Una casita en la calle
White, clásica y sencilla casita de planta baja y
primer piso, con los balcones superiores casi
ocultos por la arboleda callejera, en el tranquilo
barrio de Villa Luro, en Buenos Aires. Allí vive
uno de los más populares hacedores de éxitos en
radio y televisión: se llama Alberto Migré (sobre
los cuarenta, soltero), de físico menudo y
milagrosamente juvenil, no obstante la intensidad
de su labor durante tantos años. La casita está
regida por la autoridad paterna y por el gusto y
cuidado materno, quienes conservan sus antiguos
muebles e insisten en permanecer apartados del
centro, a una distancia que en cierto modo
complica las actividades del hijo. Pero Alberto
sería incapaz de contradecirlos, y como además
reniega del auto propio, está resignado a
movilizarse siempre en taxímetros, la fuente de
inspiración de su último gran éxito televisivo.
En el piso superior,
Alberto Migré tiene su dormitorio y su escritorio,
y allí la estoica máquina de escribir que soporta
diariamente la impresión de interminables páginas
de interminables telenovelas. "Ese cuarto de
trabajo se convierte en una prisión; a menudo me
siento en él como si viviese secuestrado. Hay días
en que hasta experimento sensación de asfixia. Es
que mi trabajo me ata totalmente, no puedo bajar
ni para comer, no puedo despegarme de la silla, y
menos puedo pensar en algunas distracción u otro
entretenimiento. Sí, en general vivo encadenado a
mi máquina de escribir...". Así ha transitado él
los últimos veinticinco años, durante los cuales
produjo alrededor de quinientos títulos, "aún
cuando muchos de ellos sólo sean olvidados pecados
de juventud...". Migré recuerda ahora con cierto
pavor los tiempos , en que debía entregar
semanalmente unas doce horas de teleteatro, a
saber: cuatro capítulos "unitarios" de hora y
media cada uno (Su comedia favorita, Mujeres en
presidio, Nuestros hijos y Los solteros de 10º
piso), seis capítulos de una "tira" de media hora
cada uno y otros tantos episodios para un
radioteatro.
Ubicado en Radio El
Mundo, donde a principios de enero vigilaba los
ensayos de su inmediato estreno teatral en Mar del
Plata, Migré dio pruebas de su personalidad
nerviosa, dinámica, inquieta, incrementada apenas
el fotógrafo lo apuntaba con su cámara. También
dejó escapar algunas ocurrencias de niño y trató
de disimular la sensación de triunfador que en
estos momento lo excita. Es amable, hasta cariñoso
con sus actores —pero muy severo cuando es
necesario—, aun hasta con quienes lo acosan desde
la portería en busca de trabajo.
Alberto Migré inició
su prolífica labor de escritor para masas
populares, en radio, en 1948.
-Era un pibe. en
realidad no me inicié como autor. Mi frustrada
vocación de entonces fue la de actor. Recuerdo que
el grupo, una pandilla sostenida con precario
presupuesto, en determinado momento quedó sin
autor. Entonces yo resolví salvar la situación
haciendo una adaptación de Corazón, de Edmundo
D'Amicis. Esto me dio una gran satisfacción,
porque el trabajo resultó aceptable y descubrió en
mí una nueva vocación, que remediaba la ya
tambaleante y dudosa de actor. Cuatro meses
después, una compañía encabezada por José Canosa y
Mabel Paz estrenaban, en Radio Excelsior, mi
primera novela original: Historia de una vida. Y
simultáneamente, por LS 10, entonces Radio
Libertad, Chela Ruiz y Horacio Delfino
interpretaban mis historias semanales.
Definitivamente, descubrí que me importaba más
escribir que actuar.
Paralelamente, Migré
interrumpía sus estudios comerciales, daba
equivalencias e ingresaba a la Facultad de
Filosofía y Letras, donde cursó hasta tercer año.
Antes no había intentado ningún otro género
literario, ni siquiera las románticas y
generalmente inevitables poesías juveniles. "Nada
más que las composiciones del colegio".
—¿Por qué se inició en
radio?
—Mi primera vocación
no tenía otro camino, pues la radio había ejercido
sobre mí, desde muy niño, una fascinación total y
absoluta. Amaba la voz de Carmen Validez, a la que
escuchaba trepado en un banquito, pues tenía muy
pocos años y ya me deleitaba con aquel susurro
maravilloso como no recuerdo otro. Era una vieja
radio de mi abuelo, colocada sobre una antiquísima
victrola en desuso.
A su primer período
pertenece también la anécdota del día en que debió
firmar su primer contrato para un importante
avisador, pues ya se había convertido en precoz
autor de éxitos, ya que usaba todavía pantalones
cortos y era de físico muy escueto. Cuando el
avisador lo vio entrar a su oficina, detrás de la
secretaría, molesto porque lo veía como a un niño
entrometido, le dijo: "Salí, pibe". Cuando le
advirtió la secretaria que se trataba del "señor
Migré", el ejecutivo se desplomó en su sillón,
exclamando: "¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos
hecho?" Pero el diminuto "señor Migré" le sostuvo
por una decena de años el programa que auspiciaba
su fama.
—¿Puede adjudicársele
al radioteatro valores culturales y sociales?
—Social y
culturalmente, el radioteatro tuvo, tiene y puede
tener exactamente los mismos valores que un libro,
una pieza teatral o una película. Depende de los
temas que aborde y de cómo se lo realiza.
La discusión es
lógica. Y se traslada también al teleteatro,
precisamente porque a esos géneros se le niegan
tales valores, acusados de deformar la realidad y
crear falsas imágenes sobre ciertos aspectos de la
vida material y sentimental. Migré defiende lo que
a él le toca: cree que siempre se ha regido por la
realidad que lo circunda, que la mayoría de sus
historias tienen origen en cuestiones que vivió o
conoció. Admite, claro, que el género novelesco
exige que a veces se enfaticen algunos aspectos. Y
ejemplifica:
—¿Cuántos jóvenes y
apuestos taxistas tienen relaciones más o menos
durables con jóvenes pasajeras de buenas y ricas
familias?
Puede sospecharse que
se refiere a las conocidas aventuras —siempre
efímeras— que a veces cuentan los jóvenes
taxistas. El ejemplo de Migré sirve para recordar
aquello de "sublimización" en su Rolando Rivas,
cuyo romance finalizó en boda. Claro que no
podrían contarse por televisión las otras
historias reales nacidas en un taxímetro.
—Volviendo a sus
comienzos, ¿que radioteatros anteriores a los
suyos recuerda como más importantes?
—El de Carmen Valdez,
que interpretaba obras de Rafael García Ibáñez,
que fue el hombre que dio belleza y estilo a
nuestro radioteatro. El de María del Carmen
Martínez Paiva, que tenía garra y personalidad.
¡Una fuerza avasallante! El de Sussy Kent y Silvio
Spaventa, un modelo de interpretación y de
realización. El dirigido por don Armando
Discépolo, con figuras rotativas y el elenco
estable de Radio El Mundo, durante años el mejor
teatro radiofónico argentino.
—¿Qué títulos de mayor
éxito puede recordar de sus radioteatros? ¿Qué
ingredientes fundamentales tenían de común?
—Esos que dicen
amarse; 0597 da ocupado; Los que estamos solos; En
casa de los Videla; Luz, cámara, acción; Las
solteras y Lo mejor de nuestra vida: nuestros
hijos. Creo que todas tenían un ingrediente,
características o denominador común: verdad. Eso
de que hablábamos antes... Era un fiel reflejo de
Buenos Aires, de sus calles, de su gente, de sus
costumbres. Recuerdo que al comenzar Esos que
dicen amarse, saltó el conmutador de Radio El
Mundo por la cantidad de llamados telefónicos. Se
contaba una historia que transcurría en la esquina
en Andrés Lamas y Gaona. Se hablaba de los mínimos
detalles de esa zona. El público viajaba
especialmente a descubrir esa esquina y ver la casa
que en realidad existe todavía. Lo mismo podría
decir de los jacarandás florecidos de Parque
Centenario, que yo no descubrí, pero de los que
hablé. Aún hoy recibo infinidad de cartas de
quienes me dicen que compraron un retoño de
jacarandá y lo plantaron y hoy es un añoso árbol
que acompañó con sus flores y su sombra vidas que
no conozco.
Sus primeras
radionovelas tuvieron otros directores, que a
veces eran las primeras figuras. Pero a partir de
1952, en su afán de cuidar y perfeccionar su
producción, Migré se convirtió en director
radioteatral, exigiendo por sobre todo la
identificación de sus actores con sus personajes.
Quería que sus intérpretes también reflejasen la
verdad que él recogía en la anécdota y en el
lenguaje. Las condiciones de trabajo de ese
radioteatro que se estudiaba y emitía capítulo por
capítulo, cotidianamente, variaron totalmente por
exigencias gremiales exigencias técnicas y de
comercialización. Comenzó la época de las
grabaciones de a varios capítulos por día.
—El sistema de grabar
los radioteatros sirvió para prostituirlos en vez
de mejorarlos. Importaba grabar mayor cantidad de
capítulos en menor tiempo cosa a la que me negué
rotundamente y fue una de las razones que
motivaron mi alejamiento del género.
Otro de los cuidados
como realizador de sus propios programas era la
elección de la música apropiada para cada novela,
—conforme a los dictados de su sensibilidad—, ya
sea como característica de presentación o como
leitmotiv de las secuencias más apasionantes o
dramáticas. En esto señala a Guido Gorgati (hoy
actor cómico), entonces técnico de sonido, como su
maestro. De esta manera, muchas de las grabaciones
que eligió se convertirían en verdaderos éxitos.
En la radio eran constantes los requerimientos por
conocer el título del tema de sus programas. Las
románticas radioescuchas parecían querer
incorporarlo a su vida, tal vez para soñar al
unísono con las heroínas.
—¿Qué cualidades debe
tener un actor de radioteatro? ¿A cuáles recuerda
como más eficaces entre los que trabajaron con
usted y cómo los eligió?
—Fundamentalmente, y
aunque parezca una perogrullada, un actor
radioteatral tiene que ser actor. Indudablemente,
tener o adquirir "oficio" en radio. Otra necesidad
fundamental: tener voz, una voz con
suficientemente magia para reflejar todos los
matices. He trabajado con casi todos los actores
de radioteatro. Recuerdo a la Valdez, a Hilda
Bernard, a Eduardo Rudy, a Fernando Siro, a Atilio
Marinelli, a Graciela Araujo, a Blanca Lagrotta, a
Sussy Kent, a Mario de Rosa, a Antuco Telesca, a
Mabel Lando, a Beatriz Taibo... Osvaldo Pacheco,
que después encaró otro género, fue un estupendo
capo dramático de radioteatro. Pero la lista sería
inmensa, no alcanzaría este reportaje para nombrar
la gente con la calidad y la eficacia de Sara
Prósperi, Manolita Poli, Pepita Ferez, Gustavo
Cavero, Noemí Escalada, Luis Pérez Aguirre, Lucía
Barausse... Realmente, temo ser injusto y no es
que mi memoria sea infle!. Habría que escribir un
homenaje a todos ellos. A muchos los elegía de
acuerdo a mi gusto y sensibilidad. Otros
integraban elencos estables de las emisoras donde
trabajé.
—¿Seguirá escribiendo
para la radiofonía?
—Si me contratan, sí.
Amo el género radioteatral. Pero para volver a él
deben cumplirse garantías que hasta el momento no
he vuelto a recibir como base de una propuesta.
EL TRASPLANTE AL VIDEO
Corresponde ahora
recordar su iniciación o "pase" a la televisión.
Por supuesto, fue en Canal 7, con Teleteatro de
Sobremesa, con Irma Córdoba, Enrique Serrano y
Osvaldo Miranda. Lo inmediato fue otra versión de
Esos que dicen amarse, con Hilda Bernard y
Fernando Siro. Esto indica que Migré se sirvió a
menudo, en televisión, de sus éxitos probados en
radio; claro que con nuevas exigencias.
—Se adaptó fácilmente
a la televisión? ¿Qué diferencias anotaría entre
esta y la radio?
—La imagen descubre
horizontes nuevos e insospechados. No sobrepasa a
la palabra, pero la equipara. Sufrí como un loco
al enfrentarme con el nuevo medio. Me costó
muchísimo adaptarme. Llegué a llorar y hasta a
considerarme un fracasado para la TV. La pude
encarar y dominar definitivamente recién en 1962,
después de concurrir diariamente, como un alumno,
a los estudios de Canal 9, para conocer sus
pormenores, sus secretos, sus exigencias técnicas.
Es que al principio no había comprendido bien
muchas de esas cosas, no alcanzaba a descubrir por
qué ciertas cosas que escribía no podían ser
realizadas. Con el tiempo, con el dominio del
nuevo lenguaje, con los adelantos y la excelente
formación de nuestros realizadores, llegué a
exigir cosas que antes me rechazaban como
imposibles...
—Menciónenos los
títulos más importantes de sus ciclos en
televisión.
—Silvia muere mañana,
Tiempo de amor, prohibido. Su comedia favorita,
Mujeres en presidio, Profesor Aldao, 0597 da
ocupado, Cuando vuelvas a mi, Nacido para odiarte,
Rolando Rivas, taxista y Pobre diabla. Claro que
la nómina total también es extensísima.
Aunque en televisión
siempre se ocupó personalmente de la producción de
sus programas, sobre todo en la elección de los
intérpretes, Migré se complace en señalar que todo
le era posible contando con colaboradores "tan
extraordinarios" como los directores Martín
Clutet, Alejandro Doria y Roberto Denis. También
se refiere a Diana Álvarez con agradecimiento y
admiración, pues fue su más eficaz asistente hasta
el 73, en que ella pasó a dirigir en Canal 9.
—Era su oportunidad.
Tiene talento y no podía retenerla egoístamente.
Mario Valetta, mi secretario, es también un fuera
de serie. [Valetta, como actor, se ha
especializado en teatro para niños, y para Migré
es una especie de coordinador de sus actividades,
corriendo de un punto a otro de la ciudad.]
—¿Cómo descubre y
lanza a sus famosos galanes? ¿Son más importantes
ellos que las figuras femeninas, tienen acaso más
atracción?
—Trato de atender, en
lo posible, las inquietudes de quienes se acercan
a pedirme una oportunidad. Entonces, ni descubro
ni lanzo: posibilito y trabajo con esa
posibilidad; lucho como un loco junto a la gente
que considero con valores... Los galanes no son
más importantes que las actrices. Un galán
formidable, al lado de una mala actriz, no
encontraría el eco deseado. Aunque en la platea
femenina sí, por supuesto, pesa más el galán.
Pero, ¿y García Satur? Pocos pueden imaginar la
inmensa audiencia masculina que ha conquistado con
su Rolando. ¡Qué injusto y equivocado es pensar
que los radio y teleteatros son sólo oídos o
vistos por mujeres! ¡Qué error! Si se hiciera un
chequeo, muchos se llevarían una sorpresa
descomunal.
—¿Cómo y por qué se
impone un galán? ¿Por méritos propios o gracias a
la oportunidad que usted le da o a la eficacia de
sus novelas? ¿Influye mucho la promoción?
—Si no hay méritos
propios no hay triunfo sólido. Indudablemente, un
rostro, una presencia, impactan; pero hay ejemplos
muy claros de galanes que tuvieron su momento y
que después, librados a sus propias iniciativas,
encandilados por toda clase de ofrecimientos y
nuevas posibilidades, sin los méritos y elementos
técnicos de un verdadero actor, desaparecieron
penosamente... La eficacia de la novela no es
primordial, pero debe ir estrechamente unida a
esos valores actorales. Un mal actor con un buen
libro o un mal libro con un buen actor sólo
podrían alcanzar un éxito a medias. En cuanto a la
promoción, es importante, si se basa en valores
auténticos, pero no es fundamental.
—Ahora ha encarado de
lleno el teatro. ¿Por qué?
—Mis experiencias
teatrales anteriores se basaron en
escenificaciones de éxitos de radiofonía. Era
costumbre pasear esas adaptaciones por los barrios
de la ciudad, que daban la oportunidad a un
inmenso público de ver en carne y hueso a los
personajes que durante un tiempo habían seguido
por radio. Ni tan pobre ni tan diablo fue
realmente mi primera comedia concebida
directamente para la escena. En mí estuvo siempre
latente el deseo de escribir para teatro. Pero fui
hasta hoy un autor acaparado por la radio y la TV.
Escribir hoy tres horas semanales de televisión y
durante años hasta siete horas semanales, impiden
cualquier otra actividad. Arnaldo André influyó
mucho para que me resolviera a dar este primer
paso. Casi podría decir que me lo exigió. Y se lo
agradezco profundamente. El resultado fue
positivo, con una respuesta popular asombrosa.
Llegué realmente a conmoverme por ese sí rotundo
con que el público recibió esa comedia en cada
teatro. El hombre que yo inventé, que se
representa a su vez en el Teatro Alberdi de Mar
del Plata, fue más pensada. La considero mejor. A
veces hay factores técnicos que contribuyen para
hacer las cosas mejor. En este caso me ha
favorecido el hecho de poder instalarnos, con un
elenco encabezado por Irma Roy y Arnaldo André, y
dirigido por Marcelo Lavalle, en un escenario
único. Me ha dado cierta libertad en la
construcción de la comedia, muy distinta a aquella
pensada para deambular por escenarios de cines y
teatros, y hasta me permite presentarla con un
despliegue escenográfico mayor, tarea que está a
cargo del siempre eficaz Antón. Toda la primera
parte está filmada en colores. La trama es
agradable. Admito que es una de las llamadas
comedias de entretenimiento. Pero yo la definiría
mejor como un canto de amor.
—¿Algunos detalles
sobre su labor escrita, su ritmo de trabajo,
posibles problemas?
—Mi ritmo de trabajo
es alucinante. La televisión destruye. Consume.
Agota. Jamás se puede pensar en ayer, ni siquiera
en hoy. Es siempre mañana. Es siempre el próximo
capítulo. Además, surgen toda clase de problemas,
desde económicos hasta artísticos. Cuántas veces
debemos limitarnos por razones de tiempo, por un
presupuesto reducido, por carencias
escenográficas, por accidentes o necesidades de un
actor o actriz... Pero ahora, el problema más
grave es una campaña destructiva que se ha
desatado en distintos frentes: artísticos,
culturales, periodísticos, oficiales... Está de
moda hablar mal de la televisión. Y en general
hablan así quienes no conocen ese medio, quienes
no se han interiorizado de sus problemas ni de sus
posibilidades. Y puedo asegurar que la nuestra es
una de las mejores del mundo, si no la mejor. Así
lo han manifestado muchos especialistas venidos de
otros países, que se asombran de nuestra forma de
trabajo, de la capacidad de nuestros técnicos y
artistas. De nuestros prolíficos y talentosos
autores. Por mi parte, agregaré, con respecto a mi
forma de trabajo, que en general escribo de noche,
a partir de las dos de la mañana. Un libro puede
demandarme desde ocho hasta veinte horas de
trabajo. No concibo escribirlo por partes.
Necesito crear de corrido, sin descansos.
—Hablemos de su vida
familiar, de sus hobbies, de sus otras
inquietudes.
—Mi vida familiar es
lindísima, tranquila, apacible, feliz. Los aportes
de locura hogareños corren sólo por mi cuenta. Mis
padres son dos seres maravillosos que constituyen
mi mayor alegría y orgullo. Mis hobbies podrían
ser mi casa de campo en Escobar, con mis perros
ovejeros alemanes. Mi entretenimiento favorito es
oír todo tipo de música o leer.
—¿No piensa en el
matrimonio?
—No. No pienso en el
matrimonio. Debe ser porque estoy convencido de
que siempre amé mucho más de lo que me amaron.
EL COMPROMISO SOCIAL
—¿Qué opina sobre los
cambios que se insinúan en televisión?
—No puedo opinar sobre
algo que todavía no se conoce, que no se ha
definido... Precisamente, todo está insinuado. Se
habla, se discute y se afirma sin bases muy
concretas. Nosotros tenemos una de las
legislaciones más completas y fuertes en materia
de radiodifusión. Con sólo cumplirla
comprenderíamos que no hay nada por reglamentar.
Actualizar, tal vez sí. El Estado debe exigir que
se cumpla la Ley de Radiodifusión y tener, como lo
tuvo siempre, su canal; pero sin interferir ni
restringir la actividad privada.
Alberto Migré, siempre
adicto al peronismo, tiene confianza en el momento
actual, en que se hará justicia también en el
terreno en que él se desenvuelve. Para ello, cree
que todavía habrá cambios en las cabezas
dirigentes
Reclama la
representatividad de todos los sectores que hacen
al quehacer televisivo en las comisiones que se
formen para estudiar la futura reglamentación. "A
Perón no lo podrán engañar", dice. Está seguro de
que Perón conoce muy bien el problema. En cuanto a
la política en general, la ha seguido siempre con
interés, especialmente en el orden social, pero no
ha tenido participación activa en ella, porque su
labor nunca aceptaría un cargo oficial. Cree, no
obstante, que un escritor, en cualquier género,
puede manifestarse a través de sus obras. Opina,
por ejemplo, que él ha planteado problemas
sociales en sus novelas. Y otros.
—Por ejemplo, en un
momento dado, cuando el radioteatro había
implantado un rebuscado estilo y argumentos que se
desarrollaban en ciudades extranjeras —Nueva York,
por ejemplo—, y en ambientes elegantes y ricos, yo
irrumpí con temas directos, nuestros, con
conflictos de gente pobre, en nuestros barrios,
con nuestro lenguaje, con sabor a tango. Esto, en
cierto modo, ¿no era contribuir a eliminar de
nuestros micrófonos expresiones que de algún modo
podrían tildarse de colonialistas? Eso también es
hacer política patriótica y social.
—En la elevación
cultural que se pretende, ¿cómo ubicaría al
teleteatro? ¿Podría contribuir a esos fines?
—Por supuesto que el
teleteatro puede contribuir a la elevación
cultural. Su ubicación está entre los primeros
puestos. Como un concierto o un ballet o un
recital. Debe abarcar todas las temáticas, sin
olvidar el entretenimiento. ¿O hacer sonreír a un
pueblo, emocionarlo con sus propios elementos,
como decíamos, no tiene valor? Enseñarle el amor,
la ternura, la comprensión, el respeto a través de
personajes que pueden ser ellos mismos, ¿no es
asomarlos a un espejo y orientarlos? ¿Por qué sólo
lo clásico o lo histórico?
—¿Cómo ve la juventud
actual?
—Es mucho más valiente
y menos hipócrita que la mía. Y menos conformista.
Pero también mucho más irrespetuosa. Es lo único
que le critico. Sí, le exigiría más respeto por
sus mayores y por sus maestros.
—¿Alguna vez se
desempeñó en algún otro oficio o trabajo?
—No.
—¿Qué cosas
fundamentales deben unir a una pareja?
—Una sola cosa: el
amor. ¡Y si hay amor hay todo! Porque amor es eso:
todo.
—¿Admite que se haya
llegado a utilizar en teleteatros el elemento
sexual y pornográfico?
—Yo jamás usé esos
elementos.
—¿Qué tipo de
teleteatro debería difundir un canal estatal?
—Todo tipo. Bien
escrito y bien interpretado. ¿Qué detalle, no?
Parece simple.
—¿El autor de
televisión tiene que tener cualidades especiales?
¿Por qué no colaboran escritores importantes en
otros géneros? ¿Por qué han fracasado algunos que
lo intentaron? ¿O acaso rechazan el teleteatro
como un género inferior?
—Es como si me
preguntaran por qué un gran actor teatral fracasa
en cine... El escritor que dice que no hace
televisión porque el teleteatro es un género
menor, está contando un cuento chino. ¡Qué verdes
están las uvas!, decía la zorra, cuando no podía
alcanzarlas. Pero estaban allí, dulcísimas,
maduritas ... La condición especial de un autor es
saber escribir para televisión. Dominar el ritmo,
la palabra, la imagen, el suspenso. Si el programa
es seriado, más son las exigencias y las
dificultades, porque hay que mantenerlo. Hay
muchos que saben, pero no pueden soportar el
"training" que exigen cuarenta capítulos anuales,
a razón de uno semanal. Ni qué decir de las tiras,
¡cinco semanales!
—¿Actividad futura?
—Firmé contrato
exclusivo con Canal 13. Voy a realizar dos
programas semanales de noventa minutos cada uno.
Rolando Rivas se vendió para toda América latina,
lo mismo que Pobre diabla. Y Perú producirá a
color para todo el mundo Mujeres en presidio.
También se filmará Rolando Rivas, cuyo guión
tendré que escribir, iniciándome en el cine, a lo
que seguirá otra película para el sello García
Naxon Producciones. No descarto la posibilidad de
estrenar otra comedia en teatro.
—¿La nueva realidad
del país influirá sobre sus obra?
—¡Naturalmente! Un
escritor que no refleja la realidad de su país,
cualquiera sea el medio de expresión que aborde,
equivoca el camino.
—¿Qué significado
tuvieron sus palabras finales en el epílogo de
Rolando Rivas taxista, que provocaron toda clase
de interpretaciones?
—Quise decir
exactamente que la nuestra es una buena
televisión. Lo comprobé personalmente a través de
viajes al exterior, viendo mucha televisión. Lo
repito: lo dice cuanto productor o ejecutivo
extranjero nos visita. Hay cuatro insolentes que
la destruyen a diario, víctimas de sus
frustraciones o de sus deseos de hacerse notar, o
por un gusto personal que pretende ser
"exquisito", o un pretendido "humor" que no es
tal... Con esto no quiero decir que debemos estar
conformes con lo obtenido. Hay mucho por estudiar,
aprender, mejorar, hasta obtener un nivel parejo y
excelente. Por eso entiendo que la gente de
televisión debiera ser llamada urgentemente para
participar de todo plan que tienda a modificar el
panorama actual. Y quiero dejar constancia que no
aprovecho esta oportunidad para devolver muchas de
las duras pedradas que me tocó recibir.
Simplemente quiero hacer reflexionar a cierta
gente que parece haber olvidado !a palabra
"respeto". No se puede criticar ofendiendo,
lastimando, agrediendo. La crítica, así, pierde
toda lógica y sentido. Afortunadamente, repito,
son cuatro tipos que ojalá descubran pronto que
son sólo ellos los primeros equivocados.
Revista Siete Días
Ilustrados
28.01.1974
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