Svetlana
Desenmascarada por Oriana Fallaci
   

La mujer que Stalin educó para odiar a Estados Unidos, llegó un día de abril de 1967 a Nueva York, tomó el micrófono y exclamó en perfecto inglés: "Hola muchachos, qué tal!. Estoy muy contenta de estar con ustedes". Mientras tanto, en Moscú, su hijo de 21 años y su hija de 17 repetían, inconsolables: "No puede ser, mamá nos quería mucho. No entendemos nada. Jamás nos dijo que nos abandonaría".
Svetlana Stalin no es vieja. Tiene 42 años, pero aparenta mucho más. Su rostro, duro, masculino, no ha conocido nunca crema ni cosméticos. Tiene las mejillas ajadas, con manchas rosadas que a veces se tornan lívidas. Frente alta, nariz corta e irregular, mentón prolongado, mandíbulas cuadradas, labios delgados y crueles. No tiene los ojos del padre. Los de Stalin eran de hierro, los de Svetlana, tristes. No he visto jamás ojos tan tristes como los de esta mujer rusa.

Svetlana

Miércoles 26 de abril. Plaza Hotel de Nueva York. Son las dos de la tarde. En el hall, una masa aglutinada de reporteros, camarógrafos y fotógrafos. Quinientos, más o menos, que pudimos ingresar gracias a una tarjetita "estrictamente personal", confrontada rigurosamente con nuestros documentos de identidad. Seguramente para evitar intrusos con bombas, revólveres o cuchillos. Las preguntas para el reportaje debían entregarse escritas, precedidas del nombre, apellido y nacionalidad del periodista. También el nombre del diario al que pertenecía. El cuestionario teníamos que entregarlo a un pesquisa, que luego lo dejaba en manos de Edward Greenbaum, el abogado de Svetlana. ¿Por qué un abogado? Porque la conferencia de prensa durará una hora, "ni un minuto más ni un minuto menos, y por lo tanto las preguntas serán seleccionadas por razones de tiempo". Eso fue lo que explicaron. Pero yo pienso que el tiempo importaba menos que las preguntas capciosas o demasiado curiosas.
Por fin llegó Svetlana, con su sonrisa triste, su vestido de seda azul, sus mejillas rosadas.
Intimidada, posó para los fotógrafos. Enseguida se sentó frente a los micrófonos, nerviosa, y recitó un breve discurso introductorio. Greenbaum, entretanto, eligió las preguntas: no más de 30, sobre un total de 300. Se las alcanzó a Schwartz, quien se las leyó a Svetlana, que comenzó a responder sincera y minuciosamente. De pronto, Greenbaum susurró algo a Schwartz, quien lo retransmitió en el oído a Svetlana: "No hay necesidad de ser tan locuaz: quien desee saber algo más, que lea su libro". Sus respuestas se hicieron entonces menos precisas y más lacónicas. El motivo: Harper & Row, editores de las confesiones de Svetlana, no desean perder la exclusividad sobre un best seller. Porque Svetlana participa del negocio, se ha convertido en mercancía, como su libro, como los mil productos que se publicitan diariamente en los periódicos, en las radios, en la televisión. Después de esta conferencia, nadie más podrá entrevistarla. Quien pretenda hacerlo, deberá colocar una fortuna en las manos de los editores.
Svetlana vive en Long Island, en la casa del padre de Priscilla McMillan, su traductora oficial, rodeada por un muro más inexpugnable que los del Kremlin. Decenas de policías privados la custodian como a una caja fuerte del Chase Manhattan Bank. Si en Moscú su nombre y su persona pertenecían al Estado, en Nueva York Svetlana pertenece de cuerpo y alma a Harper & Row. Si en Moscú Svetlana tenía un precio político, en Nueva York tiene un precio comercial.
Qué trágica esta mujer. Trágico su pasado, su presente. También su futuro, que ya podemos prever: tras su primer libro —un best seller como la Biblia— lanzará otro, que ya está escribiendo. Con ambos se hará una película, de esas que duran tres horas, en pantalla supergigante y color furioso. El film se dividirá en cuatro episodios. El primero: infancia y adolescencia en el Kremlin. Segundo: su matrimonio y divorcio con el profesor de derecho Gregori Morozov, y su segundo matrimonio y divorcio con Yuri Zdanov, el asistente de Stalin. Tercero: muerte de su padre, destalinización, caída en desgracia.
Cuarto: su tercer matrimonio con un hindú, muerte de éste y viaje a la India con sus cenizas. Final: huida a Estados Unidos con la esperanza de una vida mejor, y conferencia en el Plaza Hotel de Nueva York. La protagonista, supongo que será Ingrid Bergman. Por lo menos en los episodios de Svetlana adulta. Pienso que la Bergman se le parece bastante, aunque algunos opinen que sería mucho más adecuado darle el papel a Deborah Kerr... De todas maneras, el film reportará pingües beneficios. Después, se hará posiblemente una comedia musical. En Broadway, con Barbara Streisand.
Mientras tanto, Svetlana se habrá casado con un norteamericano, habrá tomado la ciudadanía norteamericana, habrá aprendido a vestirse, a peinarse, a maquillarse. Además, se comprará una residencia en Suiza, será recibida por el Papa, y los humoristas la atacarán ferozmente desde sus columnas. Es una ley inexorable de la que nadie logra escapar. Svetlana no será la excepción, por cierto. Porque la mujer que en la universidad estudió marxismo, renacimiento italiano, se doctoró con una tesis sobre Maquiavelo, aprendió francés para leer a Moliere, inglés para leer a Shakespeare, alemán para leer a Goethe, que sabe diferenciar un Giotto de un Cimabue y que también conoce perfectamente la estructura del átomo, está sumida en una desesperada y profunda crisis, que ella define como mística. Se comprende: Svetlana pasó sucesivamente de la fe ortodoxa a la hinduista, y ahora descubre, azorada, que "el catolicismo me gusta mucho; en Estados Unidos proseguiré mi búsqueda de Dios". Para ello, acaba de enrolarse en las filas de la Iglesia Cristiana Científica.
Pero hasta ahora, en su búsqueda, Svetlana Stalin no ha encontrado otra cosa que dinero. ¿Qué otra cosa podría haber hallado en la ciudad de los banqueros, en la capital del país industrial más poderoso del universo? Buscar a Dios en Nueva York, en definitiva, debe ser lo mismo que buscarlo en Moscú. Pienso que tal vez Svetlana, atribulada, no ha podido reparar aún en las leyendas que cubren los muros neoyorquinos, las páginas de los .diarios, los espacios radiales y televisivos, hasta los árboles. La leyenda dice: "Corra la voz: Dios no ha muerto".
Revista Siete Días Ilustrados
06.06.1967

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La sagaz periodista italiana pone al descubierto la trama desconocida que provocó la huida de la hija de Stalin a Estados Unidos. 800 millones de pesos percibirá Svetlana por la venta de sus "confesiones" a una poderosa editorial de Nueva York. Su figura se ha convertido en el negocio más productivo de la publicidad americana

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