En el fondo del lago de Toeplitz, Austria, hay
unas setenta cajas blindadas que contienen oro y
alhajas por valor de centenares de millones de
dólares, documentos ultrasecretos sobre la última
contienda mundial, planos de nuevas armas (como un
sumergible monoplaza de asalto y "misiles"
absolutamente revolucionarios), además de
proyectos para una guerra bacteriológica que
envenenaría a la humanidad entera.
Nada de esto
es seguro, pero lo creen centenares de
aventureros, criminales de guerra nazis,
diplomáticos, periodistas, policías particulares,
que acuden, desde hace más de quince años, a las
orillas de ese lago en la vieja selva de Estiria,
en busca del llamado tesoro del Tercer Reich. Más
de veinte murieron ahogados.
La noticia de que
ese tesoro había sido sumergido allí en los días
postreros de la guerra se publicó por primera vez
en el semanario alemán "Stern", el año 1959.
El
mismo semanario, continuando su encuesta, había
sacado a luz quince de esas cajas, pero sólo
contenían moneda falsa (libras esterlinas), que
había sido acuñada por orden de Hitler: se trataba
de la "operación Bernhard", que tenía por objeto
inundar el mundo de esa moneda falsa, con el fin
de trastornar la economía de sus aliados.
Hace
algunas semanas se ha vuelto a hablar del "tesoro
del Tercer Reich", cuando un muchacho alemán de 19
años, Alfred Egner, falleció el 6 de octubre
durante la inmersión clandestina, Desde fines de
ese mes, un empresario de Canterbury, Patrick
Loftus, está revelando al "Evening News", de
Londres, cómo vio con sus propios ojos echar al
lago el tesoro.
Hasta "Pravda", de Moscú, tan
prudente en estos asuntos, admite la veracidad de
éste y otros testimonios. "Los dirigentes alemanes
—escribió— tiemblan de miedo, porque si se
dragaran esas aguas se sabrían muchas cosas sobre
su propio pasado." Y agregó: "Además, allí están
las claves de los depósitos dejados por los
dirigentes nazis en los bancos suizos". De esta
manera se explicaría la resistencia del gobierno
de Viena a la idea de rastrear seriamente el lago
de Toeplitz.
Pero aquella noche no estaba solo
el joven Alfred Egner. Había llegado con otros dos
amigos: Georg Freiberger, que fue agente de los
servicios de espionaje del almirante Canaris, y
Karl Schmid, con antecedentes como falsificador de
moneda. La muerte de Egner fue denunciada a la
policía por Freiberg, pero dos días más tarde; y
la larga cuerda de nylon que él mostró —la cuerda
que el desdichado utilizó para sumergirse— no
estaba rota, sino cortada.
Al mismo tiempo, se
recogieron testimonios según los cuales un famoso
personaje del nazismo había sido reconocido en la
ciudad tirolesa de Salzburgo: se trata de Otto
Skorzeny, el atlético capitán que al frente de un
comando SS realizaba "misiones especiales" tan
fabulosas como el rescate de Mussolini, encerrado
por orden del rey en las cumbres del Gran Sasso.
Se considera a Skorzeny —que vive en España bajo
identidad supuesta, después de haberse sometido a
una intervención de cirugía estética— como el
hombre que más sabe sobre los secretos del nazismo
y, de hecho, como el jefe virtual de todos los
criminales de guerra que lograron eludir el
castigo.
La hipótesis obvia es que, informado
de la presencia de Freiberger y sus amigos en ese
lugar, Skorzeny se habría puesto en viaje para
salvar el tesoro del Tercer Reich; se añade que
los veinte cadáveres recogidos de las aguas hasta
ahora han sido víctimas, como Egner, de
"accidentes" semejantes.
Esta vez, los despojos
fueron rescatados por una gigantesca expedición
montada por el gobierno austríaco al costo de un
millón de "shillings". Durante la operación, que
duró veinte días, los periodistas fueron
desalojados de la zona. Aparentemente, no se
hubiera gastado tanto dinero y tiempo ni se
hubiera recurrido a medios técnicos tan poderosos,
si solamente se trataba de buscar el cadáver de
Alfred Egner.
Se cree que se procedió así
porque era la última oportunidad de averiguar si
"Pravda" decía la verdad o no acerca de los
depósitos en los bancos suizos: el gobierno
helvético ha dispuesto que "los haberes
extranjeros o de apátridas perseguidos por razones
raciales, religiosas y políticas", si no los
reclamara nadie hasta el 29 de febrero de 1964,
serían dedicados a obras de beneficencia.
El
ministro del Interior austríaco, señor
Aschenbrenner, declaró en conferencia de prensa
que "se harán todos los esfuerzos necesarios para
acabar con esa leyenda", pero el hecho es que los
dos compañeros de Egner, después de declarar antes
la policía de Salzburgo, han desaparecido.
Es
evidente que varios servicios de inteligencia
están luchando entre sí para llegar los primeros
al fondo del lago Toeplitz. La prensa europea
señala por lo menos cinco organizaciones: la de
Skorzeny, la del ex general Seep Dietrich (que se
supone vinculada a potencias occidentales), la del
contraespionaje israelí, la del movimiento
austríaco de resistencia y la del "grupo Heinz
Mueller'. Este es un oficial que participó en la
inmersión del tesoro; hace unos meses se informó
que su tumba, en una aldea del Occidente alemán,
estaba vacía, y que él vive en Rusia, integrado en
el servicio secreto soviético.
En todo caso, la
cuestión del tesoro del Reich ha cobrado una
notoriedad tal que el gobierno austríaco se verá
obligado a investigarla de modo definitivo. Antes
de mucho tiempo, las setenta cajas blindadas
volverían a la superficie.
Revista Primera
Plana
19/11/1963
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