EN la tierra del Yemen o Arabia feliz brotó por
vez primera la planta del café. Así lo asegura una tradición de más
de quinientos años que no ha sido desmentida a pesar de que algunos
afirmen que nació en Abisinia o en la alta Etiopía. Pero dejando
de lado la polémica histórica y tomando la ruta de los hechos
comprobados, sabemos que el café fué utilizado a comienzos del siglo
XV como estimulante y para evitar el insomnio, tal como lo hacía el
mellah Chadely, a quien una continua somnolencia 1 e impedía cumplir
con sus devociones nocturnas. De las costas del Mar Rojo el café
pasó a la Meca y a Medina, desde donde se extendió a todos los
países mahometanos. Su cultivo comenzó a fines del siglo XV,
extendiéndose cada vez más y dando origen a establecimientos que se
dedicaban a su venta. En un principio Amurates III y Mahometo IV,
como el mufti de Constantinopla, prohibieron bajo severas penas que
se frecuentaran estos establecimientos, pero nada pudo contra su
poderosa y doble atracción, porque el café no sólo era una infusión
estimulante, sino que se había convertido en centro de reunión.
Marsella, París, Madrid, Milán y muchas otras ciudades vieron abrir
sus puertas a los primeros cafés europeos a comienzos del siglo XVII
y presenciaron la reproducción de los debates librados ya por la
oscura bebida en su propia tierra. Los médicos de la época lo
denunciaron como un veneno. Voltaire afirmaba: "Hace ochenta años
que lo bebo y nunca me he sentido mejor". Madame de Sevigné sostenía
que era una moda que no tardaría en pasar. Balzac lo acusaba de
enloquecer el pensamiento. Tissot lo calificaba de "veneno
agradable". Hahnemann le atribuía la decadencia intelectual de la
época moderna (?), y así se multiplicaban las críticas mientras
continuaban prosperando los cafés y ganando adeptos el partido de
Voltaire. Con el correr del tiempo la ciencia evolucionó en sus
opiniones y hoy afirma que el café favorece la digestión, da mayor
frescura y ligereza a la inteligencia, disminuye la sensación de
fatiga, ayuda a resistir la acción depresiva del calor, combate la
constipación, contrarresta el efecto de las materias orgánicas y no
provoca enfermedad alguna. Pero con todo, no es debido a estas
virtudes medicinales que el café debe su fama. La debe a esos
establecimientos que lucharon contra la incomprensión y los temores
y que lo impusieron en todas partes, a esos establecimientos cuya
historia constituye un amplio y rico capítulo de la historia del
mundo, porque en ellos se gestaron extraordinarias obras literarias,
empresas geniales y hasta movimientos revolucionarios. No son,
sin embargo, estos aspectos del café los que deseamos tratar hoy.
Quien nos interesa es Giuseppe Bezzera, un modesto artesano de
Milán, cuya actividad permanente y desinteresada legó al café uno de
sus elementos esenciales, sin el que muy otra sería su fisonomía
actual. Los cafés tenían un problema: el de ofrecer a sus cada vez
más numerosos concurrentes la bebida "a punto", es decir, obteniendo
el máximo sabor del grano, a la temperatura adecuada y sin que un
exceso de cocción le arrancara un gusto amargo. Muchos fueron los
procedimientos ideados, pero la preparación del café seguía siendo,
a cuatro siglos largos de su descubrimiento, motivo de hondas
cavilaciones. En los últimos días de 1902 Giuseppe Bezzera gozaba
ya en el retiro de su habitación el éxito que preveía rotundo.
Acababa de concluir el dibujo de la máquina con que iba a
revolucionar la vida del café, como antes había agitado la de otras
actividades con la creación de la escalera extensible, otro
magnífico instrumento de progreso. Su aparato consistía, en
realidad, en una pequeña caldera calentada desde el interior. Las
pruebas dieron halagadores resultados, y con algunas reformas
permitieron construir los primeros aparatos que se ofrecieron a la
venta. Así comenzó su vida la máquina "express", cuyo primer
ejemplar fué exhibido al año siguiente en la Exposición Ambrosiana,
convertida con el tiempo en la Feria de Milán. A Giuseppe Bezzera
siguieron otros inventores, preocupados de perfeccionar su creación
y obtener café "a punto", no obstante las críticas que mereció su
sistema de figuras tan eminente como el célebre gastrónomo Brillat
Savarin, que afirmaba haber estudiado y hecho preparar el café en
una caldera de alta presión, obteniendo sólo una mezcla amarga,
cargada de extractos. El ingenio de Giuseppe Bezzara y sus
sucesores lograron superar estos inconvenientes. Les bastó un
indicador, una válvula y un pico que, según la temperatura, emitía
agudos silbidos. Un año después, en 1903, Desiderio Pavoni patentaba
la máquina del café "express". Bezzera le había obsequiado su
invento en un nuevo gesto de desinterés. Y hoy, a medio siglo de
aquella calderita, todos los cafés del mundo cuentan con las
modernas máquinas a presión que comenzó a usar en Roma en 1910 Ugo
Sacerdoti, dueño del primer negocio que vendió café "a punto".
Revista PBT 13.02.1953
Ir Arriba
|
|
Y hoy, a medio siglo de aquella calderita, todos
los cafés del mundo cuentan con las modernas máquinas a
presión que comenzó a usar en Roma en 1910 Ugo
Sacerdoti, dueño del primer negocio que vendió café "a
punto".
|
|
|
|