Discriminación racial
Cuando la población negra salta de la escaramuza a la revolución

A fines de mayo, el secretario de Justicia de los Estados Unidos recibió en Nueva York a un grupo de intelectuales negros encabezados por el escritor James Baldwin. Robert Kennedy —dicen los comentarios periodísticos— se sintió asombrado por la actitud de militancia de sus visitantes.
Discriminación racial
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El grupo le sugirió que el presidente de la Nación debía enfrentar la grave situación por medio de un golpe de efecto; por ejemplo, escoltar personalmente a un estudiante negro y entrar con él en la Universidad de Alabama. Robert Kennedy soltó una carcajada ante tal proposición; creyó que no era seria. Al final de la entrevista, el doctor Kenneth Clark, psicólogo negro que formó parte del núcleo, comentó: "No pudimos entablar comunicación con el secretario de Justicia. Fue como si habláramos idiomas distintos'
El propio James Baldwin opinó: "Bobby Kennedy quedó un tanto sorprendido ante la profundidad de nuestra posición. Nos chocó bastante el grado de su ingenuidad." La anécdota habla por sí sola y esclarece con vigor los últimos acontecimientos ocurridos en los Estados Unidos alrededor de la todavía invencible separación racial. Sucede que, esta vez, los negros han decidido tomar el toro por las astas, lanzarse a fondo en su lucha. Hasta tal punto que Time Magazine no vaciló en denominar al actual movimiento como la Revolución Nacional de los Negros. Fue la única publicación que acertó en su calificación, el único juicio exacto sobre los sucesos que estallan día a día en el agitado Sur norteamericano.
El miércoles pasado, un lamentable hecho se agregó al desarrollo de esa "revolución nacional": un rifle con mira telescópica, accionado por un desconocido, abatió al dirigente negro Medgar W. Evers, de 37 años, al bajar de su auto, frente a su casa en Jackson, Mississipi. La bala del rifle fue disparada unas horas después de que el presidente hacía un llamado por radio y televisión para ayudar a detener "la creciente ola de frustración que amenaza la seguridad pública" y para terminar con la discriminación racial.
El asesinato de Evers fue un asombroso impacto en las esferas políticas de Washington. En el Congreso, legisladores del Norte y del Sur expresaron su desaliento por ese acto de violencia. El FBI desplegó todos sus recursos en busca del criminal, y John Kennedy anunció su "consternación" en un comunicado. En el inflamado proceso, la muerte de Evers resultó un estallido inesperado; indirectamente, según los observadores, constituyó una colaboración marginal al plan sobre derechos civiles que el gobierno quiere someter la semana próxima al Parlamento.

Los mártires
Dos muertes —en los dos últimas meses en que se desató lo que también Time Magazine llama con agudeza la "Batalla de Alabama"— preceden a la del líder Evers: el 23 de abril, William L. Moore, un blanco de 35 años, enemigo de la segregación, fue ultimado a tiros en una emboscada. A su lado estaba el cartel que llevaba: "Derechos iguales para todos". Moore, infante de marina durante la Segunda Guerra, internado durante 18 meses en un instituto mental, había llevado adelante su humanitaria cruzada en Baltimore, en Binghamton —donde vivía— en Chattanooga. Lo asesinaron cerca de Gardsden, estado de Alabama.
La otra víctima, Fred Link, también blanco, de 25 años, mecánico de autos, cayó en Lexington, estado de Kentucky, el 6 de junio, durante una serie de desmanes: al grito de "¡Colguemos al primer negro que encontremos!", ochocientos blancos atacaron el distrito negro de la ciudad y recibieron desaforadas respuestas de plomo. A esta altura de los eventos, dos cosas resultan demasiado evidentes:
• La población negra, detrás del lema del pastor Luther King: "Ya no podemos esperar más. La hora ha llegado", combate en todos los frentes contra la segregación, con una unanimidad y una pasión —producto de la desesperación— nunca conseguidas hasta ahora. En términos más pesimistas, pero más exactos quizá, puede decirse que la población negra se ha lanzado a una guerra general o está dispuesta a hacerlo en cualquier momento. A un siglo de la Guerra de Secesión, hasta parece factible que una nueva contienda estalle en los Estados Unidos, esta vez entre blancos y negros.
• La Batalla de Alabama es el episodio más complejo y gigantesco de la cuestión racial que enfrenta la administración Kennedy, en una larga cadena de hechos similares y cuyo antecedente más o menos similar hay que buscarlo en los acontecimientos de 1957 en Little Rock. Al mismo tiempo, Kennedy y sus funcionarios no han cejado un instante en tratar de destruir el sangriento fantasma del racismo.
Su proyecto sobre derechos civiles es la prueba más tangible, el epílogo de una campaña en la cual el presidente ha marcado un camino de paz. A declaraciones como las del ex boxeador George Corley Wallace, hoy gobernador de Alabama: "Soy un sureño profesional", Kennedy y su gabinete oponen una política antirreaccionaria, una lógica defensa humana.
El vicepresidente Johnson ha dicho: "Los negros piden justicia. No les contestamos ni contestamos a aquellos que yacen bajo este suelo, al responder a los negros: «Tengan paciencia»". Pero a nadie escapa que el gobierno norteamericano no puede actuar con la velocidad ni la profundidad que las circunstancias parecen reclamar. Entre otras razones, porque no es tan fácil derribar barreras morales, físicas y hasta espirituales tejidas a lo largo de más de cien años. Y porque si bien la "Revolución Nacional de los Negros" estalló como un hecho más en el combate por la integración, creció con una intensidad que terminó tomando por sorpresa a la Casa Blanca.
De allí la carcajada de Robert Kennedy ante la proposición de los intelectuales negros. De allí, también, la excitación de Lyndon Johnson: de allí, finalmente, la agitada actividad del primer magistrado —reuniones, discursos, conversaciones, debates— para detener lo que quién sabe si no puede conformar el prólogo, la mecha de una espantosa contienda. Las murallas contra Kennedy se alzan, inclusive, entre miembros de su propio partido. Los demócratas sureños no están totalmente convencidos de la necesidad del plan sobre derechos civiles. Otros, en cambio, piensan que es poco enérgico. El plan —salvo reformas de último momento— pretende lo siguiente:
• Dar garantías de que los negros puedan utilizar las instalaciones públicas (restaurantes, piletas de natación, salas de cine y teatro, terminales de ómnibus. etc.).
• Limitar la autoridad del secretario de Justicia con el fin de iniciar demandas que se soliciten en casos de integración en las escuelas, y proporcionar ayuda federal a las escuelas que pidan apoyo para su desegregación.
• Crear un servicio de conciliación.
• Que el sexto grado de enseñanza califique automáticamente a un ciudadano para votar.
• La inscripción del 15 por ciento o menos de negros en cualquier zona es prueba evidente de discriminación en la votación y se requiere, entonces, la acción federal.

Luz y sombras
"Los negros enfrentan a hoscos perros de policía. Ingresan en las cárceles por centenares. Se arriesgan a ser golpeados en los bares. Se atenta contra sus casas. Son derribados a cachiporrazos por los policías. Mandan a sus chicos a pelear. En las semanas, meses e inclusive años próximos, habrá momentos de calma en la revuelta. Pero sobrevivirá porque, después de la primavera de 1963, no puede haber retroceso." Este cuadro, esta apretada síntesis de un periodista norteamericano, ofrece un nueva pauta para calibrar cómo se está desarrollando el movimiento por la igualdad social que libra la población negra.
Ya PRIMERA PLANA, en su número 28, del 24 de mayo, examinó los turbulentos escándalos de Birmingham, el punto de partida de esta lucha sin cuartel. "¿Seremos los únicos negros del siglo XX satisfechos con su esclavitud?", preguntaba un orador en un templo. Luther King, director de la Asociación por el Progreso de la Gente de Color, piensa lo contrario. Y es el heraldo de este torbellino que llevó a Alabama al propio John Kennedy.
Mangueras, perros, cachiporras, armas de fuego bailan en tan vertiginosa zarabanda. Mientras tanto, delegados obreros, hombres de negocios, alcaldes, líderes religiosos, desfilan por la Casa Blanca. La justicia de los estados suele contradecirse al dar sus fallos: unos se exhiben pronegros; otros, fervientes enemigos Las refriegas callejeras se producen a ritmo casi diario. Transcribirlas seria una enumeración monótona. En todo caso, más meritorio es enlistar aquellos hechos que están en el polo opuesto de los disturbios y que, tal vez, contienen la certidumbre de un alivio para la tensa crisis, aunque esos hechos sean una consecuencia de la sangre y el fuego, del odio y el heroísmo:
• Vivian Malone y David McGlathery, estudiantes negros, asistieron la semana pasada a sus primeras clases en la Universidad de Alabama.
• La Universidad de Kentucky abrió su programa de atletismo a los negros.
• Atlanta anunció que practicará la integración en sus piletas de natación.
• En Charlotte, Carolina del Norte, se permitió que los negros coman en 5 hoteles y moteles.
• En Maine —donde se escribió La cabaña del tío Tom— un negro fue elegido para un cargo público.
• En Spartanburg, Carolina del Norte, la mayoría de los bares y restaurantes abrieron sus puertas a los negros.
• En la Universidad de Chattanooga, ocho negros se inscribieron sin dificultades.
• En Dallas, un hospital abolió la segregación.
• En la inquieta Birmingham, 400 negros se anotaron en las listas de votantes.
• En la Universidad de Mississippi, donde hace nueve meses murieron dos personas cuando James Meredith intentó ingresar en su plantel de alumnos, otro joven estudiante negro se sumó a ese plantel.
PRIMERA PLANA
18 de junio de 1963
 
Discriminación racial
 

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