Nací un 10 de agosto
en Buenos Aires, en un barrio oligarca: Uruguay y
Córdoba. Claro que en aquellos tiempos no era tan
aristocrático; las casas eran bajas, y uno salía a
caballo por la ciudad saludando a las novias que
estaban en los balcones. Era una linda época, muy
romántica.
Soy nieto de andaluz,
por parte de mi padre, y de catalán, por línea
materna: el ensueño y el trabajo. Éramos en total
diez hermanos, cinco mujeres y cinco varones, de
los que sólo quedamos yo y dos de mis hermanas.
Las mujeres parecen ser más resistentes al dolor y
viven más que nosotros.
De Uruguay y Córdoba
fuimos a vivir a la calle Santa Fe, entre
Montevideo y Rodríguez Peña, a una cuadra del
colegio que ahora se llama "Onésimo Leguizamón",
donde pasé cinco años del curso primario. Aun
ahora siento emoción cada vez qué paso por Paraná
y Santa Fe, porque está igual que entonces. Tuve
maestros que todavía recuerdo, entre ellos una
señorita muy jovencita y tímida, muy rubia. Cuando
hacíamos bochinche la chica lloraba, y un día me
dio mucha tristeza y me puse de acuerdo con tres o
cuatro muchachos para defender a la maestra. Desde
ese día no hicimos más bochinche.
Antes de cumplir los
11 años entré en el Colegio Nacional Central, el
actual Colegio Nacional. Lo que más me ha quedado
grabado es el famoso patio de arena, un gran
recinto descubierto donde hacíamos ejercicios,
corríamos, saltábamos. Entre mis compañeros tenía
a Rodolfo Moreno, que llegó a ser gobernador de la
provincia de Buenos Aires, y recuerdo que siempre
discutíamos porque a los dos nos gustaba el latín
y queríamos cada uno ser el primero en la materia.
También estaba Francisco Ramos Mejía, que después
fue miembro de la Suprema Corte, y un nieto de
Narciso Laprida.
Entre los maestros
había un hombre eminente, el ingeniero don
Valentín Balbín, profesor de matemáticas y siempre
muy serio, muy grave. Lo recuerdo especialmente
porque un día se produjo un verdadero escándalo
relacionado con mi hermano mayor, llamado Aurelio,
igual que mi padre. El profesor Balbín, amigo de
la familia, lo llamó a dar lección y mi hermano no
sabía nada (a los Palacios las matemáticas no nos
gustaban). Don Valentín le dijo entonces: "Eres
hijo de un hombre de talento, y sin embarco tú
eres un burro". Mi hermano se enfureció, y tomando
la tiza y el borrador se los tiró por la cabeza.
El iconoclasta había volteado al ídolo. Poco
después mi hermano fue expulsado.
A los 16 años salí del
Colegio Nacional y entré en la Universidad a
estudiar Derecho. Ya tenía novia desde los 14
años, y a pesar de que entonces las cosas eran muy
diferentes a las de ahora todas las novias han
sido siempre divinas y yo me iba todas las tardes
a pararme en la esquina de su casa, aunque
lloviera y tronara. Me conformaba con que moviera
la cortina para hacerme saber que me había visto
apostado en la esquina. Sin embargo, nunca me
casé. Me asomé muchas veces al abismo, pero tuve
vértigo.
En la Facultad de
Derecho me recibí a los 21 años, sin ser todavía
mayor de edad. Había tenido, por supuesto, muchos
compañeros que después fueron hombres importantes.
Seguía conmigo Rodolfo Moreno, futuro autor del
Código Penal, y también estaba Jesús H. Paz, que
llegó a ser un gran profesor de Derecho Civil.
Pero el que fue mi verdadero cama rada fue un
muchacho llamado Mariano Baigorri, a cuyo hijo he
visto ahora figurar en el Partido Conservador. No
había en aquellos tiempos ninguna mujer en la
Universidad; todo lo contrario de ahora, en que
parece haber más mujeres que hombres. En la calle,
claro, se decían piropos a las chicas, pero nunca
groserías. Había mucho respeto. Ahora existe en
lugar de eso una camaradería que teóricamente
puede ser conveniente, pero que no sé si va a dar
buenos resultados.
"EN AQUELLOS TIEMPOS
LEER LOS EVANGELIOS ERA MUY COMUN."
Me recibí con
peripecias. La Facultad me rechazó la tesis porque
era de esencia socialista y yo había escrito sobre
la miseria y sobre la situación de la clase
trabajadora. Se me dio un plazo de 24 horas para
presentar otro, trabajo; lo escribí, y así pude
recibirme. Sólo después ingresé en el Partido
Socialista.
Siempre tuve una
tendencia natural hacia los pobres, y eso lo
aprendí leyendo los Evangelios. Mi madre, Ana
Ramón (el apellido de Ramón y Cajal, pues soy
pariente de él), era muy religiosa y me enseñó esa
práctica. Ahora nadie lo hace, pero en aquellos
tiempos leer los Evangelios era muy común. Allí
aprendí que Jesús velaba siempre por los pobres y
humildes, y que Él mismo andaba descalzo. Yo
sentía una atracción enorme por la figura de
Jesús, e incluso iba a la iglesia, más
precisamente a la del Colegio del Salvador, donde
estudié también Un año. Pero cuando vi las
miserias de los obreros y las injusticias me
incorporé al partido.
Decir entonces
socialista era tanto como decir comunista ahora.
El socialista era un hombre al que se lo dejaba
siempre un poco al margen de la sociedad, y la
opinión general lo consideraba siempre ateo. Mi
madre, sin embargo, estaba muy satisfecha, porque
era auténticamente cristiana, cosa que no lo son
muchos católicos. Ella ha sido la verdadera
inspiradora de toda mi trayectoria en el campo de
las ideas.
Una vez, siendo niño,
encontré en la acera un billete. Era una cantidad
considerable de dinero, al menos para mí, y entré
corriendo a comunicárselo a mi madre: "¡Mira,
mamá, lo que encontré en la vereda!". Mi madre no
me dijo nada, pero me tomó de la mano y me llevó a
la puerta. Allí me retuvo inmóvil durante media
hora, o tal vez más, sin que yo pudiera imaginarme
qué era lo que sucedía. Al fin pasó un hombre que
evidentemente buscaba algo con gran ansiedad.
"¿Qué busca, hermano?", le preguntó ella. Y
resultó ser el dueño del dinero, que se lo llevó
con grandes muestras de agradecimiento. Fue una
lección que nunca pude olvidar. A través de mi
madre yo pasé por Cristo para llegar al
socialismo.
"NOMBRAR A TODOS MIS
OPONENTES SERIA OSTENTACION,"
Otro de los prejuicios
en contra del partido lo acusaba, no sin cierta
razón, de exagerado. Se expulsaba por ejemplo al
que se casaba por la Iglesia (ahora ya no) y
también se condenaba estrictamente el duelo, Yo
fui expulsado precisamente por esta razón y estuve
15 años separado del partido, hasta que en 1930 el
mismo comité ejecutivo me pidió que volviera. La
disposición en contra del duelo fue borrada, tal
vez un poco a causa de mí.
Yo considero al duelo
como un resabio de la Caballería de la Edad Media.
Cierto es que Cristo nos enseñó también a "poner
la otra mejilla", pero hoy eso es imposible.
Mi primer duelo fue en
el año 1913, y si dijera que me batí por una mujer
estaría diciendo la verdad. En total me batí cinco
veces y siempre terminé lastimando a mi contrario,
salvo una vez, en que el duelo fue a pistola y los
dos salimos ilesos. Esa vez me estaba enfrentando
con Fermín Rodríguez, gran amigo, que había
actuado como mediador en un desafío entre el
doctor Estanislao Zeballos y yo. El dictamen de
mis dos padrinos había sido: "No hay lugar a
duelo", y yo, indignado, los había desautorizado
públicamente. Entonces Fermín Rodríguez y
Beascoechea, mi otro padrino, me habían retado a
su vez. La policía detuvo a Beascoechea rumbo al
campo del honor, pero Rodríguez consiguió llegar a
la cita y nos vimos frente a frente. El duelo era
a pistola, pero ambos apuntamos al cielo. Yo, por
lo menos, no podía matar a un amigo, y creo que a
Fermín Rodríguez le pasó lo mismo.
Como se ve, no siempre
me he batido por una mujer e incluso lo he hecho
por discusiones en la Cámara. Nombrar a todos mis
oponentes parecería ostentación. El último duelo
que sostuve tuvo lugar hace unos 10 años. La
esgrima es un deporte completo, que desarrolla la
vista a tal extremo que yo leo sin anteojos.
"TIENE RAZON EL
DIPUTADO PALACIOS."
Una vez recibido de
abogado me dediqué a ejercer mi profesión, porque
en verdad era muy pobre, y abrí un estudio en
Viamonte, entre Montevideo y Paraná. De allí pasé
después a la calle Córdoba. Mi estudio se llenaba
de obreros, que casi siempre yo atendía
gratuitamente. A veces se trataba de cuestiones
sencillas, pero otras eran asuntos realmente
complicados, y en relación con esto tengo un
recuerdo muy cariñoso de uno de mis profesores, el
doctor Osvaldo Magnasco.
Vivía en Santa Fe y
Talcahuano, y yo iba muchas veces a decirle:
"Maestro, tengo un asunto que yo no puedo
resolver". El doctor Magnasco era un hombre
sumamente hermoso, de cabellos negrísimos y ojos
encendidos como carbones, y me contestaba con su
voz profunda: "Siéntese, le voy a dictar". Y así,
yo llevaba el escrito de un gran maestro, siendo
un abogadito. Mis grandes asuntos vinieron mucho
después. Tengo el recuerdo honroso de haber
defendido a la Suprema Corte ante el Senado en
tiempos de Perón. El presidente del Senado ordenó
que me sacaran por la fuerza del recinto, y salí
junto con Mariano Drago, el hijo de Luis María
Drago.
Mi vida política
comenzó realmente a los 24 años, cuando fui
elegido diputado por la Boca, aunque no tenía
todavía la edad para mi cargo. En esa época se
elegía diputados por circunscripciones de la
Capital. Fue entonces cuando inicié todas las
leyes obreras, después de luchas muy grandes con
la oligarquía. Mis colegas en la Cámara eran
Emilio Mitre (un gran hombre); el general Manuel
J. Campos, que encabezó la revolución del 90;
Alberto Capdevila, jefe de policía durante la
presidencia de Juárez Celman; Belisario Roldán, un
gran orador y un gran poeta. También fui colega de
Carlos Pellegrini, y una vez le impugné su diploma
porque había comprado votos. Pellegrini reaccionó
con moderación magnífica. "Tiene razón el diputado
Palacios" dijo. "Pero el voto comprado es libre, y
es un adelanto con relación al fraude." Por
entonces se reunían los líderes para tratar la
implantación del voto secreto, que recién apareció
con Roque Sáenz Peña.
"EL TANGO ERA SOLO
BAILADO POR LOS COMPADRITOS."
En aquellos tiempos no
había cine, pero yo solía ir mucho a los teatros y
conocí a grandes artistas: Casaux, los Podestá
(Jerónimo y Pablo, que era un trágico magnífico),
Muiño, Alippi y Parravicini, todos muy amigos
míos. El tango era sólo bailado por los
compadritos en las esquinas o en los cafetines; en
los salones se bailaban los valses espléndidos de
Strauss y el que fue más famoso en la época: Sobre
las olas. Con referencia a éste me sucedió algo
muy gracioso en Méjico. La Universidad de este
país me invitó a dar un curso en tiempos en que
era ministro un hombre ilustre, don José
Vasconcellos. Cierta vez Vasconcellos me dijo:
"Vamos a ver las chinampas", que eran unas
magníficas islitas flotantes donde se hacían
fiestas. Fuimos en una lancha, y en cuanto
llegamos empecé a oír Olas, que al llegar. . .
"Pero, amigo, ¿aquí también?", le pregunté a
Vasconcellos, que me contestó entonces: "¿Usted
ignora que Sobre las olas es de un mejicano?"
Era también la época
en que no había muchacha que no recitara el famoso
"Nocturno" de Manuel Acuña, aquel que dice: "Pues
bien, yo necesito decirte que te quiero. .." Acuña
se había enamorado de la novia del poeta Flores y
acabó pegándose un tiro. Son versos magníficos por
su sentimiento. "Comprendo que tus labios jamás
han de ser míos, comprendo que tus ojos no habré
de ver jamás.. ."
También en tiempos en
que yo fui elegido por la Boca, los escritores del
momento eran José Ingenieros (fue como un hermano
mío), Martínez Cuitiño, Alberto Gerchunoff, el
dramaturgo Iglesias, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez.
Yo por mi parte tenía ya la misma estampa de
ahora. El cabello largo me gustaba, un poco porque
había muchos escritores que lo usaban así y me
parecía muy romántico. Y mi sombrero, que yo
mandaba hacer especialmente, me costó algún
disgusto. La primera vez que me lo puse pasé por
Florida, y un joven que estaba en una esquina se
burló de mí. Lo agarré a trompadas, nos separaron
y yo seguí mi camino. Al otro día volví a pasar y
no me molestó.
Tal vez la figura que
yo más admiraba por entonces era Leandro Alem, a
quien en mis tiempos de estudiante solía ver venir
por la calle San
Martín hacia Corrientes. Me imponía su figura
magnífica, su barba blanca, su galera de pelo
echada hacia atrás, y lo veneraba por su
honestidad.
"FUI DERECHITO A UNA
CELDA."
He vivido mucho y he
actuado mucho. En 1911 tuve mi primera cátedra en
Buenos Aires, y dicté Filosofía del Derecho. En
1916 fundé una nueva: Derecho del Trabajo, y seis
años después inauguré en La Plata, en la Facultad
de Ciencias Económicas, los cursos de Política
Económica. Después llegué a ser decano de la
Facultad de Derecho, y cuando subió el general
Uriburu, el 6 de septiembre de 1930, dicté una
resolución en contra suya diciendo que no
obedecería a una dictadura. Como consecuencia fui
derechito a una celda, cosa que volvió a pasarme
varias veces en tiempos de Perón.
Poco después de
reintegrarme al partido fui elegido senador y
retuve ese cargo durante tres períodos, a partir
de 1932. Hace dos años volví a serlo, después de
una elección que seguramente todos recordarán y en
la que triunfé ampliamente, y en la actualidad he
vuelto con verdadera alegría a la Cámara joven,
donde hice mis primeras armas y tuve mis primeros
triunfos, porque me permite hacerme la ilusión de
que los años no me abruman.
También alrededor de
1932, poco antes de su muerte, me hice muy amigo
de una figura muy popular que vino espontáneamente
a conocerme: Carlitos Gardel. Yo lo hacía venir
frecuentemente a mi casa y lo hacía cantar sin
música, porque su voz era admirable. Era un hombre
sumamente simpático. Pocos años después me
centralicé en La Plata, porque en 1939 fui elegido
presidente de la Universidad. Estoy especialmente
satisfecho de haber fundado al año siguiente la
cátedra de Cultura Humanista, para la cual llamé a
Pedro Henríquez Ureña, a Francisco Romero y a dos
filósofos de Tucumán. Las materias no perduraron,
porque en 1941 el señor Perón, que aún no era
presidente pero era el que mandaba, las hizo
eliminar.
"SOY UN HINCHA DE
MELPOMENE."
Me alegra mucho que me
hayan invitado a hablar sobre todos estos asuntos
en la revista "Atlántida", porque tengo una vieja
relación con ella, donde he colaborado en otros
tiempos a pedido de su director. Se me pidió una
vez un comentario sobre Arturo Capdevila,
personalidad múltiple, y yo me referí solamente a
un aspecto poco conocido de su vida: hablé de
Capdevila, estudioso de la teosofía, como se ve en
el poema titulado "Melpómene", tal vez una de sus
mejores obras. Y a ese respecto querría referir
una anécdota.
Un día, encontrándose
en mi casa el gran poeta, me invitaron a visitar
la cárcel de Villa Devoto. Acepté, y en compañía
de Capdevila, guiados ambos por el director de la
cárcel, recorrimos los diversos pabellones. Yo era
entonces legislador como ahora, y los procesados
expresaron su simpatía al verme llegar, pensando
sin duda que yo iba a proponer mejoras en el
régimen penitenciario. Con gran sorpresa mía,
cuando ya terminábamos nuestra visita y nos
hallábamos en el pabellón de procesados de cierta
cultura, resonó de repente un grito: "¡Viva
Capdevila!" Quedamos absortos. El director llamó
al que había gritado y le dijo: "¿De manera que
usted conoce al poeta?" Y el procesado contestó:
"Sí, señor; soy un hincha de Melpómene", lo que
provocó el regocijo de todos nosotros. El gran
poeta, que es además un hombre de ciencia, tiene
conmigo una amistad fraternal.
Muchos amigos han
pasado por aquí a lo largo de una gran parte de mi
vida. Vivo en esta casa de la calle Charcas desde
hace sesenta años. Cuando vine se levantaba en
medio de un baldío, y aunque estoy a varias
cuadras de la plaza Italia podía ver desde aquí la
entrada del Jardín Zoológico. Cierta vez, como el
propietario anterior había amenazado con
desalojarme y yo lo había desafiado a entablarme
juicio, la casa salió a remate y la compró el ex
presidente del Banco Hipotecario Alfonso
Romanelli. Sigue siendo de él, porque cada vez que
me la ha querido regalar no la he aceptado. Pero
lo que no he conseguido es que me cobre alquiler.
"SON COSAS DE
PALACIOS.
Mi primer cargo
diplomático fue el de embajador argentino en la
República del Uruguay después de la caída de
Perón, distinción que acepté con placer porque mis
padres eran uruguayos y ambos pueblos estaban en
esos momentos un poco disgustados. Allá me quieren
más que en mi país, y efectivamente hice algunas
cosas agradables, simpáticas. Por ejemplo, el día
de Reyes resolví hacer una gran fiesta para los
niños en la misma Embajada, y pedí juguetes a las
casas de Buenos Aires. Había reunidos de tres mil
a cuatro mil juguetes, e invité a varias familias
uruguayas para que se ocuparan de la distribución,
porque pensaba abrir las puertas de la casa. Tomé
el teléfono y me comuniqué con el doctor Zuviría,
presidente de la República. "Si tiene tiempo,
venga", le dije, "porque va a ser un hermoso
espectáculo". "¡Pero qué barbaridad ha hecho!", me
contestó. "¡Le van a invadir la Embajada!" "No se
preocupe, hay mucha gente de vigilancia."
Llegó la hora y había
una Cola de más de dos cuadras. Cuando se abrieron
las puertas entró la multitud, y parecía la
invasión de los indios. Voltearon a los guardias,
y en media hora todo quedó como si hubiera pasado
la langosta.
Yo fui un embajador
que odiaba el protocolo. Jamás fui a una reunión
sino de saco y con mi poncho, como siempre. Al
principio chocaba, pero después se acostumbraron y
decían: "Son cosas de Palacios".
Cuando mataron al
presidente Somoza el gobierno argentino me mandó
decir que pusiera la bandera a media asta, pero yo
me negué. "La bandera argentina no se pone a media
asta por la muerte de ningún bandolero", contesté.
La única bandera que ese día estuvo al tope fue la
nuestra. En realidad en el Uruguay son muy
valientes; la Cámara se reunió especialmente y se
puso de pie en homenaje al que mató a Somoza. En
el himno uruguayo dice: "Si enemigos, la lanza de
Aquiles; si tiranos, de Bruto el puñal". Fui
embajador cerca de dos años, y es interesante
pensar que pocos años antes había sido sólo un
exiliado en el mismo país, pues cuando no aguanté
más la dictadura me escapé por avión al Uruguay.
Durante toda la época de Perón había tenido mi
estudio y había seguido dando clases, pero cada
vez que empezaba entraba la policía.
He hecho muchas cosas
buenas y tal vez muchas cosas malas, pero si he
hecho estas últimas ha sido siempre con un
propósito patriótico. Actualmente sigo con mis
cátedras de Política Económica y Derecho del
Trabajo, y tengo setenta libros publicados. Ha
sido una trayectoria larga, pero creo que de algún
modo, y no sólo en mi apariencia, sigo siendo el
mismo de siempre.
Querría hacer notar
que todo esto que he manifestado ha sido en
respuesta a amables preguntas que se me han hecho.
Yo tenía mis reparos porque entiendo que las
"memorias" las escribe un hombre cuando ha perdido
precisamente la memoria y ha perdido los
escrúpulos tanto como para elogiarse a sí mismo.
Nadie cuenta anécdotas en donde no quede bien
parado. Por eso, y como disfruto del diálogo, me
habría gustado más que éste hubiera quedado
consignado. No soy hombre de monólogos.
Revista Atlántida
12/1963
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