A los 70 años, con la columna vertebral
fracturada, David
Siqueiros trabaja 15
horas diarias en el mural más grande del
mundo
DE LA CARCEL A LA
CREACION ¡VIVA MEXICO!
DAVID SIQUEIROS
UN ARTISTA PARA LAS OLIMPIADAS
Cuernavaca, México.
Atravesando el ámbito atareado de un enorme
taller, un puente-grúa operado eléctricamente se
desliza a lo largo de un riel suspendido del
techo. El ruido hace estremecer los andamios que
se levantan junto a las paredes. Sobre su
complicada estructura trabajan los obreros
manejando sopletes chisporroteantes y grandes
pinceles. Los ayudantes, protegidos por sus cascos
de seguridad, miden, consultan planos y calculan.
Pesados camiones dejan su carga de chatarra en un
depósito adyacente. Pero no se trata de una
fundición ni de una fábrica de locomotoras. En
medio de las chispas, los golpes y las órdenes
dadas a gritos, toman forma los 10.000 metros
cuadrados del mural más grande del mundo.
El "capataz" autor de
esta obra titánica se llama David Siqueiros,
vigoroso rebelde de 70 años, veterano de una
reciente condena a cuatro años de cárcel por sus
actividades procomunistas y —naturalmente— ganador
del premio Lenin de la paz de 1967, cuyos 25.000
rublos (900.000 pesos) se apresuró a donar al
gobierno de Vietnam del Norte. "La única razón por
la que un hombre debe tomar las armas es para
luchar por una causa justa" afirma este rotundo
"niño terrible" de la política. Y para David
Siqueiros la guerra de Vietnam no es "una causa
justa".
Mezclar política y arte
no son un capricho o una veleidad reciente: ya a
los 17 años, el entonces capitán Siqueiros, del
ejército revolucionario mexicano, luchaba junto al
general Manuel Diéguez. Era la revolución de
1913-1920. En aquellos años terribles de sangre y
fuego, entre el olor de la pólvora, la pasión de
las "soldaderas" que acompañaban a sus hombres al
combate y los gritos roncos de los heridos y los
moribundos, nacía México al siglo XX.
Y nacían también las
imágenes rotundas y vivas que el artista soldado
trasladaría después a sus pinturas. Después vino
la guerra de España. En 1936 Siqueiros se unía al
ejército republicano como jefe de la 46 brigada
motorizada. Terminó la guerra y se adormecieron
las revoluciones. Siqueiros no. Durante la
presidencia de López Mateo fue a parar a la
prisión federal.
Las flores del mal
El movimiento pictórico
mexicano no surgió de las tranquilas salas de una
academia. Su origen es la revolución y desde
siempre expresó el mismo fervor combativo. Igual
que sus otros dos grandes compañeros, José
Clemente Orozco y Diego Rivera, Siqueiros
convirtió edificio tras edificio en expresiones
dramáticas de aquellos clamores sociales.
Campesinos, obreros, militares y sacerdotes, todos
los protagonistas de la lucha que conmovió a
México permanecen fijados para siempre en los
murales que han hecho famosa a la capital azteca.
Fue un viejo amigo de
los días de la revolución, el industrial Manuel
Suárez, quien encargó a Siqueiros la confección
del mural antes de que el pintor fuese
encarcelado. Es un proyecto a la medida del
artista: un auditórium en forma de prisma con
capacidad para seis mil personas, se elevará en el
centro del parque de la Lama, en la capital. Junto
a él, un hotel que estará listo para los próximos
juegos olímpicos de 1968 y que se llamará,
inevitablemente, Hotel Olimpiada.
Siqueiros recuerda con
una mezcla de amargura, humos y nostalgia, los
años de presidio: "todos los esbozos para este
mural fueron hechos en la cárcel", se sonríe,
"pero eso no es ningún privilegio. En México todo
el mundo pinta en prisión y hasta vende sus
obras". El artista hojea una enorme carpeta con
500 pinturas y dibujos realizados entre rejas.
"Hasta flores hice", dice mostrando las hojas de
papel "como no me dejaban tenerlas en la celda,
las pintaba".
Además del mural,
Siqueiros trabaja en 24 pinturas independientes de
4 metros por 3 cada una, varias esculturas de
cemento de 7 metros de alto y otras obras menores
"puramente decorativas" para el hotel.
Pero el viejo
revolucionario ha aprendido a vivir cómodo. Junto
al taller en Cuernavaca se levanta una hermosa
residencia con amplios jardines y pileta de
natación. En la capital distante 25 kilómetros
tiene otra casa. La atractiva Angélica, esposa del
pintor, atiende los domingos a la interminable
procesión de visitantes que vienen a rendir
homenaje al maestro. Desde estudiantes hasta
obispos. Y el comunista Siqueiros se muestra muy
orgulloso de "sus" obispos. Hasta el mismo López
Mateo tomó una copa con el artista en su casa de
Cuernavaca.
Después de la caida
En un pizarrón del
taller, bajo el nombre de "boletín del equipo
conflicto" se alistan 30 ayudantes de David
Siqueiros. La mayoría son mexicanos pero hay
también japoneses, italianos, israelíes y
franceses, algunos becados por sus gobiernos para
aprender junto al maestro. Bajo su dirección
trabajan en el mural monumental que se llamará "La
marcha de la humanidad en América Latina". Los
elementos principales del mural, soldados como
piezas de una bárbara armadura, se aplican al
conjunto y quedan cubiertos por los colores vivos
y casi primitivos de Siqueiros. Un arte del arte e
ingeniería.
Y como toda obra de
Ingeniería requiere esfuerzos y también riesgos.
Hace un año Siqueiros se cayó de un andamio
quebrándose la columna. Cuando le dieron de alta
volvió a treparse a las escaleras. Todavía usa un
corsé anatómico, pero no renuncia por eso a su
jornada de quince horas.
No sorprende entonces
que este "joven" septuagenario deteste a los
pintores de caballete. Piensa que sus vida son
demasiado cómodas y protegidas: "Sus esposas le
sirven la merienda a las once", gruñe "y además
una pintura de caballete es una pintura para
vender, una pintura para los ricos... aunque quizá
después de algunos años todas terminen en una
galería pública".
"Nosotros en México
hacemos arte popular, para que todo el mundo lo
vea" exclama mientras se encamina con sus
pantalones sucios de pintura hacia el grupo de
ayudantes. "La pintura mural es casi como una
película. Los bocetos son el argumento, mis
ayudantes los técnicos y cameramen. ¿Y yo? ¡pues
claro! yo soy el director!", exclama en una
carcajada.
México 1967. Medio
siglo después de la revolución, un industrial
capitalista encarga a un pintor comunista para los
próximos juegos olímpicos una obra que mostrará al
mundo cómo siente y cómo construye un pueblo
orgulloso.
Revista Panorama
08/1967
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