Uruguay: La represión y el gran acuerdo
Desde Montevideo escribe Conrado Ceretti
(Nota: periodista argentino desaparecido por la última dictadura cívico-militar, ver
http://www.lasea.org.ar/ceretti-conrado/)
Uruguay
Miles de hombres afectados a la represión continúan fatigando calles, vehículos y pertrechos en la gigantesca cacería desatada contra el "enemigo" desde el 15 de abril. Ese día legisladores blancos y colorados habían entregado al Ejército un instrumento tan capaz de favorecer al aniquilamiento de la guerrilla como de irritar más —si cabe— a la población civil, con el riesgo complementario de hacer tambalear la gestión del presidente Juan María Bordaberry, instalado en el palacio Estévez hace dos meses. A dos semanas y media de iniciadas las hostilidades, la suspensión de las garantías individuales y la proclama del estado de guerra interno no han resultado suficientes para descabezar ni asestar golpes letales al Movimiento de Liberación Nacional, pero bastan y sobran para ahuyentar la fe pública en las instituciones armadas, y para enfrentar al poder constitucional con amenazas casi inéditas en Uruguay: las de un cuartelazo.
La actitud deliberativa de los mandos no es cosa nueva en el país. Nadie deja de recordar las consultas y visitas a acantonamientos que el ex presidente Jorge Pacheco Areco efectuaba después que se producían tiranteces y conflictos con la Legislatura o el Poder Judicial. Sin embargo, distinto de otros ejemplos latinoamericanos, el caso oriental plantea más de una reflexión:
Desde 1904, el país se gobierna con civiles, y desconoce los golpes militares. Las Fuerzas Armadas se han mantenido, hasta 1969, por lo menos, ajenas a la participación directa en el poder y no han forzado ninguna toma de decisiones que diese señas de su disposición a reemplazar las autoridades elegidas legalmente.
En la actualidad, resulta difícil verificar si los uniformados poseen un organigrama de repuesto que obvie los tropiezos a que se expondrían si pretenden tomar el poder. Posiblemente no lo tengan.
Aparentemente, no hay caudillos ni figuras descollantes que puedan aglutinar en esa procura la voluntad golpista de las tres armas. Nombres se barajan, por supuesto, pero sería aventurado pronunciarse por uno u otro.
Si existen grupos de los partidos tradicionales cuya inclinación a la ultraderecha los convierte en canales de expresión de "inquietudes" en los cuadros castrenses, ello no configuraría —por el momento— ningún riesgo para Bordaberry.
No obstante, los últimos hechos registrados en el curso de las operaciones antitupamaras demostrarían que las Fuerzas Armadas se manejan con un esquema de poder paralelo, y que a pesar de esa falta de cabeza unificadora presionan en procura de un endurecimiento del que ellas se saben o imaginan las últimas garantes. Las consecuencias, previsibles de tales pujas habrían alarmado a las colectividades políticas, urgiéndolas a tramar un pacto interpartidario que ya el miércoles 24 descollaba sobre algunas páginas periodísticas como Gran Acuerdo Nacional.
Mientras los mentideros de Montevideo se abarrotaban de versiones y rumores sobre episodios represivos, el lunes 24 a las 8,5 el presidente de la Cámara de Representantes, diputado Héctor Gutiérrez Ruiz (37), partía de visita a la clandestinidad. Invitado o secuestrado por los tupamaros, ese legislador entrevistó en su lugar de detención a Nelson Bardesio, funcionario estatal complicado en el "Escuadrón de la Muerte", cuyo deposición ante los revolucionarios, oportunamente comunicada a varias personalidades parlamentarias, ha servido para cuestionar ciertas formas de combatir la "sedición" durante el anterior gobierno y parte del actual.
Gutiérrez Ruiz, hombre del blanco Wilson Ferreira Aldunate, regresó a la vida común el martes a media mañana, tras corroborar plenamente las confesiones de Bardesio. También —según su relato— departió unas ocho horas con sus anfitriones: en esa conversación se debatieron los problemas del momento, y hay quienes sostienen que el diputado acudió con el mandato accesorio de informar sobre el alcance del mentado "acuerdo". El saldo de la charla, reconstruido a este enviado, indicaría que el MLN se moverá en adelante como suele hacerlo: de modo autónomo y directo. Además, y con sus propias palabras, los guerrilleros "se mueren de risa" ante el despliegue de tropas lanzadas en su persecución. Ello, sumado a la impresión de que la organización se encuentra consciente de su energía e indestructibilidad, constituye el aspecto más notable de las declaraciones del legislador a Panorama.
No sonó convincente, en cambio, su afirmación de que el MLN tendría ciertas consideraciones por Bordaberry; estaría mudando de parecer con respecto a Ferreira Aldunate y en proceso de revisar sus relaciones con el Frente Amplio. Como él mismo enunciara: "Imagínese. Ocho horas hablando de política. Al final terminamos charlando de fútbol. Estaba muy cansado",
La visita enojó al oficialismo y sobre todo a las jerarquías represoras. Algo muy explicable: no es usual que en guerras como la que afronta el país al presente, una personalidad parlamentaria de la trascendencia de Gutiérrez Ruiz trate con el enemigo. Menos si la propia bancada aceptó dotar al Ejecutivo de los medios idóneos para abrir combate.
Este, por su parte, se ha venido desplazando de Montevideo hacia el interior. Con más sensacionalismo que verdad, algunos diarios anunciaban la semana pasada enfrentamientos en varias localidades entre tupamaros y efectivos del Ejército. Además de los magros resultados obtenidos se pudo saber a través de distintas fuentes —no oficiales— que las cosas habrían sido muy distintas de como las relatan los responsables de los procedimientos. Haciéndose eco de tales conjeturas, el humor capitalino lanzaba un chiste lleno de intención: "—Y usted, ¿qué hace? —Escribo cuentos para chicos. —Y antes, ¿a qué se dedicaba? —Redactaba los comunicados de las Fuerzas Conjuntas".
Si eso alcanza para dar idea de la credibilidad que merece a la opinión la única voz no sujeta a censura, otros hechos manifiestan cuál es la dimensión que atribuyen algunos núcleos políticos a la preponderancia militar de estos días. En tales círculos se comentaba que los mandos están interesados en que el acuerdo se concrete lo más pronto posible. Y habría una fecha a partir de la cual, de no producirse el entendimiento, la cosa cambiará de signo el 6 de mayo. Ese es el plazo legal para que los legisladores voten la venia a Pacheco Areco a fin de que ocupe la embajada uruguaya en España. Si no se oponen, la designación será automática.
Hasta ahora no hay indicios de que se consiga quórum para tratar el tema, como tampoco se hizo número en varias sesiones destinadas a la investigación del Escuadrón de la Muerte durante la semana pasada y parte de la que corre. Lógico: el acuerdo priva y apremia.
Pero se advierte un obstáculo. Ferreira Aldunate (ver recuadro) y el oficialismo colorado están dispuestos a aceptar conversaciones con el Frente Amplio, en aras de la salvaguarda de la República. Cómo se llevará a cabo es otro cantar. Algunos suponen que se engolosinará a sectores de la coalición (por ejemplo, la Democracia Cristiana y la fracción colorada que lidera el senador Zelmar Michelini), en razón de que no responden a un eje marxista como el resto. Negada por los aludidos, la posibilidad —de todos modos— indica que Ferreira y los colorados ensayarán un nuevo diagrama para crear una oposición menos peligrosa. Allí irían a parar los reeleccionistas de Pacheco, sectores de derecha del partido Nacional (blanco) y el partido Comunista. Sin embargo, el paréntesis de las negociaciones todavía está abierto, y resulta aventurado predecir desenlaces en tal o cual sentido. No hay que olvidar que si los militares condicionaron al logro del acuerdo sus movimientos próximos, el hermetismo en que se encierran impide conocer hasta dónde se animarán a llegar una vez lanzados.

-recuadro-
Entrevista con Wilson Ferreira Aldunate
Panorama. —Hace dos semanas comenzó a hablarse de un acuerdo nacional entre los partidos tradicionales. Poco después ya se hacía referencia a un Gran Acuerdo Nacional. ¿Qué significa ese aditamento?
Wilson Ferreira Aldunate. —Es un problema de título no más, de imprenta. Cuando la información es escasa hay que suplirla con algunas pequeñas modificaciones. Lo único que ha cambiado —creo yo— es la forma de plantear estos temas. Evidentemente, el juego democrático exige la constitución de alguna forma de mayoría, pero yo creo que se requiere algo más: mayorías estables y con cierta homogeneidad. Lo que sí resulta imposible es tratar de gobernar con minorías parlamentarias, y sobre todo sin una base de opinión. Las posiciones políticas están radicalizadas, y lo único que yo pretendo haber aportado es una iniciativa para ver si se puede lograr un entendimiento que permita superar, por lo menos, las dificultades inmediatas sobre la base de tres o cuatro puntos fundamentales.
—Usted habla de un acuerdo sin exclusiones, dando a entender que de él pueda beneficiarse el Frente Amplio. ¿Cómo piensa que se negociará al respecto? ¿Con el Frente como unidad o con algunos de sus afluentes?
—No es problema mío. Será el gobierno quien tendrá que negociar. Cuando yo digo que el acuerdo es sin exclusiones digo que deben ofrecerse las soluciones concretas y aceptarse la colaboración de todos aquellos que realmente las compartan. Si algún día alguien se niega a coincidir con los objetivos que se decidan, será cosa de él. Lo que sí, me niego a que se cierren las puertas a colaboraciones que en este momento pueden resultar indispensables. Veremos lo que ocurre.
—Este proyecto de acuerdo, ¿obedece a la presión militar que parece ejercerse sobre el gobierno en estos días?
—No lo creo, no lo creo. En general, en el Uruguay, las presiones militares son el mal recurso que invocan los malos civiles para justificar algunas posiciones. Hay una vieja costumbre que consiste en amparar las malas iniciativas bajo el manto de una presión militar de la que muy a menudo los militares no están enterados.
—Sin embargo, algunos de lote últimos hechos encuadrados en el marco de li represión antisubversiva indican que las Fuerzas Armadas habrían rebasado su cometido y las directivas que les impartiera el Ejecutivo.
—Primero, lo que ha habido ha sido ausencia de coordinación, ausencia de mandos eficaces y, además, falta de noción clara de cuáles eran los objetivos de las acciones que las Fuerzas Armadas debían emprender.
—Es decir, no se sabía bien quién era el enemigo...
—No se sabía ni cuál era el enemigo a combatir ni cuál era la manera eficaz de combatirlo.
—Si las Fuerzas Armadas continúan en esa tesitura, ¿no se corre el peligro de que actúen como el Escuadrón?
—No dije que ésa fuera su tesitura actual. Dije que episodios pasados habían producido esa impresión. No creo que eso sea lo que está ocurriendo ahora. Hay un proceso que es bastante previsible. Resulta normal que se produzcan estos horrores. La bestia está muy cerca de la superficie de la piel. Basta rascar un poquito para que aparezca.
—Retomo esa imagen. Ante la Asamblea Nacional, el ministro de Defensa prometió "raspar hasta el hueso" para develar el misterio del Escuadrón sobre la base de documentos tupamaros que contienen la confesión de Nelson Bardesio, convicto de participación en esas siniestras andanzas. ¿Cree que se esclarecerá totalmente el asunto? ¿No se frenará la investigación ¿Los responsables directos aparecen demasiado alto?
—No supongo que los responsables puedan estar demasiado alto porque sé exactamente dónde están los culpables. El problema del Escuadrón en el Uruguay, a mi juicio, no es un problema que requiera demasiado esclarecimiento, sino simplemente represión. Yo no tengo por qué negarle que sé dónde está y a qué nivel exactamente se sitúa, y gracias a Dios, aunque está a un nivel de eficacia, no está ni demasiado alto ni siquiera alto. Hay una observación que es buena hacer en el Uruguay: el Movimiento de Liberación Nacional, entre los objetivos que la gente le atribuye —no los que se fija o los que expresa públicamente— figura esta labor de denuncia y de esclarecimiento. Aparece como un mecanismo eficaz para poner luz en determinadas cosas que, si no, permanecerían ignoradas. Durante los últimos 5 años, el MLN hizo algunas investigaciones con todos los medios que estaban a su alcance, al costo de tranquilidad pública y de muchas vidas, pero tengo la sensación de que yo descubrí cien veces más cosas que todas las que descubrieron ellos.
—Hay una fracción colorada (la pachequista) y otra blanca (derechista) que se oponen al acuerdo nacional. ¿Considera que pueden obstaculizar su concreción?
—A veces es bueno para juzgar determinados episodios saber quiénes están a favor y quiénes en contra.
—El acuerdo significa una forma de colaboración con el régimen de Juan María Bordaberry. Usted, que se había propuesto constituir la oposición al misino, ¿no queda descolocado junto con su partido?
—El partido Nacional no está para hacer oposición sino para llevar adelante sus grandes objetivos nacionales. Evidentemente, desde un punto de vista político, a nosotros esto quizás nos perjudique mucho más de lo que nos beneficia. Dialécticamente, tendríamos que estar mucho más cómodos enfrentando al gobierno. Pero no le vamos a prestar colaboración al gobierno sino al país. Y si creemos que para sacarlo de una encrucijada tenemos que pagar algún precio en prestigio o aun en posibilidades electorales, lo pagaremos, porque ésa es la función.
Revista Panorama
04/05/1972
 

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