URUGUAY DESPUES DE LAS ELECCIONES (II)
BALANCE DESDE LA OTRA ORILLA
Elecciones en Uruguay
Una semana antes de los comicios, SIETE DIAS (Nº 236) publicó las previsiones y análisis que, sobre el inminente fasto electoral, realizaron especialmente para la revista tres de los más brillantes políticos argentinos: Marcelo Sánchez Sorondo (nacionalista), Rogelio Frigerio (desarrollista) y Emilio J. Hardoy (neoliberal). En aquel momento, los dos primeros desmenuzaron la crisis de las instituciones uruguayas y las posibilidades renovadoras que ofrecía el Frente Amplio, cuyo eventual triunfo computaban como una opción de cambio, que hubiera podido actuar a dos puntas: trasformando las viejas estructuras e impidiendo -por eso mismo- la consolidación de la izquierda clasista. Hardoy, en cambio, postuló que sólo la victoria de los partidos tradicionales podía sacar al Uruguay de la carpa de oxígeno y doblegar simultáneamente a la emergencia extremista.
Conocido el veredicto de las urnas -al menos, en lo relativo a la pugna entre las fuerzas tradicionales y el Frente, se solicitó a los mismos políticos que sopesaran lo ocurrido en función de las perspectivas que ahora se abren para la Banda Oriental. Resultado: un penetrante mosaico de opiniones, que escarban hasta el último recoveco de la complicada situación uruguaya.
Los tres documentos son los siguientes:


HARDOY: "LA RAZON, LUCIDA, LOGICA, RESPONSABLE"
El pueblo uruguayo manifestó su voluntad soberana en el comicio decidiendo permanecer dentro de las fronteras de Occidente. En este trascendental episodio ha debido afrontar por primera vez en su historia el desafío de nuestro tiempo expresado con la llegada del marxismo a la arena política y social. Uruguay ocupa ahora su lugar en el mundo y ha ingresado al conjunto de sociedades evolucionadas que se desenvuelven en circunstancias análogas. Ellas exhiben una creciente tendencia a la masificación y lo que parece ser una consecuencia, el surgimiento de fuerzas que propician la instauración de una sociedad de poder cerrado, manejada autoritariamente por militares y tecnócratas, sometidos a su vez a una élite política organizada para la conquista y conservación indefinida del poder por cualquier medio.
Lo que más ilustra acerca del verdadero significado del comicio uruguayo, sin que ello importe aceptarlas como ciertas, son las interpretaciones formuladas por los representantes de la ideología derrotada. Al respecto sostienen que en el Uruguay se ha concluido el turno de dos partidos tradicionales en el poder, con la participación en adelante inevitable de la izquierda marxista; que la izquierda uruguaya constituye un movimiento de masas significativo; que los adherentes al Frente Amplio no son pasivos como los seguidores de otros partidos, pues todos intervienen activamente en la propaganda; y que aumentarán la inquietud y la protesta por la ineptitud de los gobiernos democráticos que sobrevendrán. La conclusión que extraen los marxistas de todo esto es que el equilibrio social ha sido roto y que las formas políticas actuales entrarán en rápida disolución.
La polémica originada por el resultado del comicio y las opiniones que ha provocado en los vencidos han permitido comprobar una vez más lo que está en la esencia misma del marxismo, el fundamento histórico y los dogmas que sirven de base a la acción política que ha emprendido. En la crítica al gobierno representativo y a la democracia liberal, los acusa de sustentarse en el supuesto del libre albedrío y, en cambio, sostiene que la verdad es que el hombre, o mejor, las masas, son condicionables, y que sus ideas son el producto de un sistema intelectual más o menos coactivo de tradiciones heredadas y de un aparato de propaganda manejado según técnicas eficientes, aplicadas por grupos económicamente dominantes.
Allí está, pues, la diferencia entre los que nos aferramos a la democracia y al liberalismo, por una parte, y los partidarios del marxismo y de las nuevas formas del fascismo, por otra, pues tanto el fascismo como el marxismo tienen algo en común que los identifica y que es la negación de la capacidad del individuo y por ende de los pueblos para elegir conscientemente su destino. Ahora, los marxistas han puesto de moda hablar del "establecimiento", indicando al conjunto de creencias e instituciones, y a las élites que las expresan en todas las manifestaciones de la vida social, y la responsabilizan de todas las fallas e injusticias que se advierten en la sociedad de consumo, omitiendo, claro está, señalar sus éxitos y aciertos. Construyeron de este modo el indispensable chivo emisario utilizado por los que quieren destruir las formas actuales de la convivencia, el gran culpable de todo lo malo que pasa, al que presentan queriendo rechazar altos valores morales e intelectuales, que, lejos de pretender eliminar, defiende y expresa cabalmente.
A mi juicio, la verdadera interpretación de lo sucedido en el Uruguay es que, en vez de implicar un alto en el proceso de transformación, ha demostrado la aptitud de su pueblo para examinar la realidad que lo circunda en el mundo, y, mediante un acto de fe de cada votante, en su capacidad para decidir su propia suerte y la de toda la comunidad, ha optado por rechazar la propuesta del marxismo. Hay una verdadera indignación compartida en todas las clases sociales, provocada por los que han querido negarle al pueblo uruguayo el derecho de vivir libremente su vida, y sumirlo en la monotonía y la tristeza desesperante de las sociedades comunistas, en las que nadie puede tener ilusiones. Ni siquiera los que están ubicados en las posiciones de poder se libran del miedo atroz, pues también más pronto o más tarde son descartados como rodajes gastados e inútiles de la inmensa máquina a que pertenecen, la cual un día, inexorablemente, los condena.
Desde luego, los problemas nacidos con la nueva situación originada en el comicio, y los viejos que se arrastran sin solución, están ahí, acuciantes, esperando que el gobierno elegido los atienda. Serán o no resueltos con mayor o menor rapidez y eficacia, pero hay algo que constituye una conquista definitiva del pueblo uruguayo en su evolución histórica y es que, ni el comicio, ni la violencia, lo llevarán nunca a negar lo más característico que tiene la condición humana y ha producido la gloria de nuestra civilización: la razón, lúcida, lógica, responsable. Por eso, utilizando la frase de Ana tole France en la tumba de Emilio Zola, es justo repetir que este comicio fue un momento en la conciencia del Uruguay.

FRIGERiO: "LA ILUSION OPTICA SE HA DESVANECIDO"
Nada más ilusorio que interpretar las elecciones uruguayas como un triunfo de la "democracia" sobre las tendencias "subversivas".
Quienes hacen este razonamiento omiten como elemento de juicio la degradación de las condiciones económicas-sociales del país oriental y se niegan a ver el surgimiento de nuevas expresiones políticas, tras más de un siglo en el cual dos partidos tradicionales se alternaron en el manejo de la cosa pública, en una especie de fair play del cual participaban asimismo las más conspicuas expresiones de la izquierda. Mientras la formalidad de la democracia transcurría por esos carriles, la delgada
capa de los dirigentes se distanciaba cada vez más de los estratos profundos de la sociedad y, en una especie de censura psicológica, despreciaba el proceso objetivo, de tipo estructural, a través del cual Uruguay se encamina hacia formas cada vez más perfectas de retraso económico, supeditación a los dictados externos y desgarramiento de la unidad nacional. Estos comicios, con todas sus azarosas contingencias, muestran que la ilusión óptica se ha desvanecido y que la realidad llama fervorosamente a un replanteo de las condiciones a través de las cuales podrá alcanzarse la propia realización.
Los teóricos de la democracia virtuosa deberían explicar a qué se debe el hecho de que la guerrilla constituya hoy un gobierno paralelo que crea condiciones de inseguridad en el propio seno del poder organizado. Deberían explicar cómo es posible que una conjunción de fuerzas de la izquierda, a las que se suman la democracia cristiana y desprendimientos de los partidos tradicionales, haya podido montar en el breve lapso de ocho meses una tercera opción y surgir en el escenario con una fuerza de 270.000 sufragios. Deberían explicar el confuso trámite del recuento de votos y las condiciones en las cuales el candidato del continuismo, con un programa únicamente represor, podrá gobernar contra la opinión de la mayoría del pueblo uruguayo que se pronunció por variantes centristas, con énfasis en la cuestión nacional.
Los hechos se ordenan de distinta manera si se parte del punto de vista de que la persistencia de la vieja estructura uruguaya ha engendrado una crisis que se expresa en una desocupación que no puede conjurarse ya a través del puesto público, en la pauperización creciente de los trabajadores y de la clase media, en la caída vertical del signo monetario y en la inviabilidad del esquema económico del intercambio de materias primas por productos industriales. La consecuencia social de esta situación es la protesta creciente, que, en el límite, empuja a la juventud hacia la guerrilla, permite que los tupamaros se planteen como poder alternativo, puesto que el aparato del Estado no es capaz de sofocar su activismo ni siquiera en el más duro esquema represivo, y rompe —en otro plano— la cómoda alternancia de las fuerzas tradicionales.
Es un caso particular de una situación que se está dando en toda América latina. Esto es: las antiguas oligarquías han entrado en definitiva crisis en la medida en que no dan respuestas al problema del crecimiento cualitativo de nuestros países. Buscan su supervivencia en la consolidación de las estructuras productivas anacrónicas y ello las lleva a alianzas cada vez más estrechas con los centros de decisión externos. Levantan la reacción de la izquierda rebelde con la cual entablan una lucha maniquea. En ese plano parece que todo problema fuera el antagonismo entre insurgencia y contrainsurgencia, mientras quedan en un cono de sombra los problemas no resueltos del cambio. Pero son estos problemas los que alimentan la protesta social y la protesta ideológica, son estos problemas los que incitan a la unidad nacional para conjurar justamente el desgarramiento y el enfrentamiento interno. A través de la disgregación se expresan las fuerzas de la dominación exterior, cuyo enemigo máximo es el poder político interno ejercido para construir la Nación.
Puede verse ahora con mayor claridad el significado profundo de esta elección, así como cuáles serán las consecuencias prácticas. No es la "democracia" la que ha triunfado sobre la "subversión", sino que el esquema insurgencia-represión ha prevalecido, a favor de mecanismos electorales y otros condimentos. En otras palabras, la crisis uruguaya se ahonda y marcha hacia expresiones que no pueden sino ser preocupantes. Esto es así porque:
• El candidato continuista que el primer recuento oficial da como ganador descree de la necesidad del cambio de estructuras y del desarrollo, preconiza una acentuación de la acción represiva, entiende que la subversión es importada y no se genera en causas locales, y siente añoranza por el país ganadero, que no alcanza ya para asegurar la supervivencia de la globalidad de la sociedad uruguaya.
• Es previsible que la guerrilla acentúe su activismo y se nutra con nuevos contingentes de una juventud que intervino ardorosamente en la campaña preelectoral y se ve ahora bruscamente bloqueada.
• No hay remedios para la crisis económica en un enfoque que no advierte su naturaleza estructural y se muestra decidido a favorecer la persistencia del estancamiento.

SANCHEZ S0RONDO "LOS GANADORES HAN PERDIDO"
En el proceso político del Uruguay, el Frente Amplio prometía una apertura hacia otro orden, significaba una opción revolucionaria respecto del régimen cuya decadencia refleja la crisis de valores y estructuras del Estado liberal. Pues bien, esa opción revolucionaria ha sido rechazada por una inmensa mayoría. Paradójicamente, en virtud de un mecanismo psicológico de transferencia de la peligrosidad, el plebiscito a favor o contra el régimen se convirtió en un plebiscito a favor o contra el comunismo.
Concebido como una renovación de las tendencias nacionales, el Frente Amplio, si hubiese triunfado, debía absorber las consecuencias negativas de su entente con el marxismo; despejar, enérgicamente, la influencia en sus filas de los mitos internacionales y clasistas. Pero todo eso, que parecía un problema Ínter no de los frentistas en tanto fuerza nueva, fue cuestión previa para el pueblo oriental, que descartó la posibilidad de un poder compartido por el marxismo y de una integración patrocinada, estentóreamente, por Fidel Castro.
Por lo demás, al filo del comido, el Partido Comunista creyó oportuno o "táctico" destacar ante el país su presencia en la alianza, agitando consignas y liderazgos ajenos.
Están a la vista los resultados de la provocación. Entre la angustia y el miedo, los uruguayos se han quedado en la angustia. Desconcertados, de momento imaginaron preferible como azote el terrorismo de abajo, que se aprovecha de las antiguas y ya genuflexas libertades, al terrorismo de arriba, que las arrancaría por la raíz. En otras palabras, han soslayado el riesgo porque no han visto la salida. Han vuelto a fojas cero:
todos, y en primer lugar los aparentes ganadores, han perdido, pues no tienen a su alcance ninguna solución.
Por eso sería un error de perspectiva considerar que el desempeño del Frente Amplio —su papel, sus cifras— resulta meritorio, tratándose de un estreno y que, por consiguiente, debería perpetuarse con el aporte de la izquierda ideológica. No, al revés de lo que pasó en Chile, donde circunstancialmente accede al gobierno un viejo partido de orientación marxista, el Frente Amplio uruguayo no fue un partido más sino una brecha repentinamente abierta contra el régimen. La hipótesis, pues, de que en adelante se aloje dentro del sistema, como otras de sus alternativas electorales, plantea en el mejor de los casos una situación equívoca. Hace falta que el movimiento nacional y sus factores de opinión asimilen esta experiencia tan rica en sus gestiones. Es preciso que adviertan cómo el cambio revolucionario no pasa en nuestro medio por el meridiano del marxismo sino por las bases de la revolución nacional cuya doctrina —situada en las antípodas— se inspira en la sed de justicia de las tradiciones cristianas; y que, concretamente en cuanto al Uruguay y a la Argentina, acepta los
imperativos federales de la geopolítica del Plata. Por eso, el movimiento nacional debería renovar el juego de las alianzas excluyendo a la izquierda comunista vinculada, en la "coexistencia", al gran capitalismo, y promoviendo la unidad con los sectores afines de los Blancos. He aquí la labor a realizar por el general Seregni y por los independientes nacionales, que son la avanzada del cambio en la Banda Oriental.
revista Siete Días Ilustrados
13.12.1971

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