BEATRIZ GUIDO: "MERSA, MERSA, MERSA"
Todavía respira con dificultad, agitada por el atroz incidente que acaba de suscitar la primera exhibición de Los Traidores de San Ángel, el difícil film de su marido Torre Nilsson "Son resentidos", asegura Beatriz Guido, una rosarina de 42 años que con 5 libros publicados es, como se dice, y con todos los peligros que eso supone, una escritora popular.

De su infancia conserva una complicada fijación: "Antes de la guerra — explica— papá me llevó a Nüremberg, que en ese entonces era el paraíso de los niños, la ciudad de los Juguetes. Después, usted sabe que fue la ciudad de las hadas durante el nazismo". Más tarde estudió filosofía en Buenos Aires y en algunas universidades de Roma y de París: Jamás llegó a nada. A los 20 años publicó 'El hombre del bastón con cabeza de víbora', un cuento que su papá, responsable del monumento a la bandera de la ciudad de Rosario, se preocupó de distribuir profusamente entre sus amistades. Su último libro, ``El incendio y las vísperas, sin la ayuda de papá llegó a vender 110.000 ejemplares. No sabe cuánto gana: "tal vez unos cien mil pesos mensuales, de acuerdo con lo que acabo de pagar a Impositiva. La primera vez que pago ese tipo de cosas". Desde 1959 está casada en segundas nupcias con el director de cine Leopoldo Torre Nilsson, de quien está tan enamorada como segura. Lo prueba por ejemplo cuando cuenta: "imagine que una vez me dijo: — Mirá Beatriz, si no fuera tan miope como soy ya te hubiera largado hace tiempo".
Es cierto: su marido calza gafas con cristales de 9,5 dioptrías de aumento.
EXTRA: ¿Por qué al anunciarle la realización de este reportaje pidió que el mismo tuviera el máximo tono de insolencia?
BEATRIZ GUIDO: Y bueno, je, je, porque creo que ha llegado el tiempo de la insolencia. Detrás de la insolencia pueden decirse cosas que de otra manera no pueden decirse.
E.: ¿Quién se lo prohíbe?
B.G.: A mí nunca me han toqueteado en el colectivo, en la calle, esos degenerados, usted sabe. Pero el año pasado, cuando a mi marido le prohibieron una obra de teatro, fíjese, sentí que una mano oculta me manoseaba el traste: la mano de la censura.
E.: Las ganas que la toquen. Así usted grita, la gente se entera y Beatriz Guido se publicita. De ese modo sus libros se venden más. Redondo.
B.G.: No, por favor. A mí los libros me los vende Jauretche. ¿Sabe quién fue el primero que me los vendió? Perón, el día que dijo que el incendio era la historia de Grosso de la Libertadora. Esa misma tarde se vendieron 5.000 ejemplares.
E.: ¿Vive de lo que le dan los libros?
B.G.: No podría, qué esperanza. Es decir, sí que podría vivir, pero aquí y ahora soy una mantenida. Si tuviera que vivir de los libros debería habitar un departamento no tan lujoso, no podría mantener estas valiosas colecciones. A mí me mantiene Leopoldo.
E.: ¿Eso le pasa a todas las escritoras? ¿A Silvina Bullrich, por ejemplo?
B.G.: Silvina fue mantenida toda su vida, pero por favor eso no lo ponga.
E.: No se quiere enojar con ella. Quizá recuerde lo que le pasó con Sábato, con quien estuvo 5 años peleada. A propósito, ¿qué piensa de él?
B.G.: Creo que es lo más hermoso que se ha escrito sobre Lavalle.
E.: ¿Por qué siempre quiere quedar bien con todo el mundo?
B.G.: Es la única forma que conozco para resguardarme de mi gran timidez. Quedar bien con la gente me permite la gran pereza y la gran valentía de no quedar mal. Entonces finjo, miento muchísimo.
E.: Como hace un instante al hablar de Sábato.
B.G.: Efectivamente.
E.: Francamente es complicado determinar si es una mujer sincera o una mujer escandalosa.
B.G.: Sincera desde ya no soy. Pero escandalosa tampoco, porque soy muy tímida. Sí, eso puede ponerlo, soy lo menos sincero de la tierra. Creo que para ser escandalosa me haría falta pertenecer a una generación pop.
E.: No hace más que mostrar su resentimiento.
B.G.: No soy resentida, soy rencorosa. El resentimiento priva la capacidad de admiración, desvela por las noches: mi rencor está presente en todos mis actos, y prácticamente podría decirle que mi obra íntegra es el producto del rencor.
E.: ¿A quiénes guarda más rencor?
B.G.: Al corruptor que en una plaza enseña sus vergüenzas a un chico. A Heidegger y a D'Anuncio por haber comido con Hitler y Mussolini. Y dentro del país, siento rencor por los que se quedaron estancados. Los maestros, los reformistas, Alfredo Palacios, hasta por Lisandro de la Torre, pese a ser el hombre que más admiro.
E.: Y a Perón, ¿ no le tiene rencor?
B.G.: Y a Perón, por haber detenido un proceso sociológico.
E.: Habla como si supiera: esa detención, ¿le consta acaso?
B.G.: ¡Si yo pudiera hablar de todo lo que sé!
E.: Esta es una buena oportunidad.
B.G.: Prefiero callarme, disculpe.
E.: ¿Por qué es tan venal cuando integra jurados?
B.G.: Soy terriblemente venal. Me gusta abrir los sobres, ¿qué voy a hacer? Yo, si sé que en un concurso hay libros de David Viñas y Augusto Ría Bastos, por ejemplo, ya no leo más otros libros. Creo fanáticamente en el oficio. En un concurso dejé de votar por Los Premios de Cortázar porque no conocía a Cortázar. Ahora no me llaman más.
E.: ¿Acaso algún pariente suyo ha sido adefesio, opa, enano? ¿Cómo explica la reiteración de esos monstruos entre los personajes de sus libros?
B.G.: Ningún familiar fue retardado. Es como una venganza personal. Esa búsqueda en ese mundo de fenómenos responde a una fascinación un poco perversa, pero muy particular: el opa, la enana, son los monstruos del prejuicio, los utilizo como parábolas.
E.: ¿Compite mucho con su esposo?
B.G.: No; reconozco que soy una ladrona de todos los datos e ideas brillantes de Leopoldo. El es diez mil veces más intelectual que yo. Carezco de ciertas vivencias que a él le sobran. Cuando apareció el último libro de Leopoldo, "Entre sanjones y el arrabal" (nota:textual en la revista, ha de referirse a "sajones"), sí que me dio envidia. Pero cuando más rabia me da es cuando salgo del país. Entonces paso a ser Mrs. Torre Nilsson. Las viejas me preguntan. "¡Ah, usted escribe! ¡Qué maravilla! ¿Y qué tipo de cosas escribe?" Pero ni bien llego a Ezeiza y los guardias de la Aduana me reconocen ya me siento mejor.
E.: Vuelve a mentir. Seguramente, los guardias no han leído sus libros. Y si los leyeron no la conocen a usted.
B.G.: Se equivoca. Yo les regalé todos mis libros y mis fotos para que no dejen de reconocerme cada vez que llego de afuera.
E.: ¿Qué es ese horrible corazón plateado que le cuelga del cuello?
B.G.: Un regalo que me mandó desde Nueva York un amigo, un plástico que trabaja ahora con Marta Minujin.
E.: Se parece a los que hace unos años vendían en el Parque Retiro. ¿Qué guarda adentro?
B.G.: Un señor de anteojos. Dos fotos de mi marido, Leopoldo por partida doble.
E.: ¡Qué mersada espantosa!
B.G.: Si (riéndose): mersa, mersa, mersa.
Revista Extra
abril 1968

 

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