De su infancia
conserva una complicada fijación: "Antes de la
guerra — explica— papá me llevó a Nüremberg, que
en ese entonces era el paraíso de los niños, la
ciudad de los Juguetes. Después, usted sabe que
fue la ciudad de las hadas durante el nazismo".
Más tarde estudió filosofía en Buenos Aires y en
algunas universidades de Roma y de París: Jamás
llegó a nada. A los 20 años publicó 'El hombre del
bastón con cabeza de víbora', un cuento que su
papá, responsable del monumento a la bandera de la
ciudad de Rosario, se preocupó de distribuir
profusamente entre sus amistades. Su último libro,
``El incendio y las vísperas, sin la ayuda de papá
llegó a vender 110.000 ejemplares. No sabe cuánto
gana: "tal vez unos cien mil pesos mensuales, de
acuerdo con lo que acabo de pagar a Impositiva. La
primera vez que pago ese tipo de cosas". Desde
1959 está casada en segundas nupcias con el
director de cine Leopoldo Torre Nilsson, de quien
está tan enamorada como segura. Lo prueba por
ejemplo cuando cuenta: "imagine que una vez me
dijo: — Mirá Beatriz, si no fuera tan miope como
soy ya te hubiera largado hace tiempo".
Es cierto: su marido
calza gafas con cristales de 9,5 dioptrías de
aumento.
EXTRA: ¿Por qué al
anunciarle la realización de este reportaje pidió
que el mismo tuviera el máximo tono de insolencia?
BEATRIZ GUIDO: Y
bueno, je, je, porque creo que ha llegado el
tiempo de la insolencia. Detrás de la insolencia
pueden decirse cosas que de otra manera no pueden
decirse.
E.: ¿Quién se lo
prohíbe?
B.G.: A mí nunca me
han toqueteado en el colectivo, en la calle, esos
degenerados, usted sabe. Pero el año pasado,
cuando a mi marido le prohibieron una obra de
teatro, fíjese, sentí que una mano oculta me
manoseaba el traste: la mano de la censura.
E.: Las ganas que la
toquen. Así usted grita, la gente se entera y
Beatriz Guido se publicita. De ese modo sus libros
se venden más. Redondo.
B.G.: No, por favor. A
mí los libros me los vende Jauretche. ¿Sabe quién
fue el primero que me los vendió? Perón, el día
que dijo que el incendio era la historia de Grosso
de la Libertadora. Esa misma tarde se vendieron
5.000 ejemplares.
E.: ¿Vive de lo que le
dan los libros?
B.G.: No podría, qué
esperanza. Es decir, sí que podría vivir, pero
aquí y ahora soy una mantenida. Si tuviera que
vivir de los libros debería habitar un
departamento no tan lujoso, no podría mantener
estas valiosas colecciones. A mí me mantiene
Leopoldo.
E.: ¿Eso le pasa a
todas las escritoras? ¿A Silvina Bullrich, por
ejemplo?
B.G.: Silvina fue
mantenida toda su vida, pero por favor eso no lo
ponga.
E.: No se quiere
enojar con ella. Quizá recuerde lo que le pasó con
Sábato, con quien estuvo 5 años peleada. A
propósito, ¿qué piensa de él?
B.G.: Creo que es lo
más hermoso que se ha escrito sobre Lavalle.
E.: ¿Por qué siempre
quiere quedar bien con todo el mundo?
B.G.: Es la única
forma que conozco para resguardarme de mi gran
timidez. Quedar bien con la gente me permite la
gran pereza y la gran valentía de no quedar mal.
Entonces finjo, miento muchísimo.
E.: Como hace un
instante al hablar de Sábato.
B.G.: Efectivamente.
E.: Francamente es
complicado determinar si es una mujer sincera o
una mujer escandalosa.
B.G.: Sincera desde ya
no soy. Pero escandalosa tampoco, porque soy muy
tímida. Sí, eso puede ponerlo, soy lo menos
sincero de la tierra. Creo que para ser
escandalosa me haría falta pertenecer a una
generación pop.
E.: No hace más que
mostrar su resentimiento.
B.G.: No soy
resentida, soy rencorosa. El resentimiento priva
la capacidad de admiración, desvela por las
noches: mi rencor está presente en todos mis
actos, y prácticamente podría decirle que mi obra
íntegra es el producto del rencor.
E.: ¿A quiénes guarda
más rencor?
B.G.: Al corruptor que
en una plaza enseña sus vergüenzas a un chico. A
Heidegger y a D'Anuncio por haber comido con
Hitler y Mussolini. Y dentro del país, siento
rencor por los que se quedaron estancados. Los
maestros, los reformistas, Alfredo Palacios, hasta
por Lisandro de la Torre, pese a ser el hombre que
más admiro.
E.: Y a Perón, ¿ no le
tiene rencor?
B.G.: Y a Perón, por
haber detenido un proceso sociológico.
E.: Habla como si
supiera: esa detención, ¿le consta acaso?
B.G.: ¡Si yo pudiera
hablar de todo lo que sé!
E.: Esta es una buena
oportunidad.
B.G.: Prefiero
callarme, disculpe.
E.: ¿Por qué es tan
venal cuando integra jurados?
B.G.: Soy
terriblemente venal. Me gusta abrir los sobres,
¿qué voy a hacer? Yo, si sé que en un concurso hay
libros de David Viñas y Augusto Ría Bastos, por
ejemplo, ya no leo más otros libros. Creo
fanáticamente en el oficio. En un concurso dejé de
votar por Los Premios de Cortázar porque no
conocía a Cortázar. Ahora no me llaman más.
E.: ¿Acaso algún
pariente suyo ha sido adefesio, opa, enano? ¿Cómo
explica la reiteración de esos monstruos entre los
personajes de sus libros?
B.G.: Ningún familiar
fue retardado. Es como una venganza personal. Esa
búsqueda en ese mundo de fenómenos responde a una
fascinación un poco perversa, pero muy particular:
el opa, la enana, son los monstruos del prejuicio,
los utilizo como parábolas.
E.: ¿Compite mucho con
su esposo?
B.G.: No; reconozco
que soy una ladrona de todos los datos e ideas
brillantes de Leopoldo. El es diez mil veces más
intelectual que yo. Carezco de ciertas vivencias
que a él le sobran. Cuando apareció el último
libro de Leopoldo, "Entre sanjones y el arrabal"
(nota:textual en la
revista, ha de referirse a "sajones"),
sí que me dio envidia. Pero cuando más rabia me da
es cuando salgo del país. Entonces paso a ser Mrs.
Torre Nilsson. Las viejas me preguntan. "¡Ah,
usted escribe! ¡Qué maravilla! ¿Y qué tipo de
cosas escribe?" Pero ni bien llego a Ezeiza y los
guardias de la Aduana me reconocen ya me siento
mejor.
E.: Vuelve a mentir.
Seguramente, los guardias no han leído sus libros.
Y si los leyeron no la conocen a usted.
B.G.: Se equivoca. Yo
les regalé todos mis libros y mis fotos para que
no dejen de reconocerme cada vez que llego de
afuera.
E.: ¿Qué es ese
horrible corazón plateado que le cuelga del
cuello?
B.G.: Un regalo que me
mandó desde Nueva York un amigo, un plástico que
trabaja ahora con Marta Minujin.
E.: Se parece a los
que hace unos años vendían en el Parque Retiro.
¿Qué guarda adentro?
B.G.: Un señor de
anteojos. Dos fotos de mi marido, Leopoldo por
partida doble.
E.: ¡Qué mersada
espantosa!
B.G.: Si (riéndose):
mersa, mersa, mersa.
Revista Extra
abril 1968
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