Ángela Hernández, una
espléndida rubia de 25 años, es la primera torera
del mundo. Cuando hace dos meses debutó
triunfalmente en Sevilla, los españoles fruncieron
las cejas y se preguntaron: "¿Qué? ¿Ahora se meten
también con los toros?".
¿Por qué no? Las
mujeres están hoy en todas partes y son, según la
sospechosa definición del psicólogo argentino
Andrés Renger, "la última plaga laboriosa de la
especie". Telegrafistas, conductoras de
automóviles —aun de camiones—, obreras, empleadas
en al los cargos ejecutivos, políticas, ya no se
disimulan tanto tras la sombra del marido, o del
padre. Hace treinta años, por lo menos en Buenos
Aires, se decía: "Fulana fuma" y la designación
implicaba excepcionalidad, rareza o pecado.
Hoy, decir que la
mujer es libre resulta francamente redundante,
cuando no anticuado. Pero entonces, bien puede uno
preguntarse: ¿a qué viene tanto ruido a propósito
de la llamada liberación femenina, de los
proclamados derechos de la mujer o de las luchas
reivindicativas en lo que al sexo débil respecta?
Es de esperar que algo ocurra, que algo esté
cambiando vertiginosamente en la complicada
sociedad humana.
Hace apenas unos días,
el presidente de Francia, Valéry Giscard
d'Estaing, inauguró el Año Internacional de la
Mujer —inspiración de las Naciones Unidas— en
compañía de treinta y dos mujeres ministros de
todo el mundo. El acto puede parecer obstinado y
acaso peyorativo; es como si dijéramos: Y bien, a
pesar de ser ustedes mujeres han llegado a ser tan
importantes como los hombres, lo cual no es poco.
Sin duda, no bastan
las declaraciones oficiales para que la condición
femenina evolucione. Una trasformación lenta y
sostenida fue modificando a la mujer que un día
vivía atada a las cacerolas y hoy vende nafta en
los surtidores o preside, como es el caso de María
Estela Martínez de Perón, el destino de todo el
país.
Lo importante, sin
embargo, no consiste en observar exclusivamente
los casos excepcionales. En Buenos Aires, María
Inés Di Ghiam, secretaria del sindicato de
Empleados de Comercio, opinó que sería apresurado
hablar de una revolución en las costumbres cuando
sólo se tienen ante los ojos mujeres como Margaret
Thatcher, líder del Partido Conservador británico,
o como Indira Gandhi: "Son personas de talento que
han alcanzado posiciones relevantes no porque sean
mujeres. Y luego, hay que ver hasta dónde las
dejarán llegar".
DOS CARRERAS A LA VEZ.
Quizá convenga mirar al resto, al conjunto más
bien anónimo de mujeres que trabajan y siguen, sin
embargo, desempeñándose como madres, esposas,
cocineras y planchadoras en sus propios hogares,
¿Es fácil para ellas equiparar al hombre en las
tareas ajenas a la casa y seguir, no obstante, al
mando de la misma? Ana María Suárez de Giglio, de
32 años, casada, dos hijos y empleada en un
estudio jurídico, no cree que lo sea en absoluto:
"Es casi un martirio —dijo—, porque la cuestión de
los chicos aparece siempre como el mayor escollo:
no se los puede dejar en cualquier parte,
sencillamente porque, al menos en los dos primeros
años de la vida, exigen la presencia de la madre.
Por otra parte, hay que tener la casa en forma y
además preparar la comida, ya que no todo el mundo
puede pagarse mucamas y cocineras permanentes".
La libertad es dura.
Pero tiene sus matices. Es el caso, por ejemplo,
de la taxista Griselda Roldán, una morocha de
rostro alegre que no representa sus 48 años: "Yo
llevo a la nena conmigo en el auto —dijo la semana
pasada—, así la controlo y le doy de comer a sus
horas. Además, ella se distrae y aprende a conocer
a la gente".
El hecho es que, hasta
ahora, ninguna sociedad resolvió totalmente el
problema de los hijos. En los países del Este de
Europa, se llegó a calcular que más valdría pagar
un salario completo por tres años a las mujeres
que acaban de dar a luz, que sostener el
funcionamiento de guarderías colectivas. En la
Argentina, la discutida Ley de Contrato de Trabajo
incluye, para la mujer, la opción a un año de
licencia sin goce de sueldo con la posibilidad del
reingreso, cumplido ese plazo, luego del parto.
"Esta medida —explicó sonriente la
gremialista Di
Ghiam— hizo que los empresarios pusieran el grito
en el cielo, pero ésa es una reacción normal. con
el tiempo irán acostumbrándose. Lo cierto es que
la licencia por parto constituye una avanzada."
En términos generales,
la cuestión no es sencilla, ya que, en el mejor de
los casos, las mujeres suelen verse obligadas a
sostener dos carreras sucesivas: hasta los 30 años
—la estimación es global— la de dar hijos al
mundo, y después la suya propia, sea cual fuere,
en el cotidiano terreno laboral. Esta inevitable
dualidad las retrasa con respecto al hombre. Por
eso se sigue hablando de desventajas, y las
feministas, esas intolerantes cuestionadoras de la
naturaleza, muestran los dientes.
¿IGUALDAD,
FRATERNIDAD, COMPLICIDAD? Cuando se piensa
que en la Argentina, según el censo nacional de
1970, hay alrededor de tres millones de mujeres
económicamente activas y cerca de un millón 500
mil dedicadas a los estudios universitarios,
parece obsoleto plantearse aún problemas de
privilegio "machista", o anacronismos tales como
la mentada diferencia de nivel intelectual entre
mujeres y hombres. Durante mucho tiempo se creyó
que el menor peso del cerebro femenino era un
rasgo decisivo a favor del hombre. Se trataba de
una ilusión que aun las mismas mujeres alentaban
de forma pasiva: "A lo sumo —explicó el neurólogo
Alfredo Gómez Pizzuti—, podría hablarse de
diferencias en los grados de sensibilidad ... Lo
más probable es que las mujeres, en poco tiempo
más, se dediquen a la filosofía o a las
matemáticas con la misma suerte peregrina de los
hombres, ni más ni menos".
Por lo pronto, el
mundo está lleno de escritoras e investigadoras de
todo orden, para escándalo, si viviera, del agrio
y punzante Schopenhauer, quien dijo que la mujer
era un animal de cabellos muy largos y de ideas
muy cortas. Las feministas volvemos a ellas— no
olvidaron esos dardos, y hoy responden con
despropósitos equivalentes, aunque de sentido
inverso. Según la SCUM (Sociedad para eliminar al
hombre), "los machos" son innecesarios,
enfermizos, posesivos... Afortunadamente, las
extremistas de SCUM viven en Norteamérica soñando
permanentemente con la lucha armada pero sin
abordarla.
Más lúcidas, las
mujeres que hoy ocupan posiciones encumbradas, ya
sea en el plano político como en el intelectual,
desechan radicalizaciones y extremismos: "No
acepto los llamados movimientos de liberación
femeninos afirmó Di Ghiam—, no comprendo siquiera
la razón de su surgimiento y el objetivo de sus
luchas. Un enfrentamiento entre el hombre y la
mujer presenta un planteo falso, ya que quien los
enfrenta es la sociedad misma, y para cambiarla
tendrán que ir juntos".
Compartir
responsabilidades es, de algún modo, fraternizar,
complicarse en el logro de un mismo objetivo. ¿Es
esto lo que busca la mujer moderna?
A LA CONQUISTA DEL
OFICIO. La diputada por el Movimiento
Popular Jujeño, María Cristina Guzmán, de 27 años,
casada, con tres hijos, admitió que la mujer se
interna cada vez más en el difícil camino de la
autoafirmación: "No es un camino de rosas —dijo—;
todavía es escasa, por ejemplo, la participación
femenina en las estructuras de los partidos
políticos. Debemos ser realistas; buena parte del
cambio que se está experimentando en el seno
familiar se debe al hecho de que ahora hacen falta
dos sueldos para vivir, y entonces conviene que la
mujer salga a trabajar. Por otro lado, esta
necesidad objetiva despierta necesidades
psicológicas: la mujer se prueba a si misma y
crece como individuo".
Elsa Usandizaga,
socióloga de 32 años, también madre de tres hijos
y directora de varios proyectos de análisis de
mercado, sostiene que el factor relevante de los
nuevos tiempos es el ingreso de la mujer en el
mercado de trabajo: "Somos ahora una clase en
ascenso, esforzada y laboriosa. ¿No ha notado
usted que las mujeres son por lo general
excelentes trabajadoras? Eso se debe a que tienen
que demostrar permanentemente que, a pesar de ser
mujeres, pueden desempeñarse tan bien como los
hombres. Además, esto lo sabe todo el mundo, la
mujer como alternativa de mano de obra es bastante
más barata que el hombre".
Usandizaga agregó
después que, hasta hace treinta años, por lo menos
en la Argentina, las mujeres no pasaban de ser
maestras, parteras, artesanas, enfermeras,
modistas... Actualmente, sólo en Buenos Aires, hay
más de quince mil mujeres egresadas de la
Universidad; el encasillamiento que las exceptuaba
de parecer "hombrunas" pertenece, pues, al pasado.
DE LYSISTRATA EN MAS.
Aparentemente, entre la jovencita que hoy estudia,
fuma, maneja ideas políticas e ingiere —en casos—
la famosa píldora anticonceptiva, y su abuela
—niña a su vez en los años '20—, las distancias
son abismales. Para la inmensa mayoría de las
mujeres argentinas de entonces el matrimonio se
presentaba como el objetivo primordial de sus
vidas.
Y sin embargo, en 1905
ya había aparecido en Buenos Aires el primer
"Centro Feminista", al que se suma poco después
"La Unión Feminista Nacional" presidida por la
Dra. Alicia Moreau de Justo. En 1910, Cecilia
Grierson, la primera mujer médico del país, fundó
el Consejo Nacional de la Mujer. Serían agujas en
un pajar, pero existían. Y como las sufragistas
inglesas, exigían también ellas el derecho a
votar, intentaron huelgas de hambre y manifestaron
por la calle. Los diarios decían: "Es el mal de la
época". Los caballeros se divertían como quien va
al teatro.
La implantación del
voto femenino en septiembre de 1947, y la reforma
constitucional de 1949, demostraron que las
ambiciones de las bisabuelas no eran pura
comicidad.
A la luz de esas
conquistas, "Lysistrata", la comedia mediante la
cual Aristófanes consiguió irritar a los hombres
de su tiempo —500 años antes de Cristo— tiene el
carácter
de una anticipación:
la heroína —Lysistrata— subleva a las atenienses
que, a la espera de que sus hombres volvieran de
la guerra, no hacían más que tejer. La revuelta
proponía, pues, gobernar, administrar el Estado y
salvar el bien público; en fin, responsabilidad,
personalización.
Margaret Thatcher en
Inglaterra; la señora Kekhe, de Togo, primera
presidente africana de una corte de apelaciones;
Aliene Duerk, almirante norteamericana; Halina
Skinyeewsk, vicepresidente de la Dieta, en Polonia
... Si bien no necesitaron de la ausencia de los
hombres para alcanzar los lugares que ocupan en
sus respectivos países, bien podrían llamarse
herederas lejanas de Lysistrata.
LO QUE VENDRA.
Cuando algún escándalo conmovía a los franceses de
la Belle epoque la consigna susurrada con un guiño
picado era cherchez la femme (busquen a la mujer).
Incuestionablemente, era ella la integrante, la
tejedora de enredos en la tibieza de las alcobas.
Se hablaba del eterno femenino, del caprichoso
carácter frágil y quebradizo de las bellas.
¿Quedarán vestigios de ese mundo? Hace poco, Amin
Dada, el desopilante presidente de Uganda,
destituyó de su alto cargo a la hermosa Elizabeth
Bagaya, una venus negra de 33 años, ministro de
relaciones exteriores, por añadidura. Según Dada,
Bagaya cedió a los reclamos amorosos de un blanco,
en Orly. He ahí el eterno femenino, tan falible,
en todo caso, como el eterno masculino. Cabe aún,
una pregunta más: ¿Se sienten las mujeres
verdaderamente libres? ¿Intentan llegar a ser
—como lo pretende cierta literatura fantástica—
excitantes fagocitadoras del hombre en un reino
que sólo sería de ellas?
Una reciente encuesta
europea detectó que las francesas e italianas,
principalmente, no desean para sí una "libertad a
la sueca", donde el papel asignado a cada sexo es
intercambiable hasta grados exasperantes. Por
ahora, precisaron, sólo pretenden ser equivalentes
al hombre en la lucha por la vida, lo cual no
siempre es dulce.
Ni Barbarellas, ni
vamps... Tampoco muñecas domésticas ni atletas
musculosas. En julio del año pasado, la socialista
francesa Gisele Halimi instigó a sus
correligionarias a entrar en la vida activa aunque
eso significara una doble jornada de trabajo: "Si
no lo hacen —manifestó— puede ser que un día se
encuentren siendo socialistas, pero seguramente
seguirán siendo oprimidas". Con seguridad, el
ejemplo no sólo vale para las socialistas.
PANORAMA, ABRIL 29,
1975
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