Lo único que estaba
suficientemente claro para los tripulantes de los
202 vehículos que el domingo 11 de febrero
partieron del circuito KDT, en Palermo, Buenos
Aires, para transitar los 7 mil kilómetros de la
Segunda Gran Travesía Citroën, era que los
esperaban 21 días de inquietante aventura. El
pasado domingo 4, de regreso al mismo lugar de la
partida, los raidistas se apearon de sus
automóviles —2CV, 3CV, Meharis y Ami 8—
convencidos de que la primera presunción se había
materializado. La excursión —que se realiza ahora
anualmente— se convirtió, de pronto, en uno de los
mayores eventos del calendario turístico
argentino.
Al igual que en los
países más avanzados en la materia, quedó
demostrada la pujanza del desarrollo
interrelacionado del automovilismo, el camping y
el turismo. Sin embargo, más allá del significado
y alcance que pueda tener el rally en sí, la
experiencia deja en cada uno de los participantes
un bagaje de emociones y conocimientos.
Por esas razones a
Otelo Borroni —el redactor de Siete Días que
participó de la caravana— no le resultó difícil
acopiar anécdotas. Cuando regresaba desde La
Quiaca, no sólo remitió el informe que sigue:
también anticipó que, aunque todo indicaba que la
indiscutible vedette de viaje sería el fabuloso y
cambiante paisaje del Noroeste argentino, en
cambio lo fueron las gentes, los argentinos
mismos, tanto los que comandaban los pequeños
automóviles como los anfitriones o los que
saludaban el paso de los raidistas.
Recién a partir del
día de descanso en San Juan —la tercera jornada—
los participantes pudieron dedicarse a conocerse
entre sí, a descubrirse. Sin la obligación de
emprender la marcha con las primeras horas de la
mañana, cada uno pudo conocer a su vecino de
carpa, o al propietario de ese 3 CV "igualito al
de uno". Surgieron así las identificaciones, las
generalizaciones y, por supuesto, los casos
particulares. Es que por el carácter abierto del
tour, entre los 600 tripulantes de los autos
inscriptos figuraron personas cuyas edades oscilan
entre los seis meses y los 75 años. Sin embargo,
no fue en cuanto a edades que surgieron las
diferencias. Por ejemplo, no tardó en elegirse la
mascota del grupo: un 2CV modelo 1958, importado
de Bélgica, piloteado por Rafael Sanz (50), quien
viajó con su esposa, sus dos hijos y Paquita, la
cotorra, "a la que no podíamos dejar sola". Por
ser el auto más viejo y menos potente del grupo,
ante cada trepada, cada cruce de un río o,
simplemente, frente a un tramo largo, surgía la
expectativa general. Una
duda que el equipo de
mecánicos se encargó de disipar: "Nos hemos
juramentado: aunque tengamos que hacerlo varias
veces de nuevo, el petiso da la vuelta completa",
aseguraron.
La afirmación de los
técnicos no resultó exagerada: al cuarto día de
marcha rompió el diferencial en uno de los tramos
más difíciles del camino de cornisa que recorre el
tramo Calingasta-Jachal. Remolcado hasta el final
de la etapa, en una hora, le fue adaptado uno de
reemplazo. Dos días después se tardó el doble de
tiempo en enderezarle el chasis, un achaque propio
de su edad:, no resistió los miles de badenes del
tramo Tinogasta-Cafayate. Al cierre de esta nota,
cuatro mecánicos ingerían grandes dosis de
sedantes luego de haber resuelto el enigma que
significó el reemplazo de toda la instalación
eléctrica del auto. Optimista, Sanz no deja de
trabajar en el vehículo en cuanto tiempo libre
tiene: "Si no fuera por la organización casi
perfecta, no podría haber conocido gran parte del
país. Pero tengo fe: llegaré".
Por cierto que
Paquita, la cotorra del 2 CV 1958, no es el único
animal raidista. Dos gatos, un canario y cinco
perros —entre ellos un ovejero alemán ganador de
cinco primeros premios en exposiciones nacionales
e internacionales— configuran la lista de animales
turistas. Y, en cuanto a contabilizaciones dentro
del heterogéneo grupo, habría que computar la
presencia de cinco médicos, un radioaficionado con
un equipo completo montado en su furgoneta y tres
parejas de recién casados. Dentro de estas últimas
se destacó la integrada por Alberto Quinteros y
María Susana Wemetz, quienes se casaron en Yavi.
El proceso anterior a la boda no fue sencillo:
mientras Quinteros viajaba con su familia en auto
desde Buenos Aires, la novia lo hizo directamente
a Jujuy en avión. Pero horas antes de la
ceremonia, cuando el novio, acompañado por otros
tres automóviles, se adelantaba a la caravana,
desde Salta a Jujuy, un camión embistió al
vehículo en el que viajaba el tío de Quinteros.
Mientras el pariente quedaba hospitalizado, AQ
pudo finalmente reunirse con María Susana y
efectuar el primer casamiento raidista.
También viajaron dos
mecánicos chilenos y dos periodistas extranjeros,
uno francés y otro uruguayo, que capitalizarán la
experiencia en sus respectivos países. Sin
embargo, nadie mejor que René Jean Medana (42, 2
hijos, francés), agregado comercial de la Citroën
Argentina, uno de los directores del viaje, para
evaluar los resultados: "Yo corrí hace tres años
el raid Francia-Afganistán, reservado para
conductores de 18 a 35 años. Participaron
quinientos autos que atravesaron 10 países. Era un
ritmo de locura. Hubo tres muertos y considerable
cantidad de piñas. En cambio, esto es diferente a
esas experiencias europeas. Es más bien un paseo.
Hay gente de todas las edades que tiene un
denominador común: conocer mejor a su país".
Ese afán se reflejó en
algunos casos particulares, como el de Juan Carlos
Bustos (29, dos hijos), que no vaciló en viajar
desde Pico Truncado, Santa Cruz, para integrar la
travesía. Así, en menos de un mes transitó con su
patito feo todo el país de un extremo a otro.
Luly Flores y Nilda
Ilacqua, dos bellas representantes de Bahía
Blanca, se destacaron por no enterarse de que la
ruta programada para cubrir el tramo
Tinogasta-Belén, en Catamarca, había sido
declarada intransitable no sólo por sus angostas
cuestas y el mal estado del camino, sino porque el
caudal de varios ríos había crecido hasta límites
alarmantes. "Cuando ya estábamos a mitad de camino
nos llamó la atención que nadie nos siguiera y que
no encontrábamos a nadie adelante. Ambas tenemos
mucha experiencia en montaña, así que igual le
metimos", se jactan. Cuando los primeros autos que
siguieron la ruta más segura llegaron a Belén,
cansados y llenos de polvo, se encontraron con que
las dos jóvenes estaban esperando desde hacía más
de una hora, descansadas y con el auto limpio.
Con igual empeño, pero
más dificultades, trascurrió la travesía para la
familia del publicista Rubén García. En el límite
entre Tucumán y Catamarca lo sorprendió una curva
y sufrió un violento fuori pista que destrozó
literalmente al auto. García, su mujer y sus dos
hijos debieron ser internados ¡preventivamente.
Una vez repuesto del susto, y con seis puntadas en
su pierna derecha, RG se empeñó en continuar la
travesía, "aunque sea repartiendo la familia en
autos de amigos". El desafío estaba planteado y
los directivos de la Citroën lo aceptaron, pero
con una sorpresa: dos mecánicos se hicieron cargo
de los restos del Ami 8 y, primero remolcándolos y
luego manejando, muchos tramos en "primera", se
encargaron de irlo arreglando a través de las
sucesivas etapas. Cuando faltaba alguna pieza era
remitida en avión desde Buenos Aires. Así, al
llegar a La Quiaca, los García recibieron su
vehículo en perfectas condiciones de uso.
"Pero fue la seguridad
en la ruta el aspecto primordial de esta
travesía", explicó Jean Pasture (40, casado),
gerente general de Servicios para Sudamérica de la
Citroën y director general de la Segunda Travesía.
Y justamente, pensando en esa tranquilidad del
viaje, es que se invirtió una suma cercana a los
cincuenta millones de pesos en un operativo que
alcanza a ocho equipos técnicos de dos personas
cada uno, seis controles que se intercalaron entre
los participantes y seis automóviles ¡para
periodistas, uno de ellos entregado a Siete Días.
Toda esa organización
fue puesta a prueba el Día D, como llamaron los
travesistas al 17 de febrero, en que debió
cumplirse el trayecto Tinogasta-Cafayate. Los
inconvenientes se multiplicaron llegando a hacer
tambalear todo el esquema de la marcha. Modificado
el camino original de la ruta nacional Nº 40 por
haber sido declarado intransitable, se recurrió a
caminos secundarios que bien pronto demostrarían
sus dificultades. A 20 kilómetros del punto de
partida, el río Pituil se mostraba crecido por las
recientes lluvias. Mientras los primeros en
arribar pudieron cruzarlo auxiliados por cables
aferrados a las orillas, llegó un momento en que
el ¡peligro de que la corriente arrastrara a los
autos era grande. Un tractor cruzó a uno o dos
autos más, pero pronto su conductor desistió de la
aventura. Faltaban pasar más de 150 autos y el río
seguía creciendo. Finalmente Pasture optó por una
solución que si bien era riesgosa, fue la
definitiva: los autos fueron cruzados por un
puente ferroviario, haciendo equilibrio entre las
vías. El espectáculo fue impresionante. La hilera
de cien autos perfectamente alineados en la vía
simulaba un grotesco tren. Concluido el cruce, un
fuerte chaparrón asustó a los más equilibrados y
otro río obligó al uso de tractores para su cruce.
El agua superó allí la mitad de la altura de los
autos. En tanto, los arroyuelos se iban cargando
de agua de la lluvia, por lo que muchos autos se
quedaban empantanados, debiendo ser empujados por
solícitos travesistas.
A partir de allí, el
trayecto fue más normal. "De ahora en adelante,
todos sabemos que el país está allí, al alcance de
cualquiera. El que no lo conozca más a fondo será
porque no quiere. Nosotros demostramos que se
puede", aseguró Jorge Augé Bacqué, jefe de prensa
de Citroën, mientras la caravana enfilaba hacia la
meta final.
Revista Siete Días
Ilustrados
12.03.1973
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