Josefina Baker
Ya no canta por la fama sino para sostener a sus 12 hijos
A los 61 años, la Venus de Ébano lucha denodadamente para mantener su numerosa familia. Sus únicas armas: una sonrisa eterna y un amor desbordante. Su fogosa vitalidad la vuelve a llevar a los escenarios de todo el mundo, en busca de sustento para su reino de fantasía: el castillo de Milandes, ubicado en el sur de Francia, en el que conviven criaturas de todas las razas

Había una vez una negra que sólo tenía corazón y sonrisa. Bailaba y cantaba todo el día para mantener a sus quince hijos. Para verlos reír les compró un castillo y un bosque, y lo sembró de poesía: juegos, flores, un zoológico, una pileta y un teatro de títeres. Todo lo que ganaba lo gastaba en juguetes y ropas para sus hijos. Hasta que un día se acabó el dinero, llegó el hambre y la mamá negra tuvo que viajar 3 otras comarcas en busca de comida. Bailó y cantó mejor que nunca, hasta agotarse. Así pudo salvar a sus hijos, al castillo y al bosque. Este cuento, sin embargo, no ha terminado.
A los 61 años, Josefina Baker vive exclusivamente para ese reino de amor y fantasía que fundó hace 14 años en Milandes: 232 hectáreas en la Dordogna francesa, un castillo medieval y mil millones de francos viejos invertidos desde 1953 para mantener a 15 huerfanitos negros, blancos y amarillos, sus hijos adoptivos. En los últimos meses el presupuesto se fue agigantando. Los recursos se extinguieron y hace pocas semanas Josefina tuvo que volar a Londres para recaudar fondos. Sin embargo. Josefina no se rendirá: "Nada ni nadie logrará destruir mi única obra de arte", declaró a su regreso de Inglaterra, rumbo a la "Ciudad del Mundo", como bautizó a su villa dordognesa.

CHOCOLATE EN BROAOWAY
Tiene una vida de leyenda que se inició en Saint Louis, Missouri, en 1906. Ambiente de plantaciones, algodón y tabaco. Los recuerdos de su infancia son tenaces. "Éramos vergonzosamente pobres. Papá nos había abandonado y mamá tuvo que salir a trabajar. Nos moríamos de hambre y frío". La pequeña Josefina se alimentaba entonces con música. Eran los comienzos del jazz, y el fraseo melancólico de las trompetas llegaba hasta su cuarto helado, envuelto en algún blues o en un frenético rag. A los diez años, ya está sumergida en el delirio de las grandes bandas y el "show boat": instala un teatro en el sótano de su casa. Ella es al mismo tiempo directora, escenógrafa, música y elenco. Muchachitos del barrio negro sentados sobre viejos cajones son sus primeros espectadores. Precio de la entrada: una horquilla.
Dos años más tarde, los cajones de cerveza se convierten en butacas: un teatrillo de variedades la contrata para bailar en una revista musical. Le pagan 9 dólares semanales, "aunque siempre me regateaban dos semanas". A los 16 años asume dos grandes decisiones: se hace cortar el cabello, "lo más duro que tenia en la cabeza", y abandona su familia. Filadelfia será su primera escala. En el Standard Teatro le prometen 10 dólares por semana. Como en Saint Louis, rara vez le pagan. Había gastado todo su dinero en el boleto ferroviario y pensaba en un tapado abrigado como cosa inaccesible. Tres días sin comer, durmiendo sobre el banco de una plaza, en invierno. La rescató el empresario de un Music Hall de Brooklyn para una tournée por todo el país. Diez meses de gira y la troupe retorna a Nueva York. Montan de inmediato "Shuffle Along". una comedia musical que permanecerá dos años en cartel (1923/24). Luego vendrá el inolvidable "Chocolate Dandies", en pleno Broadway. El sueldo de Josefina trepa, vertiginoso: 125 dólares a la semana.

HEROE DE LA RESISTENCIA
15 de setiembre de 1925. A bordo del "Berengania", paquebote de
lujo, una joven negra de 19 años se tambalea de vértigo. El barco deja Nueva York y se interna en un mar empurpurado por el crepúsculo. Es su adiós a América. En Europa deberá partir de la nada.
Cherburgo, París. Primera impresión de la capital francesa: casas grises, pequeñas, y tacos femeninos desmesuradamente altos: "Era el hazmerreír de todo el mundo —recuerda Josefina—. Me paseaba con un vestido a cuadros con bolsillos, sostenido por dos breteles y por encima una blusa también a cuadros, medias cortas amarillas y zapatos sin tacos".
La revista negra sacudió el teatro de los Campos Elíseos con el estruendo de sus cobres y sus banjos. Todo París bailaba el charleston importado por una muchacha morena, casi desnuda, con un cinturón de plumas. Su cachet sube a 1.000 dólares mensuales. Es el delirio. Hombres y mujeres la idolatran y se peinan como ella: pelo corto, a la brillantina. Es la reina del Folies Bergére. Hasta los exigentes críticos franceses sucumben: "No es una mujer, tampoco una bailarina: ella es la música". Un diario influyente la veía como "un saxofón en movimiento: los sonidos de la orquesta parecen brotar de su cuerpo de ébano". En adelante, "Venus de ébano" sería su mote consagratorio. Toda Europa la reclama. Entre 1928 y 1930 recorre 25 países: será Giuseppina para los italianos: Kosefina para los polacos; Bakerova para los rusos. En Estocolmo la bautizan "El ángel de la raza negra". Simultáneamente, la iglesia organiza manifestaciones contra el "Demonio negro": la herética que encarna a la lujuria. Josefina no comprende: "Siempre he bailado sin pensar en el bien ni en el mal. Sólo he pensado en mi danza, leal, pura y libre"
Pronto llegará al cine. Los productores olfatearon su veta y comenzaron a imaginar libretos a su medida: Folies du jour. La sirena del trópico, Zou-Zou, con Jean Gabin, La princesa Tam-Tam. Sus películas son ovacionadas en todo el mundo.
Una mañana de setiembre de 1939 las sirenas anuncian la guerra. Josefina quiere pagar su deuda con Francia: convierte su casa de Rué Vesinet en alojamiento para los refugiados y se alista como voluntaria en el Servicio de Informaciones francés. Organiza giras para animar a las tropas. Hace contraespionaje mientras baila. Actúa en todos los frentes. Su gesto le valdrá una medalla y la Legión de Honor.
Vuelta a la vida civil, se casa con Jo Bouillón, su director de orquesta. Juntos, vuelven a recorrer el mundo. En 1953 regresan a Tokio con dos niños abandonados, huérfanos de la guerra: un coreano y un japonés. Es el comienzo de una nueva vocación, de su cruzada de amor y poesía. Invierte una fortuna en adquirir todas las propiedades anexas a su castillo de Milandes y las convierte en paraíso infantil. Contrata maestros, cocineras, mucamas. pedagogos, médicos. Un ejército de paz para una obra quijotesca, inédita. Cada tournée significará nuevos pensionados para Milandes, la "Ciudad del Mundo". Pronto llegarán a quince. Pronto, también, las finanzas de Milandes entrarán en crisis. Josefina Baker multiplicará su resistencia. Con su sonrisa blanca, su música llena de ritmo, sus caderas aún crepitantes. Josefina Baker seguirá lanzando sus piernas y brazos de alambre sobre las cabezas de su público. Como lo viene haciendo desde hace 40 años. Aunque sepa que sus energías se agotarán algún día. No le importa. Está dispuesta a morir por su cuento de hadas.
Revista Siete Días Ilustrados
15.08.1967

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