EL PENSAMIENTO VIVO DE ALBERTO MIGRE
El creador de la más famosa tira televisiva, "Rolando Rivas, taxista", descubre que existe un indiscutible compromiso entre el guionista de radio y televisión y la realidad social de su país, y que ese compromiso lo cumple fielmente. El repaso a una trayectoria que, tras sus frustraciones como actor, le sigue deparando enormes fatigas; su opinión sobre los cambios que se insinúan en la TV; su admiración por la pionera Carmen Valdez; cómo explica su fama de descubridor" de galanes.

Una casita en la calle White, clásica y sencilla casita de planta baja y primer piso, con los balcones superiores casi ocultos por la arboleda callejera, en el tranquilo barrio de Villa Luro, en Buenos Aires. Allí vive uno de los más populares hacedores de éxitos en radio y televisión: se llama Alberto Migré (sobre los cuarenta, soltero), de físico menudo y milagrosamente juvenil, no obstante la intensidad de su labor durante tantos años. La casita está regida por la autoridad paterna y por el gusto y cuidado materno, quienes conservan sus antiguos muebles e insisten en permanecer apartados del centro, a una distancia que en cierto modo complica las actividades del hijo. Pero Alberto sería incapaz de contradecirlos, y como además reniega del auto propio, está resignado a movilizarse siempre en taxímetros, la fuente de inspiración de su último gran éxito televisivo.
En el piso superior, Alberto Migré tiene su dormitorio y su escritorio, y allí la estoica máquina de escribir que soporta diariamente la impresión de interminables páginas de interminables telenovelas. "Ese cuarto de trabajo se convierte en una prisión; a menudo me siento en él como si viviese secuestrado. Hay días en que hasta experimento sensación de asfixia. Es que mi trabajo me ata totalmente, no puedo bajar ni para comer, no puedo despegarme de la silla, y menos puedo pensar en algunas distracción u otro entretenimiento. Sí, en general vivo encadenado a mi máquina de escribir...". Así ha transitado él los últimos veinticinco años, durante los cuales produjo alrededor de quinientos títulos, "aún cuando muchos de ellos sólo sean olvidados pecados de juventud...". Migré recuerda ahora con cierto pavor los tiempos , en que debía entregar semanalmente unas doce horas de teleteatro, a saber: cuatro capítulos "unitarios" de hora y media cada uno (Su comedia favorita, Mujeres en presidio, Nuestros hijos y Los solteros de 10º piso), seis capítulos de una "tira" de media hora cada uno y otros tantos episodios para un radioteatro.
Ubicado en Radio El Mundo, donde a principios de enero vigilaba los ensayos de su inmediato estreno teatral en Mar del Plata, Migré dio pruebas de su personalidad nerviosa, dinámica, inquieta, incrementada apenas el fotógrafo lo apuntaba con su cámara. También dejó escapar algunas ocurrencias de niño y trató de disimular la sensación de triunfador que en estos momento lo excita. Es amable, hasta cariñoso con sus actores —pero muy severo cuando es necesario—, aun hasta con quienes lo acosan desde la portería en busca de trabajo.
Alberto Migré inició su prolífica labor de escritor para masas populares, en radio, en 1948.
-Era un pibe. en realidad no me inicié como autor. Mi frustrada vocación de entonces fue la de actor. Recuerdo que el grupo, una pandilla sostenida con precario presupuesto, en determinado momento quedó sin autor. Entonces yo resolví salvar la situación haciendo una adaptación de Corazón, de Edmundo D'Amicis. Esto me dio una gran satisfacción, porque el trabajo resultó aceptable y descubrió en mí una nueva vocación, que remediaba la ya tambaleante y dudosa de actor. Cuatro meses después, una compañía encabezada por José Canosa y Mabel Paz estrenaban, en Radio Excelsior, mi primera novela original: Historia de una vida. Y simultáneamente, por LS 10, entonces Radio Libertad, Chela Ruiz y Horacio Delfino interpretaban mis historias semanales. Definitivamente, descubrí que me importaba más escribir que actuar.
Paralelamente, Migré interrumpía sus estudios comerciales, daba equivalencias e ingresaba a la Facultad de Filosofía y Letras, donde cursó hasta tercer año. Antes no había intentado ningún otro género literario, ni siquiera las románticas y generalmente inevitables poesías juveniles. "Nada más que las composiciones del colegio".
—¿Por qué se inició en radio?
—Mi primera vocación no tenía otro camino, pues la radio había ejercido sobre mí, desde muy niño, una fascinación total y absoluta. Amaba la voz de Carmen Validez, a la que escuchaba trepado en un banquito, pues tenía muy pocos años y ya me deleitaba con aquel susurro maravilloso como no recuerdo otro. Era una vieja radio de mi abuelo, colocada sobre una antiquísima victrola en desuso.
A su primer período pertenece también la anécdota del día en que debió firmar su primer contrato para un importante avisador, pues ya se había convertido en precoz autor de éxitos, ya que usaba todavía pantalones cortos y era de físico muy escueto. Cuando el avisador lo vio entrar a su oficina, detrás de la secretaría, molesto porque lo veía como a un niño entrometido, le dijo: "Salí, pibe". Cuando le advirtió la secretaria que se trataba del "señor Migré", el ejecutivo se desplomó en su sillón, exclamando: "¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho?" Pero el diminuto "señor Migré" le sostuvo por una decena de años el programa que auspiciaba su fama.
—¿Puede adjudicársele al radioteatro valores culturales y sociales?
—Social y culturalmente, el radioteatro tuvo, tiene y puede tener exactamente los mismos valores que un libro, una pieza teatral o una película. Depende de los temas que aborde y de cómo se lo realiza.
La discusión es lógica. Y se traslada también al teleteatro, precisamente porque a esos géneros se le niegan tales valores, acusados de deformar la realidad y crear falsas imágenes sobre ciertos aspectos de la vida material y sentimental. Migré defiende lo que a él le toca: cree que siempre se ha regido por la realidad que lo circunda, que la mayoría de sus historias tienen origen en cuestiones que vivió o conoció. Admite, claro, que el género novelesco exige que a veces se enfaticen algunos aspectos. Y ejemplifica:
—¿Cuántos jóvenes y apuestos taxistas tienen relaciones más o menos durables con jóvenes pasajeras de buenas y ricas familias?
Puede sospecharse que se refiere a las conocidas aventuras —siempre efímeras— que a veces cuentan los jóvenes taxistas. El ejemplo de Migré sirve para recordar aquello de "sublimización" en su Rolando Rivas, cuyo romance finalizó en boda. Claro que no podrían contarse por televisión las otras historias reales nacidas en un taxímetro.
—Volviendo a sus comienzos, ¿que radioteatros anteriores a los suyos recuerda como más importantes?
—El de Carmen Valdez, que interpretaba obras de Rafael García Ibáñez, que fue el hombre que dio belleza y estilo a nuestro radioteatro. El de María del Carmen Martínez Paiva, que tenía garra y personalidad. ¡Una fuerza avasallante! El de Sussy Kent y Silvio Spaventa, un modelo de interpretación y de realización. El dirigido por don Armando Discépolo, con figuras rotativas y el elenco estable de Radio El Mundo, durante años el mejor teatro radiofónico argentino.
—¿Qué títulos de mayor éxito puede recordar de sus radioteatros? ¿Qué ingredientes fundamentales tenían de común?
—Esos que dicen amarse; 0597 da ocupado; Los que estamos solos; En casa de los Videla; Luz, cámara, acción; Las solteras y Lo mejor de nuestra vida: nuestros hijos. Creo que todas tenían un ingrediente, características o denominador común: verdad. Eso de que hablábamos antes... Era un fiel reflejo de Buenos Aires, de sus calles, de su gente, de sus costumbres. Recuerdo que al comenzar Esos que dicen amarse, saltó el conmutador de Radio El Mundo por la cantidad de llamados telefónicos. Se contaba una historia que transcurría en la esquina en Andrés Lamas y Gaona. Se hablaba de los mínimos detalles de esa zona. El público viajaba especialmente a descubrir esa esquina y ver la casa que en realidad existe todavía. Lo mismo podría decir de los jacarandás florecidos de Parque Centenario, que yo no descubrí, pero de los que hablé. Aún hoy recibo infinidad de cartas de quienes me dicen que compraron un retoño de jacarandá y lo plantaron y hoy es un añoso árbol que acompañó con sus flores y su sombra vidas que no conozco.
Sus primeras radionovelas tuvieron otros directores, que a veces eran las primeras figuras. Pero a partir de 1952, en su afán de cuidar y perfeccionar su producción, Migré se convirtió en director radioteatral, exigiendo por sobre todo la identificación de sus actores con sus personajes. Quería que sus intérpretes también reflejasen la verdad que él recogía en la anécdota y en el lenguaje. Las condiciones de trabajo de ese radioteatro que se estudiaba y emitía capítulo por capítulo, cotidianamente, variaron totalmente por exigencias gremiales exigencias técnicas y de comercialización. Comenzó la época de las grabaciones de a varios capítulos por día.
—El sistema de grabar los radioteatros sirvió para prostituirlos en vez de mejorarlos. Importaba grabar mayor cantidad de capítulos en menor tiempo cosa a la que me negué rotundamente y fue una de las razones que motivaron mi alejamiento del género.
Otro de los cuidados como realizador de sus propios programas era la elección de la música apropiada para cada novela, —conforme a los dictados de su sensibilidad—, ya sea como característica de presentación o como leitmotiv de las secuencias más apasionantes o dramáticas. En esto señala a Guido Gorgati (hoy actor cómico), entonces técnico de sonido, como su maestro. De esta manera, muchas de las grabaciones que eligió se convertirían en verdaderos éxitos. En la radio eran constantes los requerimientos por conocer el título del tema de sus programas. Las románticas radioescuchas parecían querer incorporarlo a su vida, tal vez para soñar al unísono con las heroínas.
—¿Qué cualidades debe tener un actor de radioteatro? ¿A cuáles recuerda como más eficaces entre los que trabajaron con usted y cómo los eligió?
—Fundamentalmente, y aunque parezca una perogrullada, un actor radioteatral tiene que ser actor. Indudablemente, tener o adquirir "oficio" en radio. Otra necesidad fundamental: tener voz, una voz con suficientemente magia para reflejar todos los matices. He trabajado con casi todos los actores de radioteatro. Recuerdo a la Valdez, a Hilda Bernard, a Eduardo Rudy, a Fernando Siro, a Atilio Marinelli, a Graciela Araujo, a Blanca Lagrotta, a Sussy Kent, a Mario de Rosa, a Antuco Telesca, a Mabel Lando, a Beatriz Taibo... Osvaldo Pacheco, que después encaró otro género, fue un estupendo capo dramático de radioteatro. Pero la lista sería inmensa, no alcanzaría este reportaje para nombrar la gente con la calidad y la eficacia de Sara Prósperi, Manolita Poli, Pepita Ferez, Gustavo Cavero, Noemí Escalada, Luis Pérez Aguirre, Lucía Barausse... Realmente, temo ser injusto y no es que mi memoria sea infle!. Habría que escribir un homenaje a todos ellos. A muchos los elegía de acuerdo a mi gusto y sensibilidad. Otros integraban elencos estables de las emisoras donde trabajé.
—¿Seguirá escribiendo para la radiofonía?
—Si me contratan, sí. Amo el género radioteatral. Pero para volver a él deben cumplirse garantías que hasta el momento no he vuelto a recibir como base de una propuesta.

EL TRASPLANTE AL VIDEO
Corresponde ahora recordar su iniciación o "pase" a la televisión. Por supuesto, fue en Canal 7, con Teleteatro de Sobremesa, con Irma Córdoba, Enrique Serrano y Osvaldo Miranda. Lo inmediato fue otra versión de Esos que dicen amarse, con Hilda Bernard y Fernando Siro. Esto indica que Migré se sirvió a menudo, en televisión, de sus éxitos probados en radio; claro que con nuevas exigencias.
—Se adaptó fácilmente a la televisión? ¿Qué diferencias anotaría entre esta y la radio?
—La imagen descubre horizontes nuevos e insospechados. No sobrepasa a la palabra, pero la equipara. Sufrí como un loco al enfrentarme con el nuevo medio. Me costó muchísimo adaptarme. Llegué a llorar y hasta a considerarme un fracasado para la TV. La pude encarar y dominar definitivamente recién en 1962, después de concurrir diariamente, como un alumno, a los estudios de Canal 9, para conocer sus pormenores, sus secretos, sus exigencias técnicas. Es que al principio no había comprendido bien muchas de esas cosas, no alcanzaba a descubrir por qué ciertas cosas que escribía no podían ser realizadas. Con el tiempo, con el dominio del nuevo lenguaje, con los adelantos y la excelente formación de nuestros realizadores, llegué a exigir cosas que antes me rechazaban como imposibles...
—Menciónenos los títulos más importantes de sus ciclos en televisión.
—Silvia muere mañana, Tiempo de amor, prohibido. Su comedia favorita, Mujeres en presidio, Profesor Aldao, 0597 da ocupado, Cuando vuelvas a mi, Nacido para odiarte, Rolando Rivas, taxista y Pobre diabla. Claro que la nómina total también es extensísima.
Aunque en televisión siempre se ocupó personalmente de la producción de sus programas, sobre todo en la elección de los intérpretes, Migré se complace en señalar que todo le era posible contando con colaboradores "tan extraordinarios" como los directores Martín Clutet, Alejandro Doria y Roberto Denis. También se refiere a Diana Álvarez con agradecimiento y admiración, pues fue su más eficaz asistente hasta el 73, en que ella pasó a dirigir en Canal 9.
—Era su oportunidad. Tiene talento y no podía retenerla egoístamente. Mario Valetta, mi secretario, es también un fuera de serie. [Valetta, como actor, se ha especializado en teatro para niños, y para Migré es una especie de coordinador de sus actividades, corriendo de un punto a otro de la ciudad.]
—¿Cómo descubre y lanza a sus famosos galanes? ¿Son más importantes ellos que las figuras femeninas, tienen acaso más atracción?
—Trato de atender, en lo posible, las inquietudes de quienes se acercan a pedirme una oportunidad. Entonces, ni descubro ni lanzo: posibilito y trabajo con esa posibilidad; lucho como un loco junto a la gente que considero con valores... Los galanes no son más importantes que las actrices. Un galán formidable, al lado de una mala actriz, no encontraría el eco deseado. Aunque en la platea femenina sí, por supuesto, pesa más el galán. Pero, ¿y García Satur? Pocos pueden imaginar la inmensa audiencia masculina que ha conquistado con su Rolando. ¡Qué injusto y equivocado es pensar que los radio y teleteatros son sólo oídos o vistos por mujeres! ¡Qué error! Si se hiciera un chequeo, muchos se llevarían una sorpresa descomunal.
—¿Cómo y por qué se impone un galán? ¿Por méritos propios o gracias a la oportunidad que usted le da o a la eficacia de sus novelas? ¿Influye mucho la promoción?
—Si no hay méritos propios no hay triunfo sólido. Indudablemente, un rostro, una presencia, impactan; pero hay ejemplos muy claros de galanes que tuvieron su momento y que después, librados a sus propias iniciativas, encandilados por toda clase de ofrecimientos y nuevas posibilidades, sin los méritos y elementos técnicos de un verdadero actor, desaparecieron penosamente... La eficacia de la novela no es primordial, pero debe ir estrechamente unida a esos valores actorales. Un mal actor con un buen libro o un mal libro con un buen actor sólo podrían alcanzar un éxito a medias. En cuanto a la promoción, es importante, si se basa en valores auténticos, pero no es fundamental.
—Ahora ha encarado de lleno el teatro. ¿Por qué?
—Mis experiencias teatrales anteriores se basaron en escenificaciones de éxitos de radiofonía. Era costumbre pasear esas adaptaciones por los barrios de la ciudad, que daban la oportunidad a un inmenso público de ver en carne y hueso a los personajes que durante un tiempo habían seguido por radio. Ni tan pobre ni tan diablo fue realmente mi primera comedia concebida directamente para la escena. En mí estuvo siempre latente el deseo de escribir para teatro. Pero fui hasta hoy un autor acaparado por la radio y la TV. Escribir hoy tres horas semanales de televisión y durante años hasta siete horas semanales, impiden cualquier otra actividad. Arnaldo André influyó mucho para que me resolviera a dar este primer paso. Casi podría decir que me lo exigió. Y se lo agradezco profundamente. El resultado fue positivo, con una respuesta popular asombrosa. Llegué realmente a conmoverme por ese sí rotundo con que el público recibió esa comedia en cada teatro. El hombre que yo inventé, que se representa a su vez en el Teatro Alberdi de Mar del Plata, fue más pensada. La considero mejor. A veces hay factores técnicos que contribuyen para hacer las cosas mejor. En este caso me ha favorecido el hecho de poder instalarnos, con un elenco encabezado por Irma Roy y Arnaldo André, y dirigido por Marcelo Lavalle, en un escenario único. Me ha dado cierta libertad en la construcción de la comedia, muy distinta a aquella pensada para deambular por escenarios de cines y teatros, y hasta me permite presentarla con un despliegue escenográfico mayor, tarea que está a cargo del siempre eficaz Antón. Toda la primera parte está filmada en colores. La trama es agradable. Admito que es una de las llamadas comedias de entretenimiento. Pero yo la definiría mejor como un canto de amor.
—¿Algunos detalles sobre su labor escrita, su ritmo de trabajo, posibles problemas?
—Mi ritmo de trabajo es alucinante. La televisión destruye. Consume. Agota. Jamás se puede pensar en ayer, ni siquiera en hoy. Es siempre mañana. Es siempre el próximo capítulo. Además, surgen toda clase de problemas, desde económicos hasta artísticos. Cuántas veces debemos limitarnos por razones de tiempo, por un presupuesto reducido, por carencias escenográficas, por accidentes o necesidades de un actor o actriz... Pero ahora, el problema más grave es una campaña destructiva que se ha desatado en distintos frentes: artísticos, culturales, periodísticos, oficiales... Está de moda hablar mal de la televisión. Y en general hablan así quienes no conocen ese medio, quienes no se han interiorizado de sus problemas ni de sus posibilidades. Y puedo asegurar que la nuestra es una de las mejores del mundo, si no la mejor. Así lo han manifestado muchos especialistas venidos de otros países, que se asombran de nuestra forma de trabajo, de la capacidad de nuestros técnicos y artistas. De nuestros prolíficos y talentosos autores. Por mi parte, agregaré, con respecto a mi forma de trabajo, que en general escribo de noche, a partir de las dos de la mañana. Un libro puede demandarme desde ocho hasta veinte horas de trabajo. No concibo escribirlo por partes. Necesito crear de corrido, sin descansos.
—Hablemos de su vida familiar, de sus hobbies, de sus otras inquietudes.
—Mi vida familiar es lindísima, tranquila, apacible, feliz. Los aportes de locura hogareños corren sólo por mi cuenta. Mis padres son dos seres maravillosos que constituyen mi mayor alegría y orgullo. Mis hobbies podrían ser mi casa de campo en Escobar, con mis perros ovejeros alemanes. Mi entretenimiento favorito es oír todo tipo de música o leer.
—¿No piensa en el matrimonio?
—No. No pienso en el matrimonio. Debe ser porque estoy convencido de que siempre amé mucho más de lo que me amaron.

EL COMPROMISO SOCIAL
—¿Qué opina sobre los cambios que se insinúan en televisión?
—No puedo opinar sobre algo que todavía no se conoce, que no se ha definido... Precisamente, todo está insinuado. Se habla, se discute y se afirma sin bases muy concretas. Nosotros tenemos una de las legislaciones más completas y fuertes en materia de radiodifusión. Con sólo cumplirla comprenderíamos que no hay nada por reglamentar. Actualizar, tal vez sí. El Estado debe exigir que se cumpla la Ley de Radiodifusión y tener, como lo tuvo siempre, su canal; pero sin interferir ni restringir la actividad privada.
Alberto Migré, siempre adicto al peronismo, tiene confianza en el momento actual, en que se hará justicia también en el terreno en que él se desenvuelve. Para ello, cree que todavía habrá cambios en las cabezas dirigentes
Reclama la representatividad de todos los sectores que hacen al quehacer televisivo en las comisiones que se formen para estudiar la futura reglamentación. "A Perón no lo podrán engañar", dice. Está seguro de que Perón conoce muy bien el problema. En cuanto a la política en general, la ha seguido siempre con interés, especialmente en el orden social, pero no ha tenido participación activa en ella, porque su labor nunca aceptaría un cargo oficial. Cree, no obstante, que un escritor, en cualquier género, puede manifestarse a través de sus obras. Opina, por ejemplo, que él ha planteado problemas sociales en sus novelas. Y otros.
—Por ejemplo, en un momento dado, cuando el radioteatro había implantado un rebuscado estilo y argumentos que se desarrollaban en ciudades extranjeras —Nueva York, por ejemplo—, y en ambientes elegantes y ricos, yo irrumpí con temas directos, nuestros, con conflictos de gente pobre, en nuestros barrios, con nuestro lenguaje, con sabor a tango. Esto, en cierto modo, ¿no era contribuir a eliminar de nuestros micrófonos expresiones que de algún modo podrían tildarse de colonialistas? Eso también es hacer política patriótica y social.
—En la elevación cultural que se pretende, ¿cómo ubicaría al teleteatro? ¿Podría contribuir a esos fines?
—Por supuesto que el teleteatro puede contribuir a la elevación cultural. Su ubicación está entre los primeros puestos. Como un concierto o un ballet o un recital. Debe abarcar todas las temáticas, sin olvidar el entretenimiento. ¿O hacer sonreír a un pueblo, emocionarlo con sus propios elementos, como decíamos, no tiene valor? Enseñarle el amor, la ternura, la comprensión, el respeto a través de personajes que pueden ser ellos mismos, ¿no es asomarlos a un espejo y orientarlos? ¿Por qué sólo lo clásico o lo histórico?
—¿Cómo ve la juventud actual?
—Es mucho más valiente y menos hipócrita que la mía. Y menos conformista. Pero también mucho más irrespetuosa. Es lo único que le critico. Sí, le exigiría más respeto por sus mayores y por sus maestros.
—¿Alguna vez se desempeñó en algún otro oficio o trabajo?
—No.
—¿Qué cosas fundamentales deben unir a una pareja?
—Una sola cosa: el amor. ¡Y si hay amor hay todo! Porque amor es eso: todo.
—¿Admite que se haya llegado a utilizar en teleteatros el elemento sexual y pornográfico?
—Yo jamás usé esos elementos.
—¿Qué tipo de teleteatro debería difundir un canal estatal?
—Todo tipo. Bien escrito y bien interpretado. ¿Qué detalle, no? Parece simple.
—¿El autor de televisión tiene que tener cualidades especiales? ¿Por qué no colaboran escritores importantes en otros géneros? ¿Por qué han fracasado algunos que lo intentaron? ¿O acaso rechazan el teleteatro como un género inferior?
—Es como si me preguntaran por qué un gran actor teatral fracasa en cine... El escritor que dice que no hace televisión porque el teleteatro es un género menor, está contando un cuento chino. ¡Qué verdes están las uvas!, decía la zorra, cuando no podía alcanzarlas. Pero estaban allí, dulcísimas, maduritas ... La condición especial de un autor es saber escribir para televisión. Dominar el ritmo, la palabra, la imagen, el suspenso. Si el programa es seriado, más son las exigencias y las dificultades, porque hay que mantenerlo. Hay muchos que saben, pero no pueden soportar el "training" que exigen cuarenta capítulos anuales, a razón de uno semanal. Ni qué decir de las tiras, ¡cinco semanales!
—¿Actividad futura?
—Firmé contrato exclusivo con Canal 13. Voy a realizar dos programas semanales de noventa minutos cada uno. Rolando Rivas se vendió para toda América latina, lo mismo que Pobre diabla. Y Perú producirá a color para todo el mundo Mujeres en presidio. También se filmará Rolando Rivas, cuyo guión tendré que escribir, iniciándome en el cine, a lo que seguirá otra película para el sello García Naxon Producciones. No descarto la posibilidad de estrenar otra comedia en teatro.
—¿La nueva realidad del país influirá sobre sus obra?
—¡Naturalmente! Un escritor que no refleja la realidad de su país, cualquiera sea el medio de expresión que aborde, equivoca el camino.
—¿Qué significado tuvieron sus palabras finales en el epílogo de Rolando Rivas taxista, que provocaron toda clase de interpretaciones?
—Quise decir exactamente que la nuestra es una buena televisión. Lo comprobé personalmente a través de viajes al exterior, viendo mucha televisión. Lo repito: lo dice cuanto productor o ejecutivo extranjero nos visita. Hay cuatro insolentes que la destruyen a diario, víctimas de sus frustraciones o de sus deseos de hacerse notar, o por un gusto personal que pretende ser "exquisito", o un pretendido "humor" que no es tal... Con esto no quiero decir que debemos estar conformes con lo obtenido. Hay mucho por estudiar, aprender, mejorar, hasta obtener un nivel parejo y excelente. Por eso entiendo que la gente de televisión debiera ser llamada urgentemente para participar de todo plan que tienda a modificar el panorama actual. Y quiero dejar constancia que no aprovecho esta oportunidad para devolver muchas de las duras pedradas que me tocó recibir. Simplemente quiero hacer reflexionar a cierta gente que parece haber olvidado !a palabra "respeto". No se puede criticar ofendiendo, lastimando, agrediendo. La crítica, así, pierde toda lógica y sentido. Afortunadamente, repito, son cuatro tipos que ojalá descubran pronto que son sólo ellos los primeros equivocados.
Revista Siete Días Ilustrados
28.01.1974

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