CHILE
Lento viaje hacia el socialismo
(Los que exigen, los que esperan, los que temen)

Salvador Allende
Durante casi una semana, el secretario de redacción Osvaldo R. Ciezar sondeó la especial situación —en el marco sud y latinoamericano— que vive Chile. Antes que orientarse hacia las expresiones oficiales del proceso, su tarea prefirió la periferia del poder, donde los sectores sociales chilenos afrontan la instancia decisiva de una definición. Más que un informe, el suyo es un análisis sobre un país en la inminencia de una encrucijada.

Lo deseamos y lo haremos. No creemos que exista fuerza capaz de impedirlo.
FRANTZ FANON


-¿Saber si es posible? Nadie puede decirlo. A nosotros nos corresponde, simplemente, intentarlo. Para ello aplicamos todo lo que somos, todo lo que creemos, todo lo que interpretamos en el pueblo chileno.
La pregunta había girado alrededor de la tarea que se ha impuesto, después de su consagración en las urnas y el parlamento, el gobierno que encabeza el médico Salvador Allende Gossens como eje de la coalición Unidad Popular, que integran dos partidos marxistas (el suyo propio, socialista, y el comunista ortodoxo), otro que acaso lo sea más, pese a su procedencia cristiana (MAPTJ), el debilitado radicalismo y algunos sectores independientes. La respuesta parecía ociosa veinte centímetros sobre la cabeza del funcionario que ocupaba un vasto espacio en La Moneda: sonriente, tocado con boina de campaña y la solitaria estrella de comandante cubano, la imagen del argentino Ernesto 'Ché' Guevara ponía un signo diferente, insólito para una casa de gobierno sudamericana.
Sin perder su chispa ni su seriedad, el 'compañero presidente' avanza sin pausas hacia lo que entiende como tarea esencial de su mandato: el vadeo de una primera etapa de consolidación que le otorgue al gobierno fuerza y confianza —tanto adentro como afuera— para construir el socialismo. Dos preocupaciones restan espontaneidad a la gimnasia verbal de Allende, cosechada a través de 27 años con mandato parlamentario como diputado o senador: asegurarse que las fuerzas armadas y su colateral Cuerpo de Carabineros presten consenso a la profunda reforma que planea La Moneda, y calmar las expectativas de quienes, instalados más a la izquierda, presionan sobre el gobierno para lanzarse rápidamente hacia las nuevas formas sostenidas por la Unidad Popular,
Salvador Allende cuenta, a simple vista, con el apoyo —cuando menos, el acuerdo expectante— de la clase trabajadora, y la pauperizada clase media. "No lo voté, pero ahora le tengo confianza al gallo Allende", sostienen casi unánimemente los empleados comerciales que trabajan sobre la Alameda. Esas expresiones, cuya profundidad pudo medirse en las elecciones de regidores de comienzos de abril (la Unidad Popular creció desde 36 al 51 por ciento del electorado, un repunte para muchos milagroso), son por hoy el fundamento mayor del régimen izquierdista que a partir de junio espera
abandonar la cautela del primer impulso. Pero el peligro mayor, para Allende y su equipo ministerial, yace en las sombras de la conspiración: como en 1924, cuando se vio amenazado por el avance de los sectores populares y creó TEA para amedrentar a los funcionarios y dirigentes del gobierno encabezado por Arturo Alessandri Palma, hasta desencadenar el golpe de Estado de los oficiales jóvenes, la derecha teje una maraña siniestra que incluye todas las categorías del asesinato y la violencia. El asesinato del ex ministro de Interior de Frei y puntal derechista del PDC, Edmundo Pérez Zujovic, así pareció señalarlo el martes 8 de junio.
Es importante retomar la historia nacional chilena para entender cabalmente las alternativas actuales: con calidad profética excepcional, ya Simón Bolívar había señalado que "si alguna república permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena, pues jamás se ha extinguido allí el espíritu de la
libertad". Una recorrida por los tramos fundamentales del devenir chileno demuestra que, como pocos países en el mundo, sus habitantes alcanzaran un grado de cultura política tal que, consciente o subconscientemente, cada votación se transforma en una enseñanza sobre acople de las necesidades propias y el rumbo histórico que predomina en todo el mundo. Chile ofrece hoy la alternativa a la construcción pacífica del socialismo con la misma madurez que antes afrontó la inédita vía de la revolución en libertad encarnada en la democracia cristiana, en 1938, se entregó en manos del único Frente Popular con éxito en todo el globo terráqueo y en 1952 balanceó la vecindad de varios autoritarismos con uno propio, hecho a la medida de su coyuntura histórica.
Chile confió, en setiembre de 1970 y en abril de 1971, en un hombre que fue cuatro veces candidato presidencial dentro del sistema, con la consigna inequívoca de hacerlo pedazos, de transformarlo en su contrario. Pero Salvador Allende no se enanca en una fórmula ajena, alumbrada para otras situaciones: en su primer mensaje al pueblo, en el colmado Estadio Nacional de Santiago, el compañero presidente exhumó un olvidado pasaje de Federico Engels ("Puede concebirse la evolución pacífica de la vieja sociedad hacia la nueva en los países donde la representación popular concentra en ella todo el poder, donde, de acuerdo con la Constitución, se puede hacer lo que se desee, desde el momento en que se tiene tras de sí a la mayoría de la nación") para dar los primeros pasos por lo que llama la vía chilena hacia el socialismo.
Lo de Allende no parece tozudez: parece convicción, con un cierto tono que tanto puede ser de española suficiencia como chilena convicción. Por esa razón ese pragmático —que confiesa en privado cierta añoranza del vino, reducido hoy de moderada afición a escueta degustación— ni siquiera se irrita cuando los escuderos de la teoría le someten a su microscopio: "¿Que no se puede instaurar el socialismo sin movilización de las masas? Pues déjennos probar. Por ahí hasta podemos dar vuelta la teoría y demostrar que es posible. Sería una contribución más de Chile al progreso de la humanidad, ¿no es cierto?" Lentamente, por lo tanto, Allende sigue adelante con su ensayo, más parecido a la falta de rigidez de un chef que al ciego formulismo de un químico: el primer tramo del test transcurre por la vía paralela de dar lo suficiente a las clases sumergidas sin ensoberbecerlas ni llevarlas hasta la exigencia, v aislar a la derecha de quienes pueden contrarrestar, por la fuerza, el rumbo de su gobierno.

Aquel pájaro que vuela por primera vez
se aleja del nido mirando hacia atrás.
VICENTE HUIDOBRO


Desconfiado por la izquierda que, alrededor del MIR, postuló la toma del poder por la violencia; jaqueado adentro y afuera de Chile por los privilegiados de un ordenamiento social y económico injusto, el compañero presidente reclama para sí la imagen de un técnico que desarma la bomba con la mano derecha y arma otra con la izquierda. Los dos trabajos parecen por momentos insuperables, hacen temer que esa buena voluntad recale también en el museo de las frustraciones, y el menor error dé comienzo a una reacción en cadena que bien puede llamarse guerra civil: esa posibilidad yace en la naturaleza del chileno, que ya afrontó 10.000 muertos en el alzamiento de 1891, y cuyas huellas sociales son todavía visibles en la enemistad entre familias y la rivalidad entre distintos estratos económicos.
A través del MIR, algunos de sus desprendimientos y el Movimiento Campesino Revolucionario, la izquierda no integrada en el sistema, que se nutre en la juventud universitaria y tiene como cuartel general la ciudad sureña de Concepción, presiona sobre el gobierno y se vuelca sobre el campesinado para exigir mayor velocidad y profundidad a la reforma agraria: descree del esquema concebido por la administración Frei —escrupulosamente respetada por Allende, en tanto significa un punto brillantísimo para demostrar sus intenciones de gobernar con las leyes en vigencia— y sostiene, argumentadamente, que el ángulo de acción del ministro Jacques Chonchol, líder del MAPU, no desbarata las grandes haciendas donde aún se mantienen regímenes propios del siglo XIX. Por cierto, hay un error en la táctica (en la estrategia Hay coincidencia, pero también renuencia a aceptarlo), toda vez que el apoyo de las reivindicaciones indígenas, especialmente los mapuches en la provincia de Cautín, irrita a los pequeños propietarios que, cazurramente, los terratenientes instalaron entre sus enormes fundos y las reservas indígenas.
La izquierda coincide con el gobierno en una franja consciente pero silenciada: el temor de que el tiempo no alcance para hacer irreversible el despegue chileno hacia el socialismo. La divergencia mayor reside en que, fuera del gobierno, los jóvenes no se han aliviado de la profunda desconfianza hacia el partido comunista y aún el socialismo, partido por el cual ha transitado buena parte de sus cuadros: en Concepción, Allende pasó por alto esos detalles —acaso haya sido un error— para demostrarles que miraba más allá de este tiempo, que tiene razón cuando señala que su lucha debe ser distinta porque no se opone a ninguna dictadura sino a un régimen, a un sistema.
Pero la prédica izquierdista no se resume en la pataleta —o la agitación campesina— de los estudiantes: el sector interpretado por el quincenario Punto Final va más al fondo del proceso, y se pregunta si el gobierno de la Unidad Popular no puede detenerse en la vía muerta del capitalismo de Estado, antes que avanzar decididamente hacia el socialismo. De algún modo, la realidad apoya las interpretaciones del guevarismo: las actividades de la CORFO (Corporación de Fomento a la Producción, ente creado en 1939 por el gobierno del Frente Popular encabezado por el radical Pedro Aguirre Cerda, transformado hoy en herramienta de primera magnitud por la administración Allende) tienden a revertir sobre el gobierno, y no los sectores obreros, la conducción del cambio; por el contrario, quienes discrepan desde la izquierda señalan que el gobierno yerra al no confiar en las masas trabajadoras, por la vía de la cogestión en las empresas expropiadas —especialmente las textiles—, una participación auténticamente popular.
En verdad, todo lo andado hasta ahora señala una tendencia centralizadora aparentemente incompatible con la construcción del socialismo en su expresión de nueva democracia: cuando la decisión encuentra cauce en los gabinetes oficiales y no en las asambleas populares, desde el punto de vista revolucionario, se alzan elementos de resistencia que obligan a mantener una posición crítica hacia el gobierno. Por el contrario, los funcionarios señalan que es imposible avanzar con mayor velocidad porque la estructura legal, sumada a la acción de un congreso bloqueado por las indefiniciones del centrismo —especialmente la democracia cristiana, a mitad de camino entre el conservadorismo de Frei y la izquierda reformista de Rodomiro Tomic—, dan la elasticidad y el poder suficiente para hacerlo. En verdad, sólo un puñado de olvidados decretos-leyes, dictados por la junta militar Puga-Dávila-Matte (manejada por el coronel socialista Marmaduque Gro-ve) en sus escasos 13 días de gobierno, a partir del 4 de junio de 1932, sirve de base legal para que Allende difiera el inevitable enfrentamiento con el Congreso.

No hay tiempo que perder
los iceberg que flotan en los ojos de los muertos
conocen su camino. (V. H.)


En verdad, entre lo proclamado por Salvador Allende desde el 4 de noviembre pasado y lo realizado hay un ancho campo de contradicciones. "Caminamos hacia el socialismo —sostuvo en su primer mensaje al parlamento, el 21 de mayo pasado— no por amor académico a un cuerpo doctrinario. Nos impulsa la energía de nuestro pueblo que sabe el imperativo ineludible de vencer el atraso, y siente al régimen socialista como el único que se ofrece a las naciones modernas para reconstruirse nacionalmente en libertad, autonomía y dignidad. Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria, estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana."
Sin embargo, a lo largo de las 704 páginas del increíblemente minucioso informe —especialmente las dedicadas a la economía, 427 páginas—, campea tan sólo la intención de demostrar que el gobierno cumple al pie de la letra leyes, decretos y reglamentos, como si rindiese cuentas dentro del sistema. La difícil lectura del tomo tiene una visible contradicci5n como saldo de primera mano: entre lo puntualizado por el mensaje leído y el mensaje escrito hay una dicotomía que media entre las intenciones y el ejercicio del gobierno; aparentemente señala que la administración Allende
presta mayor atención al cuerpo legal que instrumenta su acción que a la posibilidad de forzar, desde la movilización popular, ese cambio cualitativo que se busca.
Claro está, no puede olvidarse que el verdadero enemigo del socialismo a la chilena que prohíja Allende yace en sus eventuales victimados: la derecha, cuya expresión visible es la bancada parlamentaria del Partido Nacional, parece más dispuesta a violar la legalidad que a exigir su estricto cumplimiento por el gobierno. Así las cosas, verdaderas bandas de forajidos actúan alternativamente en todo el país, y no reparan más que en el cumplimiento de sus objetivos: demostrar a las fuerzas armadas y a los carabineros que el gobierno Allende beneficia el caos y el auge de las peores formas de delincuencia. Esa actitud, en les sectores populares, ya encuentra códigos discernidles: cuando se produjo el asesinato de un carabinero el 24 de mayo, en un asalto al camión de caudales de un supermercado, una encuesta callejera realizada en Santiago dijo con claridad qué pensaba la gente. Cerca de La Moneda, y aun en los barrios señoriales de Providencia y Las Condes, 73 de cada 100 interrogados sostuvieron que el atentado era "una provocación de la derecha", y sólo el 14 por ciento señaló al gobierno como responsable por el episodio. Todo esto pese a que los autores del crimen y robo dejaron caer, en el vehículo asaltado, un burdo manifiesto falsamente firmado por VOP, rama izquierdista escindida del MIR; otro tanto ocurrió con el asesinato de Pérez Zujovic, la semana pasada.
No es la única vía que los momios encaran para oponerse a la marcha de Allende y la Unidad Popular; en conferencia de prensa internacional, el propio presidente ridiculizó la posibilidad de que unos 300 chilenos pidieran asilo político en los Estados Unidos, "Esos son señores que se sienten más cómodos en Nueva York que en su país, y que pidieron radicarse porque se les había vencido la visa de turista", comentó con un gesto de desprecio. Del mismo modo respondió a quienes se manifestaron sorprendidos por los brotes de violencia, por las ocupaciones de predios rurales, por las expropiaciones. "No puedo decirles ni enseñarles, justamente a ustedes, cómo se manejan las agencias noticiosas que no son chilenas." Paralelamente, el ministro del Interior y amigo personal del presidente, el ex periodista José Tohá, sostuvo ante Confirmado que "se ha inflado mucho la cosa, qué curioso, cuando la realidad nos indica —y le puedo dar las cifras concretas, de informes oficiales— que hay en estos momentos mucho mayor tranquilidad social que durante casi todo el gobierno que nos precedió".

Contradictorios ritmos quiebran el corazón.
En mi cabeza cada cabello piensa otra cosa.
(V. H.)


En la historia chilena, la puja entre el parlamento y el ejecutivo fue una constante que se abrió, por paradoja, con una excepción: el rumbo que trazaba a su gobierno Bernardo O' Higgins convenció a los sectores establecidos, dispuestos a obtener buenos dividendos de la independencia, que las formas pluralistas de conducción eran las más adecuadas para sus intereses. Por lo tanto, cada vez que La Moneda albergaba una personalidad fuerte, los intereses presionaban sobre el ejecutivo para apoyar sobre el Congreso las riendas del poder; en esa característica se apuntaló el alzamiento contra José Manuel Balmaceda en 1891, no por casualidad el único hombre de la historia política chilena mencionado por Allende en su mensaje inaugural al pueblo. Embarcado en un proceso de cambio centrípeto, al timón de tres realidades distintas pero cargadas con equivalente énfasis explosiva (la naturaleza del gobierno, la coalición de la UP y la situación de los niveles sociales más bajos), el compañero presidente parece fincar su estrategia en un supuesto fundamental: dar la mayor porción de poder posible al ejecutivo. Las resistencias halladas en las cámaras de diputados y senadores, en lo que va de su mandato, lo convenció de que nada podrá obtener de ellas hasta la renovación de los mandatos, una fecha demasiado cercana al fin de su presidencia para ser útil. Quizás en esa arista resida el mecanismo retardatorio de la construcción del socialismo que lo desvela.
Pero la vía para someter al Congreso compromete a los legisladores no sólo con militantes políticos sino también como reserva de un espíritu de cuerpo clásicamente burgués: aceptar la modificación constitucional de Allende, que procura fundir las dos cámaras en una sola con la incorporación de representantes gremiales, profesionales y estudiantiles (la anunciada Asamblea Popular), fuerza una reacción negativa comprensible. Un socialista o un comunista pueden eventualmente aceptar el planteo, en función de su ideología; en cambio, un democristiano o un momio, y aun un radical, encontrarán en sí mismos un arsenal de resistencias superficiales y profundas, que le impedirán votar en definitiva en favor de lo que interpretan como un "suicidio de la democracia chilena". En esos niveles, de más está decirlo, la democracia es una sola: la que conocieron y practicaron toda la vida, por más que cobije el punto inicial de la espiral de la violencia con que se expresa el sistema en vigencia.
Presionado por los tres niveles internos y las muchas veces explicitada por él mismo dependencia chilena hacia Estados Unidos —especie de Túpac Amaru ideológico—, Salvador Allende entiende imprescindible el fortalecimiento del poder ejecutivo para avanzar por el camino de la transformación. Hasta ahora, los cinco decretos-ley de Marmaduque Grove sirvieron como módico ariete para concretar la estatización bancaria, para expropiar aquellas grandes empresas que demostraban con la merma de producción su disgusto por el nuevo Chile, para llevar hasta las últimas consecuencias la jurisdicción nacional sobre las reservas minerales del subsuelo, para mantener un férreo control sobre los mecanismos de distribución y precios. Pero la herramienta no da para más: el terreno del futuro inmediato se resuelve en el parlamento este mes de junio, con la discusión sobre la expropiación del cobre; el resultado dirá qué rumbo —referéndum o proyecto de ley— deberá escoger Allende para modificar la Constitución, y pasar definitivamente de la vía liberal a la socialista.
Desde el ángulo común latinoamericano, la situación chilena importa poco menos que una abstracción: allí donde la imposición del socialismo es un terreno virtual de ciencia-ficción, donde los pocos éxitos de la corriente costaron mucha sangre y violencia, y largos años de lucha, la posibilidad de obtenerlo por las urnas pertenecería a las mejores páginas debidas a los utopistas. Sin embargo, Chile acredita casi siete décadas de fatigas sobre ese camino: desde las primeras huelgas de 1903, cuando el gobierno Riesco recurrió a la fuerza para sofocar los alzamientos, o de los mártires salitreros de Iquique, en 1907, ametrallados a mansalva por el gobierno Pedro Montt, la conciencia política nacional tomó nota de la lucha de clases que llevaba implícita el ejercicio de convivencia, y tiñó las idas y venidas de sus gobiernos, parlamentarios, leyes y mecanismos. En la década del 30, si fracasó el putsch socialista que eclipsó a Alessandri Palma, triunfó el Frente Popular que, de la mano del radicalismo, expresión política de la clase media, encaramó a los trabajadores —o sus canales partidarios —en la tarea de prepararse para gobernar.

Allí donde las voces se juntan
nace un enorme cedro
Más confortable que el cielo. (V. H.)


Cada día, las informaciones que llegan desde Chile documentan cómo el gobierno Allende se acerca a la instancia decisiva; oficialistas y opositores consultados por Confirmado en Santiago y en Valparaíso coincidieron en el diagnóstico, y señalaron que la tensión visible en todos los rincones del país reconoce esa inminencia. No es fácil vivir en ese esquema terminal ("como si llegáramos a un punto ideal, donde se cruzan todos los vientos", poetizó un dirigente gremial porteño mientras repasaba, con tanta prisa como el atardecer de Valparaíso, la geografía mil hojas de ese puerto de ensueño), acuciados por la certeza de que algo ocurrirá en cualquier momento. Las líneas están tendidas: en tanto la derecha parece resignada a poner todas sus ficha?* en el casillero del golpe de Estado, los representantes de la pequeña y mediana burguesía —democracia cristiana desde afuera de la UP, radicalismo desde adentro— dudan, y la izquierda, depuestas las fricciones internas, confía su capital a manos de la seguridad con que Salvador Allende conduce su gobierno.
En el corazón de esa rosa de los vientos reposan una fecha —es lo de menos— y una táctica; la iniciativa, por el momento, corresponde a Allende. Quizá el día y la hora de la blitzkrieg socialista permanezcan en el misterio hasta para los conductores del proceso; así parece sospecharlo el presidente, cuyos afanes enderezan casi exclusivamente a sedar el campo operatorio. En cierto modo, la anestesia de un boom en el equipamiento electrodoméstico ha cumplido su tarea en los pauperizados niveles populares; la erección de viviendas destinadas a reemplazar las villas callampas (callampa es un hongo de vertiginoso crecimiento, típico en las estribaciones occidentales de los Andes), y la brusca detención del alza de la vida, sumadas a las mejores en los sectores con menor poder adquisitivo, atenúan el campo social y ofrecen la tregua que necesita el presidente para ordenar sus fuerzas.
En el panorama, por lo tanto, quedan dos ángulos muertos, cuya importancia es decisiva: si la agitación de la izquierda guevarista, con su ansioso reclamo de rápida evolución, significa una piedra en la vía chilena hacia el socialismo, acaso la clave del futuro nacional la dé la respuesta de las fuerzas armadas a las mil incitaciones, públicas y privadas, que la derecha formula constantemente para que se pronuncien contra el socialismo. Cautelosamente, Allende evoluciona con sigilo quirúrgico entre los vericuetos del poder; además de confiar en la subordinación militar a lo civil, también tiene en cuenta que no pocas veces los uniformes pardos intervinieron en la vida
política para inclinar la balanza hacia alguno de los sectores enfrentados. Para el compañero presidente, no obstante, trabajan el tiempo (que estimula la neurosis de la derecha y refleja satisfacción, calma social, entre los niveles inferiores) y la convicción de que la brújula histórica marca la llegada de los gobiernos auténticamente populares.

El viento es más paciente que un asno. (V. H.)

"Compañeros: el socialismo no es una fruta que se toma de los árboles ni un regalo. Socialismo es trabajo, es esfuerzo, y es satisfacción en el hallazgo de una sociedad satisfecha y feliz en el trabajo, en la igualdad de oportunidades." El párrafo figuró en varios discursos de Salvador Allende, durante su tercera campaña electoral, y anticipaba —quizá inconscientemente— las características que hoy asume la Unidad Popular en el gobierno. Investido con la honradez suficiente para negar toda veleidad teórica ante un ensoberbecido Régis Debray puesto en "maestro ciruela" del marxismo, afirmado en una coherencia que conjuga una mentalidad intelectual —y burguesa—-dentro de un movimiento político que tiende a interpretar al proletariado de su país, poco dispuesto a la pérdida de tiempo que implican las discusiones ideológicas, acaso la única sombra que reclama su figura es un hermetismo que tal vez se apoye en razones tácticas y guarde estrecha relación con la magnitud de su apuesta. Al margen de todo dicterio, Allende interpreta —lo demostró en abril pasado— una franja importante de Chile, dispuesta a seguirlo por las vallas de su heterodoxia hacia el objetivo final.
Para los no chilenos, la situación que vive el país trasandino es excitante, pero también encubridora de algunas claves para el futuro común. Si Allende lo citó aplicándolo estrictamente a su tierra, esa loca geografía, bien viene como punto final una frase de Abraham Lincoln, abarcadora de la realidad latinoamericana: "Este país no puede ser mitad esclavo y mitad libre". Amén.

16 de junio de 1971 - CONFIRMADO

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Salvador Allende