto sus armas. ¿Hacia un gobierno democrático o una salida a la manera de Perú?
Bolivia
El jueves 8, a la tarde, Osvaldo Tcherkaski, enviado especial de SIETE DIAS a Bolivia, trasmitió por télex desde La Paz el siguiente informe.

"A ver, fotógrafos, aquí: ésta es la foto." Vertical, enfundado en su negro gabán militar, pie derecho de punta sobre la alfombra roja, cruzado sobre el zapato izquierdo, el general convoca a las cámaras, estrechando contra su pecho a una corpulenta campesina que ha estallado en llanto. Su mano izquierda, rodea los hombros de Félix Gómez, un indio joven que acaba de jurar como ministro.
A ciento sesenta y cinco centímetros del suelo, los ojos pequeños del general Alfredo Ovando Candía se mueven sin pausa, como al acecho de alguna turbulencia. "Esta es una mujer de pueblo —anuncia frente al enjambre de cámaras que no cesan de disparar— y este es mi ministro campesino." Apenas cinco minutos antes, al pie de esa misma escalinata que se alza en uno de los extremos del gran hall del Palacio Quemado, en La Paz, el presidente Luis Adolfo Siles Salinas posaba con gesto beatífico, en medio de su flamante gabinete, ante la misma nube de fotógrafos. Entonces, el general Ovando, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, aún no había descendido: flanqueado por su Estado Mayor, sonreía con indisimulada socarronería desde una de las barandas que rodean la galería alta del piso. Era la noche del lunes 5. La crisis que se abalanzó sobre el Altiplano a partir de la trágica muerte del presidente René Barrientos, parecía resuelta con la constitución del nuevo gabinete que acababa de consumarse.

DE REPENTE, LA CRISIS
Nueve días atrás, a las dos de la tarde del domingo 27 de abril, el coronel Luis Lucho Reque Terán, un militar fogueado en la lucha antiguerrillera de 1967 y actual director del Colegio Militar, penetró en el Palacio Quemado y canceló sus puertas dispuesto a no dejar pasar a nadie. Las emisoras bolivianas se empeñaban en desmentir la muerte del presidente Barrientos acaecida 45 minutos antes. Es que en Bolivia, cuando el poder queda descabezado el primero que llega a Palacio tiene aseguradas las tres cuartas partes del sillón presidencial. Más aún, ese domingo trágico de Tocopay, un caserío ubicado entre Oruro y Cochabamba, donde se derrumbó el helicóptero presidencial, encontró al comandante en jefe de las FF.AA. en Washington, adonde había concurrido en visita semioficial. Fue acaso esa circunstancia fortuita la que decidió la continuidad constitucional del régimen boliviano. Un destino que se resolvió entre las dos y las cuatro y media de la tarde del domingo 27, en el barrio Miraflores, de La Paz, donde tiene su sede el Estado Mayor. Allí no sólo concurrieron los altos mandos de las FF. AA.: también se hizo presente la misión militar norteamericana destacada en Bolivia con carácter permanente. Hubo entonces una comunicación directa con Washington para recabar la opinión del general Ovando. La cuestión era junta militar o vía libre al vicepresidente, un intelectual de 43 años.
Es posible, por eso, que sólo el temor a que su ausencia propiciara el despunte de un nuevo "hombre fuerte", impulsó a Ovando a sufragar por la constitución política del Estado. Una muestra de ello es que, apenas arribó a su país en medio del clima casi religioso con que las multitudes de campesinos analfabetos despedían a su jefe desaparecido, Ovando se dedicó a hacerse proclamar "líder" por el cacique cochabambino Salvador Vásquez, secretario general del sindicato campesino que nuclea a la inmensa población del valle de Cochabamba. Vásquez no se contentó con proclamar su nuevo liderato: amenazó con marchar sobre La Paz a la cabeza de sus milicias armadas para exigir la destitución del rosquero (oligarca) Siles Salinas, otorgándole 24 horas de plazo para que renuncie. El ultimátum vencía a las 6 de la tarde del jueves l9. Al día siguiente, se realizarían las exequias de Barrientos. Desde dos días atrás Ovando había establecido su cuartel general en Cochabamba. Su misión declarada era calmar las iras campesinas. Pero cuando venció el plazo intimidatorio, Vásquez urdió una nueva amenaza: si el presidente Siles concurría a Cochabamba para asistir al entierro de Barrientos, sería capturado por los campesinos armados.
De ahí que sobre el mediodía del viernes 22, cuando Siles Salinas desembarcó en Cochabamba desafiando la amenaza campesina, el golpe pareció una realidad imparable. Lo cierto es que el desafío del mandatario boliviano no fue más allá de asistir a la misa de réquiem en la Catedral, frente a la plaza 14 de Septiembre, junto al presidente argentino Juan Carlos Onganía. Cuando éste se retiró hacia el aeropuerto Jorge Wilsterman para retornar a Buenos Aires, Siles aprovechó la despedida protocolar para esfumarse de Cochabamba.
La excusa pergeñada por los asistentes presidenciales para justificar el insólito regreso de Siles a La Paz, en medio de las ceremonias fúnebres, fue que había resuelto atemperar el clima de guerra que envolvía a Achacachi concurriendo personalmente al escenario de los hechos. Lo paradójico es que tal determinación provino del alto mando militar decidido a impedir el golpe. Se acababa de librar una intensa puja entre los "duros", encabezados por el capitán David Fernández, ministro de Gobierno de Barrientos, y el director de la Guardia Nacional de Seguridad, coronel René Matos, y los constitucionalistas, a cuyo frente se ubicó el dúctil comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Es que a esa altura, Ovando sabía que era tarde para el golpe abierto. Su objetivo real terminó de dibujarse esa misma noche cuando finalizado el sepelio de Barrientos, los campesinos lo pasearon en andas por la plaza Fidel Aranibar, en Cochabamba, haciéndole entrega del bastón de mando que lo consagró como líder máximo, dejándole expedita la candidatura presidencial para las elecciones de 1970.
El general había logrado algo más: al identificar a Siles como representante de la rosca reaccionaria se erigió en la figura revolucionaria destinada a derrotar al mito más odiado del pueblo boliviano. "Si la revolución se desvía, estoy yo para impedirlo", proclamó Ovando en medio de la euforia de la plaza Aranibar.
Con todo, la terquedad de Fernández y Matos los llevó a intentar la captura del presidente, al anochecer de ese viernes interminable. Porque mientras Ovando era ungido por el campesinado cochabambino, Siles se hacía ovacionar por los campesinos del altiplano, en Achacachi. Apenas se dispuso a regresar a La Paz en automóvil con su comitiva, los hombres de Fernández y Matos iniciaron una persecución cinematográfica que culminó en Río Seco, a 10 kilómetros de La Paz. Allí salió al cruce del coche presidencial un jeep del ejército. De él descendió nada menos que el coronel Reque Terán, a quien Ovando telefoneó desde Cochabamba advirtiéndole del complot. "Señor presidente —hizo saber el enviado del comandante en jefe—, tengo órdenes de custodiarlo por esta noche en el Colegio Militar porque se piensa atentar contra su vida. Usted no puede ir ni a su casa ni a Palacio". Siles creyó que había caído en una trampa prisionero de Ovando. Se equivocaba: la segunda batalla se iba a librar en torno a la designación del nuevo gabinete.

EMPEZO LA DIVERSION
Por ahora, la táctica de Siles coincide con la de importantes sectores de oposición: perpetrar un frente civil en el que aparezcan desde el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) hasta la izquierda encarnada por el comunismo moscovita, el partido Demócrata Cristiano y los estudiantes. El objetivo de los movimientistas (MNR) es introducir una cuña dentro del Ejército para abrir la posibilidad de un golpe que restaure a Víctor Paz Estenssoro, exiliado en Lima. Un ensayo semejante fracasó en agosto del año pasado, cuando a la firma de un pacto político entre el MNR, Falange y PRIN (Partido Revolucionario de Izquierda Nacional, liderado por Juan Lechín), debía seguir el alzamiento del entonces jefe de Estado Mayor Marcos Vázquez Sempertegui, abortado por Barrientos.
De ahí que los movimientistas utilicen sus cuadros campesinos para agudizar el enfrentamiento entre el campesinado del altiplano (constitucionalista) y el del valle (ovandista). Un foco de tensión que también favorece a Siles. En este sentido, el primer síntoma de esta semana apareció en la mañana del miércoles 7 cuando los campesinos de Achacachi amenazaron cotí bloquear los caminos si no se retiraban las fuerzas de ocupación.
No extrañó por eso que una de las primeras medidas del nuevo gobierno fuera una prenda de atracción para la izquierda: el martes 6, Siles hizo anunciar la ejecución de una multa de 127 mil dólares contra la Gulf Oil Company por incumplimiento de contrato en lo referente a la perforación de nuevos pozos petroleros.
Algunos sectores del propio MNR lo computan a Ovando como un militar nacionalista capaz de emprender desde el poder "el camino peruano", escogido por el presidente Juan Velasco Alvarado.
Pero a pesar de la endeblez de su poder, Siles puede constituirse en un escollo para los planes de Ovando. "Aunque el presidente sea de origen rosquero —confió a SIETE DIAS Jaime Rubín de Celis, presidente de la Federación Universitaria Paceña— se ha abierto una válvula de escape que puede llevar a un libre juego democrático. Y eso nos conviene." No es el único impedimento: Ovando no domina el quechua como Barrientos. Cuando concurre al valle, debe hablar con los campesinos a través de un intérprete. En cuanto a Siles, el sentimiento predominante fue definido por la dueña de una cafetería de la calle Comercio, en el centro de La Paz: "Es un hombre de la sociedad: no puede ser popular. Siempre vivió encerrado en su ambiente de señorito o entre los libros".
En la mañana del pasado martes 6, cuando aún no habían trascurrido 15 horas desde la jura del nuevo gabinete ministerial, el presidente Luis Adolfo Siles Salinas concedió a SIETE DIAS su primera audiencia periodística en su despacho del Palacio Quemado. Se acababa de inaugurar la hora cero de un gobierno surgido en circunstancias azarosas, de una de las peores crisis que sacudieron a este país desde que se conoció la noticia del accidente que segó la vida del general René Barrientos Ortuño.
Las respuestas del nuevo presidente no sólo conforman una aproximación franca a la actual situación de Bolivia: dan la pauta de que la incertidumbre constituye el rasgo principal del momento político boliviano, aun en las esferas más empinadas del gobierno.
—¿Cómo juzga usted el proceso abierto a partir de la muerte del presidente Barrientos?
—Han sido días muy difíciles, pero afortunadamente el país está entrando ahora en la normalidad constitucional.
—En sus declaraciones de la semana pasada a la prensa extranjera, usted afirmó que no aceptaría presiones de ninguna índole, ni siquiera de las Fuerzas Armadas. Pero el comentario de la opinión pública -inclusive el que se desprende desde esferas influyentes— es que su gobierno está sujeto a control de las FF. AA. ¿O depende de una previa consulta con ellas?
—Creo que las FF. AA. tienen fundamento en la vida nacional en un pie de igualdad con los demás sectores. En Bolivia, el Ejército no sólo se ocupa de defender las fronteras. Sus funciones abarcan también el desarrollo de una acción de progreso, como construir caminos y ayudar a la comunidad.
—Sin embargo, en el día de ayer, lunes, apenas concluida la ceremonia de juramento del nuevo gabinete, el general Ovando declaró que aún no puede abrir opinión sobre su gobierno porque espera ver sus acciones. ¿Entre las atribuciones del comandante en jefe se halla la de juzgar la acción del gobierno?
—El Ejército no delibera. Esta no es una limitación sino su gran virtud.
—¿Esa formación vertebral rige ahora en la práctica?
—El general Ovando ha respondido de la manera más obvia posible al declarar que no se puede opinar sobre lo que todavía no ha comenzado. Efectivamente, recién hoy empezamos a existir como gobierno.
—¿Cuáles son las opciones políticas que se abren en su país a partir de este momento?
—Para hablar de nuestra actual realidad política, hay que recordar que la caída del MNR, el 4 de noviembre de 1964, si bien obedeció a su propia descomposición interna, deja un gran vacío. Y la naturaleza humana tiene horror al "vacuum". Pero hasta ahora, ni el MNR ha logrado reagruparse ni tampoco se lo ha podido sustituir. Creo que existe cierta similitud con el caso argentino. El fenómeno peronista se parece a¡ del MNR tanto por el pensamiento político que encaman como por la disgregación que han dejado a su paso. El momento actual es de una gran confusión ideológica. No porque en Bolivia haya muchos partidos, sino porque ninguno es fuerte; ninguno ofrece un pensamiento elaborado ni estados mayores propios. Y ello afecta tanto a los partidos que forman parte del gobierno como a los de la oposición. Por eso es muy difícil predecir la línea del futuro.
—¿Ese vacío que usted acaba de mencionar lo intenta solucionar con la composición de su primer gabinete, que tiende a restituir el frente de la Revolución Boliviana, prácticamente suprimido por Barrientos?
—No hay tal restitución. Se ha consultado a hombres capaces de distintas corrientes políticas.
—La juventud, particularmente la universitaria, acusaba al gobierno del general Barrientos de dictatorial y entreguista. Desde el comienzo de la crisis usted buscó el apoyo de los estudiantes y en gran medida lo ha logrado. ¿Les ha prometido un programa que coincide con las postulaciones estudiantiles?
—Durante Barrientos hubo una prolongada pugna entre el gobierno y las juventudes. Yo quiero acabar con ello. Mi gobierno va a alentar las inversiones de capital extranjero, pero en todas aquellas áreas que tengan reproductivo y no extractivo. Además habrá una política tendiente a impedir que se lleguen a formar estados dentro del estado. Las inversiones se canalizarán hacia la industrialización del país y el desarrollo del agro.
Revista Siete Días Ilustrados
12.05.1969

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