Cuando Haití se
convierte en noticia, es que hay cadáveres de por
medio. Algunos dicen que los fusilados por "Papá
Doc" —el presidente vitalicio François Duvalier—
en esta nueva racha sangrienta son cuarenta y
cinco. Otros afirman que son más de sesenta. Da lo
mismo. Es sólo la repetición de un ritual
mortífero que el presidente vitalicio realiza casi
todos los años Hay sin embargo un detalle original
esta vez, el yerno, la hija y la esposa de
Duvalier se han visto obligados a partir a
Ginebra, rumbo al exilio. Después de las bombas de
abril que estallaron precisamente el día en que el
presidente vitalicio festejaba diez años de
mandato y sesenta años de edad, "Papá Doc", que ya
ha prescindido hasta de los dólares
estadounidenses, parece prescindir también de su
familia.
Pero no se queda solo:
lo custodian cinco mil "ton ton macutes", feroces
guardias dispuestos a dar su vida y a tomar la
vida ajena en pro de su amo. Sobre todo, a "Papá
Doc" lo custodian las divinidades del vudú del que
se ha erigido como sacerdote supremo. Curioso
personaje es este hombre que hace poco más de una
década parecía condensar lo mejor de la cultura
occidental. Médico perfeccionado en universidades
estadounidenses, mostró su filantropía atendiendo
gratuitamente a los enfermos rurales; sesudo
etnólogo, se granjeó el respeto de famosos
antropólogos blancos. Cuando en 1957 se presentó
como candidato a la presidencia de la nación,
todos vieron en él una promesa de progreso. Pero,
apenas fue electo, se declaró "gran houngan" del
vudú y aceptó sin pestañear la excomunión de la
Iglesia Católica, mientras masacraba a sus
enemigos reales o potenciales y colgaba sus
cadáveres a la entrada del aeropuerto
internacional de Port-au-Prince, como clara
advertencia a los extranjeros.
Para comprender lo
casi incomprensible, hay que hacer un poco de
historia. El vudú fue el legado que los esclavos
trajeron de África; fue el motor que les dio
fuerza para buscar su libertad contra los amos
blancos; fue el fondo permanente de la gesta —a
veces heroica y admirable, otras veces siniestra—
que logró la independencia de Francia y plasmó en
América el único estado negro existente. Durante
más de sesenta años el catolicismo estuvo ausente
de Haití y cuando retornó, en 1860, tuvo que
resignarse a una coexistencia obligatoriamente
pacífica. Por su parte, la masa, alió serenamente
el culto a Jesús, a la Virgen y a los santos con
el culto a Demballah, a Guedé, a Ezili, a los
múltiples loas del panteón africano. Hoy en día y
siempre, mientras se celebra el "houmfó" y los
poseídos por los loas danzan .y beban sangre
ritual al compás de tambores y cánticos paganos,
un "pere-savane" recita plegarias en latín,
mezclando a la Iglesia Católica con el vudú; la
cruz encarna a un 'loa', y también a Jesús. Nadie
se asombra y parece que tampoco se asombran
demasiado los resignados sacerdotes católicos,
cuyos débiles esfuerzos contra el paganismo
siempre se vieron condenados al fracaso. Uno de
los mayores triunfos de Duvalier fue haber logrado
"retornar" el año pasado al seno de la Iglesia
manteniendo el vudú como alma y pivote de la
nación...
LA MENOR ESPERANZA
Sucede que Haití, con
un 90 por ciento de analfabetos, es el país donde
los pobres son más pobres y los ricos son menos
ricos. La superpoblación es tremenda: hay sólo un
13 por ciento de tierra cultivable y allí viven
500 habitantes por kilómetro cuadrado. En Haití se
da el menor consumo de proteínas, la menor
esperanza de vida, el menor ingreso "per cápita"
de Centro y Sud América. El paludismo, la
tuberculosis, la anquilostomiasis son tan
endémicos y mortíferos como la miseria. No hay
latifundios, y en cambio abundan las parcelas de
seis hectáreas de suelo empobrecido: sus dueños
tienen título de propiedad dudosos y viven
temiendo ser echados de sus fundos.No hay
hospitales fuera de la capital; tampoco hay
médicos; solo "doctores-hojas" —herboristas y
magos— y sobre todo "houngans" y "mambos",
sacerdotes y sacerdotisas que manejan a los
'loas'. Para toda esa gente sin amparo, perseguida
por las más diversas calamidades, el vudú es el
único recurso, la única esperanza: el vudú permite
un equilibrio mental, una personificación social,
un sentimiento de compañía y hasta de poder. Por
eso "Papá Doc" se sonríe —y también se sonríen los
funcionarios estadounidenses— cuando sus enemigos
lo acusan de preparar la entrega de Haití al
comunismo, desesperado recurso para movilizar a
los "marines" en su contra. Haití ha sido
abandonado por todos, hasta por el comunismo...
SIN CLASES; CON CASTAS
Los "marines"
estadounidenses ya estuvieron una vez en Haití.
Fue en 1915, cuando el caos político hacía
peligrar seriamente las inversiones blancas en el
país. Los "marines" se quedaron
hasta 1933: durante
ese período, el gobierno o lo que quedaba de él
fue ejercido por la élite mulata, que afectaba
"occidentalismo" y fingía despreciar el vudú. En
Haití, si bien no hay verdaderas clases sociales,
hay castas: los mulatos, escasos, presuntuosos y
de cierto poder económico, y la mayoría negra,
sumergida. Duvalier tenía cultura occidental, pero
era "auténtico", es decir, negro. Su ascenso al
poder significó el triunfo definitvo de la vieja
África contra el moderno occidente. Sobre todo,
contra los mulatos. . .
Haití parece
desbarrancarse hacia una crisis colosal. Sus
exportaciones de café y sisal sufren por la baja
de los precios en el mercado mundial y por
calamidades climáticas que han
restringido la
producción. La mitad del presupuesto nacional se
va para solventar a los "ton ton macutes" y al
sector "fiel" del ejército. Hay una rémora de seis
meses en el pago de sueldos gubernamentales. El
Fondo Internacional y todas las entidades
bancarias, incluidos los bancos privados
estadounidenses, han cerrado todo crédito para
Haití. En cuanto a la gran fuente de ingresos, el
turismo, se ha reducido a casi nada al no poder
soportar el espectáculo de los cadáveres colgados
como adorno ciudadano. Pero "Papá Doc" no se
inmuta: los loas del vudú lo defienden. El pueblo
hambreado se limita a trazar conjuros contra el
dictador: él también sólo tiene ya confianza en la
ayuda del vudú.
Revista Siete Días
Ilustrados
08/08/1967
|