Los políticos dudan en
hacer vaticinios
El asesinato de John
F. Kennedy estableció un punto de coincidencia
unánime entre los dirigentes políticos y la
opinión pública de la Argentina: la condenación
indignada del crimen de Dallas. Sin embargo, esa
unanimidad en el repudio al episodio en sí no ha
excluido diversas interpretaciones sobre las
posibles consecuencias que el hecho pudiera tener
en la Argentina.
En general, los
dirigentes políticos argentinos entienden que la
situación es todavía demasiado confusa para los
propios norteamericanos como para determinar desde
ya el sentido de los hechos que producirá el nuevo
gobierno de los Estados Unidos con respecto a la
Argentina, así como las consecuencias indirectas
de los mismos. En general, sin embargo, los jefes
de los principales partidos coinciden en que
pueden debilitarse los sectores reformistas de
toda América latina, en beneficio de fuerzas e
intereses más o menos radicalizados hacia la
izquierda o hacia la derecha.
Los oficialistas temen
un nuevo endurecimiento de las relaciones entre
los Estados Unidos y la Argentina. Desaparecido
Kennedy, entienden que es posible una nueva
ofensiva por parte de los sectores cuyas
inversiones en la Argentina fueron afectadas por
el gobierno de Illia. No en vano Perette y Zavala
Ortiz trataron de dar en Washington amplios
argumentos en favor de la posición argentina ante
los nuevos jefes políticos de la Unión.
Otro temor de los
funcionarios del actual gobierno es que se
produzca una mayor retracción de las inversiones.
Algunos sostienen que la nueva política exterior
de los Estados Unidos puede desalentar aún más a
quienes quieran radicar capitales en la Argentina.
En relación con esa posibilidad, vuelven a tomar
fuerza en el gobierno tres posiciones básicas: a)
la de quienes sostienen la necesidad de ampliar
los lazos con la órbita comercial británica; b) la
de los que miran hacia la Nueva Europa de Alemania
Occidental y la Francia de Charles de Gaulle; c)
la de los partidarios de establecer efectivas
relaciones comerciales con los países comunistas.
Los radicales del
Pueblo, en general, señalan también que la
desaparición de Kennedy ocurre en el momento en
que el presidente norteamericano había adoptado
una actitud moderadora con respecto a las críticas
formuladas por importantes sectores políticos ante
la anulación de los contratos petroleros en la
Argentina. Se preguntan si la única condición
exigida por Kennedy —indemnización para los
intereses afectados— no será aumentada ahora. El
vicepresidente del bloque de diputados de la UCRP,
señor Juan Carlos Pugliese, recordó a sus colegas
que Lyndon Johnson, durante su mandato en el
Senado norteamericano, había defendido la línea
dura en materia
de apoyo a las
inversiones de compañías petroleras fuera de los
Estados Unidos.
Tanto el
vicepresidente Perette como el canciller Zavala
Ortiz —según revelaron antes de partir a
Washington— intentaron establecer contactos en
aquella capital que les permitieran evaluar la
futura actitud norteamericana con respecto a la
Argentina.
Si los radicales del
Pueblo se sienten, en general, desalentados con la
muerte de John Kennedy, los sectores frondizistas
de la UCRI tienden, también, a entender que las
consecuencias serán profundamente negativas para
la Argentina. Un incremento de la guerra fría
—opinan— puede terminar con todas las
posibilidades de incorporar a las clases populares
a una alianza política de tipo electoral que
aspire a transformaciones sociales pacíficas y
permita un reordenamiento del desarrollo
económico.
Si se debilita en el
mundo la corriente reformista y se acentúa una
conducción conservadora dentro de Occidente —como
creen los frondizistas—, las consecuencias podrían
traer un reforzamiento, dentro del país, de los
sectores que sostienen la línea dura frente al
peronismo. Según los colaboradores de Frondizi,
"el maccarthysmo y el gorilismo pueden apoyarse en
un recrudecimiento de la guerra fría".
Para el
socialcristianismo, sin embargo, aunque el país se
perjudicaría en su conjunto con un viraje de la
política norteamericana, serán los radicales del
Pueblo los directamente afectados, ya que la
política económica que sostienen —dicen— sólo es
posible si no se entabla un comercio permanente
con el mundo comunista, contando con un presidente
norteamericano contemporizador.
El Sur no siempre es
el Sur
Para el doctor Julio
César Cueto Rúa —que vivió largo tiempo en
Dallas—, todas las tesis esbozadas con respecto a
las consecuencias del asesinato de Kennedy
responden a una deficiencia
informativa. Si bien
piensa que lo verosímil es que el crimen haya sido
maquinado "por los nazis norteamericanos del Sur,
por la John Birch Society y por los sectores
ultrarreaccionarios", no estima que las
consecuencias sean forzosamente reaccionarias.
"Mucha gente me vino a
decir que Johnson es un sudista; ése es un error
muy generalizado: Johnson es un político del Sur,
pero tan democrático como Kennedy. Fue promovido
en su carrera política por Franklin Delano
Roosevelt y fue, además, quien organizó en el
partido Demócrata de Texas un aparato electoral
para oponerlo al de los racistas y fascistas.
Johnson se apoyó en los caudillos populares que
basaban su fuerza en ciudadanos de origen
mexicano, y esos ciudadanos son otológicamente
antirracistas.
"En lo económico, en
materia de represión de trusts, yo diría que
Johnson está, por lo menos, en una posición tan
liberal y progresista como Kennedy. Es, por otra
parte, un decidido defensor de la Alianza para el
Progreso y del resto de la política kennedysta.
Quienes dicen que Johnson es un sudista no
alcanzan a tener una imagen completa de lo que es
un sudista. Los sudistas acusaron como agente
comunista a John Foster Dulles." Cueto Rúa
concluye afirmando que no habrá ningún cambio en
la actitud de los Estados Unidos con respecto a la
Argentina.
Por lo demás, los
conservadores, en general, hacen hincapié en que
Johnson confirmó en pleno al equipo de Kennedy. En
cambio, Luis Antón —vicepresidente de la Comisión
de Relaciones Exteriores de la Cámara de
Diputados, miembro del bloque de UDELPA— afirma
que hay un índice extraeconómico para saber si
los Estados Unidos cambiarán o no su política con
respecto a la Argentina: "Ahora se confirmó al
gabinete de Kennedy, pero esa confirmación puede
ser sólo temporaria y prolongarse mientras dure el
impacto emocional. Luego habrá una clave: si sigue
o no Robert Kennedy como ministro de Justicia.
Robert Kennedy era, quizá, el hombre más resistido
por la derecha del partido Demócrata y por los
adversarios de la Alianza para el Progreso."
Hacia fines de semana
el interés predominante por parte de los
dirigentes políticos era, a la vez, la llegada de
noticias que permitieran vislumbrar concretamente
el nuevo rumbo y la búsqueda de antecedentes sobre
el nuevo presidente de los Estados Unidos. Casi
nadie se atrevía a dar una interpretación
definitiva sobre las consecuencias; casi todos se
remitían, como reaseguro de sus afirmaciones, al
desarrollo de los hechos, que las confirmarían o
no.
Al mismo tiempo, en
los sectores militares existía —especialmente
entre los oficiales de la línea azul— una opinión
definida acerca del tema: "Hasta ahora —señaló un
alto jefe—, todo indica que la muerte de Kennedy
tendrá consecuencias negativas para la Argentina y
para el mundo. Habrá que ver si Johnson continúa
su política. Yo creo que Kennedy, asesinado, puede
ser la gran bandera, en manos del nuevo presidente
norteamericano, de la libertad, del progreso y del
desarrollo económico de América latina."
______________________
Panorama Internacional
La incógnita que dejan
los balazos: ¿Será Johnson líder de Occidente?
La base de la justicia
occidental es que los tribunales son quienes
condenan a los acusados y no la policía. Cualquier
transgresión de este sistema pone en peligro no
solamente las relaciones entre el individuo y la
comunidad a la cual pertenece: destruye la esencia
misma de la justicia. Lamentablemente, abundan los
casos en que la policía decide pasar por encima de
los tribunales, inclinar la balanza según su
capricho.
Quizá haya que agregar
a esos casos uno muy reciente, uno demasiado
trascendental como para esfumarse en las
estanterías de un archivo: el asesinato del
presidente de USA ocurrido en la tarde del viernes
22 de noviembre. La lista prosigue: porque 48
horas después de expirar en el hospital Park-land,
de Dallas (estado de Texas), una bala de revólver
ponía fin a la vida de Lee Harvey Oswald, hasta
ese momento acusado por la policía del homicidio
de John Fitzgerald Kennedy.
Cuando el domingo 24
las teletipos comunicaron al mundo la desaparición
de Oswald, todas las especulaciones y las dudas
originadas por la muerte de Kennedy crecieron con
abrumadora —y lógica— rapidez. Crecieron aún más
cuando la policía de Dallas anunció que el
fallecimiento de Oswald, a manos de un dudoso
vengador, el empresario de cabarets Jack Ruby,
permitía clausurar la investigación sobre el
asesinato del presidente.
Kennedy era el cuarto
mandatario norteamericano anulado por un atentado.
Pero se sabe —está comprobado— que John Wilkes
Booth disparó contra Lincoln, el 14 de abril de
1865, enloquecido por su necesidad de fama más que
por cuestiones políticas.
Charles Julius
Guiteau, que eliminó al presidente Garfield el 2
de julio de 1881, era un maníaco que se describía
a sí mismo como "empleado de Jesucristo y Cía.", y
terminó creyendo que su acción había sido ordenada
por Dios. León F. Czolgosz ultimó al presidente
McKinley, el 6 de octubre de 1901, inspirado en el
atentado anarquista que acabó con Humberto I de
Italia, aunque confesó que lo hizo "porque
McKinley era el enemigo de la clase trabajadora".
En definitiva, tres insanos. En cambio, salvo su
breve biografía -—tenía 24 años— poco, muy poco,
se sabe sobre Oswald, quién era o qué era. El tiro
de Ruby fue demasiado preciso: alejó la
posibilidad de quebrar el misterio, tornó más
oscuro el desgraciado episodio.
¿La justicia se
hallaba en su sitio, cumplía su papel? La mejor
respuesta parece estar en un editorial que el
severo The New York Times publicó el día 27 de
noviembre, bajo el título "Toda la verdad", y
donde señala que "la historia completa del
asesinato y su asombrosa secuela debe ser puesta
ante los ojos del pueblo norteamericano y del
mundo en una forma responsable y por una fuente
responsable del gobierno de Estados Unidos".
"Este es un asunto
nacional, no solamente de la policía de Dallas
—concretaba el diario—. Se nos debe informar,
después de una completa investigación, acerca de
todas las pruebas contra Lee Harvey Oswald, el
acusado de asesinato. Se nos debe informar de sus
móviles, actividades pasadas, viajes y
afiliaciones. Y se nos debe informar cómo y por
qué rifles y revólveres pueden ser adquiridos y
ocultados tan fácilmente en este país."
The New York Times
opinó que el deceso de Oswald no cerraba la causa.
"En realidad, suscita preguntas que deben ser
contestadas si alguna vez hemos de sondear las
profundidades de la muerte del presidente y sus
consecuencias. Una objetiva comisión federal, si
es necesario, con miembros del Congreso,
inclusive, debe ser informada de todo e
informarnos de todo. Aunque deseemos cancelar en
la memoria el más desdichado fin de semana de
nuestra historia, una clara explicación debe
aparecer. No con espíritu de venganza, no para
disimular lo sucedido, sino en nombre de la
información y la justicia y para restaurar el
respeto a la ley."
Rosario de
contradicciones
La entera verdad que
pide el periódico neoyorquino es, hasta ahora, un
deseo que se comparte dentro y fuera de los
Estados Unidos. Un deseo que se transforma, con el
paso de los días, en martillante obsesión. Porque
la verdad se espesa cada vez más, se evapora en un
torbellino de contradicciones.
Más allá de las
suspicacias, de todo juego intelectual que
pretenda aplicar teorías políticas o esquemas
novelísticos a la cruda realidad del affaire
Dallas, la suma de extrañezas no cesa de aumentar:
• François Pelou,
enviado de la Agencia France Presse, descubrió en
Dallas que la policía local no había interrogado a
ninguno de los vecinos de Oswald, algo que él
realizó por su cuenta. Inclusive, en la casa en
que vivía el ex infante de marina, la policía
conversó con la dueña y se limitó a tomar, a
algunos vecinos, sus datos de filiación. "Todo
parece indicar —escribió el corresponsal el 25 de
noviembre— que... condujeron la investigación como
si se tratara de un asesino trivial."
• A fines de octubre,
el embajador de USA ante las Naciones Unidas,
Adlai Stevenson, fue escupido y abucheado en
Dallas. Kennedy —famoso por burlar la vigilancia
de sus custodios— iba allí, a un estado hostil, a
desafiar a las fuerzas reaccionarias que
obstaculizaban su programa de gobierno. Las
precauciones tomadas para cuidarlo, a pesar de
estos antecedentes, no se presentan como
perfectas. Un periodista anotó: "Viajaba en un
auto descubierto pero, ¿acaso no viajaban en autos
descubiertos todos los presidentes
norteamericanos, desde McKinley? ¿Y acaso el
Servicio Secreto no revisó siempre cada metro que
debían recorrer?"
Conviene recordar el
anillo humano que rodeaba al presidente Eisenhower
durante su visita a Buenos Aires. Y conviene
recordar un hecho más fresco todavía: días antes
de la asunción del mando por parte del doctor
Illia, una brigada especial de la policía hurgó en
cada recoveco del teatro Colón, donde el 12 de
octubre habría de celebrarse una función de gala.
No quedó palco ni butaca sin registrar y las
tareas de limpieza se efectuaban bajo la mirada de
los detectives. ¿Por qué, por ejemplo, no había un
hombre de la policía en cada ventana del Texas
School Book Depository desde donde —según se ha
dicho— partió el fuego fatal?
• Primero se afirmó
que los tres balazos —dos impactaron en Kennedy y
el restante en el gobernador texano Connally— se
dispararon en 5 segundos. Al día siguiente, el
campeón de tiro Hufcert Hammerer manifestaba en
Viena que ese lapso no era suficiente. En
Copenhague, con un fusil igual al que había
empleado Oswald, se hizo centro tres veces
seguidas en una silueta inmóvil, en 4 segundos y
8/10. El diario Corriere Lombardo, de Turín,
aseguró que el fusil supuestamente accionado
contra Kennedy —calibre 6,5, con mira telescópica,
de origen italiano— no es automático y por lo
tanto no puede funcionar a la velocidad que exigió
el crimen. Más lejos fue el experto de la policía
de Túnez, Bechir Latrech, para quien Oswald tiró
al aire con el objeto de servir de pantalla al
verdadero matador "deslizado entre la multitud y
provisto de un silenciador". Basó su explicación
sobre el informe según el cual una bala alcanzó a
Kennedy arriba de la nuez y salió por encima de la
oreja, blanco difícil de conseguir desde un sexto
piso. Sin embargo, el médico Ken Clark, que
asistió al presidente en sus últimos momentos,
dijo que aquella bala entró por debajo de la nuez,
atravesó los pulmones y quedó alojada en el
cuerpo. Aunque el mismo Clark refirió que dicho
proyectil apareció en la camilla en la cual se
traslada a Kennedy desde el interior de su auto al
hospital.
• El viernes 29 se
trasmitió un despacho de France Presse: uno de sus
reporteros recogió la versión de un periodista que
recorrió el mismo camino de Oswald, desde el lugar
en que habría disparado su arma hasta el cine
donde lo detuvieron. Encontró algunos detalles
imprecisos (el agente Tippit estaba solo en su
patrullero y no con otro policía, como ordenan los
reglamentos) y aventuró la seguridad de que Oswald
iba a la casa de Ruby cuando se encontró con
Tippit, y nadie sabe porqué ni cómo —la policía
tampoco— lo mató a tiros de revólver.
• Los 14 cargos
acumulados por Wade, el fiscal del condado, son, a
primera vista, endebles. Su lectura, de acuerdo
con el informe que divulgó el propio procurador,
no arroja demasiada luz sobre el atentado en sí
(causas, responsabilidades) .
• El asesinato de
Oswald no está menos rodeado de tinieblas. Jack
Ruby —confidente de la policía— pudo aproximarse
tan cerca del ex infante de marina "como si fuera
a estrecharle la mano", narra la revista Time. Tan
cerca que pudo abrir fuego a mansalva y argumentar
luego que su crimen pretendía vengar a Jacqueline
Kennedy. La policía de Dallas y los agentes
secretos no preservaron la vida del presidente:
como si eso fuera poco, descuidaron la vida del
prisionero número uno del momento. Ni Kennedy ni
Oswald tuvieron la protección que se presta,
actualmente, al mafioso Joseph Valachi; nadie,
salvo las autoridades pueden acercarse al delator
de Costa Nostra.
• Finalmente, las
revelaciones de una mecanógrafa enrarecieron el
panorama: la señorita Paulina V. Bates contó a la
prensa que Oswald estaba escribiendo un libro
donde atacaba a la Unión Soviética y cuyos
manuscritos ella pasaba a máquina; recalcó que si
bien Oswald nunca le dijo que era agente secreto
de USA, "daba la impresión de serlo". Sin embargo,
la policía de Dallas puso especial cuidado en
insistir sobre la orientación castrista-comunista
del acusado. ¿A quién hay que creer?
Estas contradicciones
y lagunas son apenas unas pocas en el complicado
affaire Dallas. Lo indudable es que hasta que no
se aclaren, hasta que no se expliquen, nadie
estará en condiciones de saber si el homicidio de
Kennedy fue la obra de un paranoico o el corolario
de un golpe de estado. De saber si Lyndon Johnson
tomó el poder como consecuencia de un accidente o
a raíz de una conspiración.
El Departamento
Federal de Investigaciones (FBI), cuya eficiencia
pregonan el cine, la televisión, los expedientes y
el holocausto de sus hombres, empezó a trabajar en
el atentado, por orden de Johnson, después del 22
de noviembre. Reconstruyó el crimen y se dedicó a
preparar un reportaje minucioso; sobre el fin de
la semana pasada, sus voceros anunciaron que ese
mensaje no contendrá "grandes sorpresas" y "con
toda probabilidad señalará a Lee Harvey Oswald
como asesino del presidente", a fin de que "no se
dude de que Oswald, actuando solo, y no como parte
de una conspiración, disparó las balas mortales".
De tal manera, el FBI concluirá la labor y sus
resultados no serán presentados ante ningún
tribunal, porque la causa quedó cerrada cuando
expiró Oswald.
A la justicia de
Dallas —una ciudad que esperó al presidente con
carteles que llevaban su foto y la leyenda Buscado
por traición— le basta con las pruebas del fiscal
Wade y la argumentación pasional de Jack Ruby.
Aunque, como expresó el Philadelphia Evening
Bulletin en un artículo: "Casi ciertamente, la
evidencia señala a Oswald como al hombre que mató
a un querido presidente. Pero ese 'casi
ciertamente* no satisface a la ley norteamericana,
que sabiamente requiere la demostración de que el
asesino es culpable."
Tormenta sobre
Washington
¿Satisfará a Lyndon
Johnson? En este instante únicamente él tiene a su
disposición los mecanismos Requeridos para que la
ley norteamericana siga siendo respetada. Pero
Johnson es todavía una incógnita; y es una
incógnita mucho más ardua el futuro de Johnson.
En sus primeras
declaraciones como jefe de la Casa Blanca, el ex
líder mayoritario del Senado —texano elegante y
fogueado en la sorda lucha parlamentaria— aseguró
que continuaría la línea política de Kennedy en
todos sus alcances. Ahora bien: a Kennedy, el
cumplimiento de aquella línea política le costó
rudas batallas, cientos de sinsabores, golpes y
diatribas ¿Quién sabe si no le costó la vida?
¿Estará Johnson dispuesto a enfrentar tamaña
responsabilidad, tan gigantesca guerra?
Kenneth Crawford,
columnista de Newsweek, dice en una admirable
semblanza que "la gloria de John F. Kennedy
residía en las enemistades que se ganó". "Los
beatos del racismo, la división de clases y la
religión, tenían razón en odiarlo. Estaba contra
ellos 3 contra cuanto sus pequeñas almas
anhelaban". "Para los cultores de 'las cosas tal
como son' y de 'las cosas tal como eran', no hay
villanía mayor que la innovación. Lincoln,
Roosevelt, Kennedy eran, según sus modos,
innovadores".
Sostiene Crawford que
las predicciones sobre el asesinato de Kennedy
circulaban en más sitios que en Dallas. "Se las
podía oír en los 'mejores lugares', a lo largo del
país. Eran muy apreciadas en el Sur". Porque, para
el comentarista, fue el problema de los derechos
civiles, el antirracismo, el que convirtió la
imagen de Kennedy como "astuto operador político"
en la del "líder resuelto de una causa
minoritaria".
¿Será capaz el calmo y
cardíaco Johnson de arrostrar una similar pasión
de porvenir como la que animaba Kennedy? Ocho años
mayor que su sacrificado compañero de fórmula,
Johnson pertenece al ala conservadora del Partido
Demócrata y muchos matices lo diferenciaban del
joven senador que ocupó el sillón que Johnson
creía destinado a él en 1960.
En la integración se
mostró como un "moderado" en los debates
parlamentarios, aunque al lado de Kennedy apoyó
sus teorías antisegregacionistas. En política
fiscal fue siempre partidario de la estabilidad:
"Debemos sacar (a los contribuyentes) la misma
cantidad que gastamos", dijo una vez. Se ignora si
respaldará el proyecto de reducción de impuestos
que propugnaba Kennedy. En el campo laboral,
Johnson logró enojar a los gremios cuando en 1947
votó en favor del Acta Taft-Hartley; más tarde
apoyó medidas menores y, ya en la vicepresidencia,
se dedicó a cortejar a los sindicalistas. Un
observador de Washington opinó: "Johnson no es un
intelectual, ni un filósofo, ni un innovador. Pero
en la pequeña tarea de abrirse camino en la vida
tiene pocos competidores."
La disyuntiva es
riesgosa para el nuevo presidente: ahora ya no
puede actuar en las intimidades del Capitolio o
detrás de la estatura de Kennedy. Le ha llegado el
momento de dar la cara; los objetivos que había
trazado en 1960, cuando aspiraba a la candidatura
a primer mandatario, están hoy superados. En tres
años, Kennedy dio un salto fabuloso hacia
adelante. Además, dentro de un año habrá
elecciones y Johnson, posiblemente, acariciará
otra vez el sueño de la candidatura.
El sábado último ya
comenzaba a advertirse la ausencia de Kennedy: se
interrumpían las negociaciones para el suministro
de 4 millones de toneladas de trigo norteamericano
a la Unión Soviética y países satélites,
tratativas que había autorizado Kennedy, no sin
sortear los habituales obstáculos. Ocurre que el
vacío dejado por Kennedy no se llena de la noche a
la mañana. Entre otras cosas, porque él era su
política, sus ideas, su pasión, su fiebre de
progreso.
Por eso Occidente
halló en el joven presidente a su líder. Y por
eso, las naciones comunistas y neutralistas
reconocieron que Kennedy era ese líder. ¿Podrá
serlo Johnson, también? ¿O comunistas,
neutralistas y occidentales tendrán que reconocer
y buscar al nuevo líder de Occidente en Europa?
PRIMERA PLANA
3 de diciembre de 1963
|