BETTY ELIZALDE:
LA SENSUALIDAD EN EL AIRE
Es, seguramente, la voz femenina más escuchada de la radiofonía argentina. Dueña de un estilo mesurado, de una cálida e insinuante modulación, recibe diariamente numerosas- y apasionadas- cartas de sus oyentes masculinos

Todas las tardes, a la hora del crepúsculo, una voz femenina —sensual, inquietante, provocativa— desgrana sus cálidas inflexiones a través de los parlantes de decenas de miles de radiorreceptores porteños. En la misma tónica, desde hace cuatro años, su personalísimo registro vocal promociona —junto a una excelente, sedante programación musical— las ventajas que implica ser usuario de una conocida línea de cabotaje.
Provista de un timbre nada estridente, con una exacta modulación y un nivel interpretativo poco común, Beatriz Bistagnino de Carpossi (33, una hija) —más conocida por su nombre artístico: Betty Elizalde— es, sin duda, la voz femenina más escuchada de la radiofonía argentina. En rigor, el éxito que BE ha cosechado en los últimos tiempos no es otra cosa que el resultado de una densa, cuidada y consciente carrera profesional que se inició a comienzos de la década del 60, luego de su egreso de los cursos del ISER (Instituto Superior de Estudios Radiofónicos). De ahí en más, y tras recalar en emisoras líderes —Belgrano, Continental, Del Plata—, se fue afianzando gracias a programas como los recordados Buenas noches, señor Adán, Escalera a la fama, los tentadores, provocativos anuncios de verano de una renombrada marca de cerveza, y El buen dia, un ómnibus matutino que emitió Radio Del Plata el año pasado y que ahora se difunde los días sábados. Además, actualmente, conduce Estrictamente musical por Radio Excelsion, y La noche de Continental, por LS4.
La semana pasada, en un estudio de grabación de La calle Riobamba al mil, Elizalde mantuvo una charla con un redactor de Siete Días, en la que memoró su trayectoria y analizó los pivotes sobre los cuales se cimentó su popularidad. Lo que sigue es una síntesis de dicho reportaje:
—¿Cómo fueron tus comienzos profesionales y cómo surgió tu sobrenombre?
—Cuando empecé, hace unos trece años, tenía muchos problemas para comunicarme con la gente. Venía de un ambiente especial, una vida muy familiar que me había alejado de la gente y forjado características bastante melancólicas. Cuando inicié los cursos en el ISER, mi familia casi dejó de saludarme. Después de hacer mi primera suplencia, creí que nunca más me llamarían, segura de que hacían falta acomodos. Pero me equivoqué. A los pocos días estaba trabajando con Guillermo Brizuela Méndez, en unos bailables por Radio Belgrano. Fue allí que los muchachos me dijeron que Beatriz Bistagnino era horrible, que me buscara otro nombre. Pero finalmente ellos me pusieron Betty Elizalde, no sé por qué.
—¿Siempre viviste de tu profesión?
—Sí. Mis primeras suplencias tuvieron muchos altibajos y debí soportar todos los manoseos típicos del oficio: tenés trabajo, no lo tenés, te sacan de Las listas de suplencias y todo eso. Pero yo fui muy tenaz y, por otra parte, tenía una gran necesidad económica de trabajar. Recién cuatro años después de mi debut, cuando Rubén Machado fue nombrado director de Radio Belgrano, empecé a tener seguridad y sueldo fijo.
—¿Cómo comenzaste a tener éxito y a destacarte como locutora?
—Bueno, una mañana, haciendo la tanda de rutina, me escuchó Darío Castel, y me llamó para trabajar en Canal 11, en cabina. No hacía más que la fajina de un locutor de turno, hasta que un día Claudio Martínez Dalque, director artístico de Radio Belgrano, oyó mi voz por televisión, y me dijo que le parecía ideal para hacer un programa nocturno para hombres, porque, según explicó, "los tipos se treparían a las paredes por esa voz". Yo sentí que me moría de vergüenza.
—¿Fue el primer programa exclusivo que hiciste?
—Sí. Se llamó Adán y yo, y era eminentemente sexy, pero no se trataba de vender el camelo de la mujer fatal, sino que todo consistía en interpretar a una chica muy sensual y canchera, que estaba un poco de vuelta, que hacía las cosas con humor y era una especie de compinche del oyente. Pero no entraba en competencia con esposas ni novias. Fue una hermosa experiencia, después, Dalque se fue de la radio y vino otro director, que me prohibió usar el título del programa. Entonces lo cambié y lo llamé "Buenas noches, señor Adán" y siguió siendo un éxito en Belgrano y en Splendid.
—¿Ya por entonces tu voz era tan sensual como es ahora?
—Era una voz distinta. Menos trabajada, más aniñada. Creo que era menos madura, y eso tiene que ver con toda la etapa de formación y estudio que empecé después.
—¿En qué consistió ese estudio?
—Bueno, fundamentalmente foniatría y teatro.
—¿Esa característica de sensualidad permanente, de incitación, que tiene tu voz, nació de modo espontáneo o fue producto de esos estudios?
—Yo creo que es innato, pero sin duda que una labor como la de los avisos de Quilmes Imperial, por ejemplo, —que es super sexy— es más producto del estudio. Ese aviso, ocho años atrás, no lo hubiera podido hacer, porque era un texto muy difícil. Con todo esto quiero decir que a partir de Adán me sentí mucho más exigida; me di cuenta de que la locución era algo más que leer avisos.
—¿Qué es la locución? ¿Cuál es ese algo más?
—Mira, lo que te podría decir es qué siento yo que es la radio. Y
en este sentido, creo que hay dos aspectos: uno se ejemplifica con el hombre por excelencia de la radio, que es Hugo Guerrero Martinheitz, es decir la radio completa, integral, periodística, omnicomprensiva. Y el otro, que es el que más me interesa, es el trabajo en equipo, como el que cumplo en El buen día con profesionales como Tomás Eloy Martínez, Carlos Burone, César Bruto y otros. Allí mi función es la de organizar y coordinar el programa. En radio, el secreto consiste en tratar de manejar los elementos con que se cuenta (buena música, silencios, buena voz y una correcta manera de decir) del modo más artístico posible. Eso me interesa mucho, y a mí me ayudó el teatro; así fue como aprendí a decir un texto de modo que parezca improvisado, íntimo.
—¿Ese tono sensual lo empleás también fuera de la radio?
—Mirá, mis amigos dicen que en mi vida cotidiana mi voz no tiene nada que ver con la que se oye por radio. Y eso se debe a que, ante el micrófono, yo me sumerjo en un clima muy especial que me obliga a ejercitar una determinada impostación de la voz, una diferente altura vocal,
—¿Pero a vos te gusta ese rol de mujer sexy?
—No sé . . . me gusta hacerlo. Me gusta ese tono cálido, y siento que el público lo acepta de buen grado. Me comunico bien; es como si percibiera que la gente recibe más la calidez que la sensualidad. A mí no me gusta gritar. Prefiero hablar en un tono más bajo, lo que automáticamente provoca ese timbre insinuante en mi voz.
—Sin duda, esa característica te habrá deparado un sinnúmero de anécdotas. ¿Qué reacciones han tenido tus oyentes?
—De todo calibre. Siempre recibí gran cantidad de cartas, un buen porcentaje de las cuales son, inexorablemente, declaraciones de amor. Cuando hacía Adán, empecé a recibir regalos. El portero de la radio me decía que mientras yo estaba en el estudio, siempre aparecía un tipo con discos, bombones, flores, libros, de todo ... Y además, día por medio, ese mismo señor me mandaba unas cartas increíbles, nada atrevidas (era, por cierto, un crítico excepcional de mi programa), y con una buena mezcla de afecto y enamoramiento. Al año de esta "relación" se hizo conocer. Resultó ser un hombre muy relacionado en esferas oficiales. Después se fue a España, y desde allá me siguió mandando cantidades de material periodístico. Lo que se dice un oyente muy correcto, ¿no?
—¿Los hubo incorrectos?
—No diría tanto. Lo que sí hubo fue un soldado vanidoso que quiso satisfacer su ego. ¡Y lo logró por casualidad! Era un muchacho que me mandaba cartas incesantemente, con fogosas declaraciones de amor. Después de un tiempo, se convenció —no sé por qué— de que yo también estaba enamorada de él. Y entonces me escribió diciéndome que no aguantaba más y que, si yo estaba dispuesta a aceptarlo, tal día debía pasar un disco de Tito Rodríguez. Justo coincidió con mis vacaciones, para lo cual yo habia dejado grabada la programación de todo un mes de programa. Y dio la casualidad de que el día indicado, mientras yo estaba de viaje, pasaron el disco que él me había pedido. Yo me quise morir, y me dije: "Bueno, a ver qué hace ahora"... Pues, desapareció. Nunca más me volvió a escribir.
—¿Qué sentís ante estas situaciones?
—Por un lado, me parece una maravilla. Pero al mismo tiempo me angustia mucho, porque pienso que hay casos desgarrantes. Pienso que detrás de cada carta hay una frustración muy grande. No es tan grato. Mirá, no faltaron casos de presidiarios que amenazaron con matarse si yo no les demostraba "prácticamente" mi calidez, dándoles plata o consiguiéndoles un trabajo. Una vez los muchachos de la radio debieron echar a un tipo que me arrinconó y juraba que se iba a abrir las venas si yo no hacía algo por él.
—¿Por qué no incursionaste en televisión?
—¿Televisión? Yo . . No soy fotogénica; mirá, ésa es la mejor excusa para todos los productores. Y los comprendo, claro. De todos modos, el año pasado me ofrecieron un programa juvenil, pero no me interesó. Además de todo, me siento muy mal en ese medio; pienso que hay una subestimación total por el trabajo del profesional. Allí la vanidad, los celos y el temor a que a uno le muevan el piso no están tan atenuados como en la radio. Yo tengo, en definitiva, una vida muy rica fuera de mi profesión, y no me interesa volver histérica a mi casa porque me trató mal un productor. Y en la radio tengo mucho que hacer todavía. Sólo iría a trabajar en TV si me importara profesionalmente y no como chica bonita, porque yo no soy bonita. Tendré una voz sensual, pero no vivo pendiente de mi arreglo. En la radio puedo trabajar en vaqueros o como me dé la gana.
Revista Siete Días Ilustrados
10.06.1974

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