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LOS
MUCHACHOS
DE ANTES NO USABAN TINTURA Jacques de Closets, un afamado peinador francés, revoluciona las cabelleras de sus compatriotas tiñéndolas de brillantes colores. Aterradas matronas se preguntan si prenderá la nueva moda
Que la apariencia humana ha variado de acuerdo
con los caprichosos vaivenes de la moda es
algo que nadie puede negar. Más aún, con sólo
proponérselo, algún cronista frívolo —y con
mucho tiempo disponible— podría llegar a
escribir la historia del mundo en función de
los arbitrarios formatos que han ido adoptando
las cabelleras a lo largo de los siglos.
Alborotadas pelambres caracterizaron al hombre
prehistórico —cuando el peine no había
irrumpido en la civilización—, prolijas
melenas a los antiguos egipcios, primorosos
rodetes a los mongoles, suntuosas pelucas
coronaron las nobles testas en la Francia
versallesca; con tan solo un frasco de gomina
hicieron prodigios los vernáculos guapos del
900...
Todo lo cual no hace sino demostrar que las acuciantes preocupaciones capilares han constituido —y siguen constituyendo— una de las mayores fuentes de desasosiego para los varones del planeta. Y en tal sentido, pocas épocas han revelado una capacidad creadora fantástica como la última década. Basta repasar algunas de las innovaciones introducidas por los sofisticados coiffeurs de los tiempos modernos: técnicas de trasplantes capilares, entretejidos, cortes con navaja, aplicación de ruleros y redecillas —tradicionalmente reservados para las cabezas femeninas—, entre otras exquisiteces, dan cuenta del especial esmero que el sexo masculino contemporáneo ha puesto en el cuidado de sus pilosidades superiores. Claro está que no todas las posibilidades en la materia han sido agotadas. Cuando las matronas barriales creyeron que se había llegado al límite de lo aceptable en términos de moral y buenas costumbres, el célebre peinador galo Jacques de Closets se encargó de ponerlas al borde del soponcio: desde hace un par de meses, el centro parisino soporta la invasión de un centenar de jóvenes —todos clientes del imaginativo coiffeur— con los cabellos teñidos en polícromas gamas, que van desde el más rabioso de los granates, hasta el más verde de los pistachios, pasando por el azul Francia —es el aporte de Closets a la cultura nacional— y el rosa pálido, entre otros. "La idea —confió recientemente el peinador— se me ocurrió viajando en el subterráneo. Me di cuenta que la gente era gris, sus ropas eran grises, sus expresiones eran grises, sus cabellos también lo eran". Visiblemente conmovido por tan desafortunada circunstancia, J. de C. resolvió tomar cartas en el asunto: "Comencé a teñir el pelo de mis clientes, sencillamente, para hacerlos más alegres. La idea prendió rápidamente y, de ahí en más, me di el lujo de pergeñar algunas fantasías capilares en varias tonalidades". Se refiere, sin duda, a quienes ahora se animan a ostentar un furibundo rayo rojo sobre el fondo verde botella de sus renovadas cabelleras, y otros delirios por el estilo. Sólo resta, quizás, repetir resignadamente con el sabio filósofo latino: De gustibus et de coloribus no hay nada escritibus. Revista Siete Días Ilustrados 17.12.1973 |
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