CUBA 1971
LA ANEMIA DEL LAGARTO
En su decimosegundo aniversario, el régimen castrista afronta una grave situación económica y busca suavizar su agresiva política exterior
Cuba
En La Habana, capital del "largo lagarto verde", como bautizara Nicolás Guillén a la isla del Caribe, lo único que ahora abunda es el despliegue de carteles, de todo tamaño, impresos en negro sobre fondo de vibrantes colores primarios, con slogans, admoniciones, invectivas, loas y, especialmente, rostros: los tres rostros de la Trinidad cubana de mártires-héroes. Los rasgos del Che Guevara —con su melena y boina de comandante guerrillero— aparecen repetidos al infinito, a menudo sobre fondo azul que subraya románticamente su expresión a la vez fervorosa y melancólica; el retrato de Abel Santamaría —el jovencito que acompañó a Fidel Castro en 1953 durante el fallido asalto al cuartel Moncada, y cuyos ojos arrancados fueron remitidos a su hermana Haydée por la policía de Fulgencio Batista —se multiplica en innúmeros cartelones de color sangre; la sonrisa de Camilo Cienfuegos, con su gran sombrero de paja echado hacia atrás sobre la nuca, brilla en grandes pancartas de tinte rojo aurora o naranja soleado.
Semejante profusión de cartelones llegó al máximo el sábado 2 de enero, cuando el régimen festejó doce años de azarosa existencia. Hubo banderitas con los colores revolucionarios para toda la enorme multitud que presenció la celebración; también hubo cerveza a voluntad —verdadero milagro en una Cuba brutalmente racionada, semi-
exhausta—; hasta se pudo disfrutar de una moderada cantidad de refrescos y cigarros en esa magna ocasión. Las gentes parecían muy alegres, no se sabe si por fervor revolucionario o por haber podido infringir durante un día el duro cepo de la escasez distribuida por cuentagotas.
Pero fue la única celebración permitida por el gobierno: las tradicionales fiestas de fin de año se suprimieron porque la dura consigna es trabajar.
El vestuario de los que celebraban el 2 de enero era heterogéneo y a menudo discordante, como si quienes lo lucían hubieran elegido sus mejores ropas, sin reparar en algo tan burgués como el que las diversas prendas combinaran bien entre sí. Los zapatos —a menudo reducidos al rango de sandalias— se veían uniformemente gastados y remendados, y pedían a gritos un poco de pomada de lustrar, Pero todos los hombres estaban rasurados y con el pelo corto: el único barbudo de La Habana es Fidel Castro, quien ha lanzado su anatema sobre los adornos pilíferos, como propio de "vagos" e "indeseables". Ser —o parecer— un poco hippie resulta denigrante para la moral fidelista; si bien no hay puritanos en las relaciones entre varones y mujeres, la homosexualidad es perseguida como un crimen, y tos pederastas jóvenes van a parar a campos de "trabajo reeducativo", mientras que los de cierta edad son enviados a engrosar el número de "gusanos" (o sea, refugiados) de Miami.
Los pocos periodistas foráneos que presenciaron la fiesta del 2 de enero aseguraron que las cubanas no han perdido su tradicional coquetería: sólo que estaban vestidas como si se hubieran surtido en un gran depósito de ropa usada a lo largo de las tres últimas décadas; lucían polleras "plato", plisadas, fruncidas, de cualquier largo, menos minifaldas, que el régimen considera contrarrevolucionarias. Pese a ser invierno, no se veían muchas felices poseedoras de medias; abundaban un poco más los soquetes de algodón. Por otra parte, llevar medias corridas es casi una moda, como la de usar ruleros cubiertos con pañuelos de colores. Cuando algunos periodistas se extrañaron ante este detalle, jóvenes norteamericanos devotos de Castro protestaron: "En California todas las mujeres andan con pañuelo y ruleros, y allí no hay bloqueo, ni restricciones, ni socialismo".
Tenían razón, pero las californianas compran sus ruleros, mientras que las cubanas los fabrican en casa, con pedazos de tubos de goma en desuso, con el cartón de los rollos de papel higiénico y con cualquier recurso que encuentra la inventiva femenina acicateada por la tremenda escasez.
El profesor francés Claude Courchay visitó hace poco Cuba, y pudo examinar algunas libretas de racionamiento, pertenecientes a habitantes adultos de La Habana, no afiliados al partido comunista y en buen estado de salud (los enfermos, tienen 50 derechos especiales). Cada una de esas personas recibía 225 gramos de pan por día, 340 gramos de carne y cuatro huevos por semana, 115 gramos de café, 230 gramos de grasa, 1360 gramos de arroz y 2720 gramos de azúcar por mes, pero nada dé manteca, queso o frutas durante los últimos tres años. En cuanto a ropa, de 1967 a 1969 no pudieron comprar zapatos, si bien la cuota normal es de dos pares anuales; las mujeres consultadas por Courchay pudieron adquirir un par de medias de nylon en 1967 y otro en 1969.
Es cierto que todos los niños de Cuba tienen derecho a un litro de leche diario, distribuido gratuitamente, y que son los mejor alimentados de la isla. Fidel Castro, como buen ex alumno de los jesuitas, sabe que es preciso cuidar el físico de los ciudadanos del futuro, así como imbuirles en dosis masivas la doctrina revolucionaria. Por otra parte, el racionamiento suele ser menos rígido en el campo que en las ciudades; además los trabajadores agrícolas, secularmente habituados a la escasez, soportan mucho mejor la situación actual que los otrora privilegiados habitantes urbanos. En La Habana, los artistas se quejan de no tener pinceles, colores o tinta china a discreción; los ansiosos de cultura muestran con aflicción los estantes semivacíos de las librerías. En cambio los niños campesinos tienen manuales, cuadernos y lápices; todo el agro goza de una atención sanitaria, aún insuficiente para las necesidades de la población, pero incomparablemente superior a la que les dispensaba el régimen de Batista. Los ómnibus recorren las carreteras rurales, a los tropezones y con desesperante irregularidad; los campesinos se conforman, pues antes sólo se desplazaban a pie, y, si tenían mucha suerte, en carro o a lomo de mula.
Courchay recogió una amarga observación de núcleos anticastristas de La Habana: "Esta revolución se hizo para los negros". No es exactamente así, pero no cabe duda de que las gentes de color ya no sufren la aguda discriminación que antes padecían, y macheteros negros alternan con otros trabajadores blancos en las playas populares que otrora admiraron los fastuosos veraneos de turistas norteamericanos. Un militante negro dijo orgullosamente al profesor francés: "Ahora podemos tener novias blancas", y le presentó a una joven rubia que llevaba del brazo.

LA ISLA SITIADA
Pese a los rigores del racionamiento, los cubanos siguen siendo generosísimos: son capaces de sacrificar su cuota mensual de café para agasajar a un extranjero al que apenas conocen. Esa voluntad de brindarse a los demás (amén de la abrumadora prédica oficial) los llevó a donar masivamente sangre para las víctimas del terremoto ocurrido el 31 de mayo en Perú. Por añadidura, este gesto solidario dio origen a un ácido chiste que fue festejado por toda La Habana: un peruano víctima del terremoto, después de recibir numerosas trasfusiones de sangre cubana, recupera el sentido, y sus primeras palabras son una pregunta en tono apremiante: "¿Dónde tengo que hacer cola?". . .
(En efecto, las interminables colas —que duran horas y hasta uno o dos días seguidos— se han vuelto una institución en La Habana. Entrar en los restaurantes populares puede llegar a insumir cuatro horas de paciente espera; cuando en los exhaustos centros de distribución se anuncia la fecha en que comenzará el expendio de determinada mercancía, desde la víspera del "día de venta" ya se forma una larguísima fila de aspirantes a compradores, que aguardan estoicamente para poder surtirse antes de que se agote el stock. Algunos buscavidas se hacen pagar para hacer cola en favor de otras personas, que los relevan en el momento de llevar a cabo la ansiada adquisición.
Quizás sea una suerte que haya tantos carteles por toda La Habana, y que ese despliegue gráfico se renueve con cada celebración del régimen: así resulta menos evidente el tremendo deterioro de muchos edificios. A cada rato se encuentran frentes carcomidos, a los que suelen faltarles grandes trozos de revoque; verjas herrumbradas; puertas de madera descascaradas, con grietas y titubeando sobre sus goznes. En el barrio del Vedado, otrora residencia de millonarios, el abandono edilicio es total; hasta el rascacielos) de veinticuatro pisos del hotel Habana Libre (ex Hilton), donde se hospedan dignatarios de países comunistas y representantes comerciales del Oeste europeo, muestra señales de decadencia: su lujo ya está obsoleto, los adornos se desgastan, los colores se marchitan, detalles de confort "a la norteamericana" se ven enmohecidos por el desuso.
Algunos militantes explicaron a la británica Edna O'Brien, enviada del Sunday Times magazine, que "la revolución cubana lucha por cosas fundamentales, la salud y la educación pública, la productividad agrícola y la industrialización, y no puede ocuparse en restaurar frentes y en pintar puertas". De todos modos, estas explicaciones no bastan para atenuar la penosa sensación de los extranjeros que llegan de prósperas urbes occidentales y les parece que La Habana es como una ciudad sitiada, cuyo único afán reside en sobrevivir. En realidad, toda la isla está sitiada: a sus puertos sólo llegan libremente los barcos mercantes soviéticos, y los de bandera chipriota que trasportan cargas provenientes de países no comunistas; pocos son los barcos mercantes occidentales que se atreven a fondear en aguas cubanas, por temor a las represalias de los Estados Unidos.
La O'Brien pudo captar la raíz de la penuria que sufre la isla: "Cuba está viviendo un doble fenómeno —aclara—. Una revolución comunista se va construyendo a partir de la estructura a la vez feudal y en bancarrota legada en 1969; además, existe el embargo de todos los bienes provenientes de los Estados Unidos, otrora su único comprador de azúcar, y situado muy cerca de la isla, lo que abarataba los fletes y facilitaba el tránsito comercial. Cuba debe ahora atravesar enormes distancias tanto para la venta como para la adquisición de mercaderías, lo que agrava sus problemas. Por otra parte, muchas maquinarias y hasta fábricas enteras "made in USA", así como vehículos y otros
implementos mecánicos norteamericanos tuvieron que ser reconvertidos a las pautas del nuevo proveedor, la Unión Soviética, lo que acarreó dificultades y demoras de todo tipo. Aunque la isla produce suficiente café, frutas, carne, ron y cigarros como para abastecer a sus ocho millones de habitantes, esos bienes se han convertido en lujos, pues hay que exportarlos masivamente para poder pagar las cuantiosas órdenes de compra de productos industriales y técnicos, que el gobierno cubano ha colocado en los países del Este y de Europa occidental".
A estos obstáculos que crucifican a Cuba deben añadirse otros: el éxodo de profesionales y técnicos, que fueron sustituidos por elementos "formados a los apurones"; el rigor policial y la creciente tendencia a acallar toda crítica; la serie de improvisaciones y experimentos que reemplazan a un plan, existente sólo en los papeles; el propio carácter de Fidel Castro, apremiado por incontroladas urgencias y ansioso por verificarlo todo personalmente. Otra humorada surgida durante la campaña de donación de sangre para Perú ilustra bien la opinión que los disidentes sustentan acerca del capitoste cubano: un peruano recibe la sangre donada por el propio Fidel, y de inmediato grita, incorporándose en la camilla: "¿Cómo es posible que tengamos un terremoto sólo cada diez años? Es un escándalo. Hay que activar la producción".

LOS APUROS DE CASTRO
El aislamiento de la isla no sólo bien desvela a su jefe. En los albores de la década del sesenta fue preciso enfrentar el embargo de los EE. UU., muy perjudicados en sus cuantiosos intereses cubanos; Castro halló interesado amparo en la Unión Soviética, pero el affaire "retiro de cohetes" en 1962, ordenado por Khruschev frente al ultimátum del presidente Kennedy que no toleraba una amenaza atómica instalada en la isla caribeña, provocó la irritada sátira popular ("Nikita, Nikita, lo que no se da no se quita", cantaban entonces), y convenció a Castro de que el Kremlin no era un aliado capaz de "jugarse" por Cuba. La coexistencia pacífica fraguada por los dos supergrandes, sumada a la ruptura de relaciones con el régimen castrista que acataron todos los miembros de la OEA, salvo México, subrayaron el enclaustramiento a que estaban condenados pueblo y gobierno en la isla.
El barbado líder de La Habana decidió entonces que sólo hallaría eficaz refuerzo si hiciera retumbar todo el continente latinoamericano con insurrecciones "a la cubana" que quebrantasen al "imperialismo norteamericano y a sus lacayos". Sin desanimarse por el temprano fracaso de la guerrilla peruana y el abortado intento insurreccional en las selvas norteñas de la Argentina, alentó a las guerrillas colombianas, venezolanas y guatemaltecas, además de grupos insurgentes menores en otros países. Esta estrategia culminó con la fundación de la OLAS, el 10 de agosto de 1967, cuando hacía ya algunos meses que la guerrilla guevarista operaba en Bolivia.
Dos meses más tarde, la captura y el ajusticiamiento del Che y la liquidación o el aprisionamiento de sus seguidores, asestó un golpe mortal a la teoría de los focos insurreccionales campesinos; las guerrillas rurales en Venezuela, Colombia y Guatemala comenzaron a caer por la pendiente de una inexorable declinación. El desvío de aviones comerciales a Cuba por osados piratas del aire —práctica iniciada en mayo de 1967 y que floreció durante los últimos años de la década del sesenta— tuvo impacto propagandístico como protesta contra el aislamiento de la isla, pero no logró ningún resultado práctico para quebrar la soledad cubana. En cambio, Latinoamérica presenció el explosivo crescendo del terrorismo urbano, por obra de grupos subversivos que fincaban todo su pundonor en describirse como "productos autóctonos" independientes de la exportación subversiva proveniente de Cuba.
Este panorama, subrayado con sangre por la muerte de Ernesto Guevara, hizo que Fidel estudiara con más cautela la realidad de Latinoamérica. Un toque de alerta fue la aparición en Perú de un gobierno militar que desafiaba a los inversores norteamericanos, propugnaba la rápida recuperación de importantes sectores económicos y lanzaba la reforma agraria en todo el país; aunque los uniformados peruanos no eran ni rojos ni rosados, merecieron un trato particularmente deferente de parte del gobierno marxista-leninista de La Habana.
En 1970, Castro se vio asediado por problemas internos. Si bien había consolidado su poder al desbaratar las maquinaciones del veterano comunista Aníbal Escalante y su grupo, y había hecho fracasar los intentos de invasión a Cuba lanzados desde Miami, sufrió una colosal derrota económica al fracasar la zafra de diez millones de toneladas, con que se debían saldar las pesadas deudas contraídas hacia la URSS e iniciar el despegue del desarrollo. Se lograron algo menos de nueve millones de toneladas de azúcar; de todos modos fue un record, pero resultó un desastre, pues para alcanzarlo se descuidaron otros sectores fundamentales de la economía, cuya productividad cayó a pique. Fidel Castro inventó en seguida un lema, que repercutió en toda la isla: "Hay que convertir el revés en victoria". Los opositores rezongaron: "Las soluciones que nos brindan son slogans, y lo único seguro es que deberemos apretarnos aún más el cinturón ..."
Sin embargo, algo cambió durante la segunda mitad de 1970, después del revés en la batalla del azúcar. En política exterior, Cuba tomó una actitud notoriamente más cautelosa y plegada a la línea maoísta. Por de pronto, fue evidente que frenaba la piratería aérea: el 25 de setiembre, la agencia noticiosa fidelista Prensa Latina afirmó que la mayoría de los secuestradores de aviones hacia La Habana eran espías estadounidenses de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) enviados a la isla para infiltrarse en el régimen y fomentar el caos. Hasta ese momento, 122 aeronaves habían sido desviadas hacia los lares fidelistas; después del comunicado de Prensa Latina, cabía colegir que pocos secuestradores se sentirían tentados de asaltar aviones, conscientes del gélido recibimiento que los aguardaría en la isla. . . Como remate, en noviembre, la URSS y los EE. UU. concordaron en calificar a la piratería aérea de "delincuencia común, no política"; si bien La Habana se abstuvo de pronunciarse en la espinosa cuestión, en los hechos le resultaría difícil disentir con su poderosa protectora roja.
Contemporáneamente a estos sucesos, se producían importantes alteraciones en el panorama de Latinoamérica: en Bolivia se instauró un régimen nacionalista-populista "a la peruana", que para Navidad, a imitación de su modelo limeño, decretó una amplia amnistía política y expulsó a dos "guevaristas", el ideólogo francés Regís Debray y el argentino Ciro Bustos (el gobierno peruano, por su parte, liberó a los líderes guerrilleros encarcelados en 1964 y 1965). Resultaba así evidente que tanto Lima como La Paz ya sabían que en lo futuro no deberían temer una subversión ultraizquierdista propulsada desde La Habana.
Un momento de regocijo para la sitiada Cuba fue cuando el socialista Salvador Allende se instaló en la presidencia de Chile y reanudó relaciones diplomáticas con el régimen de Castro; de tal manera, una nueva y amplia fisura en el bloqueo americano a la isla roja del Caribe se añadía a las dos "rendijas" representadas por México y Jamaica (que ingresó en la OEA bajo la condición de que se le permitiera mantener lazos con Cuba a nivel consular).
Tal vez más importante para el futuro del régimen castrista resulte la división de opiniones con respecto a Cuba que acaba de producirse en el seno de la OEA: el 19 de diciembre se supo que Bolivia, Perú, Uruguay, Ecuador, Colombia, Barbados y Trinidad-Tobago proponían readmitir a la isla de Castro en la gran organización americana, frente a la empecinada oposición de los Estados Unidos, la Argentina, Brasil, Paraguay, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, la República Dominicana y Haití. En cuanto a Venezuela, adoptaba una posición intermedia: proponía mantener la exclusión de Cuba de la OEA, pero dejar que cada país latinoamericano decidiera unilateralmente si le convenía o no tener relaciones diplomáticas con La Habana. Algunos observadores pronosticaban que en 1971, varios países seguirían el ejemplo de Chile, considerando que tener lazos normales con el 'caimán verde' (sobrenombre que dan a Castro los refugiados de Miami, aludiendo a su agresividad y al color oliva de su uniforme guerrillero) podía servir para limarle los dientes.
Por supuesto, La Habana no dejará de alentar los movimientos subversivos en aquellos países latinoamericanos con los que descarta toda posibilidad de conciliación: ejemplo típico de esta saña fue la apología que la radio fidelista propaló a fines de diciembre sobre los terroristas argentinos, llegando a la aberración de felicitarlos por el asesinato del teniente general Aramburu, Pero, en líneas generales, los especialistas más lúcidos creen que Cuba, azotada por el descontento y la escasez, tenderá a suavizar su política exterior y a hacerla menos indigesta para el continente al cual pertenece geográfica e históricamente.
Revista Siete Días Ilustrados
11.01.1971
Cuba

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