Un héroe moderno
NEVILLE DUKE
Franqueó, cuarenta veces ya, el muro del sonido

TRESCIENTAS mil cabezas están vueltas hacia el cielo. Tratan de ver un punto luminoso entre las nubes. En la tribuna oficial del aeródromo de Le Bourget un altoparlante se pone a chillar. Una voz empieza a decir:
—Ustedes ven en este momento al Hawker Sea Hawk F. M. K. I, monoplano a turbina, de caza marina, provisto de un motor Rolls Royce Avon de 2.950 kilos de impulsión. El aparato pesa cinco toneladas. Fué construido por la firma británica Hawker Aircraft Limited.
El avión toma rápidamente altura.
De pronto parece que va a caer en el vacío.
El altoparlante se hace oír de nuevo:
—¡Atención! El piloto británico Neville Duke va a franquear el muro del sonido.
El avión pica ahora hacia el suelo. Instintivamente los 300.000 espectadores se encogen, hunden su cabeza entre los hombros.
El bólido detiene su descenso vertiginoso, se endereza y retoma altura. Casi al mismo tiempo estallaron dos formidables detonaciones.
Por la 40ª vez en su vida Neville Duke acaba de franquear el muro del sonido.
Perdida entre la multitud, apretada detrás de las barreras formadas por la policía, una mujer morena, vestida con un sencillo traje de tela estampada y tocada por un sombrero blanco, se levanta, para ver mejor, sobre la punta de los pies. Nadie reparó en ella, y, sin embargo, cuando el avión aterrizó, aplaudió y sonrió con un aire de felicidad intensa. Era la esposa de Nevllle Duke, "el hombre más veloz del mundo".
Mientras su marido volaba, el espíritu de Gwendoline Duke no estaba en Le Bourget. Se transportaba diez meses atrás. El clima era el mismo: millares de personas con la vista fija en el cielo. Brillaba un sol implacable mientras el ruido penetrante de los motores a reacción desgarraba el aire: Farnborough, el 6 de septiembre de 1952. Un avión volaba hacia el cielo. Era una de las más famosas conquistas de la industria Inglesa: el "De Havilland 110". Cuando llegó a 12.000 metros inició una picada. Estaba piloteado por uno de los más prestigiosos "ases" británicos: John Derry. Resonó una doble explosión. El aparato pasó a escasa altura sobre la superficie del terreno. Un grito inmenso salió entonces de todas las gargantas. El "De Havilland 110" había estallado en pleno vuelo. Dividido en trozos, el motor se dispersó en varias direcciones. Tres minutos más tarde las ambulancias y las autobombas llegaron al sitio del desastre. Los enfermeros recogieron 28 muertos y numerosos heridos. Estaban todavía en el terreno, y ya un segundo aparato abandonaba la pista para realizar las más alocadas acrobacias, a fin de detener el pánico. Estaba piloteado por Neville Duke.
"Gwen" Duke no estaba ese día en Farnborough, sino en Londres. Al salir de una tienda, un título, encabezando la primera página de un diario, la paralizó: "Farnborough. Piloto de ensayo se mata después de haber franqueado el muro del sonido." Corrió hacia una cabina telefónica y llamó a la torre de control del aeródromo. Una voz que no conocía le dijo que su marido estaba en tren de aterrizar después de un vuelo sin historia.
"Gwen" volvió a su casa, en la residencia que ocupa con su marido en el interior del aeródromo de Dunsfold, donde se encuentra el terreno de la firma Hawker. Neville no había vuelto. Lo hizo cuando ya había entrado la noche. Los dos se abrazaron largamente y no dijeron una palabra acerca de Farnborough.
A la mañana siguiente, los Duke recibieron un telegrama: "Querido Duke. Bravo por su hazaña después de ese terrible accidente. Allí lo he conocido. Winston Churchill".

Todos los días escucha ella el rugido de su avión desgarrar el aire. Todos los días tiene miedo. Sin embargo, no le gustaría ver que su marido cambiara de profesión. "Todo lo que deseo es que esté satisfecho —dice "Gwen"— y él no puede ser feliz si no sigue volando."
Los amigos de Neville Duke saben que "Gwen" tiene razón. Tenía diez años y pasaba sus vacaciones en la granja de uno de sus tíos, cuando éste le dijo: "Acaban de llegar dos aviones cerca de Pick Hill. Por cinco chelines levantan pasajeros y los llevan a dar una pequeña vuelta." Neville sacó de su alcancía los cinco chelines y se dirigió hacia el lugar en que estaban los aviones. Su primer vuelo terminó muy pronto. Apenas pudo ver el techo de la granja del tío Bill surgiendo entre la verdura. Pero esos pocos minutos habían bastado. A partir de ese día, Neville no tuvo más que una idea: "Hacer economías, reunir cinco chelines y volar otra vez."
En junio de 1940 —tenía entonces dieciocho años— fué admitido finalmente en la R. A. F.
Cuando la guerra terminó, volvió a Inglaterra. Tenía el grado de "squadron leader" y en su foja de servicios 28 aviones enemigos abatidos. Pasó a ser piloto de ensayo en la fábrica "Hawker". Y fué el que puso en condiciones al "Hawker Hunter", el aparato más veloz del mundo, con el cual voló hace pocos días en Le Bourget. Este perfeccionamiento le costó un trabajo largo y delicado. Para estar seguro de no haber descuidado nada, Duke empleó, en sus vuelos de ensayo, un procedimiento nuevo en esa época y actualmente adoptado en muchas partes: hizo colocar debajo de su bitácora un aparato de registro, y se esforzó durante toda la duración del vuelo en escribir en alta voz sus impresiones, hasta las más mínimas. Hicieron falta seis meses de esta clase de trabajo para preparar el "Hawker Hunter" y dejarlo listo para franquear el muro del sonido. Ese día era un día como los demás.
Sabiendo que tenía que volar a gran altura. Duke estaba equipado convenientemente. Logró la rapidez debida en el "decollage" (esta rapidez constituye un secreto militar) y subió a 12.000 metros

La casa de los Duke, una vieja granja del siglo XVI, está situada. en el interior del aeródromo, cerca de la pista de vuelo.
El ideal de este matrimonio —pese a la trepidante profesión del dueño de casa— es llevar una tranquila vida burguesa. Y lo consiguen, a pesar del rugido de los aviones que, a cada instante, hacen temblar los vidrios de sus ventanas. En un pequeño jardín, al abrigo de un alto cerco, "Gwen" cultiva ella misma tulipanes, rosas y claveles, de los cuales está orgullosa. En cuanto a su única pasión es escribir: acaba de terminar el relato de sus aventuras, titulado Victoria sobre el cielo.
Neville Duke —este héroe realmente aerodinámico— tiene 31 años, mide 1.88 y tiene una cabellera rala. No responde, por cierto, a la figura ideal de ese semidiós de historieta de aventuras, que se supone sea un aviador capas de franquear el muro de) sonido, denominación antojadiza que aun nos suena a mágico.
Es tímido, además, y se pone violento cuando hablan de él en su presencia. Por lo demás, sabe que a su edad le restan muy pocos años para volar, sobre todo esa clase temeraria de vuelos. Su mujer cuenta los días. Neville confiesa que el día en que no pueda volar más le gustaría tener "un barco a vela, con motores auxiliares, para pasear por el mundo con "Gwen" durante un tiempo".
Revista Caras y Caretas
08/1953

 

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