HISTORIA DE LA NUEVA OLA VISTA POR DENTRO.
Según él, no hay que abrumar al público. Y además opina: "¿Mejía? No, él no inventó la nueva ola..."
BEN MOLAR: "Cuidado con la jauría"

El año 1963 consagró definitivamente a la nueva corriente musical. Las casas de música mantuvieron en su ranking privado de ventas a los nuevaoleros como los artistas más vendedores. Asimismo, los canales de televisión comenzaron a disputárselos. Lo mismo sucedió con la radio. Y desde luego con el cine. Muchos dijeron que se trataba de una "enfermedad" que no podía durar más de seis meses. Sin embargo, la competencia de RCA comenzó a trabajar. Odeón, Columbia, Music Hall, comenzaron a probar gente, y el mercado se pobló de nuevaoleros. Junto con ellos aparecieron otros personajes, desconocidos hasta ese momento, que tímidamente empezaron a incursionar en el negocio: los representantes. La agencia AGEAR (Visí-Stábile) halló competidores y, como consecuencia, monopolizar el negocio resultó imposible. Estos nuevos representantes serían finalmente los que acabarían con esa vena rica e inexplotable que —según se dijo— descubrió Ricardo Mejía.
De esta manera aparecieron nombres como los de Leo Dan, Juan Ramón y, más tarde, Beto Fernán, Horacio Ascheri, Claudia, Sandro y más de cincuenta jóvenes dispuestos a tocar el cielo con las manos. Para lograrlo se apoyaron en la promoción millonaria de los sellos que ahora competían firmemente con la RCA. Y detrás de ellos, llenando planillas y agitando máquinas de calcular, algunos desconocidos se transformaron en importantes representantes. Ángel Sotera (Juan Ramón), Gutiérrez (Leo Dan), entre otros, vendían sus artistas en una medida insospechada. Uno de los ídolos caídos dijo al respecto:
—Nos hacían trabajar a un promedio de diez o doce bailes por cada fin de semana, y además en radio, en televisión, en todos lados donde se pudiera sacar un peso. La cuestión era aumentar la cuenta bancaria.
—¿Por qué aceptaban?
—Confieso que nosotros también nos engolosinamos. ¡Es que todo venía tan fácil! Todos nosotros teníamos automóvil de lujo, departamento en el Barrio Norte, chicas que gritaban nuestro nombre y se desmayaban tratando de abrirse paso entre las "fans" para tocarnos aunque sea las manos. Eso marea.
Al parecer nadie recordó que todos los excesos perjudican. Un canal de televisión, el 9, cubrió el 25 % de su programación con estos muchachos. Las revistas especializadas les hicieron notas todos los números. Las radios pasaron sus discos de día, de noche y de tarde. Por todas las calles de la ciudad aparecieron carteles murales donde se invitaba al público a bailar con ellos en tal o cual club. Las agencias de publicidad, asimismo, se unieron a la vorágine nuevaolera. Los "chicos" aparecieron en todos los medios de difusión ofreciendo bebidas y los más variados artículos de consumo. Finalmente —se estima— el público se aburrió. Cuando uno de ellos aparecía en la pantalla cambiaba el dial. Y sus canciones sólo son ahora escuchadas por los jóvenes, y muy seleccionadas. Aquí, precisamente, comenzaron los trastornos, las disputas, las susceptibilidades. El negocio, el gran negocio de la nuevaola, se venía abajo. Ya no tenía fuerza el movimiento, sino algunos nombres: Palito Ortega, Violeta Rivas, Leo Dan y Juan Ramón. Lejos, muy lejos, venían los otros.

Un hombre astuto
Mientras esto sucedía, un hombre astuto, perseverante en lo suyo, recordaba lo que había señalado años atrás:
—No hay que atosigar la plaza. Hay que meterlos de a poco..., sin apuros. Mostrarlos de a ratitos. Si no proceden de esta manera se puede venir abajo la estantería.
Ese hombre es Ben Molar, uno de los más discutidos del ambiente. Un editor de música que hizo fortuna empezando desde abajo. Pero siempre ajustándose a una premisa que singularizó a toda su vida y que siempre repite: "Voy despacio porque estoy demasiado apurado".
—Estoy convencido que hubo mucho mareo en todo esto —dijo
a GENTE y la actualidad—. Nadie es dueño de nada, pero todos juntos conseguimos darle importancia a algo que fue negocio y que ahora, aunque en menor grado, lo sigue siendo.
Luego recordó:
—Conocí a Ricardo Mejía poco tiempo después de que entrara en la RCA. En un principio congeniamos, había comunicación entre nosotros. Tanto es así que durante dos años, todos los sábados, nos encontrábamos en un restaurante ubicado cerca del edificio que la RCA tenía en la calle Bartolomé Mitre. Después de almorzar íbamos a escuchar a los chicos que desfilaban. De esta manera encontramos a muchos.
—Mejía no dijo que usted estuviera en esas famosas selecciones.
—Bueno... No tiene importancia. ¡No sabía eso! De todos modos es muy común olvidarse algunas cosas cuando se conceden entrevistas al periodismo.
—¿Cuál fue su gravitación en la selección de valores?
—Todos opinábamos. Generalmente se elegía a los chicos cuando había coincidencia de criterios. En realidad eso no es importante. Pienso que "descubrir" una figura es una cosa, e "imponerla" otra muy distinta.

"¿Mejía? No..
—¿Nació en esos sábados la nuevaola? ¿Creó Ricardo Mejía el llamado mercado juvenil del disco?
—Pienso que no. La experiencia indica otras cosas que generalmente se olvidan. En 1947, por ejemplo, estaba en auge el bolero; y las "compradoras" de boleros eran muchachas jóvenes. Una veintena de cantantes acariciaba los oídos y hacía estremecer los corazones de esa generación. El bolero desapareció porqué se pusieron en juego otros intereses —llamémoslos autorales— que desnivelaron la calidad de las letras. Como consecuencia, desapareció. De todos modos quedó un precedente: el bolero tenía mercado juvenil. Luego hubo un proceso de dos año; de cierta expectación. Todos nosotros, los que andábamos en la "cosa", presentíamos que el antecedente bolero iba a dar pie a otras cosas. Y así fue. En 1952 apareció en el firmamento artístico Eider Barber que, con su "Canario triste", batió records de ventas y reafirmó el interés de los jóvenes por la compra de discos. Asimismo, en 1957, un conjunto vocal, "Los cinco latinos", vendió 130.000 discos con "Solamente tú" y "Abran las ventanas". Por otra parte, en 1959, surgió una chica de 17 años llamada Baby Bell que enloqueció a las muchachas y los muchachos con "Mágica luna", llegando a vender 140.000 discos. Baby era una joven que no "posaba", que vivía como les gustaba vivir a las chicas, que se vestía como ellas, que hacía lo que ellas quisieran hacer. Este proceso sembró el camino, un camino por el cual luego incursionaron Billy Caffaro ("Pity Pity" vendió 100.000 discos) y Luisito Aguilé, que, si bien no llegó a vender como los anteriores, demostró que el mercado juvenil del disco ya era una realidad También hay que recordar que desde 1955 en adelante en Estados Unidos sucedió lo mismo. Nombres tradicionales como el de Bing Crosby, por ejemplo, fueron eclipsados —al menos en lo concerniente a la venta de discos— por los de Paul Anka, Elvis Presley, Neil Sedaka, entre otros. Y al igual que en Estados Unidos, los artistas jóvenes de la canción comenzaron a surgir en todas partes del mundo. Es decir que, en realidad, se trata de un movimiento generacional.
—¿Rocky Pontoni dijo que usted andaba bien con quienes cantaban sus temas y que aquellos que no lo hacían se transformaban en enemigos de su editorial?
—Discúlpeme, pero prefiero no responder a esa pregunta.
—¿No puede dar "su" versión?
—En todo caso no sería la mía, sino la de todos los autores y editores. Sucede que no existe ninguna ley que impida a los artistas cantar tal o cual tema. Ninguna editorial puede prohibir que canten sus temas. Claro que a veces hay relaciones entre editores o compositores con intérpretes. Es decir que algunos temas son interpretados por el artista por existir ése vínculo, esa amistad. ¡Que
también es comercial, desde luego! Yo gané muchos enemigos porque Juan Ramón cantaba temas de mi editorial. Pero estas son cosas frecuentes en nuestro ambiente y en todos los demás. Siempre existen conformes y disconformes. Sucede que generalmente se acuerdan del editor cuando éste "pega" con alguno de sus temas.

Su ex amigo
—¿Qué pasó entre Juan Ramón y usted? ¿Por qué se separaron?
—Son cosas de nuestro trabajo, cosas que suelen suceder.
Ben Molar no quiso hablar de la separación de Juan Ramón. No obstante, por otro conducto GENTE se enteró que el joven nuevaolero fue presionado por varias personas para que se desvinculara del editor. En este sentido se dijo que Molar lo utilizaba para promocionar su nombre y el de su editorial. No obstante, una de las partes está moviendo contactos para reiniciar la "amistad". Ben Molar no movió un dedo en este sentido. Prefiere esperar. Prefiere esperar porque todo lo hace con paso de tortuga. Precisamente porque está demasiado apurado.
—¿La nuevaola se acabó?
—De ninguna manera. Algunos "chicos" cumplieron su ciclo. Por ahora no veo otros en el horizonte. Pero lo que es irrebatible es que el famoso mercado juvenil del disco —aquel que conquistaron los "boleristas"— no se extinguirá. Siempre habrá alguien para escuchar, ya sea argentino o extranjero. Lo que me parece importante destacar es que los nuevaoleros desaparecidos o que están a punto de desaparecer no tuvieron un buen asesoramiento. Estudiar arte escénico, por ejemplo, hubiera sido algo muy importante para ellos. Frank Sinatra canta muy bien, pero también es éxito en el cine.
—Se afirma que puede haber "ídolos caídos", pero jamás empresarios o editores en bancarrota. ¿Qué dice al respecto?
—Vuelvo al ejemplo de Frank Sinatra. Es cantor, actor de cine... y empresario multimillonario.

QUIEN ES BEN MOLAR
Mauricio Brenner cumplió 50 años, es casado y tiene dos hijos: Rubén (6) y Daniel (8). En su vida tuvo una sola gran oportunidad, y se aferró a ella casi con desesperación. Fue el 19 de marzo de 1942. En horas de la noche, su amigo Héctor Coire le propuso presentarlo a Enrique Lebendiger, dueño de la editorial Fermata. Al mismo tiempo, otro amigo, Enrique de Rosas (h.), le sugirió que trabajase con él de ayudante de dirección de películas. Ben Molar no dudó, y al día siguiente comenzó en la editorial con un sueldo de 250 pesos mensuales. Años después, en 1950, Lebendiger lo asoció. Antes de que esto sucediera, tuvo algunas experiencias que ahora recuerda con cierta nostalgia. Su primer trabajo fue vender flores de papel que hacía su madre. Luego vendió chocolatines en un circo, más tarde fue cadete en una zapatería (cinco pesos por mes), y también pintor de muñecos en una fábrica de juguetes. Actualmente tiene un piso en la avenida Santa Fe (6.000.000 de pesos), un automóvil Tornado Jet (1.530.000), y una colección de cuadros valuada en cinco millones de pesos, donde se encuentran obras de Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni, Raúl Soldi, Leónidas Gambartes, Carlos Torra Llardona y Julio Vanzo. No fuma, no juega, no bebe. Pero es socio del Diners. Emplea con frecuencia dos frases que considera importantes. Una: "Al igual que Marc Chagall, yo no me defiendo de los ataques verbales de mis enemigos". La otra es mucho más popular, certera y definitoria: " ¡Ojo... porque si no te come la jauría!"

Revista Gente y la actualidad
09.09.1965


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