El héroe se llama Aristóteles Sócrates Onassis. Su padre quería que fuese un filósofo. Prefirió ser multimillonario.
SIN JUGAR, DESBANCÓ A MONTECARLO
Por OSVALDO MORENO FACAS

HAY muchas maneras de jugar. Se Juega ante un tapete verde. A lo sumo, se puede perder el dinero. Se juega a los sentimientos. Suele ser más peligroso, porque se puede perder la esperanza. También se Juega a los negocios. Es el juego que eligió Aristóteles Sócrates Onassis, un griego que llegó como inmigrante a la Argentina, nace mas de veinte años, y logró el milagro de partir de cero y llegar a un millón. O a varios. Sigue siendo ciudadano argentino. Pero nació en Grecia, hace 47 años. Ahora vive como un nabab en Montecarlo, cuyo casino, y todas sus dependencias, adquirió, con un golpe de pluma.
—¿Acaso es la revancha del sueño frustrado de un jugador que no pudo desbancar a Montecarlo? —le preguntaron en una ocasión.
—¡Oh, nada de eso! —contestó A. S. Onassis, modestamente—. Nunca aposté una ficha. Ni siquiera quería llegar a adquirirlo. Había solicitado a la "Sociéte des Bains de Mer" de Montecarlo que me alquilara el local, prácticamente inutilizado, del viejo Sporting. Quería instalar en él una estación de control y vigilancia de mis intereses marítimos en el Mediterráneo. Me contestaron que, inutilizado o no, el Sporting no se alquilaba. Entonces traté de comprarlo. Pero la "Société des Bains de Mer", que posee también el casino de Montecarlo, no quería venderlo. Entonces no tuve más remedio que comprar la sociedad...

ARISTOTELES SOCRATES
Llamándose Aristóteles, no podía creer en el azar. Y si, por añadidura, un hombre se llama Sócrates, tiene que tomar a sus semejantes como son. Si le tocó ganar una partida contra los venerables miembros de la Sociedad de Baños de Mar fué porque utilizó la lógica, como el primero, y tuvo en cuenta los instintos del hombre, como el segundo, para quedarse, fácilmente, con todas las acciones. En juego, se dice, en estos casos, que gana la banca; en materia de negocios, si bien lo opuesto a la banca es el punta los perdidosos no se resignan a ser denominados con esta jerga, pero se le parecen mucho.
En 48 minutos, en la sala Gardnier del Casino, sin ruido de fichas y gritos de "¡no va más!", Aristóteles Sócrates Onassis, almirante de la quinta flota petrolera del mundo, ganó la batalla de Montecarlo.
Sus adversarios no tenían, en realidad, el ardor vitaminizado de su condición de hombre de negocios último modelo, provisto de armas modernas, a cambio del as en la manga de los viejos fulleros. En la sala, entre los hombres de negocios y los hombres de mundo que componían la vieja Sociedad de Baños de Mar, se podían ver los últimos cuadros de la bella época: viejas damas llevando amplias capellinas claras y encajes almidonados, viejos señores de panamá y saco de alpaca. Estos sobrevivientes de los tiempos de los grandes duques cabeceaban durante la reunión, escuchando quizá en su memoria el ruido de los montones de oro recogidos por el rastrillo de los "croupiers" de antes de 1914. Llegaban a doscientos accionistas, que representaban a 21.240, es decir, a 782.500 acciones (existen un millón en total). Aristóteles Sócrates, el hombre que tenían al frente, había comprado para si solo las restantes, cerca de trescientas mil, y no sólo era el más fuerte, sino que quería quedarse con todas las demás.
¡Qué hacer ante esta nueva fuerza, sin más títulos que sus dólares! Y el que era hasta hace poco "el hombre invisible de Montecarlo" ganó la partida, quedándose con la mayoría de las acciones.

RUMBO A LA ARGENTINA
Nació hace 47 años en Esmirna, Asia Menor. Su padre vendía tabaco y se ocupaba, accesoriamente, de barcos. A los 16 años, la vida de "Ari" tomó las proporciones de una tragedia: su familia desapareció en una masacre entre griegos y turcos. Onassis se embarcó hacia la Argentina, llevando, como todos los griegos, su patria en la suela de sus zapatos.
¡Llegó a nuestro país sin un centavo. Tenía diecisiete años. Ningún amigo. Ningún pariente. Sin embargo, encontró trabajo. En 1930, ocho años después, había economizado varios miles de pesos —después de ser telefonista nocturno y desempeñar varias tareas, se dedicó, con éxito, a la importación de tabaco— y se convirtió en el cónsul general de Grecia en Buenos Aires.
En todos los casos entra en juego el atavismo: primero el tabaco, después los barcos; Onassis entró en el negocio de los armadores de navíos. De aquí saltó a Nueva York, con armas propicias, una discreta fortuna, para batallar en los negocios. Compró seis "cargos" canadienses. En 1986 Ari estaba en condiciones de encargar, por su cuenta, la construcción de un petrolero de 15.000 toneladas en Suecia. De allí la vertical. El petróleo, al que conduce sobre las aguas, es su aliado. La guerra no iba a detenerlo. Todo se redujo a secuestrar los barcos en un país neutral. Por lo demás, Onassis trabajaba para la armada norteamericana.
En nuestro país adoptó la ciudadanía argentina. Y sigue teniéndola. Por cariño y por agradecimiento.
Actualmente, Onassis posee una flota de 91 petroleros. El 25 de este mes, en Hamburgo, el petrolero más grande del mundo, el "Tina" (es el nombre de su joven esposa), enarbolará sobre sus 25.000 toneladas el "Omega", que es la marca del "almirante" de los negocios, Aristóteles Sócrates Onassis.
Actualmente, los astilleros de La Clotat, Dunkerque, y Saint-Nazaire, están construyendo cada uno un buque-tanque de 31.000 toneladas, para él. A fin de año. Onassis controlará más de un millón de toneladas. Ha llegado a ser, sin discusión, el armador más poderoso del mundo.
Se explica que diga, repetidamente:
—No juego nunca, esto no me divierte. ¡Por otra parte, mi vida es un formidable juego!
Después de residir en Buenos Aires, Montevideo, Nueva York, Atenas y París, ha terminado por elegir a Antibes, la milenaria ciudad acostada a lo largo de la "Costa Azul", para vivir en el castillo de La Cróe. Esta maravillosa residencia, construida hace veinticinco años por lord y lady Burton. ha sido la mansión de varios "reyes desgraciados": los Windsor, la reina de Italia y el rey Leopoldo III. Actualmente alberga a un rey moderno, que tiene por corona su cuenta de banco.
Vive allí con su mujer, Tina, una bella rubia de 23 años, hija del armador anglogreco Líbanos, y con sus dos hijos: Alejandro y Cristina.

HISTORIA DE MONTECARLO
La "operación Montecarlo" se explica, si se tiene en cuenta que el famoso casino estaba en vías de desaparecer. Pidiéndole a Onassis que lo despertara de su adormecimiento, el Principado de Mónaco abre un nuevo capítulo en su propia historia. Montecarlo es la capital de Mónaco. y al mismo tiempo, su vida misma.
Los Grimaldi —descendientes de Pepino el Heristal, abuelo de Carlomagno— lo administraron siempre con astucia y moderación, colocando al principado, en una y otra ocasión, bajo el protectorado español o francés.
La Revolución Francesa anexó este pañuelo de bolsillo a la República, después al Imperio. El Congreso de Viena se lo otorgó a su príncipe legítimo, Honorato IV. En 1950. Carlos III vió a Mentón y a Roquebrune separarse y agregarse a Francia. ¿Que quedaba? Una roca, el Condamine, más un promontorio árido y abrupto: los Spélugues. Era la miseria. Estrangulados por sus fronteras, los cinco mil súbditos de Carlos III. pescadores y posaderos, interrogaban al mar, y no veían ningún porvenir.
París fué el encargado de responderles. Dos periodistas, Aubert y Langlois, obtuvieron, en 1852, la autorización para explotar en Condamine el juego de la ruleta (invención firmada por Pascal, pero prohibida en Francia en 1838; sólo fué autorizada en 1935). El fracaso coronó este bello proyecto; la autorización pasó a otros concesionarios. que no obtuvieron mayor resultado. Del 15 al 20 de marzo de 1857 entró a la sala de juego sólo un cliente, que apostó diez francos. Por lo menos, pudo perderlos. ¡Pero ganó!
El inconveniente principal derivaba de la línea de ferrocarril, que no llegaba aún a Niza. Algunos años después, un tren entraba por fin en el Principada trayendo con él a la fortuna y a M. François Blanc.
François Blanc había explotado los casinos de Austria y de Alemania: conocía el juego y sus adeptos. Blanc fundó la "Société des Bains de Mer" y el "Círculo de Extranjeros"; hizo construir un casino por Garnier, el arquitecto de la Opera de París; levantó hoteles, hizo saltar la roca para hacer caminos, trajo el gas. el agua corriente, los carabineros y los pescados exóticos del primer museo oceanográfico.
En Mónaco, todo es del príncipe. En Montecarlo, todo pertenecía a la "Société des Bains de Mer". El "modus vlvendi" era sencillo: la sociedad otorgaba al príncipe una parte de sus beneficios, y el príncipe les otorgaba a ellos carta blanca. En 1866, el primer "¡no va más!" significó para la antigua ciudad fenicia de Mónaco la señal de una larga y maravillosa prosperidad.
Durante 80 años fué el foco mundial de todas las locuras, los deslumbramientos y los delirios. No fué la guerra del 14, sino la de 1939 y la posguerra las que arruinaron al Principado. Los hoteles no rendían más beneficios; el juego mismo había declinado. En el ejercicio de abril de 1953, el déficit fué de 72 millones de francos. Fué entonces cuando apareció Onassis.
Onassis insiste en que compró la "Société des Bains de Mer" para ubicar en Mónaco el control de sus negocios navieros en el Mediterráneo, pero muchos monegascos (hay que llamar así a sus habitantes, aunque suene mal) se muestran escépticos.
—¿Por qué Mónaco? —preguntan.
—Porque Mónaco está a mitad de camino de los yacimientos petrolíferos del Medio Oriente y los grandes centros consumidores —responde Onassis.
—¿Y cuál es el interés de Mónaco en todo eso? —insisten los otros.
—Amo este país —sigue explicando Onassis—. Estaba en tren de morir al pie de su leyenda. Yo haré mis negocios y ustedes harán los suyos. Construiré, embelleceré, renovaré. La temporada de Montecarlo volverá a ser el veraneo de los grandes duques. Haré del Principado, además de la capital del juego (que ya casi no lo es), un centro deportivo y cultural para el mundo entero. Este país ha conocido y ha lanzado los ballets de Diaghilew, y los ballets de Montecarlo; ha creado grandes obras maestras de la lírica: "Tristán e Isolda", "El niño y los sortilegios". Chialapin ha cantado aquí. Todo esto ha muerto, o está en vías de morir: la nueva administración de la "S. B. M." quiere tallar la nueva grandeza de Montecarlo. Yo la ayudaré.
Por lo demás, los escépticos son minoría entre los monegascos. La mayoría ve en él a un nuevo François Blanc: tiene su mismo fuego, y su mismo espíritu de empresa. Es con una curiosa simpatía que ven avanzar, bajo la fortaleza de los Grimaldi, la primera unidad de la flota de Onassis: el "Olimpic Winner"-. Se trata de una vieja corbeta inglesa transformada para la caza de ballenas; un cañón para lanzar arpones está fijado a su proa, y sobre la cubierta trasera reposa un hidroavión.
Desde el palacio al navío se establece una especie de diálogo a través de la brisa: a un ondular de la bandera principesca responde un chasquido del pabellón de Aristóteles Sócrates Onassis, el nuevo Mesías del "no va más". ¿Petróleo o juego? ¡Las dos cosas, quizá!
Revisa Caras y Caretas
08/1953

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