Nació el 31 de enero
de 1908, pero ese dato estadístico que indicaría
que Atahualpa Yupanqui tiene 65 años miente a la
verdad de ese rostro increíble, sin edad, que
viene desde el fondo de los tiempos, como esa voz
que, al entonar una milonga o una zamba, dice como
pocas los dolores, angustias, alegrías y
esperanzas de nuestra condición humana.
Amable y digno,
Atahualpa tiene el andar y la expresión de quien
ha recorrido todos los caminos, la mirada de quien
ha visto la vida y la muerte de frente, las manos
de quien ha trabajado duro y parejo para encontrar
su verdad.
Sin embargo, esa
presencia, que despierta un respeto no falto de
reverencia, provoca, inmediatamente, una corriente
amistosa. Y uno no puede menos que sentir que este
hombre íntegro es, a la vez, sencillo, sin
vueltas. Y que lo que dirá es lo que siente, sin
disfraces ni adornos.
—Así es, no más. Nunca
me gustó hablar mucho, sabe, ni hacer lo que no
siento como mío. Por eso detesto que los
aventureros del folklore hagan mí música, esos que
se vuelven artistas para levantarse tarde. Fijese
que componer un buen tema exige conocer bien los
ritmos precisos, propios de cada región. Y para
eso hay que estudiar. No es cuestión de salir con
una guitarra y un poncho y después sacar patente
de artista.
Ha dicho esto
sobriamente, sin levantar la voz. Pero en cada
palabra quiso decir lo que dijo, ni más ni menos.
Cosa rara, ¿no?, sobre todo cuando cada palabra
suele sobrellevar la pesada carga de distintas y
contradictorias implicancias. No en Yupanqui, por
cierto.
—No está mal que se
hagan las cosas al tuntún si no se tienen
pretensiones profesionales. Pero esta gente que
hace boleros y los quiere hacer pasar por zambas.
. . no, mi amigo. Para boleros, Agustín Lara.
También están esos que para hacer pasar algo por
correntino, por ejemplo, le ponen la palabra
"sapukay" en cualquier verso y creen que con eso
le dan "comarcaneidad". Entonces nos ofrecen una
Corrientes pintoresca y abaratada. Y eso es una
falta de respeto para con una hermosa provincia
argentina. Por eso no tolero a eses malversadores
de nuestra riqueza poética y musical.
EL PAISAJE DE
ATAHUALPA
La charla se
desarrolla en una oficinita de Antigua Casa Núñez,
la responsable de las guitarras que utiliza don
Atahualpa. "Siempre cito a la gente aquí. No sé
por qué, me siento cómodo. Después salimos a tomar
algo, ¿eh?", dice con su fraseo cadencioso, en el
que uno cree descubrir reminiscencias norteñas. Se
lo digo.
—Claro, yo viví mucho
tiempo en el Norte. Pero soy de Campo de la Cruz,
cerca de Pergamino, en la provincia de Buenos
Aires. En e| fondo, soy de toda la República: me
la he recorrido de punta a punta, en toda
condición y tiempo, llevando en el alma ese
claroscuro que configura la vida de un hombre y
que es también la vida de un pueblo. Pero todas
mis deudas son de Tucumán, aunque recuerdo con
mucho cariño a Pergamino, una de las ciudades más
cultas y criollas de la provincia.
—Pero, en definitiva,
¿cuál es su paisaje? ¿Qué sitio prefiere?
—Siento como míos
todos los paisajes, la montaña y la pampa. Lo que
no me gusta son las acuarelas, usted me entiende.
Ni en los paisajes ni en los hombres. Quiero decir
eso que se parece a una tarjeta postal. Yo aspiro
a tener un sentido cósmico de la belleza y de mi
tierra.
YUPANQUI Y EUROPA
—Queriendo como usted
quiere a nuestra tierra, ¿cómo explica su estadía
en París?
—Es una larga
historia. ..
—¿Una larga historia?
—Sí, le quiero
significar que hay varias razones que se mezclan.
Le voy a explicar de a poco ¿eh?
—Bueno.
—La cuestión es que yo
me fui hace ya seis años, contratado a España para
hacer un programa. Di casi sesenta recitales. No
me querían dejar ir.
—Pero se fue. ¿Por
qué?
—No hay que cebarse
con el éxito fácil. Por eso me fui a París.
Geográficamente está muy bien ubicado. De ahí me
desplazo a España, Suiza, Inglaterra, Bélgica. Y
también recorro Francia, dando recitales en
teatros y salas de provincia. Cada villa de
Francia tiene su casa de cultura. Y les interesa
mucho el folklore sudamericano.
—¿A qué atribuye ese
interés?
—El público europeo
está culturalmente maduro, aunque su conocimiento
de las cosas de esta tierra no sea muy profundo.
Al decirle "culturalmente maduro" le quiero
significar que no se va detrás de la primera
zambita que escuchan, sino que saben apreciar lo
genuino.
—¿Qué es lo que más
interesa de nuestro folklore?
—Las vidalas, las
milongas de la pampa, las bagualas. Olfatean lo
que nuestra música tiene de auténtico. Y lo
saborean. No vaya a creer que se quedan en la
música. Todos los programas de mis recitales
tienen las letras de las canciones en francés y
español. Y usted ve a la gente que, mientras
canto, sigue el hilo en la traducción. El público
europeo sabe aprehender lo esencial. ya no se lo
puede engañar con la cáscara.
—¿Y nuestro público?
¿Qué piensa de nuestro público?
—Ha avanzado
muchísimo. Antes, por ejemplo, venia cualquier
grupo español con un par de guitarristas y un
cantaor y era suficiente para deslumbrar. Ahora,
nuestro público busca las raíces, los rasgos
profundos de una cultura, lo puro. Quiero decir
que nuestro público ha avanzado. Fíjese que antes
la gente se emocionaba con Soiza Reilly. Ahora
discute a Roberto Arlt, a Borges. Aplica su
inteligencia con relación a los auténticos
valores.
—Volvamos a Europa.
¿En qué medida nuestro folklore está "de moda"?
—En la medida en que
usted ve que los muchachos se compran su quena, su
charango, su flautita. En la medida en que temas
como "El carnavalito" o "El cóndor pasa" se
escuchan por todos lados. Más todavía: además de
los conjuntos formados por sudamericanos (como
"Les Calchakis"), hay conjuntos formados por
muchachos franceses, "Los Chacos", por ejemplo,
cinco muchachos de Lyon que han llegado a grabar
varios discos. Tocan instrumentos como la anata, y
el fucuví y hacen lo nuestro con bastante idea,
sobre todo las danzas populares andinas.
—¿Cuáles cree usted
que son las razones del éxito suyo?
—Yo diría que fui
quien llevé temas de reflexión, representaba algo
muy argentino: el hombre que medita con su
guitarra. Eso era nuevo para allá. Y ese resultado
de nuestro determinismo geográfico —el hombre
argentino absorto en la soledad del paisaje—
gustó. La nuestra es una música muy peculiar.
Piense que somos 25 millones de habitantes para 3
millones de kilómetros cuadrados. Una enormidad de
tierra. Por eso los argentinos somos 25 millones
de solitarios. Y los solitarios son gente seria.
No triste: seria. Nuestro paisano, por ejemplo. Un
tipo de hombre sobrio, un caballero enlutado, nada
de ponchos de colores. Y eso, todo eso era algo
nuevo en Europa cuando yo me fui por primera vez.
—Todavía no me explicó
por qué se quedó estos seis años en París.
—Algo le dije. Pero
hay más, claro. París me interesa como mercado: he
conseguido meter vidalas, bagualas, milongas. . .
Los cantantes populares ya utilizan el ritmo de la
milonga en sus temas. Esos son, en alguna medida,
los años de "infiltración" que yo llevo allí.
ALGUNOS "PORQUES" DE
ATAHUALPA
Mientras tanto, ya
caminamos por alguna calle de Buenos Aires.
Yupanqui anda despacio, sin urgencias. Cada tanto
hace un silencio que no se vuelve infranqueable ya
que recupera su fluida palabra en cuanto se le
propone una pregunta. La invitación "a tomar algo"
quedó en el camino: lo que quiere Yupanqui es
caminar un rato, tomar aire, respirar Buenos
Aires.
—¿Qué hace en París?
¿Qué ambientes frecuenta?
—Mis dos actividades
principales en París son la difusión de nuestra
música y la charla con mis amigos.
—¿La charla con sus
amigos? ¿Quiénes, por ejemplo?
—A mi me interesa
"desasnarme". Y tengo la suerte de disfrutar la
amistad de gente que me enseña: Arciniegas,
Asturias, Cortázar...
—¿Qué le enseñan
Arciniegas, Asturias, Cortázar?
—De ellos aprendo un
sistema, un rigor de pensamiento. A veces no estoy
de acuerdo con ellos, con su manera de mirar
América. Pero me estimulan y no me separan del
pueblo, me hacen entender mejor al pueblo.
Charlando con ellos me doy cuenta, cada vez más,
de que la cultura es para todos, no un privilegio
de unos pocos ni, mucho menos, una cosa aburrida y
fuera de la realidad.
—Recién habló de que a
veces no está de acuerdo con la manera de mirar
América que tienen sus amigos en París. ¿Cuál es
la manera de Atahualpa Yupanqui?
—Creo en la fuerza de
las tradiciones, que, de alguna manera, deciden la
índole y el futuro de los pueblos. Hay una especie
de determinismo histórico en esto. Creo, además,
que no se puede descubrir el universo sino a
través de la circunstancia local. "Describe tu
aldea y serás universal", ésa es la verdad. Creo
además que nosotros, los argentinos, tenemos una
música, un lenguaje propios. Y eso nos hace
universales. Una música y un lenguaje que
participan de la simplicidad, que cualquiera puede
entender. Y se hace cierto, entonces, lo de
Balzac, que leía sus manuscritos a la mucama, y si
ella no entendía, no publicaba. La cultura,
insisto, no es una cosa de élites ni exquisitos:
es para todos.
COMO REPRESENTAR UN
PAIS
—Pero, volviendo a lo
que decía al principio, no hay que subestimar al
público y ofrecerle algo que puede pasar por
auténtico y no es más que una vulgarización de
nuestra idiosincrasia.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que no
me puedo presentar en un teatro —al que para
entrar hay que pagar 1.000 pesetas por cabeza— con
la cara transpirada y botas sucias. En París toco
de esmoquin, por respeto al público y al arte que
llevo. En este momento estoy representando el
país, de alguna manera soy el país. No puedo hacer
el payaso y entrar a caballo en el escenario, como
hacía Buffalo Bill.
Vamos en coche rumbo a
Palermo. Atahualpa ha dicho que le gustaría ser
fotografiado allí. Se habla de "El último tango en
París". Inevitablemente, surge el nombre del Gato
Barbieri.
—¿Qué piensa de su
música, Yupanqui?
—Es un esfuerzo
valioso y verdadero. Utiliza timbres que son
nuevos para el jazz, timbres que vienen de nuestro
folklore. A pesar de no ser hombre de folklore.
Pero, usted sabe, no hace falta haber sido
elefante para conocer el marfil.
—Hablando de músicos,
¿por cuáles siente usted respeto?
—Por Carlos
Guastavino, por Gilardo Gilardi. Y entre los que
ya dejaron de respirar, por Carlitos López
Buchardo. No era un gaucho y sin embargo en su
"Canción del carretero" captó como pocos nuestras
particularidades esenciales. También amo los
"Cinco tristes", de Julián Aguirre.
A pesar del día
nublado, Palermo refulge. Yupanqui camina sobre el
césped con las manos a la espalda. "Está lindo,
¿no?", dice con una semisonrisa.
—¿Cómo encuentra el
país, Atahualpa?
—Noto un anhelo
generalizado de enderezar las cosas para la buena
marcha del país, un anhelo que está más allá de
los partidos políticos.
—¿Piensa volver?
—Sí. El año que viene
ya estoy acá. Pondré casa en Buenos Aires y de
ahí, de acuerdo con mi temperamento andariego,
saldré de gira y pasearé mi música y mi poesía por
el resto del país. Pero lo importante es que ya me
quiero volver. Aquí está el aire que amo.
"Aquí está el aire que
amo", ha dicho como si tal cosa, y uno piensa que
este hombre vive en estado de poesía y que no es
nada casual que se haya ido a Europa a dar un
recital y lo hayan "obligado" a quedarse seis
años. Atahualpa Yupanqui sería un lujo para
cualquier país, como lo es ahora para Francia,
para Europa Cuando, en el transcurso de 1974,
Atahualpa vuelva a nosotros habremos recupera do
uno de nuestros perfiles más arraigados y
genuinos. Que, además, ha sido eficacísimo
embajador de nuestra índole en estos seis años de
voluntario exilio europeo.
EMILIO GIMENEZ ZAPIOLA
Fotos: EDUARDO FORTE
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