La Revolución Universitaria pasó, en forma
dramática, a un abierto enfrentamiento armado. En la noche del 12 de
julio, los pocos paseantes que se aventuraron a dejar la relativa
seguridad de sus casas debieron practicar apresurado cuerpo a
tierra: el centro de Santa Cruz se convirtió de pronto en un campo
de batalla. Ráfagas de ametralladoras zigzagueaban peligrosamente
marcando los puestos de diarios y hasta los cacharros de barro de
algunas cholas que se habían retrasado al guardar su mercancía antes
de regresar al arrabal. La Universidad Gabriel René Moreno y el
Instituto de Capacitación Popular eran los epicentros del
enfrentamiento estudiantil. El eterno dilema de izquierdas y
derechas, que a partir de mayo se resolvía en favor de estas últimas
(cuando debió renunciar el ministro de Minas y Petróleo, Marcelo
Quiroga Santa Cruz, cabeza visible del tránsito hacia el socialismo
y numen de los radicalizados grupos mineros y estudiantiles),
retornaba al plano de la violencia. Cuarenta y ocho horas antes, la
pugna ideológica que divide a Bolivia había conmovido los cimientos
del gobierno: el presidente Ovando resolvió una grave crisis
castrense: separó al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas,
general Juan José Torres, y suprimió el cargo. Ese repliegue de la
izquierda boliviana, realizado bajo la intensa presión del ejército
y los grupos conservadores, llevó a ésta a un nuevo ensayo de la
guerrilla campesina justamente en el terreno de sus principales
fracasos. El domingo 19 de julio hizo su reaparición el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), esta vez bajo el mando del doctor Osvaldo
Peredo, más conocido como el Chato, hermano de los ultimados jefes
guerrilleros Inti y Coco, que lucharon junto a Ernesto Che Guevara
en su trágica aventura por las selvas bolivianas. Un comunicado del
ELN define su posición: lucha a muerte contra el imperialismo
norteamericano. Ataca a los partidos comunistas del continente y
define sarcásticamente al régimen de Ovando como un nacionalismo
revolucionario inspirado por el Pentágono. El gobierno acusó el
impacto y se sintió obligado a aclarar: la reaparición de los
guerrilleros no puede llevar a otra cosa que a un nuevo
enfrentamiento sangriento que debe terminar forzosamente con el
aniquilamiento de ese grupo. Esta vez los guerrilleros eligieron
un terreno más apto para su acción: las selvas tropicales del Alto
Beni, que se extienden al norte de La Paz hasta la frontera con
Perú. Y justamente escogieron para reanudar las hostilidades un
hecho espectacular: al mismo tiempo que Ovando formulaba su
amenazante respuesta en La Paz, rodeado de reflectores y
periodistas, a un centenar de kilómetros al Norte, los hombres del
Chato Peredo reiteraban su desafío. Tomaron por asalto el pequeño
villorrio de Teoponte, un campamento de apenas 300 habitantes que
trabajan en su totalidad en los yacimientos auríferos explotados por
la South American Placers, una empresa norteamericana, y capturaron
a dos mineros alemanes, Eugene Shulhauser y Gunther Lerch, técnicos
en rastrear oro del río Kaka, llevándoselos como rehenes. Horas más
tarde fijaron las condiciones para el rescate: liberación de diez
presos políticos (el argentino Gerardo Bermúdez y los bolivianos
Loyola Guzman —la única mujer del grupo—, Félix Melgar Antel, Oscar
Busch, Víctor Córdoba, Roberto Moreira, Rodolfo Saldaña, Juan
Sánchez, Benigno Coronado y Enrique Ortega). En caso de no accederse
a lo pedido, los rehenes serían pasados por las armas. La conmoción
que produjo esa noticia tuvo una repercusión inmediata a miles de
kilómetros de allí: en Bonn, capital de la Alemania Federal, el
canciller Willy Brandt reunió de urgencia a su gabinete. Teoponte,
un nombre exótico y difícil de pronunciar en alemán, prometía
ingresar en la trágica lista sudamericana de secuestros a
diplomáticos y ciudadanos germanos, inaugurada sangrientamente en
Guatemala con el asesinato del embajador Von Spretti. Un mensaje
personal de Brandt al presidente de Bolivia tuvo tranquilizante
respuesta: Ovando aceptaba el trueque. En el plano universitario
la tensión alcanzaba al clímax: los sectores de derecha se
apoderaban del edificio de la Universidad de San Andrés y
desalojaban a sus adversarios de izquierda, quienes se hicieron
fuertes en la facultad de Ingeniería. Tropas del ejército,
pertrechadas con armamentos de guerra, mantenían separados a los dos
grupos antagónicos. La Paz, en tensa vigilia, era un polvorín. La
populosa y moderna avenida 16 de Julio aparecía desierta mostrando
su novísimo perfil de rascacielos —casi un centenar— inaugurados
hace apenas quince días. Bombas y balas destrozaban vidrieras y
viviendas, desde la residencia del general Rogelio Miranda,
comandante del ejército y una de las principales Figuras del
convulsionado país, hasta la de la hermana del ex presidente Siles
Salinas, en el aristocrático barrio de Calacoto. Al ELN se antepuso
MANO, organización terrorista de derecha. Y para complicar aún más
el panorama, surgió Mano Izquierda similar pero del otro extremo.
Desde París J. P. Sastre suscribía solicitadas en las que pedía la
libertad del ideólogo Regis Debray, filósofo marxista de las
guerrillas, que cumple en Camirí una condena de treinta años.
Curioso: la omisión del ELN de pedir su liberación y la del
argentino Cilio Bustos. Es que —habrían afirmado voceros de la
guerrilla— sobre ambos pesa la duda de su comportamiento en los
interrogatorios a que fueron sometidos por los organismos de
seguridad. Existirían evidencias de que ambos, quizá presionados,
delataron al Che. El lunes 21, el gobierno decretó el estado de
sitio en todo el país y declaró zona militar a las 3 provincias
norteñas donde se detectaron movimientos guerrilleros: Larecapa,
Caupolicán y Yungas. Al día siguiente se cerraba otro de los
capítulos de esta historia. En un avión de la Fuerza Aérea Boliviana
los diez guerrilleros, veteranos de la campaña del 67, llegaban a
Arica, Chile. En un mensaje a la nación, Ovando formuló el anuncio.
Y como ya es moda, un sacerdote progresista, el padre jesuita José
Erast, que ofició a pedido de los extremistas como mediador,
confirmó por una cadena de emisoras la determinación del gobierno.
El miércoles, tras cuatro días de cautiverio, cansados y barbudos,
Shulhauser y Lerch se reunían con sus esposas. El contraataque
del gobierno no se hizo esperar. Fuerzas militares especializadas en
acciones antiguerrilleras tomaron el control de las zonas donde se
presume operan alrededor de setenta extremistas, de los cuales,
según información oficial, una veintena serían extranjeros:
argentinos, franceses, chilenos y peruanos. Los rangers bolivianos,
adiestrados en las tácticas de los boinas verdes por oficiales
norteamericanos veteranos del Vietnam, han alcanzado un grado de
operatividad como nunca antes tuvieron. La élite de esta nueva
guerrilla está formada, a diferencia de las anteriores, por jóvenes
universitarios de formación tanto democristiana como marxista que se
incorporaron al grupo que dirige el Chato Peredo. Son dirigentes
juveniles demócratas cristianos tales como Adolfo Quiroga Bonadona
(Rodolfo), presidente de la Confederación Universitaria Boliviana;
Mario Sánchez Moreno (David), vicepresidente de la CUB. Juan J.
Saavedra, miembro del Comité Central Revolucionario de la
Universidad Mayor de San Andrés; Antonio Figueroa, de la Federación
Universitaria de La Paz; Carlos Suárez Soto y Ricardo Justiniano
Roca, de la misma entidad, y Néstor Paz, un católico independiente
que justifica su actitud citando frases del Evangelio. Por el
comunismo no maoísta, Horacio Rueda Pena, Norberto Domínguez Silva y
Carlos Suárez Coimbra, abiertos ahora de la llamada línea Moscú,
suscriben idéntico pensamiento. Se tiene casi la certeza de que este
movimiento no cuenta con el apoyo económico de Cuba. Los fondos,
según aventurada versión extraoficial, provendrían de golpes contra
entidades bancarias y rescates por secuestros perpetrados en el
Uruguay por el grupo Tupamaro. Algunos sacerdotes radicalizados
apoyan moral mente a este tipo de explosión violenta, basados en los
documentos de Medellín. Todos ellos se lanzan a la lucha,
convencidos de que el gobierno encabezado por Ovando Candía perdió
fuerzas y pactó con la derecha y los intereses internacionales para
mantenerse en el poder, lejos de los postulados que tuvo en su
origen y que tendían al cambio de estructuras: la estatización de la
empresa petrolera norteamericana Gulf Oil; la anulación del Código
Petrolero (redactado en Nueva York por el estudio de abogados
Daveport & Co.), que era ley, y del Estatuto de las Organizaciones
Sindicales, elemento represivo que legalizaba abusos; la
eliminación del artículo 201 del Código de Mine ría que autorizaba a
los consorcios extranjeros a comprar y vender libremente el mineral
de estaño; la formalización de relaciones diplomáticas con la URSS y
otros países del bloque socialista, hitos que marcaron el camino
hacia la estatización y el socialismo. La relativa facilidad con que
se lograron estos cambios incrementaron la audacia de los
intelectuales progresistas, apoyados incluso por declaraciones del
propio Ovando. En un reportaje exclusivo publicado el 19 de
diciembre de 1969 en el semanario uruguayo Marcha, afirmó que su
gobierno asumiría el total dominio económico del país por medio del
capitalismo del Estado. La meta de ese proceso —dijo luego— será la
propiedad estatal de los medios de producción, la nacionalización de
la banca, del comercio exterior y de todos los aspectos conexos
hasta llegar por último a la eliminación completa de la propiedad
privada. Un mes después, en enero de este año, ante las
reacciones que produjeron sus declaraciones, se rectificó
parcialmente: dijo que su gobierno no era socialista ni capitalista
y que no proyectaba las nacionalizaciones anunciadas. Bolivia
pertenece —sostuvo entonces— al tercer mundo, al del analfabetismo y
la miseria. El 16 de marzo, debió firmar un decreto re-implantando
la pena de muerte: los atentados terroristas habían aniquilado días
antes al director del diario Hoy, Alfred Alexander, y a su esposa.
Las discrepancias profundas que la medida causó en su gabinete lo
hicieron desistir de su aplicación. En abril, la revolución
universitaria iniciada a comienzos de mes en La Paz se extendió a
las universidades de Cochabamba, Oruro, Tarija, Sucre, Potosí y
Santa Cruz. Simultáneamente, el XIV Congreso Nacional de Mineros
reeligió al líder Juan Lechín Oquendo como secretario general de la
Federación de Mineros de Bolivia y aprobó una declaración de
oposición total al gobierno. En mayo tuvo que afrontar una
gravísima crisis política y reorganizar su gabinete, Desaparecieron
así del escenario oficial los ministros más radicalizados: Quiroga
Santa Cruz, Alberto Bayle Gutiérrez, José Ortiz Mercado y Oscar
Bonifaz. Los cánones del presidente ya apuntaban nuevamente hacia la
derecha. En junio, violentos disturbios universitarios
ensangrentaron la ciudad de Cochabamba, ante la aparición de los
cadáveres de Jenney Koelley y Elmo Catalán, que mostraban huellas de
haber sido torturados antes de su muerte. Único acusado: el
gobierno. La refriega se extendió: en Potosí murió baleado el
estudiante Félix Coila. La réplica oficial acusó al ELN. Caído en
desgracia el general Juan José Torres, desapareció el único apoyo
que le restaba al sector civil izquierdista de la revolución
boliviana. Los tres comandantes, generales Rogelio Miranda, Fernando
Sattori y capitán naval Alberto Albarracín, quienes inspiraron la
separación de Torres, expresaron abiertamente que no tolerarían
experiencias socializantes de ningún tipo. He ahí el porqué de la
aparición del nuevo brote guerrillero.
Revista Semana Gráfica
31.07.1970
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La élite de esta nueva experiencia subversiva
está formada, a diferencia de las anteriores, por
jóvenes universitarios de formación demócrata cristiana
y marxistas apartados de la línea Moscú, con el apoyo
moral de sacerdotes radicalizados que así Interpretan
los documentos de Medellín. El apoyo económico no
proviene de Cuba: se lo atribuye a los golpes
perpetrados en el Uruguay por los Tupamaros. Su líder es
Osvaldo Chato Peredo, hermano de Coco e Inti,
lugartenientes del Che. El gobierno, inclinado hacia la
derecha, enfrenta graves crisis sociales.
Alfredo Ovando Candía, general y presidente. Se proclamó
izquierdista. La derecha lo recuperó. Y el pueblo
espera. René Barrientos contaba con el apoyo de los
campesinos.
Regis Debray, ideólogo
francés de la guerrilla. El ELN no pidió su libertad.
Habría traicionado al Che
Eddy González, agente de la
CIA. El nuevo brote guerrillero lo habría hecho viajar
otra vez a Bolivia.
Che Guevara, cuando todavía
no era un mito. Hoy, otros intentan lo mismo ¿Tendrán su
final?
Gunther Lerch y Eugene
Shulhauser, los dos técnicos alemanes por diez presos
políticos, relatan su aventura. Afirmaron que los
hombres del Chato Peredo son numerosos y poseen moderno
armamento
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