LOS ATENTADOS POLÍTICOS EN LA REPUBLICA ARGENTINA
Escribe ROBERTO JUAREZ
UN LOCO Y OTRO CRIMEN CIERRAN EL CASO VARELA
Un loco manso y obediente ejecutó a Pérez Millán. Fue apenas el brazo armado de una bien planeada venganza. Así se cerró una larga serie de asesinatos instigados por grupos políticos. El Hospicio de Vieytes fue el lugar.

Noviembre de 1925. De regreso a sus hogares los habitantes de Buenos Aires se enteran por los diarios de la tarde que ese sábado 31 de octubre ha muerto José Ingenieros. También leen, con nostálgica sorpresa, el suicidio del cómico francés Max Linder y su esposa, Helena Peters, en París.
Ajenos a ello, en el Hospicio de las Mercedes, popularmente conocido como "el loquero de Vieytes", a poca distancia del bullicio céntrico, flanqueado de casas chatas, corralones, vías ferroviarias y silentes calles empedradas, la caliente primavera permite a los internados salir de los hediondos pabellones y disfrutar del aire limpio bajo la sombra de los árboles del gran parque. Las alienadas lavan y tienden sus ropas en largos alambres, que cimbran pesadamente, agitados por el viento. En el pabellón de los enfermos pudientes los internos pasan el tiempo leyendo, jugando al ajedrez, al dominó y a las damas, o se entretienen con tareas manuales y en largas conversaciones. Las celdas tienen sus puertas abiertas y quienes las habitan pueden recorrer el pabellón sin inconvenientes. Cuando se ponen intratables, el aislamiento con chaleco de fuerza y duchas por unos días, los vuelve a tranquilizar. Una decena de enfermos pobres les sirven de mucamos, lavanderas y asistentes, por unos pesos mensuales que pagan sus parientes. Estos internos viven en un pabellón vecino al de los alienados, al que tienen acceso a través de un corredor.
En una de las celdas privilegiadas hay dos jóvenes: José Eugenio Zuloaga, irritable y desdeñoso, que comparte la habitación con Jorge Ernesto Pérez Millán, taciturno, nervioso e impaciente por salir de ese infierno, pues no está loco ni mucho menos. El asesino de Kurt Gustav Wilckens, 30 meses antes, en la Cárcel de Encausados (SEMANA GRAFICA Nº 19) ha sido alojado en el hospicio después de ser condenado a 8 años de prisión por el juez García Rams y está en el manicomio desde abril de ese año. Las influencias de sus protectores, los doctores Manuel Carlés, Joaquín de Anchorena, Domingo Schiaffino y el escritor Josué Quesada, más la habilidad de sus defensores —dos abogados contratados. por Carlés— logran que la justicia, al fallar en la causa por homicidio (innegablemente alevoso y premeditado) señale como atenuantes "la vida aventurera y agitada de Pérez Millán... su idealismo, sus inclinaciones artísticas... sus luchas en el Sur con los huelguistas revolucionarios... su desarmonía familiar" y, sobre todo, "... las indudables anomalías psíquicas del prevenido y la neurastenia que padece", para aplicarle la pena mínima: 8 años.
Pero Pérez Millán Temperley ha tenido que aceptar el calificativo de loco para eludir una condena a perpetuidad o a 30 años y eso lo indigna. El cree que al asesinar a Wilckens en su celda de la prisión, valiéndose de su condición de guardiacárcel, ha cometido un acto de justicia, y se queja continuamente a su padre y los escasos amigos que, alguna vez, lo visitan, por tener que soportar la compañía de los dementes, estando él en completa lucidez y habiendo
prestado un servicio a la sociedad al eliminar a un peligroso anarquista, extranjero además.
En la noche del 15 al 16 de junio de 1923, el guardia-cárcel Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley —puesto que había obtenido 4 meses antes por mediación del doctor Carlés— mató al procesado Kurt Wilckens, asesino del teniente coronel Varela, mientras el ácrata alemán dormía. La conmoción que se produjo en las organizaciones sindicales y los grupos anarquistas fue tremenda. Wilckens murió en la madrugada del domingo 17 y a medianoche comenzó la huelga general, declarada por los sindicatos anarquistas, socialistas y comunistas, que estos últimos levantan el 18 y los libertarios recién el 21.
Los sindicatos retornaron a las luchas inmediatas y los partidos políticos a preocuparse por los debates parlamentarios. El gobierno y los radicales de ambas tendencias se apresuraron a echar tierra sobre el asunto, que era molesto, irritante y peligroso. A Pérez Millán Temperley le retribuyeron consiguiéndole una leve condena, que lo declaraba perturbado por "... padecer de delirio persecutorio sistematizado de los degenerados."
Los anarquistas ven en Wilckens al militante revolucionario de la causa obrera, que se sacrifica conscientemente para que la represión a sus hermanos sea castigada. Y entre los libertarios empecinados, que solamente creen en la acción directa, hay algunos realmente excepcionales, como el ruso Boris Wladimirovich, que cumple en el tétrico penal de Tierra del Fuego una condena de 25 años por el asalto a una agencia de cambios, con otros anarquistas como él, para obtener fondos y montar una imprenta clandestina. Después del asalto y lejos del lugar donde ocurrió, uno de los cómplices mató a un policía y la justicia le carga esta muerte a Wladimirovich, pese a probarse que no se hallaba allí y no había usado su revólver. Recibe la sentencia máxima, cadena perpetua, que cumple en el penal de Ushuaia. Está allí con otros anarquistas cuando llegó la noticia del asesinato de Wilckens por Pérez Millán.
La indignación de los anarquistas, que tenían gran respeto y aprecio por el alemán libertario, pronto se resuelve en la decisión de castigar al criminal y luego de largas discusiones, razonamientos y compulsa de circunstancias, aceptan el ofrecimiento de Wladimirovich, que abona su propuesta en el hecho de estar semiparalítico y en que morirá de todos modos, en la prisión fueguina. Boris Wladimirovich es muy respetado por sus camaradas. Culto, infatigable lector y escritor él mismo, astuto, paciente, y de gran experiencia combativa, es también hombre de acción, un ruso típico; sentimental, desorbitado y místico.
El ruso pone en ejecución su plan de inmediato. Durante varias semanas se hace el loco (un día lo encuentran rezando, de rodillas, en su celda; signo manifiesto de demencia en un anarquista) y logra que el médico aconseje su traslado al Hospicio de las Mercedes, único lugar para albergar locos delincuentes. Su ingenio le dictará, luego, lo que, debe hacer en el loquero para cobrarse la muerte de Wilckens. Ha salido airoso de muchas pruebas en su azarosa vida de tira bombas en Petrogrado, París y Barcelona.
Wladimirovich comparte el pabellón de delincuentes perturbados con 15 de éstos, que está muy lejos del lugar de alojamiento de los internos pudientes. No podrá llegar personalmente basta Pérez Millán. Pero, luego de observar cuidadosamente el movimiento y la ubicación de los enfermos, descubre a un amigo entre los enfermos pobres que sirven a los del pabellón privilegiado. Es un ser pequeño, contrahecho y manso, aunque periódicamente tiene accesos de furia, que pasan pronto y vuelve a sus funciones de mucamo, servicial y eficiente. Nacido en Yugoslavia, dejó la tierra natal al morir sus padres, trabajó de camarero en barcos alemanes y llegó al país en un buque italiano, quedándose aquí. Trabajaba con el médico De la Peña, cuando éste lo despidió al notar sus signos de locura y el sirviente lo mató. Le dieron 18 años de prisión en el loquero. Cuando esperaba la sentencia en la Cárcel de Encausados conoció a Wladimirovich y quedó deslumbrado por la personalidad del ruso, que hablaba varios idiomas y sabía muchas cosas.
Poco trabajo le costó a Boris meter en el limitado cerebro del loquito bueno la idea del crimen y la forma de llevarlo a cabo. Hasta le enseñó, paciente y detalladamente, lo que tenía que decir una vez consumado el hecho. El le avisaría cuándo debía hacerlo y le suministraría el arma. Esta fue pasada por tres anarquistas, visitantes domingueros de Wladimirovich, oculta en una bolsa con frutas. Estos, Timofey Derevianka y Simón Bolkosky, rusos, y José Vázquez, español, con larga y contundente actuación revolucionaria y terrorista, no tienen mayor inconveniente en entrevistar, los domingos, al alucinante ruso. Hasta que llega el día.
El domingo Wladimirovich recibe el revólver que le traen sus camaradas y favorecido por la algarabía de las visitas, con la confusión natural de esa romería de internados y familiares, se lo entrega al "loquito" Lucich y le da las últimas instrucciones. Al día siguiente, lunes 9, Pérez Millán está bajo una honda depresión que, por momentos, se trasforma en contenida furia. Se siente olvidado y víctima de la ingratitud y desespera de abandonar el manicomio, donde debe soportar la compañía de los dementes. Decide escribir a sus amigos —Carlés, Anchorena, Quesada, Schiaffino— protestando por su situación y pidiéndoles que obtengan su indulto para el 1º de enero. Escribe desde temprano, concentrado y febril. Nadie lo molesta, pues el día anterior se peleó con Zuloaga y lo cambiaron de celda. Al mediodía, apenas come unos bocados y sigue llenando hojas. A esa hora —las 12.30— Lucich entra al pabellón de los pudientes. Llega hasta la celda de Pérez Millán y desde la puerta lo ve sentado, escribiendo, en posición oblicua respecto de la entrada. El "loquito bueno" saca el revólver, entra y le grita:
—¡Esto te lo manda Wilckens!
Y hace fuego, hiriendo a Pérez Millán en el costado izquierdo, pero el antiguo policía patagónico, arrojándose al suelo, elude el segundo disparo, luego salta y abrazando a Lucich lo voltea, le quita el arma y lo golpea con todas sus fuerzas, hasta que llegan los guardias y lo separan. Pérez Millán va a la enfermería en grave estado, pues el proyectil ha perforado el estómago y los intestinos, luego de entrar por el pecho. Lo operan, pero muere al día siguiente, a las 5.35, luego de largas horas de luchar contra la muerte. A su lado están su padre y el doctor Carlés. El 11 es enterrado con un solemne funeral, organizado por la "Liga Patriótica" y los "Amigos del Orden", en medio de fragorosos discursos y expresiones políticas de gran cantidad de civiles y militares. La pesquisa, confiada al sagaz comisario Eduardo Santiago, esclareció los hechos, pero no se pudo condenar a nadie. Lucich, como demente, era inimputable y Wladimirovich tenía cadena perpetua, además de no probársele nada, como tampoco a sus tres camaradas anarquistas.
Fue el último acto del sangriento drama iniciado en el Sur en 1921.

Pie de fotos
EL LOCO LUCICH: BRAZO VENGADOR
El loquito Lucich, un demente manso y obediente, ejecutor de Jorge Ernesto Pérez Millán. No pudo ser condenado por su condición de alienado. Actuó a instancias del ruso Boris Wladimirovich, que ya estaba condenado a cadena perpetua. La ejecución fue cuidadosamente planeada y realizada por los anarquistas, heridos en lo más íntimo porque Pérez Millán había matado, antes, a Kurt Wilckens, a su vez asesino del teniente coronel Varela. Cadena de crímenes políticos.
EL CRIMEN ESTA CONSUMADO
Jorge Pérez Millán agoniza en el Hospicio Vieytes, luego de ser herido por el loquito Lucich. El balazo le perforó el estómago y los intestinos luego de penetrar por el pecho. Lucich erró un segundo disparo, pero el primero había sido suficiente para consumar una sangrienta venganza esperada y cuidadosamente planeada por los cerebros anarquistas.
DESPEDIDA DE JORGE PEREZ MILLAN
El doctor Manuel Carlés, cómplice de Pérez Millán e instigador del asesinato de Wilckens, despide los restos de su protegido. La rueda se había cerrado. La Liga Patriótica y los Amigos del Orden estaban presentes cuando Carlés despidió, en un discurso apasionado, los restos de Pérez Millán. El comisario Eduardo Santiago esclareció debidamente los hechos, pero el castigo era imposible: el asesino era loco y el instigador estaba ya detenido a perpetuidad.

Revista Semana Gráfica
06.02.1970

 

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