ENCUENTRO BRANDT- STOPH
GRIETAS EN EL MURO DE BERLIN
La conferencia entre el premier Willy Brandt, de Alemania Occidental y Willi Stoph, canciller de Alemania Oriental, puede inaugurar una era de distensión. ¿El fin de la guerra fría?
Muro de Berlín
Desde esta semana, el muro de Berlín presenta una pequeña brecha:, es apenas una fisura, pero deja filtrar un reflejo de esperanza. La gran cortina de cemento que desde agosto de 1961 divide la zona comunista de Berlín de la zona occidental, fue engendrada por la guerra fría y, hasta hoy, siguió siendo el símbolo de esa fractura, sin ser perturbada por los atisbos de coexistencia pacífica entre las dos grandes potencias del Este y el Oeste. El autor de esa grieta que ahora ofrece la muralla berlinesa, es un macizo alemán de 56 años, encaramado desde octubre del año pasado en la cúspide del gobierno de Bonn: Willy Brandt, cuya "apertura hacia el Este", lanzada con brío singular, lo ha llevado a entrevistarse el jueves 19, en Erfurt, con su par germano-comunista Willi Stoph, primer ministro de la República Democrática Alemana (R.D.A.).
Desde la Segunda Guerra Mundial, o más exactamente desde la creación en 1949 de la República Federal Alemana (R.F.A.) y su contrapartida stalinista, la R.D.A., éste es el primer encuentro oficial al más alto nivel entre los dos Estados, hasta hace muy poco encasillados en una guerra fría sin concesiones: la R.F.A. acusaba a la otra Alemania (creada en la zona de ocupación soviética) de ser satélite de Moscú y haber necesitado erigir el muro de Berlín para frenar el éxodo de sus habitantes, hartos de privaciones y de tiranía policial; la R.D.A., a su vez censuraba a la R.F.A. de actuar al servicio de la política estadounidense y ser un reducto de nazis vergonzantes lanzados al revanchismo. Con este intercambio de denuestos, el muro de Berlín se volvía cada vez más denso y amenazador. Gracias a Brandt, un esbozo de diálogo perfora la muralla de cemento y atenúa el escozor del recuerdo de los pocos que lograron traspasarla ,y de aquellos, más numerosos, que murieron en el intento.
Después de dos décadas de guerra fría, la R.F.A. no logra reponerse de su sorpresa ante los cambios. "Alemania capitula otra vez", claman los opositores de Brandt. Los partidarios del canciller replican: "Alemania ha llegado a la edad de la razón; la apertura hacia el Este es una prueba de madurez y realismo políticos". Enfrentando a los críticos más hostiles que no vacilan en afirmar que "Brandt es el canciller del renunciamiento", el propio primer ministro responde: "Sí, es verdad. He renunciado a la amenaza tal como he renunciado al miedo. Alemania es fuerte, y por eso mismo puede iniciar una nueva era de distensión".
Los estrategas de Bonn saben bien que las tratativas con Berlín Este (donde impera el férreo presidente Walter Ulbricht, uno de los últimos stalinianos puros) serán prolongadas y difíciles, y que sin duda se producirán estancamientos y hasta retrocesos. La entrevista Brandt-Stoph fue propuesta por éste último, pero sin duda obedeciendo a las presiones de la U.R.S.S. más que a los generosos avances de Brandt; fue postergada y se temió que ese aplazamiento terminaría por diluirla en un futuro hipotético. ¿Motivo?: el lugar de la cita sería Berlín Este, y los jerarcas comunistas querían imponer al canciller de la R.F.A. la inaceptable exigencia de que no pasara por Berlín Oeste ni antes ni después de la reunión.
Hubo agrios tironeos, y al fin el gobierno germano oriental cedió: eligió la pequeña ciudad universitaria de Erfurt, a casi igual distancia de Bonn y de Berlín Este; de esa manera, la travesía del canciller de Alemania Federal hasta territorio de la R.D.A. no agudiza los problemas ya existentes en torno a la dividida capital del antiguo Reich. Lo esencial es facilitar la apertura del diálogo.
Esto permite calificar de "histórico" al encuentro del jueves 19, aunque Brandt haya advertido que emprendía su viaje "sin ilusiones": tiene razón, pues veinte años de hostilidad e intransigencia entre dos regímenes políticos tan diferentes crean un muro más espeso que la cortina de cemento de Berlín. El canciller occidental es realista, y se ha fijado una meta modesta frente a la R.D.A.: establecer una cierta comunicación entre las dos partes de la nación alemana, hasta ahora trágicamente aisladas. Ello le permitiría avanzar mucho más rápidamente en las actuales conversaciones bilaterales que Bonn realiza con la U.R.S.S., Polonia y otros miembros del Pacto de Varsovia.
La "apertura al Este" de Brandt no tiene precedentes en los veinte años de vida de su nación. Es cierto que el anterior canciller demócratacristianoo Kurt Kiesinger estableció lazos diplomáticos con Rumania (¿pero qué dificultad se le presentaba frente a la "gran rebelde" comunista que ¿mantiene relaciones con Israel pese a la guerra de 1967?) y también intentó un acercamiento —siempre muy poco convincente— con Berlín Este. Sin duda, esos intentos no pueden compararse con la nueva era que inaugura la política exterior de Brandt.

WILLY EL AUDAZ
Sus enemigos lo llaman "temerario", pero lo único comprobado es su capacidad de innovación. La llegada de Brandt al poder ya es testimonio de su decisión de asumir "riesgos calculados". En las elecciones de septiembre del año pasado, la Democracia Cristiana había obtenido más votos que el partido social-demócrata, pero no la mayoría absoluta como para integrar un gobierno. Les socialdemócratas se aliaron con el pequeño partido liberal: dos sufragios más de los estrictamente necesarios convirtieron a Brandt en canciller. Sus partidarios recordaron entonces que en 1949, el demócrata-cristiano Konrad Adenauer llegó a encabezar el gobierno con una mayoría aún más magra.
De todos modos, parecía una aventura; no lo era tanto, pues la alianza con los liberales daba a los socialdemócratas grandes ventajas en su estrategia política. En el frente interno, la presencia de los liberales en el gobierno podía tranquilizar a patronos y capitalistas, así como frenar demandas peligrosas de los trabajadores. Útil comodín, el partido liberal presentaba, en extraña mezcla, aspectos conservadores y otros casi izquierdistas. Por ejemplo, la "apertura al Este" de Brandt obtenía sólido respaldo de los liberales que durante la campaña electoral se habían manifestado aún más audaces que los socialdemócratas en sus reclamos de distensión europea: hábilmente, el Ministerio de Relaciones Exteriores fue otorgado al jefe liberal Walter Scheel.
Apenas Brandt llegó a la Cancillería, resultó evidente que la política europea de Alemania Federal realizaría un giro de 180 grados. Durante casi dos años, los democristianos en el gobierno se habían opuesto a suscribir el tratado de no proliferación nuclear: esto era esgrimido por Moscú y sus aliados como prueba de la voluntad revanchista y belicista de la R.F.A. Aunque los jerarcas comunistas no creyeran demasiado en sus propias palabras, sus pueblos, aún traumatizados por los horrores del nazismo, si creían en las intenciones de la R.F.A. de adquirir armamento atómico. El canciller Brandt decidió tranquilizarlos y firmó el tratado poco tiempo después de asumir el mando: la respuesta comunista fue decididamente positiva.
Los derechistas protestaron por la adhesión al tratado, pues —según ellos— colocaba a la R.F.A. en inferioridad de condiciones. Tal vez no querían advertir el sutil juego de Brandt que aflojó algo los lazos con Francia —siempre absorbente— para estrechar su relación con Gran Bretaña (hasta el punto de que parlamentó en Londres con el premier Harold Wilson antes de entrevistarse con el primer ministro germanooriental Stoph. El apoyo de Gran Bretaña no sólo asegurará a la R.F.A. el puesto político número uno en Europa, que por su fuerza económica merece; se sabe que Londres y Bonn han decidido una amplia colaboración nuclear: ciertos observadores infieren que de esa manera Alemania Federal tendrá un acceso tangencial pero concreto al armamento atómico a que renunció formalmente. No hay contradicción, pues la firma del pacto de no proliferación nuclear impide solamente que la R.F.A. tenga armamento atómico propio.
Durante dos décadas, los gobernantes democristianos insistieron en el dogma de la reunificación alemana; cualquier retaceo al dogma sonaba casi como delito de lesa patria, y sólo se aceptaba renunciar a la violencia para concretar la reunificación. Se negaban tajantemente a reconocer en la República Democrática Alemana un "Estado", y hasta pronunciar las siglas R.D.A. era tabú. Por supuesto, los democristianos no perdían ocasión de insistir en que los jerarcas de Berlín Este permitieran elecciones libres en la zona comunista (lo que implicaba invitarlos al suicidio, ya que la población germanooriental no podía dejar de sentirse atraída por los halagos económicos de la R.F.A., fácilmente identificables con el sistema político allí vigente).
La construcción del muro de Berlín (que separó a muchas familias y creó grandes conflictos en la población de ambas partes de Alemania) dio a los democristianos el tema más propicio para^ lanzar imprecaciones contra los jerarcas del Este.
La U.R.S.S. había comenzado por explotar sin piedad el territorio enemigo ocupado en calidad de "compensaciones de guerra"; había mucha pobreza y, por añadidura el régimen "impuesto desde fuera" mantenía un rigor policial: de allí que, antes de la erección del muro, la huida de los alemanes del Este al Oeste fuera masiva. La erección de la cortina de cemento actuó —según los jefes de Berlín Este— "como el torniquete indispensable para evitar la sangría provocada por los golpes de la propaganda occidental".
Indudablemente, resultó una medida efectiva, pues los habitantes del Este, al no poder emigrar, se esforzaron por mejorar sus condiciones de vida; hoy la R.D.A. es la segunda potencia industrial del mundo comunista y provee de compleja y delicada maquinaría a la U.R.S.S. De todos modos, los democristianos tenían motivos para considerar el recurso del muro como coercitivo y cruel. Esto, unido a las demás actitudes propias de la guerra fría, valió al partido gobernante en Bonn la hostilidad desatada de los jerarcas de Europa comunista.
Al llegar al poder el osado iconoclasta Brandt, todo cambió: ya no se habla de reunificación alemana, ya no se piden elecciones libres en la R.D.A.; más aún, se reconoce que la nación alemana es única, pero que está englobada en dos Estados. Significa aceptar la realidad de facto, facilitar el futuro inmediato y proyectar hacia un futuro indeterminado la solución imposible y por lo tanto retórica. En cuanto al muro de Berlín, Brandt no pretende, como sus
antecesores, derribarlo (lo que sólo servía para cimentarlo); se contenta con irlo fisurando paulatinamente.

DE EMIGRADO A CANCILLER
El jefe de gobierno de la R.F.A. apoya su "apertura al Este" —insólita para muchos alemanes occidentales— en una biografía totalmente fuera de lo común para un canciller. Por de pronto, no se llama Wílly Brandt. O, mejor dicho, nació con otro nombre: Herbert Frahm, hijo de padre desconocido y de una humilde vendedora de tienda. Su origen ilegítimo y semiproletario ya lo inclinaba naturalmente al socialismo: en Julius Leber, uno de los jefes de esa corriente política (ejecutado por los nazis en 1944), el adolescente encontró un padre espiritual. El ascenso de Hitler al poder puso en peligro la vida del agitador de 19 años, que emigró a Noruega, donde rehízo su vida, se dedicó al periodismo de izquierda y se casó por primera vez: ya entonces Herbert Frahm se había trasformado definitivamente en Willy Brandt.
La invasión nazi a Noruega le hizo correr grandes peligros: finalmente se salvó, emigrando por segunda vez, ahora a Suecia. Durante ese lapso se desprendió del marxismo y optó por la fórmula del socialismo democrático a la manera sueca. Retornó a Noruega (donde había obtenido carta de ciudadanía) y en 1948 volvió a Alemania; ya se había casado por segunda vez con otra noruega, su actual mujer, Rut, quien le dio dos hijos. Regresó con uniforme noruego y cargo de enviado de prensa; se hizo gran amigo del socialdemócrata Ernst Reuter, y decidió radicarse definitivamente en Berlín Oeste, retomar la ciudadanía alemana y luchar por un socialismo a la sueca. Fue tan combatido, que parecía no tener porvenir político: el extinto canciller democristiano Honrad Adenauer, con poca caridad evangélica, lo llamaba el bastardo y el emigrado. Muchos alemanes aún hoy no le perdonan que al fin de la guerra haya estado mezclado con los vencedores.
Curiosamente, fue ese muro de Berlín que hoy se empeña en horadar el que le dio su primera gran oportunidad política. Cuando en agosto de 1961 se construyó la muralla, una muchedumbre excitada quiso ir a la puerta de Brandeburgo a atacar los puestos de vigilancia comunista: los manifestantes iban a ser masacrados. Brandt se armó de un altoparlante y los persuadió de que llevaran su protesta a zona segura; convencer a los más exaltados fue casi una proeza. De la noche a la mañana, Brandt se había convertido en héroe para Berlín Oeste; al año siguiente fue elegido alcalde de la ciudad. En 1965 convenció a su partido de que aceptara la "Gran Coalición" con los democristianos; desde el poder compartido, los socialdemócratas demostraron ser respetables, eficaces y dignos de gobernar.
De todos modos, no deja de ser sorprendente que en la Cancillería esté sentado Brandt, cuyas dotes de buen bebedor le valieron el sobrenombre de Willy Brannt-wein (o sea
Willy Brandy), y que tiene dos hijos rebeldes de extrema izquierda: Peter, quien ya fue enviado a prisión dos veces, y Lars, adicta al hippismo. El nuevo jefe de gobierno sabe que enfrenta una tarea difícil, si bien cuenta con un notable equipo de ministros. La "apertura el Este" es un hierro caliente: si fracasa, puede implicar la caída de Brandt. Hay otros peligros: el aceleramiento de una economía lanzada a una expansión sin precedentes, con el corolario de un desequilibrio entre precios y salarios, y hasta la amenaza de "huelgas salvajes". Algunos observadores creen que Alemania Federal puede tener un amargo despertar de su "milagro económico en expansión": ser demasiado rica y demasiado pujante resultaría así casi tan nefasto como ser demasiado pobre.

"DRANG NACH OSTEN"
Los democristianos que agitan sombrías coyunturas económicas para un futuro inmediato, olvidan que el actual ministro de Economía, Karl Schiller, en 1967 salvó al país de un desastre, pese a que entonces el canciller era democristiano y se llamaba Ludwig Erhardt, padre del "milagro alemán". El equipo de Brandt sabe que transita por una senda riesgosa y se prepara a sortear escollos. No se deja amilanar por las exageraciones demagógicas de los opositores, que pregonan: "Hitler intentó conquistar Europa Oriental con su idrang nach osten (apertura hacia el Este) y nos llevó a la catástrofe. Brandt intenta ahora otro drang nach osten en base a concesiones, charla y simpatía: ¿no nos llevará a una nueva catástrofe?"
El actual gobierno de R.F.A. se arma de paciencia frente a los alemanes de adentro y a los de afuera: sabe que es necesario lograr un modus vivendi aceptable con los jerarcas de la R.D.A. También es preciso calmar la inquietud de Polonia: después de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores decidieron fijar provisoriamente sus límites con Alemania en el curso que describen los ríos Oder-Neisse, con lo que otorgaba territorio germano a la nación mártir del nazismo. Pero surgía un problema: hay dos brazos del Neisse que se juntan con el Oder. Los aliados occidentales querían fijar la frontera en el brazo Este; Stalin (quien había incorporado territorio polaco a la U.R.S.S. y no pensaba devolverlo) se obstinaba en elegir el brazo Oeste del Neisse, para compensar a Polonia de lo que él mismo le había quitado en la otra frontera. Los occidentales aceptaron, y así se establecieron los límites actuales de Polonia. Por supuesto, hace ya casi dos décadas, la R.D.A. reconoció con toda formalidad la línea Oder-Neisse; pero Varsovia sabe que Alemania Federal tiene mucho más peso, y por ello aspira al reconocimiento de Bonn.
Contrariamente a la obstinada negativa de los democristianos, el gobierno de Brandt está dispuesto a reconocer la frontera Oder-Neisse y a firmar con Varsovia un tratado de no agresión, que permita relaciones diplomáticas normales, así como está dispuesto a reconocer a la R.D.A. y suscribir con ella un tratado similar. La gran disputa se centra en que Alemania comunista y Polonia quieren ante todo un reconocimiento de validez internacional, definitivo, para luego firmar otros tratados con la R.F.A. En cambio, Brandt propone que la firma de los tratados de no agresión sea contemporánea a un reconocimiento defacto, tanto del Estado alemán comunista como de la frontera polaca. Se sospecha que tendrá dificultades muy serias en su intento.
Pero algo lo ayuda: el tratado de no agresión con la U.R.S.S. parepe a punto de cuajar; Moscú necesita los préstamos y la técnica que le ofrece la R.F.A. (también Polonia ansia ayuda germanoccidental). No es descabellado suponer que ese importante factor económico a la larga inclinará la balanza a favor de Brandt, cuya R.F.A. se convertirá en puente entre las dos Europas, y en cierto modo en árbitro de la distensión. La crucial ayuda económica que puede prestar Alemania Federal a la U.R.S.S. y sus socios, repercutirá beneficiosamente en la propia Alemania Federal, y le permitirá combatir con éxito el "recalentamiento" económico que le acarrea su excesiva prosperidad. Si los planes de Brandt se cumplen, quedará demostrado que el nuevo canciller es mucho más ambicioso y exigente con respecto a los destinos internacionales de su país, que sus antecesores democristianos. Y en cuanto al drang nach osten, se comprobará que no hay invasión más útil que la que se basa en dinero, charla y simpatía.
Revista Siete Días Ilustrados
23.03.1970
Muro de Berlín
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