ARAUCANOS SIN TIERRA
El inspector Carlos Quintana, de la Sección Documentación de la Policía Federal, tiene una vocación poco común: asistir a una tribu de indios araucanos en la provincia de Neuquén

El inspector Carlos Quintana, de la Sección Documentación de la Policía Federal, tiene una vocación poco común: asistir a una tribu de indios araucanos en la provincia de Neuquén. Viaja periódicamente a Junín de los Andes con ropas y medicamentos para la escuelita de la tribu Painefilú, donde un padre salesiano —sin recursos casi— realiza una obra silenciosa pero efectiva. El padre Oscar Barreto enseña en su escuela a 70 niños, 20 de los cuales son pupilos; mantiene también un comedor escolar y un centro asistencial y cultiva una huerta para mejorar la alimentación de los indiecitos. "Contamos —dice— con la ayuda de algunos hacendados de la zona y también de gente que, como el inspector Quintana, viene desde muy lejos para traer elementos o simplemente para aportar su trabajo. Gracias a ellos funciona la escuelita."
A título harto precario. Según cálculos hechos por el Primer Congreso del Área Araucana, en la provincia de Neuquén viven alrededor de 6.000 araucanos, del total de 20.000 dispersos por todo el territorio argentino. Los indios ocupan tierras otorgadas a título precario por el gobierno. Aníbal Namuncurá, nieto del célebre Calfucurá, "rey de la pampa" que dominó el desierto desde 1835 hasta 1872 y negoció tratados de paz en igualdad de condiciones con Rosas, Urquiza y el gobierno de la Confederación Argentina, expresa: "La verdad es que si bien somos propietarios, yo de tres mil hectáreas y mis paisanos de nueve mil, desde el momento en que mi hermano Alfredo extravió el documento original no podemos obtener un segundo testimonio. El último trámite infructuoso lo realicé ante la Dirección General de Protección al Aborigen, en 1955".
Sí se exceptúa a las 50 familias de la tribu Namuncurá, los demás araucanos de la Patagonia viven en sus reducciones una existencia más que precaria. Los desalojos periódicos a que están habituados constituyen el principal problema de esos indios argentinos que, por falta de medios y de trabajo, caen en la abulia. La consecuencia directa es la miseria y el alcoholismo. Hace poco se produjo el desalojo de los indígenas instalados junto a la ribera inferior del lago Lolog. La Dirección Nacional de Parques Forestales los expulsó porque los consideraba "peligrosos para la flora y la fauna del lugar." Este argumento fue rebatido por el araucanista Willy Hassler, quien dijo que la acusación era una "insensatez", y que "los mapuches (nombre con que son conocidos los araucanos de la región) habitan la comarca desde hace siglos y no fueron nunca perjudiciales para la flora ni para la fauna locales. Por el contrario, podrían ser los mejores defensores de los bosques".
Hambre propia y ovejas ajenas. La consecuencia directa de estos desalojos es el robo, practicado para escapar a la apremiante miseria en que viven los indios. "La alimentación de los araucanos —observa Bertil Grahn, estanciero sueco radicado en Junín de los Andes desde 1921— es la carne de oveja. Cuando no les alcanza la que tienen se apropian de la ajena."
El único vegetal que utilizan como complemento de la carne es el piñón de la araucaria, que comen asado y del cual extraen la chicha. En las tribus se advierten índices elevados de distrofia, tuberculosis y raquitismo. Entre los niños que llegaron el año pasado a la escuelita del padre Barreto, la proporción de mal nutridos era alarmante. Nunca habían probado leche ni vegetales. Su comida habitual consistía en una magra ración de tripas y deshechos de carne de potro. Otro de los problemas que afligen a los indígenas es el elevado porcentaje de enfermos de bocio, derivado de la falta de yodo en el agua potable. Esto se solucionaría si se estableciera la obligatoriedad de la venta de sal enriquecida con yodo, tal como se ha hecho en las provincias de Mendoza y La Rioja.
Los eternos postergados. Pero los araucanos permanecieron olvidados en los planes de gobierno. Desde 1921, año en que el presidente Hipólito Yrigoyen incluyó un capítulo dedicado a los indios en su famoso proyecto de Código de Trabajo, sus reclamaciones fueron desoídas. La intensa sequía de los dos últimos años y la fuerte nevada del invierno pasado dejaron a las poblaciones indígenas desamparadas y sin posibilidades de subsistencia; ello obligó al entonces gobernador de Neuquén, Felipe Sapag, a adoptar medidas de urgencia y repartir entre las tribus ropas, víveres y medicamentos, anticipándose a la ayuda sanitaria ofrecida por el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Nación, que aún no se ha concretado. La presidencia de la Nación les prometió también donar cien toneladas de trigo para subvenir a sus necesidades".
La desgracia ha sido más eficaz que sus continuos pedidos de ayuda. El gobernador Sapag anunció que para el próximo período escolar (que, debido a la inclemencia del clima frío de esas regiones, comienza el 19 de setiembre), serán habilitadas dos escuelas —una de ellas con 480 metros cubiertos—, en las que, además de impartirse la enseñanza elemental, se adiestrará a los alumnos en actividades de granja, teieduría y mecánica. Estas medidas pueden ser el comienzo del fin del ostracismo trágico de los millares de aborígenes que en casi un siglo de civilización no han podido integrarse armónicamente en el desarrollo del país.

Revista Panorama
06/1964

 

Ir Arriba