Selló la muerte una conmovedora historia de amor
por Alberto Cruz

Isabel Patiño de Godlsmith
EL sábado 15 del corriente todos los diarios reprodujeron un cable que en su laconismo encerraba toda la magnitud de una tragedia. "La señera Isabel Patino de Goldsmith, hija del magnate del estaño. Antenor Patiño, dejó de existir a los pocos minutos de haber dado a luz una niña y luego de haber sido sometida a una delicada intervención quirúrgica a causa de una hemorragia cerebral," Este era el breve texto de la noticia que conmovió a todo el mundo. ¿Pero cual es la causa de que un hecho de esta naturaleza tuviera semejante repercusión? La razón es simple. Isabel Patino, luego señora de Goldsmith, había protagonizado con su esposo uno de los romances más conmovedores de los últimos tiempos; un romance sólo equiparable a los de Eduardo de Windsor —que abdicó un trono para seguir tras del amor— y Wally Simpson; o el Rey Carol de Rumania que siguió un camino semejante y Magda Lupescu, para no referirnos sino a los que se mantienen más frescos en la memoria de todos.
Isabel Patiño era hija de Antenor Patiño, uno de los hombres más ricos de la actualidad con sus 200 millones de dólares, nieta del creador de esta fortuna fabulosa, don Simón Patiño, que viera la luz en la dura y empobrecida tierra boliviana.
Modesto empleado de una compañía alemana de crédito establecida en Cochabamba. Simón Patiño inició el camino de la fortuna y los honores sin haberlo pensado siquiera, como que el acto inaugural de su carrera le costó la pérdida de su modesto empleo. En efecto, el hecho de haber concedido por su propia cuenta un préstamo a uno de los clientes de la casa, le valió ser despedido de la misma, con el agravante de que su crédito no le fué pagado. Esto, sin embargo le permitiría quedarse con las tierras de su cliente y hacerse dueño de una mina de estaño, pero sin un centavo en el bolsillo y sin solución aparente del problema. Sin embargo Simón Patiño tenía un capital: su conocimiento de los indios, que fueron quienes arrancaron de las entrañas generosas el mineral que formaría luego esta fortuna fabulosa. Una docena de indios y dos mulas prestadas, algunas herramientas y pocas hojas de coca fueron los elementos iniciales de su impresa. Las dos mulas iban cargadas con sacos de maíz, porotos y conservas y volvían con estaño con el estaño que era abundancia y se ocultaba en el campo que había obtenido. La mina era riquísima en mineral, tanto, que le permitió llegar a convertirse en el más acaudalado ciudadano de su país y aun del mundo. Claro está que no fué fácil el comienzo y que Patiño debió luchar contra la desidia de los indios, las mentiras de los arrieros y las inclemencias del tiempo, pero un férreo carácter y una decidida voluntad de triunfo le permitieron coronar su empresa y satisfacer todos sus deseos de ambicioso. Patiño se hizo dueño no sólo del mineral, sino de cuanta actividad se vinculara con sus minas; sus millones le abrieron las puertas de los círculos más destacados de su patria primero y de Europa después, donde llegó como embajador de Bolivia, recorriendo España y Francia, hasta le permitió casar a su hijo Antenor con una princesa, Cristina de Borbón, hija de los duques de Durcal.
A su muerte, ocurrida en abril de 1947, a los 79 años, el New York Times dijo: "Emperadores y reyes, jefes de gobierno y gobiernos mismos le adulaban." Cuando viajaba a Europa solía reservar una sección completa del transatlántico. Las dos grandes guerras, en las que perecieron millones de hombres, aumentaron considerablemente su riqueza y su poderío. En el ambiente de su país atrasado —como lo fué Bolivia durante la mayor parte del período de su ascensión a la riqueza y al poderío— Patiño obró con toda impunidad, manteniendo a sus ignorantes mineros en una semiinconsciencia, mientras él cosechaba el producto de sus labores.
Así era el abuelo de Isabel, de quien su padre, Antenor, heredó únicamente los caprichos de potentado. Su vida con la princesa Cristina de Borbón fué desdichada. Los escándalos públicos se sucedían y debió intervenir la justicia para legalizar su separación en febrero de 1942. Antenor Patiño tuvo dos hijas, Leticia e Isabel y se obligó a pasar una renta vitalicia de 250.000 dólares anuales.
Hemos traído a colación estos antecedentes para que se tenga una idea clara del ambiente en que vivió Isabel y del modo de ser de sus ascendientes que tanto dolor le causaron en los últimos meses de su vida.
En una fiesta ofrecida en París cuando cumplió sus 18 años. Isabel conoció a James Goldsmith, de 20 años de edad e hijo de una rica familia. Su padre es un magnate de la industria hotelera y propietario del Savoy de Londres, el Scribe de París y el Cariton de Cannes, entre otros, pero carece de títulos de nobleza.
Rápidamente, con la intensidad de una pasión profunda e irrevocable, Isabel y James se quisieron, anunciando su deseo de casarse, pero encontrando como respuesta la más cerrada oposición de sus padres. Los de ella alegaban la falta de blasones de Goldsmith, los de él la juventud del muchacho.
Nada habría de detener, sin embargo, a estos jóvenes en su impulso y exactamente el 29 de diciembre desaparecieron de París. Eludiendo el severo control paterno, consiguieron fugar y luego de un dramático viaje que según algunos se realizó en un confortable Rolls Royce y según otros en un prosaico camión de verduras, lograron acercarse a la costa atlántica y cruzar el estrecho hacia la ciudad de Kelso, en Escocia, que no fué elegida al azar. Ambos sabían que una ley escocesa autoriza a cualquier muchacha a contraer matrimonio sin consentimiento de los padres a los 16 años de edad, y aun siendo extranjera si tiene 15 días de residencia en el país.
Mientras tanto, Antenor Patiño se instalaba en Edimburgo con un verdadero ejército de pesquisas y abogados, consiguiendo localizar a la pareja. De inmediato interpuso un recurso judicial para postergar la boda y viajó a Kelso. Pero no logró empero disuadir a su hija. La insistencia de ésta, su decisión, su propósito de abandonar todo para seguir tras de su amor, tocó las fibras sensibles de Antenor, que a último momento dejó sin efecto su pedido y accedió al matrimonio. Este tuvo lugar en Edimburgo el 8 de enero de este año en un humilde registro civil. Isabel v James radiantes de felicidad habían triunfado como triunfa siempre la verdad, así sea la verdad de un sentimiento.
Poco más de cinco meses han transcurrido desde los hechos que relatamos, cuando el telón final del episodio viene a cerrar con el oscuro tono de la tragedia lo que fué una fiesta del corazón. Isabel acaba de morir, lo decimos al comienzo. Afectada por un derrame cerebral, debió ser intervenida quirúrgicamente, en la clínica Hartmann de París, complicándose luego la enfermedad con el nacimiento de su hijita —Isabella— y haciendo inútiles los esfuerzos del profesor Jean Guillaume, uno de los más destacados especialistas de Francia en nervios y cerebro, que luchó denodadamente con sus colegas para salvar a la enferma. La operación cesárea que debió practicársele culminó, pues con la muerte de Isabel.
Nada de cuanto acabamos de relatar pudo imaginar el jueves 13 del corriente James, cuando cenaba junto a su esposa, enteramente feliz, ni tampoco que la leve descompostura que afectó a Isabel esa misma noche terminaría tan dramáticamente.
Sin embargo, el lunes 17 partía del palacio de Antenor Patiño en la calle D'Andigne el cortejo fúnebre que acompañó los restos de la joven esposa de Goldsmith hasta la iglesia de Saint Honore D'Eylau, donde se oficiaron sus funerales.
Más de una hora se prolongó luego el desfile de parientes y amigos ante el féretro, mientras una orquesta hacía escuchar la Marcha Fúnebre de Beethoven. El cementerio de Saint Pierre de Chaillot es ahora la morada transitoria de Isabel, hasta que se la lleve a su recinto definitivo, el cementerio de La Paz, junto a los restos de su abuelo, don Simon Patiño.
El final dramático de esta apasionante historia de amor no es sin embargo todo lo triste que se pudiera imaginar, Quedan en pie algunos hechos felices dentro de lo grave de la situación: la reconciliación de las familias Goldsmith y Patiño, la de Antenor y su esposa, la vida misma de la pequeñita Isabella y la demostración irrevocable del valor eterno de los sentimientos puros. Tal vez haya sido caro el precio que se pagó, pero nunca olvidará James la intensidad de su sentimiento que habrá de reencontrar con los años en el rostro sonriente de la pequeñita Isabella.
Revista PBT
28.05.1954
 

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