Astilleros
Argentinos están dando barcos a nuestros hijos
por Sergio Leonardo

EL automóvil se detiene en un sitio indicado del camino costero del Tigre. Descendemos. Es una mañana fría, gris. Avanzamos caminando. Divisamos el astillero. Alzo un brazo y llamo. Contestan la señal. Al otro lado del río, detrás de una embarcación, surge una lancha manejada por un hombre joven. La lancha avanza hacia esta orilla. Nos acercamos al puente. Descendemos las escalinatas. Estamos cruzando el río. Pasa una embarcación, luego otra. Avanzamos por detrás de una embarcación grande anclada. Desde aquí divisamos una enorme barcaza que está en construcción allá arriba, sobre terrenos de la otra orilla, dentro mismo del astillero. El río serpentea suavemente hacia las islas. Hay bajante. Hemos llegado. Abandonamos la lancha. Subimos.
—Marcelo Brouard — me dice un hombre que viste pullover gris, pantalones azules como de traje de mecánico, y boina. Nos estrechamos las manos. Nos presentamos. Brouard hace un amplio ademán con el brazo.
—He aquí los astilleros "Tigre" —dice—. Están en su casa.
La vista abarca una gran barcaza, obreros trabajando en ella afanosamente. Lanchas. Una ruidosidad fabril. Vuelvo la cabeza para mirar el lucrar por donde llegamos. Varios barcos areneros sobre el río, lanchas, yates. El río recibe el color plomizo de la mañana.
Avanzamos por el corredor de una gran casona de madera. Entramos en una habitación, donde nos recibe el director del astillero, ingeniero Alberto P. Brouard. Conversamos sobre distintos problemas que afectan al país. Salimos. Caminamos por los terrenos del astillero. Pasamos por una especie de galpón. Veo varias lanchas de cerca.
—Se han construido siete lanchas y tres cruceros para la Policía Federal.
Ahora tropezamos con una lancha de líneas aerodinámicas, modernas: "Ráfaga".
—Con esta lancha —me informan— el ingeniero A. P. Brouard ha ganado varios campeonatos. Tiene el primer puesto de velocidad en todo Sudamérica, con 133 kilómetros por hora. Ahora en los certámenes está fuera de concurso. Ocupa el cuarto puesto en todo el mundo.
Avanzamos. Observo muchos tubos, caños y cables de conducción eléctrica. La mole de la barcaza en construcción ha quedado atrás. Divisamos una gran grúa pórtico. Se acercan los ingenieros técnicos. Nos presentan.
—Ingenieros Agusti, Frischenschlager, Cometa.
Observo la grúa pórtico. Realiza un trabajo asombroso manejada por un solo hombre en la torre, allá arriba, a quince metras de altura.
—La grúa fué construida aquí —dice él ingeniero Cometa.
—¿Totalmente?
—Totalmente —contesta Frischenschlager—. Es nuestro orgullo.
Observo nuevamente; me acerco. Los obreros trabajan sobre grandes planchas que serán la base de una nueva barcaza.
—La grúa pórtico —apunta Cometa mientras nos acercamos cada vez más— puede levantar más de quince toneladas.
Es una estructura hermosa. Levanta y desplaza gran cantidad de materiales, simplificando trabajos y permitiendo una acelerada producción. Aquí se realizó todo. Desde la creación del modelo hasta el montaje íntegro.
Bajo la grúa se extiende la impresionante base de la barcaza, y los obreros, muy atentos a un trabajo que exige grande y colectiva responsabilidad, van soldando, realizando todo cuanto está indicado en los planos.
—Aquí nada queda librado a la improvisación o a las ocurrencias de nadie. Todo está calculado, premeditado. Reconocemos que es muy difícil una falla. Vengan — nos dice Marcelo Brouard.
Ahora regresamos a la casona. Penetramos en la oficina técnica. Una habitación sencilla. Planos por aquí, planos por allá. Escuadras, compases, libros. Los ingenieros nos muestran. nos señalan detalles.
—Éste es un anteproyecto.
Observo los complicados trazados. Mientras el fotógrafo saca un enfoque de esta oficina, uno de los ingenieros dice:
—¿Ve usted esto?
—Sí.
—Es, simplemente, un parabrisas. Sin embargo, aquí tiene, está completamente diseñado hasta el último detalle. Insisto: no podemos contar con fallas. Atrasaría la producción. Además, una falla pequeña puede traer un desastre de grandes proporciones.
Observo otros aspectos de la oficina.
—Todos estos planos se van entregando a distintos capataces y jefes de talleres. El proceso lo verán ustedes mismos.
Abandonamos la oficina técnica. Avanzamos hacia los talleres. Durante el camino pregunto:
—Cuántos obreros trabajan en el astillero?
—Ciento sesenta. El astillero trabaja en dos turnos. De 7 a 21.
Hemos llegado a los talleres. Poderosas máquinas. Obreros y técnicos reunidos ante un plano. Se interpreta el plano. Ahora se disponen al trabajo. Cada uno conoce a fondo el funcionamiento de la maquinaría y sabe, además, qué es lo que está haciendo. Sabe que ese tornillo pequeño tiene una gran importancia en el todo. Sabe dónde será ubicado y qué función específica tiene. Un obrero se acerca a un ingeniero. Le hace una pregunta. Se discute, se plantean problemas. Hay que hacer una barcaza de mil toneladas, de 60 metros de eslora (largo), 11 metros de manga (ancho) y 3,65 metros despuntal (alto) en 12 días y medio. Es aquella Barcaza que están entarimando allí, cerca de la costa, ya preparada para ser lanzada al río.
—Llevará —dice Brouard— el nombre de un obrero.
—¿Cuál de ellos?
—El que más se destaque en la construcción verá su nombre paseando por todos los ríos del país.
—¡Magnífico aliento!
—Ya han salido varias barcazas con nombres de obreros. Es obra de todos, y eso es bueno que se sepa.
—¿Quieren ustedes establecer algún récord de producción en el país?
—Ya es un récord absoluto en todo el país. El ministro de Obras Públicas, general Pistarini, felicitó en una visita al astillero. Ordenó que la segunda barcaza que construimos para el ministerio lleve el nombre de "Tigre".
—¿Qué características tienen las barcazas?
—Son, como usted puede ver, barcazas para carga. Se cierra con un sistema de tapas corredizas de cierre hermético. De esa manera no hay peligro alguno con respecto a la mercadería, que puede arruinarse con las lluvias.
—¿Qué otra clase de embarcaciones produce el astillero?
—Yates. Buques areneros. ¿Ve usted aquéllos?
Observo nuevamente los barcos areneros de líneas hermosas.
—Sí.
—Lo hemos construido totalmente aquí. Sólo los motores...
—Comprendo.
—Venga. Los verá por dentro.
Avanzamos. Pasamos ahora de un barco a otro. Llegamos a uno flamante que dentro de poco partirá en una gira de prueba. Pasamos por la cubierta, bajamos a la sala de máquinas, volvemos a subir. 'Los camarotes de la tripulación, "la cámara del piloto, todo es de una magnifica presentación, y además muy bien terminado.
Desde aquí, desde este barco arenero, diviso nuevamente el astillero en todo su conjunto. Hemos pasado tantas veces por aquí... como turistas. Apenas penetramos un poco "adentro" de las costas descubrimos el trabajo de 160 obreros, técnicos e ingenieros, todos aunados en el esfuerzo de proveer a la nación de barcazas y barcos. El país agranda sus brazos, y en los sitios más insospechados vibra el tesonero deseo de vencer dificultades, de realizar sueños irrealizables. Cae la noche. La enorme barcaza será botada en cuanto suba un poco el ría Poco a poco van inclinando su peso hacia él. Una labor peligrosa.
—¡Guarda!
—¡Cuidado allí!
Son las voces que se escuchan. Los rostros, tensos. El trabajo avanza. He aquí hombres separados del centro de la ciudad. Hombres que en el más respetuoso silencio y modestia agregan diariamente con su esfuerzo barcos para nuestros ríos. Ellos allí, en este lugar que abandono mientras el resplandor de un arco voltaico, de extraña sensación fantasmal, provocado por la intensidad lumínica de una cantidad de máquinas soldando, se refleja en un río que repite incesantemente el eco de un diálogo con la noche y con el viento.
Revista Mundo Argentino
20.09.1950

 

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