Crece la leyenda sobre la tragedia de Sharon Tate
hippies, brujas, locura, drogas y venganza
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Hace casi un mes y medio que masacraron a Sharon Tate y a sus cuatro amigos, el único que ha logrado algo positivo a partir de la tragedia es un pecoso norteamericano de 12 años y gastados blue jeans. Todos los días instala un carro en la puerta de la mansión de Cielo Drive 10050 —el hogar de los Polanski— y vende en pocas horas sus relucientes naranjas. Ni siquiera necesita vocear la mercadería: Cielo Drive 10050, en Bel Air, suntuoso suburbio de Los Ángeles, se ha convertido en el escenario de un morboso desfile turístico que todavía espera ver las manchas de sangre en el parque, la viga donde fue colgada la actriz o la casita de William Garretson (19 años), encargado de la finca y único sobreviviente de la matanza.
Salvo el boom del vendedor de naranjas, todo lo demás es un fracaso. Tres tenientes, diecinueve detectives especiales y más de doscientos interrogados apenas han servido —hasta ahora— para fortalecer la sospecha de que la policía está frente a un insólito caso de crimen perfecto colectivo, algo inusual aun para la violenta Los Ángeles.

UNO, DOS Y TRES...
La noche del 9 de agosto, Román Polanski comía con unos amigos en el privadísimo Playboy Club de Londres y parloteaba sobre la muerte.
De pronto sonó el teléfono. Antes de que el camarero atendiera la llamada, el director de La danza de los vampiros se levantó de la silla, hizo unos pasos de baile y descolgó el tubo mientras cantaba: "Uno, dos y tres ... ¿quién será el muerto esta vez?".
Los muertos eran cinco. Y uno de ellos su esposa.
Dos horas después, mientras la policía de Los Ángeles encontraba abandonado en un suburbio el flamante Ferrari sport rojo de Polanski —usado por el o los asesinos para escapar de Bel Air—, el director lloraba convulsivamente en el asiento trasero del Rolls Royce verde que lo llevaba al aeropuerto para tomar el jet de Pan American que lo instalaría ante una pesadilla de la que todavía no ha despertado.

LA DANZA MACABRA
Los diarios y la policía lo ametrallaron con preguntas. Pasó una semana entera bajo sedantes, sin poder impedir que la escena le estallara a cada momento en el cerebro. Sharon Tate, 26 años, 1.60 de estatura, 54 kilos, pelirroja, embarazada de ocho meses, una de las mujeres más lindas de Hollywood, colgada de una viga, baleada, tajeada y estrangulada. Junto a ella, atados los dos por un cable eléctrico de nylon, el cadáver de Jay Sebring, 35 años, ex novio de Sharon, peluquero de fama internacional —cobraba hasta 100 dólares por un corte de pelo—, dueño de una cadena de salones de belleza, posiblemente drogadicto y sindicado como traficante de estupefacientes y organizador de fiestas negras. En el parque, baleados por la espalda, Voytek Frykowski (37 años), un guionista y fotógrafo polaco, productor de la primera película de Polanski, entregado de lleno al hippismo y activo consumidor de marihuana, y Abigail Folger (26 años), su amiga íntima, única heredera de los mayores cafetales de San Francisco. Finalmente, muerto de un balazo en la cabeza dentro de su coche, Steven Earl Parent (18 años), hijo de un carpintero y equívoco acompañante nocturno de William Garretson, el casero de los Polanski. Además, sangre por todas partes. Y la palabra Pig (cerdo) escrita también con sangre en la puerta de la mansión.
Luego, los detalles. Las capuchas que cubrían las cabezas de Sharon Tate y de Jay Sebring; los extraños tajos hechos a punta de cuchillo sobre los cuerpos; los cables del teléfono cortados. Y aquellas dos frases que encabezaban todas las crónicas: "Mejor envíen un patrullero a la residencia. Hay un hombre tirado en el jardín del frente y se ve sangre por todas partes. Parece algo terrible ..." (Sábado 9 de agosto a las 8.15 de la mañana; aviso telefónico a la policía lanzado por Winifred Chapman, la mujer encargada de la limpieza en la casa de los Polanski); y "Jamás vi nada parecido. Todas las camas están revueltas. Esto parece un campo de batalla" (sargento Stanley Horman, al terminar la inspección ocular, sábado al mediodía).

¿COSA DE LOCOS?
Fue inútil que algunos policías pretendieran encaminar la investigación bajo el enfoque de un crimen colectivo cometido por un demente. Román Polanski —nacido en Francia, hijo de polacos, judío, casado por el rito católico y ateo confeso— había filmado ya La danza de los vampiros y El bebé de Rosemary, preparaba The Donner Pass, una historia de canibalismo, y pensaba dedicar su próximo film al célebre Paganini, de quien decía: "El arco de su violín estaba dirigido por el demonio". De algún modo, jugar con brujerías lo convirtió en el niño mimado del cine norteamericano y trasformó el quíntuple asesinato de Bel Air en una historia demoníaca que ya nadie se atreve a juzgar simplemente como un grave suceso policial.

LA LEYENDA NEGRA
Es inútil que Polanski se empeñe en explicar que La danza de los vampiros es apenas una alocada sátira a los cuentos de terror que asustan a los chicos o que El bebé de Rosemary no es otra cosa que la historia de una joven esposa neoyorquina que va a tener un hijo: hecho natural y previsible que su mente enferma convierte en un escalofriante relato de demonología. Miles de metros de celuloide en torno de duendes y vampiros envuelven a Polanski y a la matanza de la calle Cielo Drive. Y para colmo, el domingo 10 de agosto, un detective, después de mirar por centésima vez el ensangrentado living de la mansión, sentenció: "Parece un crimen ritual". La leyenda negra estaba en marcha

EL DISCIPULO DEL DIABLO
Hasta la semana pasada las conjeturas policiales sobre la masacre no apuntaban, sin embargo, hacia la magia negra. Los investigadores preferían atribuir el episodio a una venganza (por ejemplo, hippies pobres contra hippies millonarios, comunidad a la que pertenecían los amigos de Sharop Tate), a un problema de drogas (está probado que por lo menos Jay Sebring y Voytek Frykowski tenían negocios con traficantes) o al acto individual de un demente. Entonces apareció Antón La Vey y dijo que Sha ron Tate era una bruja: el caso tenía un nuevo enfoque. O lo que es peor, volvía a punto muerto.

BAUTISMOS, CASAMIENTOS...
Antón La Vey es un húngaro de 40 años, cabeza rapada y barba en punta. Vive en una oscura casona de California Street 6114, San Francisco, y rige desde hace cuatro años la llamada iglesia de Satanás, una delirante institución que sin embargo está reconocida legalmente por el estado de California. Entre sus osadías figuran bautismos, casamientos y hasta responsos rituales inventados por el mismo La Vey que terminan invariablemente en orgías de alcohol y de sexo donde son frecuentes las flagelaciones con látigos de cuero y cadenas, también usados por la secta The Swingers, una pequeña comunidad californiana de drogadictos a la que en principio se culpó de la matanza de Bel Air.
Hace diez días, el discípulo del diablo se apoltronó en el
sillón de su despacho, echó una mirada al esqueleto cubierto de pintura fosforescente que usa para poner en clima a sus visitantes: y confesó: "Sharon Tate era una de mis criaturas predilectas. Una servidora de Satanás como hay pocas. Una verdadera elegida, con extraordinarias condiciones para nuestros ritos y nuestras ceremonias. Ella vivía para la iglesia satánica. Polanski aceptó casarse según nuestro culto, pero luego nos abandonó. Sharon, en cambio, fue siempre vital y devota como ninguna. Verdaderamente irremplazable. Por suerte, aunque pocos nos entienden, ya tenemos siete mil adictos. Los soldados de Lucifer, nuestro señor...".

PARA DESPUES...
Poco después, algunos amigos de la actriz dijeron a la policía que Polanski, preocupado por la militancia de su mujer en la congregación de La Vey, le había arrancado la promesa de no intervenir en las ceremonias hasta después del parto. "Pero la noche de la tragedia —agregaron— estimulada por las drogas, Sha-ron ofició por su cuenta una misa negra que terminó a balazos y puñaladas. Los asesinos eran dos".

¿HASTA CUANDO EL MISTERIO?
Estas circunstancias terminaron de doblegar a Polanski: después de llamar a conferencia de prensa y explicar, con lágrimas en los ojos, que Sharon era una chica normal "que ni siquiera fumaba", y de invitar a la prensa a revisar la mansión de Bel Air, "donde sólo encontrarán libros sobre parto sin dolor y ropa de bebé", tomó un avión y se refugió en Las Bahamas. Mientras tanto, el tema de la brujería alcanzaba niveles inauditos: el abogado del peluquero Jay Sebring contrató al vidente Peter Hurkos para que fuera a la casa del crimen y resolviera el problema. Hurkos, que se presenta habitualmente en teatros de los arrabales de Los Ángeles, cobró 500 dólares por el servicio y arriesgó una ambigua respuesta que enfureció a la policía:
"Los asesinos eran tres — dijo— y Sharon Tate los conocía bien. Uno de ellos resultó herido en la pelea con un vidrio de sus propios lentes. ¿Móvil?: el odio. Uno era alto, el otro tenía barba y el tercero era delgado. Los mataron con un cuchillo de caza y una pistola de pequeño calibre. La bandera norteamericana que había en el sofá del living tiene mucho que ver en el asunto porque expresa la presunta posición de los asesinos que consideran patriótica su actitud".

A SANGRE FRIA
El enigma continúa. Sin embargo, más allá de drogas y de brujas, otra versión empieza a iluminar el caso. Es la que dio por televisión el escritor y experto en psicología criminal Truman Capote, autor de A sangre fría, uno de los mayores best-sellers norteamericanos: "La matanza —aseguró— es obra de un paranoico que actuó solo y nada tiene que ver con las drogas. El hombre llegó a la casa de Polanski la noche del 8 al 9 de agosto, empujado por una fuerza oscura. Cortó los hilos del teléfono y llamó a la puerta. Frykowski y Sebring estaban sentados en el sofá y tomaban copas. Uno de ellos abrió. El hombre lo encañonó con una pistola y penetró en el living. Enseguida lo obligó a llamar a las demás personas que estaban en la casa. En ese momento, las dos mujeres dormían. Cuando bajaron, obligó a Sharon y a Sebring a atarse de tal modo que se estrangularan al menor movimiento. Mientras controlaba el operativo, Abigail y Frikowski trataron de escapar, pero el loco corrió tras ellos y los mató por la espalda. Al escuchar los disparos, Parent trató de poner en marcha su coche para huir, pero el asesino fue más rápido. Después volvió a la casa y mató a Sharon y a Sebring. Hundió la palma de la mano en las heridas, escribió Pig en la puerta y se alejó. Los criminales paranoicos son sexualmente indefinidos. Casi siempre liberan su debilidad en un baño de sangre".

¿QUÉ PASÓ? ¿CÓMO FUE?
El sábado 9 de agosto a las 8.15 de la mañana una mucama llamó a la policía. En el parque de la mansión del matrimonio formado por la actriz Sharon Tate y el director cinematográfico Román Polanski un hombre caído y sangre por todas partes. Media hora después, la policía se enfrentaba con uno de los sucesos más atroces de la historia de la crónica roja. En la casa (Cielo Drive 10050, Bel Air, suburbio de Los Ángeles) había cinco cadáveres: la actriz Sharon Tate, el peluquero Jay Sebring, el guionista Voytek Frykowski, la rica heredera Abigail Folger y Steven Earl Parent, equívoco amigo del encargado de la casa. Sharon y Jay (su ex novio) pendían colgados de una viga, estaban encapuchados y atados y habían sido muertos a balazos y a puñaladas. Los otros tres, también baleados, estaban en el parque. La masacre ocurrió en la noche del 8 al 9 de agosto, mientras la actriz y sus amigos se divertían. Polanski, que estaba en Londres, se enteró por teléfono y voló inmediatamente a Los Ángeles. Primero fue detenido el casero y después un hippie sindicado como drogadicto, pero ambos presentaron coartadas perfectas. Dos días después, a 25 kilómetros del lugar, un matrimonio fue asesinado en idénticas circunstancias. La policía interrogó a más de 20 personas. Fue inútil. El enigma continúa.

Revista Semana Gráfica
19.09.1969

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Policías. Detectives. Agentes especiales. Doscientos interrogados. Todo sin esclarecer. Brujerías, drogas, venganza o demencia, la masacre de Bel Air ofrece infinitas pistas sin solución. Román Polanski desespera. Hasta ahora, misterio
Sharon Tate
Sharon Tate
Arriba: Londres, 20 de enero de 1968. Sharon Tate y Román Polanski acaban de casarse.
Centro: Los Ángeles, 9 de agosto de 1969. Dos agentes de la brigada de homicidios sacan el cadáver de la actriz de su mansión en Bel Air.
Abajo: Antón La Vey, delirante Jefe de la iglesia de Satanás. Declaró que Sharon Tate era la mejor de sus discípulas.