JOAN MANUEL SERRAT "La guitarra no
es un fusil"
Este catalán nacido en
Poblé Sec, hijo de una aragonesa y de un
asturiano, es consciente de ese fenómeno y los
mimos de la gloria no alcanzan a turbar su sólida
personalidad, inusual tratándose de alguien tan
joven. Precisamente para desentrañar los secretos
de esa temprana madurez, para descubrir cómo es el
hombre parapetado detrás del artista, SIETE DIAS
persiguió a Serrat durante una semana, en Mar del
Plata, Rosario y Buenos Aires. Así consiguió
eslabonar este diálogo.
LAS RAICES DE LO
POPULAR —¿Qué es para usted la canción popular?
—La que parte del pueblo y vuelve a él. Yo
pertenezco a las capas más humildes de mi pueblo y
eso me permitió interpretar más de cerca el sentir
de mi gente. Pienso que mi canto es popular no
sólo porque los discos se venden sino también
porque hago a conciencia lo que siento, y trato de
que mis canciones no contribuyan a embrutecer a la
gente. Así, mi conciencia está tranquila, porque
soy parte del pueblo y canto para él, que es mi
manera de serle útil. —¿Cómo llegó a la música
popular? —Tuve la suerte de poder estudiar, de
entrar en la universidad y recibirme de ingeniero
agrónomo. A menudo tenía una guitarra entre las
manos, y bueno, tú sabes, a uno le gusta cantar y
canta. Primero para los amigos, luego descubrí a
poetas como Machado; al final dejé agronomía y me
dediqué al canto profesional. —¿Sus canciones
reflejan la España de hoy? —Sí, aunque
parcialmente. Intento reflejarla porque la vivo,
la siento como muy mía. Pero, ojo; yo no soy
España sino uno entre 32 millones de españoles.
—¿Cómo explica su éxito en América latina?
—Quizá porque hay mucha gente que piensa lo mismo
que uno, pero que en vez de cantar se dedica a
otras tareas o, simplemente, prefiere escuchar.
—¿No será también que usted aparece cuando buena
parte del público está saturado de temas
intrascendentes? —Es cierto que a la gente la
han agobiado con historias sin importancia, pero
no es tan simple interpretar así el fenómeno de
identificación con mis temas. Exigiría un análisis
más profundo hecho por gente más preparada que
yo.
(En los años anteriores a su encuentro
con el canto Joan Manuel trabajó mucho,
principalmente como tornero fresador, oficio que
aprendió en la Universidad Laboral de Tarragona.
También jugaba al fútbol y llegó a integrar la
tercera división profesional del club Barcelona;
una pasión que abandonó por temor a los botines
número 43 que más de una vez le rozaron la cara
con sus tapones. Con el título de ingeniero
agrónomo bajo el brazo, se fue a trabajar a los
Pirineos y, simultáneamente, comenzó a gorjear sus
primeros temas.)
—¿Cuáles son sus cantantes
predilectos? —Afortunadamente son muchos: Bob
Dylan, Los Beatles, Georges Brassens. En Chile
admiro a los Parra; en la Argentina a Eduardo
Falú, Jaime Dávalos, Atahualpa Yupanqui.
—¿Existe en España una tradición baladista? —En
la parte del Mediodía, de Cataluña, sí. Es una
especie de música romancera, medieval, que a pesar
de arrancar del siglo XI está muy integrada con
nuestro presente. Allá somos varios los que
intentamos abrevar en esas fuentes. —¿Por qué
antes cantaba en catalán? —Canto todavía en
catalán, pero el castellano me permite comunicarme
con más gente. Mi situación histórica es haber
nacido en un país bilingüe y no tengo por qué
renunciar a esa herencia cultural. Toda mi vida
seguiré cantando para siete millones de catalanes,
pero no por ello desaprovecharé las ventajas del
castellano: que mi mensaje llegue a 200 millones
de personas más.
UN MELANCOLICO SIN CAPA
(Serrat no elude, en su conversación, abordar los
temas políticos. Considera que su generación no
puede olvidar en ningún momento la Guerra Civil
Española de 1936-39 porque, a cada instante, la
radio o la TV no hacen más que recordar fechas o
acontecimientos referidos al enfrentamiento
fratricida. Eso basta para convocar los recuerdos
familiares y el proceso se hace ininterrumpido: "A
partir de ahí, esto te marca".) —¿Cómo es
usted? —Sólo me falta la capa para ser un
melancólico. Tengo altibajos y paso con frecuencia
de la depresión al optimismo. —¿Qué cosas lo
alegran más? —No lo sé. —¿Cuáles lo
angustian más? —No hay cosas que alegran más o
cosas que angustian más. Hay cosas que alegran y
otras que angustian. —¿Tiene miedo? —Miedos
parciales. El más pavoroso que recuerdo, cuando se
me rompieron los frenos del auto. Los coches me
vuelven loco; tienen vida propia y merecen ser
cuidados, mimados, depositarios de un cariño
similar al de cualquier otro objeto de la casa.
—¿No teme que su éxito actual lo aburguese?
—¿Qué es aburguesarse? Si los que tienen TV y
compran discos son los burgueses, el lío que se
arma es grande y habría que plantearse las cosas
de otra manera. En una sociedad de consumo importa
mucho el producto que se ofrece. Yo trato de ser
honesto con el caudal creativo que ofrecen mis
canciones, y lo más que puedo exigirme es luchar
contra el espíritu burgués de una sociedad como la
nuestra. —¿Qué opina de las canciones de
protesta? —Me parecen muy bien, pero ojo, que
las guitarras no tiran balas. Y las protestan que
sólo sirven para ser escuchadas... —¿Dejaría la
guitarra por el fusil llegado el momento?
—Todos tenemos la obligación de hacerlo llegado el
momento. —¿El artista Serrat no modificó a
Serrat hombre? —El cantante Serrat se puede ir
a la m... Yo importo más que mi popularidad; mis
amigos son los mismos de antes. Vivo en una
sociedad que estimo debe evolucionar por un camino
que es impostergable. Para eso hacemos falta tanto
los Serrat como aquellos a quienes pocos o nadie
aplauden. —¿Cuál es ese camino? —Es asunto
mío. Tengo dos vidas que no se mezclan. Por eso no
permito que se hagan públicas mis ideas ni que
ningún periodista entre en mi casa. —¿El hecho
de ser parte de una maquinaria no lo molesta?
—No, porque soy consciente de ello; nada más que
un cojinete que puede salirse de la maquinaria
cuando quiera. Prefiero serlo antes que
herrumbrarme en un desván. Aunque alterne con
sectores económicos que no siento como propios. A
mis amigos los apoyo con las armas que tengo; es,
también, una manera de dejar mi mensaje entre
quienes necesitan oírlo. (Cuando Joan Manuel
recuerda que hace medio año que falta de España,
le entran ganas de volver a abrazar a sus padres,
a recorrer su casa, a navegar en su barca. Aunque
Buenos Aires le guste con locura, piense que los
porteños son maravillosos, que toda la gente de
aquí quiere "pero en serio" y que el verano es una
delicia. Pero nada es más fuerte que la nostalgia
que siente por su madre, Ángeles, "una mujer muy
especial; me paso horas sentado a su lado,
conversando o simplemente en silencio".) —¿Qué
más extraña? —Las paellas que prepara ella.
Pero tienen que estar regadas con vino rosado.
—¿Sigue ligado al fútbol? —¡Claro! De los de
allá me gusta el Barcelona. Aquí soy hincha de los
boquenses porque mi barrio es muy parecido a la
Boca, porque su entrenador fue Alfredo Di Stéfano
y porque tienen un jugador genial: el muñeco
Madurga. Y mira, chico, que yo de fútbol entiendo
bastante. . —¿Qué es lo que más le preocupa?
—El mundo en que vivimos, las guerras. Cada vez
que abro el diario tengo un motivo más de
preocupación. Creo que estamos viviendo un momento
muy difícil. —¿Usted es ateo? —¿Qué es eso?
Yo creo en el hombre, vivo con el hombre, amo al
hombre: ¿es eso ser ateo? —¿En qué cosas cree?
—En muchas; principalmente en la gente. A veces,
cuando tengo ganas, también en los reyes de la
baraja. —¿Qué quiere decir Serrat? —Serrado,
hecho con una sierra. —¿Cuál es su mayor
aspiración? —La paz. —¿Qué le gustaría decir
a la gente? —Que cante, que tome vino y que
cuando tenga ganas no dude en abrazarse por la
calle, como si todos fueran buenos amigos.
—¿Qué es lo que más le molesta? —¡Que me
molesten! Chau. Revista Siete Días Ilustrados
02.03.1970
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Tiene 26 años cumplidos, pero
cuando sonríe —lo hace a menudo—
parece como si retrocediera
vertiginosamente a la adolescencia. El
día que, guitarra en ristre, resolvió
darse una vuelta por la Argentina
pensó que su visita sería fugaz. Pero
ahora que pasaron varios meses
(durante los cuales fue y volvió)
encuentra que entre este país y el
suyo, España, las diferencias
prácticamente no existen. Algunos
entusiastas imaginan, incluso, que su
vigésimo séptimo cumpleaños
—casualmente el 27 de diciembre
próximo— lo festejará junto a sus
muchos amigos argentinos. Entre los
partidarios de la idea se cuentan, y
en primera fila, los ejecutivos de la
compañía grabadora de sus discos,
porque la explosiva —e inesperada—
popularidad del trovador, que alcanzó
su pico máximo durante los días de
Carnaval, motivó la venta de una
tonelada de longplays caratulados con
su rostro. Es que el avasallante éxito
de Joan Manuel Serrat rompió muchos
esquemas hasta hace poco inconmovibles
en los medios musicales vernáculos. El
más arraigado: el que presuponía que
para que un suceso se convirtiese en
masivo debía ser fácil, accesible y
barato. Lo más barato posible. Los
valores estéticos no importaban.
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