"Chile: Una tragedia americana"
Con este título la editorial Crisis, de Buenos Aires, publicará en estos días un trabajo colectivo acerca de las causas y consecuencias de la caída de Allende. Con la autorización de la editora, se trascribe parte del capítulo dedicado a las FF.AA., escrito por el periodista argentino Pablo Piacentini.
Crisis en Chile
En el mes de agosto, y mientras el abanico político se endurecía, en las tres armas se sucedieron estos acontecimientos:

(...) Ejército: La cúpula de esta arma decisiva fue blanco directo de la campaña de desprestigio y difamación, llegando en los últimos tiempos a involucrar a la DC. Se trató de inculcar la idea de que el general Prats no era en realidad el estandarte del profesionalismo inscripto en las tradiciones del Ejército chileno, sino un hombre ambicioso, o. secretamente infiltrado por el marxismo, o con fallas graves de carácter que le impedían ejercer tan alto cargo.
Es necesario librarse de Prats y de los legalistas porque mientras ellos controlen la verticalidad, aunque el grueso del generalato esté por el complot, esa verticalidad puede originar una división en la emergencia golpista, creando el temido cuadro de guerra civil. Adueñados los golpistas de la cúspide, el riesgo es prácticamente nulo.
La presencia de Prats impidió que durante el segundo y el tercer gabinete cívico-militar, la convocatoria de Allende a los comandantes derivara en exigir el control total o casi del Ejecutivo, según deseaba la DC. Prats, al igual que Montero, aislaron a Ruiz Danyau cuando éste quiso pronunciar a las armas al desacato.
Pero ya en aquellas coyunturas la cúpula era una minoría frente a un generalato francamente disconforme, y a una oficialidad aún más antioficialista. Esto se verificó (aunque desde luego no trascendió a la opinión pública) en las reuniones del alto mando que consideraron las posiciones internas ante las mudanzas de gabinete. En ellas se supo que, de los 27 generales en actividad, no menos de 15 estaban ubicados en un anti-oficialismo neto, en tanto otros vacilaban y sólo media docena de generales enarbolaban la bandera neutralista. También en el Ejército hubo un factor que aconsejaba apurar el golpe: la investigación, acerca de la asonada del "Tancazo", iba a demostrar en esos días que el atrevido coronel Souper, estaba conectado a generales en actividad.
Entre éstos y fuera de Prats, descollaban el general Mario Sepúlveda, comandante de la División con asiento en Santiago (primer mando del país), y el general Guillermo Pickering, comandante de Institutos Militares. Ellos, a su vez, confrontaban diariamente la presión de la oficialidad golpista subordinada formalmente, pero que de hecho escapaba a sus controles, y era subrepticiamente presionada por los generales golpistas.
No obstante, la cúpula estaba decidida a ejercer el mando, y la oposición, en general, se había convencido de que tal era su vocación. Se recurrió entonces a un imprevisto procedimiento, minuciosamente estudiado por los conspiradores, que lo bautizaron el "Operativo Charlíe" (por el nombre de Prats, Carlos). Se trataba de lanzar a las mujeres contra el general, colocándolo en ridículo y en una situación imposible de superar sin mella de su imagen.
Así una falange de mujeres de oficiales golpistas, incluidas esposas de generales, llegaron una tarde sin dar aviso al domicilio de Prats, con el pretexto de hacerle conocer a su esposa Sofía, inquietudes relativas al país. La señora de Prats recibió la misiva pero anunció que no habría respuesta. En el interior, enfermo con fuerte gripe, se encontraba Prats.
Las mujeres comenzaron a promover un escándalo. Sus contingentes se engrosaron con más damas de clase alta, llegando también allí tres oficiales en actividad. Los carabineros procuraron en vano disuadir a las revoltosas. Aquello se trasformó en una ruidosa manifestación con el previsto y coordinado despliegue periodístico. El presidente se trasladó a expresar su solidaridad con Prats, lo que aumentó el encono. Sólo al fin de la noche y tras surtidos incidentes, cedió la manifestación.
Al día siguiente Prats convocó a junta de generales. Dijo que podría pasar por alto lo ocurrido, sólo a condición de que el generalato repudiara al hecho y expresara su vertical lealtad. Aunque no tuvo contradictores, sólo una minoría de generales se prestó a ello.
El dilema de Prats consistía en pasar a retiro a 15 generales, más de la mitad del escalón, o alejarse él mismo. La "degollina" presentaba el inconveniente de que podría acelerar el pronunciamiento. Prats dialogó largamente con Allende. Previo que su retiro podría descomprimir la tensión y que, asimismo, podría controlar la recomposición de la cúpula,, donde seguían por orden de antigüedad el general Augusto Pinochet (futuro comandante) y el general Orlando Urbina (nombrado jefe del Estado Mayor General), a los que se suponía partidarios del profesionalismo. Allende cedió a estas razones. Prats renunció el 23 de agosto. Al día siguiente trascendió que también pasaban a la reserva Sepúlveda y Pickering. El ala neutralista quedó virtualmente suprimida.
No resulta fácil reconstruir cómo el Alto Mando se incorpora al proyecto golpista. Puede conjeturarse que hombres como Pinochet hayan simulado apego al neutralismo para escalar, sin dificultades por parte del Ejecutivo, la cúspide del arma y volcarla una vez alejado Prats. Otra posibilidad es que Leigh, quien efectivamente tomó contactos en los días previos con los generales golpistas, haya creado en la cúpula un cuadro que sobrepasaría a Pinochet, quien; en tal evento, pudo haberse sumado a la corriente con la esperanza de controlar el rumbo de los acontecimientos. Pero el curso emprendido, por la violencia represiva, la guerra ideológica desatada y la persecución general, así como el predominio de las tesis corporativas o, en todo caso, antiliberales, descubre que no hubo el menor freno moderador.
Lo mismo sucedió con los jefes pro democristianos como el general Oscar Bonilla, ex edecán de Eduardo Frei. Bonilla, pese a ser designado ministro del Interior, no ha podido hasta el momento lograr posiciones para sus amigos freístas en relación a la importancia política de ellos. Algunos nombramientos registran todavía hombres proclives a la DC, pero diversas posiciones logradas en el primer momento fueron luego rápidamente quitadas, al igual que la intervención en las Universidades significó un duro golpe contra la DC, que las controlaba. Por el contrario prevalecen en el equipo de gobierno, a pesar de su menor importancia numérica, personeros de derecha y de ultraderecha.
Es que la lógica de la polarización previa y la lógica del pronunciamiento se impusieron contra todas las variantes intermedias. En todos los debates, triunfó el más duro, el más represivo. Esto, porque la extensión del concepto militar al derrocamiento de las izquierdas, significaba la aniquilación del enemigo. La técnica del golpe de Estado en tales condiciones, envuelve pues el ataque y la destrucción de todas las instituciones populares y de defensa de la clase desplazada, como los sindicatos, a fin de anular la capacidad de respuesta popular, que es la meta militar del golpe.
En esta lógica se inscribe la larga serie de allanamientos practicados en las semanas previas, a lo largo de todo el país, por efectivos de las tres armas, en perjuicio de sedes izquierdistas y laborales. Se buscaba mediante este amplio sondeo, verificar el grado de resistencia que opondrían los comités de vigilancia en las fábricas o edificios públicos, los cordones industriales, los barrios marginales. Asimismo, se procuraba habituar a los soldados y suboficiales a reprimir a los de su clase, sin quebrar la disciplina, ante un cambio sustancial: hacer que la verticalidad legalista se trasforme en verticalidad golpista.
El enfrentamiento y los aprestos se fueron profundizando, hasta que, alejado Prats y verificada la escasa potencia de fuego popular, fue patente para los golpistas que podrían lanzarse a la toma del poder con total seguridad.
Justificando su acción explicaron los responsables que se conjuraron una vez que, en virtud de los allanamientos y de haber descubierto campamentos guerrilleros, y de haber conocido el supuesto Plan Zeta (descabezamiento de los altos mandos y asalto del poder por las izquierdas), comprendieron que el gobierno se preparaba para instalar una suerte de régimen soviético.
En realidad sucedió lo contrario. La aplicación de la Ley de Armas permitió a los oficiales comprobar que las armas eran pocas, la preparación militar rudimentaria y que. ésta no consentía un manejo eficiente del escaso armamento. Al paso que los allanamientos se sucedían, que cundía la inquietud militar y, sobre todo, luego de la caída de Prats, las izquierdas, y aun la CUT y el PC vivieron en permanente estado de alerta, comenzando a preparar la inmersión en la clandestinidad y una resistencia militar que pudo tener sentido si las Fuerzas Armadas se hubiesen dividido, Estas, a su vez, habían sido cohesionadas y nada tenían que temer por este flanco. En cuanto a lo militar sabían que las organizaciones oficialistas serían impotentes para confrontarlas, a excepción de la prevista y reducida acción de los francotiradores. Es así que se decidió una intervención masiva, fulminante y de máximo despliegue represivo e intimidatorio como queda reflejado en los bombardeos por aire y tierra de La Moneda y Tomás Moro y los consiguientes bandos advirtiendo a los obreros que lo mismo les sucedería en los barrios y en las fábricas si resistían. La cohesión castrense, la coordinación técnica y la impecable ejecución del golpe, no dejaron a las izquierdas otra alternativa que el repliegue, la clandestinidad y la readecuación de los cuadros, y la búsqueda de nuevas formas de luchas. De ellas dependerá el futuro de lo que fue la Unidad Popular. Pero entre tanto y en el curso de tres años por imponer el socialismo en Chile, los militares chilenos, otrora los más leales defensores de la neutralidad castrense en América, han conocido una mutación en sentido reaccionario que hoy predomina en las filas.
Esta mutación significa el pasaje de las Fuerzas Armadas de un polo —el soldado neutral, apolítico y legalista—, al extremo opuesto —el escudo contra los cambios o el brazo armado del establishment—. A nivel latinoamericano esta trasfiguración concurre a poner en abrumadora mayoría a los ejércitos alineados en tendencias conservadoras que se erigen como barreras de los procesos de reformas, sea por intervención directa, sea sosteniendo a regímenes reaccionarios.
Pues el pronunciamiento chileno es, a la vez, un revés contra el neutralismo y contra el movimiento de cambios, siguiendo la línea impuesta en la mayoría de países regidos por militares —Brasil, Bolivia, Paraguay—, donde destaca como solitaria excepción el caso peruano.
Que esto suceda en Chile conlleva un precedente más señalado que el
de cualquier otro país del continente en razón de haber sido los militares chilenos los exponentes de la más larga y probada tradición legalista de América, que tanto los enorgulleció a ellos mismos y era un valor que siempre puso de relieve el pueblo chileno. De allí provino un sentimiento de superioridad política de los chilenos, quienes con fundamento se atribuían una estabilidad y un goce de libertades de los que no podía jactarse ninguno de sus vecinos.
A nivel interno la mudanza, en tanto se mantenga la tendencia actual, deja sin consistencia a la tesis de la revolución por vía democrática y por lo tanto a un pacifismo de los políticos reformistas o revolucionarios que requiere el neutralismo castrense como condición inseparable. La lógica instalada por la Junta Militar, empuja naturalmente a las izquierdas a una resistencia mediante todas las formas de lucha, incluida la armada. De modo que la causa eficiente de la violencia que se descargue contra el régimen no será otra que la intervención y la represión castrense, visto que por su parte las izquierdas han entregado su contribución a la vía pacífica a costa de su propia existencia gubernamental, y se encuentran hoy amenazadas a sangre y fuego por el mero hecho de intentar la supervivencia política o actividades proselitistas, así éstas sean no violentas.

(...) La política del gobierno Allende en lo que concierne a su relación con los institutos armados fue en general correcta, destacándose como su artífice y ejecutor el propio presidente (coincidiendo y alentando esta conducta el Partido Comunista). Quizás el aspecto más criticable en lo que se refiere a este aspecto del gobierno, fue el no haber implementado un aparato de información e inteligencia que permitiera seguir con aproximación los movimientos ocultos de los conspiradores de uniforme.
Pero Allende obtuvo un fluido diálogo con los militares legalistas, superando en la calidad de esta relación a numerosos presidentes de centro y derecha que le precedieron.
No obstante el comportamiento de las izquierdas, en razón de sus contradicciones, prestó un importante pretexto que enarbolaron los conspiradores: el activismo superizquierdista que, aunque desplegado por un núcleo ajeno a la UP, el MIR, exhibía numerosos puntos de contacto con el ala dura del Partido Socialista gobernante. La autonomía concedida por Allende a las cúpulas militares, así como la tesis pacifista de la mayor parte de la ¡UP (los Partidos Comunistas y Radical, tres grupos menores, el ala socialista moderada y el mismo presidente) eran fuera de dudas los determinantes y las garantías de que el proceso no podía desviarse de la vía democrática.
Revista Panorama
31.01.1974

PANORAMA, ENERO 31. 1974

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