EL automóvil se detiene en un sitio indicado del
camino costero del Tigre. Descendemos. Es una
mañana fría, gris. Avanzamos caminando. Divisamos
el astillero. Alzo un brazo y llamo. Contestan la
señal. Al otro lado del río, detrás de una
embarcación, surge una lancha manejada por un
hombre joven. La lancha avanza hacia esta orilla.
Nos acercamos al puente. Descendemos las
escalinatas. Estamos cruzando el río. Pasa una
embarcación, luego otra. Avanzamos por detrás de
una embarcación grande anclada. Desde aquí
divisamos una enorme barcaza que está en
construcción allá arriba, sobre terrenos de la
otra orilla, dentro mismo del astillero. El río
serpentea suavemente hacia las islas. Hay bajante.
Hemos llegado. Abandonamos la lancha. Subimos.
—Marcelo Brouard — me dice un hombre que viste
pullover gris, pantalones azules como de traje de
mecánico, y boina. Nos estrechamos las manos. Nos
presentamos. Brouard hace un amplio ademán con el
brazo. —He aquí los astilleros "Tigre" —dice—.
Están en su casa. La vista abarca una gran
barcaza, obreros trabajando en ella afanosamente.
Lanchas. Una ruidosidad fabril. Vuelvo la cabeza
para mirar el lucrar por donde llegamos. Varios
barcos areneros sobre el río, lanchas, yates. El
río recibe el color plomizo de la mañana.
Avanzamos por el corredor de una gran casona de
madera. Entramos en una habitación, donde nos
recibe el director del astillero, ingeniero
Alberto P. Brouard. Conversamos sobre distintos
problemas que afectan al país. Salimos. Caminamos
por los terrenos del astillero. Pasamos por una
especie de galpón. Veo varias lanchas de cerca.
—Se han construido siete lanchas y tres cruceros
para la Policía Federal. Ahora tropezamos con
una lancha de líneas aerodinámicas, modernas:
"Ráfaga". —Con esta lancha —me informan— el
ingeniero A. P. Brouard ha ganado varios
campeonatos. Tiene el primer puesto de velocidad
en todo Sudamérica, con 133 kilómetros por hora.
Ahora en los certámenes está fuera de concurso.
Ocupa el cuarto puesto en todo el mundo.
Avanzamos. Observo muchos tubos, caños y cables de
conducción eléctrica. La mole de la barcaza en
construcción ha quedado atrás. Divisamos una gran
grúa pórtico. Se acercan los ingenieros técnicos.
Nos presentan. —Ingenieros Agusti,
Frischenschlager, Cometa. Observo la grúa
pórtico. Realiza un trabajo asombroso manejada por
un solo hombre en la torre, allá arriba, a quince
metras de altura. —La grúa fué construida aquí
—dice él ingeniero Cometa. —¿Totalmente?
—Totalmente —contesta Frischenschlager—. Es
nuestro orgullo. Observo nuevamente; me acerco.
Los obreros trabajan sobre grandes planchas que
serán la base de una nueva barcaza. —La grúa
pórtico —apunta Cometa mientras nos acercamos cada
vez más— puede levantar más de quince toneladas.
Es una estructura hermosa. Levanta y desplaza gran
cantidad de materiales, simplificando trabajos y
permitiendo una acelerada producción. Aquí se
realizó todo. Desde la creación del modelo hasta
el montaje íntegro. Bajo la grúa se extiende la
impresionante base de la barcaza, y los obreros,
muy atentos a un trabajo que exige grande y
colectiva responsabilidad, van soldando,
realizando todo cuanto está indicado en los
planos. —Aquí nada queda librado a la
improvisación o a las ocurrencias de nadie. Todo
está calculado, premeditado. Reconocemos que es
muy difícil una falla. Vengan — nos dice Marcelo
Brouard. Ahora regresamos a la casona.
Penetramos en la oficina técnica. Una habitación
sencilla. Planos por aquí, planos por allá.
Escuadras, compases, libros. Los ingenieros nos
muestran. nos señalan detalles. —Éste es un
anteproyecto. Observo los complicados trazados.
Mientras el fotógrafo saca un enfoque de esta
oficina, uno de los ingenieros dice: —¿Ve usted
esto? —Sí. —Es, simplemente, un parabrisas.
Sin embargo, aquí tiene, está completamente
diseñado hasta el último detalle. Insisto: no
podemos contar con fallas. Atrasaría la
producción. Además, una falla pequeña puede traer
un desastre de grandes proporciones. Observo
otros aspectos de la oficina. —Todos estos
planos se van entregando a distintos capataces y
jefes de talleres. El proceso lo verán ustedes
mismos. Abandonamos la oficina técnica.
Avanzamos hacia los talleres. Durante el camino
pregunto: —Cuántos obreros trabajan en el
astillero? —Ciento sesenta. El astillero
trabaja en dos turnos. De 7 a 21. Hemos llegado
a los talleres. Poderosas máquinas. Obreros y
técnicos reunidos ante un plano. Se interpreta el
plano. Ahora se disponen al trabajo. Cada uno
conoce a fondo el funcionamiento de la maquinaría
y sabe, además, qué es lo que está haciendo. Sabe
que ese tornillo pequeño tiene una gran
importancia en el todo. Sabe dónde será ubicado y
qué función específica tiene. Un obrero se acerca
a un ingeniero. Le hace una pregunta. Se discute,
se plantean problemas. Hay que hacer una barcaza
de mil toneladas, de 60 metros de eslora (largo),
11 metros de manga (ancho) y 3,65 metros despuntal
(alto) en 12 días y medio. Es aquella Barcaza que
están entarimando allí, cerca de la costa, ya
preparada para ser lanzada al río. —Llevará
—dice Brouard— el nombre de un obrero. —¿Cuál
de ellos? —El que más se destaque en la
construcción verá su nombre paseando por todos los
ríos del país. —¡Magnífico aliento! —Ya han
salido varias barcazas con nombres de obreros. Es
obra de todos, y eso es bueno que se sepa.
—¿Quieren ustedes establecer algún récord de
producción en el país? —Ya es un récord
absoluto en todo el país. El ministro de Obras
Públicas, general Pistarini, felicitó en una
visita al astillero. Ordenó que la segunda barcaza
que construimos para el ministerio lleve el nombre
de "Tigre". —¿Qué características tienen las
barcazas? —Son, como usted puede ver, barcazas
para carga. Se cierra con un sistema de tapas
corredizas de cierre hermético. De esa manera no
hay peligro alguno con respecto a la mercadería,
que puede arruinarse con las lluvias. —¿Qué
otra clase de embarcaciones produce el astillero?
—Yates. Buques areneros. ¿Ve usted aquéllos?
Observo nuevamente los barcos areneros de líneas
hermosas. —Sí. —Lo hemos construido
totalmente aquí. Sólo los motores...
—Comprendo. —Venga. Los verá por dentro.
Avanzamos. Pasamos ahora de un barco a otro.
Llegamos a uno flamante que dentro de poco partirá
en una gira de prueba. Pasamos por la cubierta,
bajamos a la sala de máquinas, volvemos a subir.
'Los camarotes de la tripulación, "la cámara del
piloto, todo es de una magnifica presentación, y
además muy bien terminado. Desde aquí, desde
este barco arenero, diviso nuevamente el astillero
en todo su conjunto. Hemos pasado tantas veces por
aquí... como turistas. Apenas penetramos un poco
"adentro" de las costas descubrimos el trabajo de
160 obreros, técnicos e ingenieros, todos aunados
en el esfuerzo de proveer a la nación de barcazas
y barcos. El país agranda sus brazos, y en los
sitios más insospechados vibra el tesonero deseo
de vencer dificultades, de realizar sueños
irrealizables. Cae la noche. La enorme barcaza
será botada en cuanto suba un poco el ría Poco a
poco van inclinando su peso hacia él. Una labor
peligrosa. —¡Guarda! —¡Cuidado allí! Son
las voces que se escuchan. Los rostros, tensos. El
trabajo avanza. He aquí hombres separados del
centro de la ciudad. Hombres que en el más
respetuoso silencio y modestia agregan diariamente
con su esfuerzo barcos para nuestros ríos. Ellos
allí, en este lugar que abandono mientras el
resplandor de un arco voltaico, de extraña
sensación fantasmal, provocado por la intensidad
lumínica de una cantidad de máquinas soldando, se
refleja en un río que repite incesantemente el eco
de un diálogo con la noche y con el viento.
Revista Mundo Argentino 20.09.1950
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