CENSURA
La ambigua frontera de la "moral"...
"Argumentos viciosos y libertinos..., descripciones francamente obscenas y repugnantes..., elemento por demás peligroso para la moral y las buenas costumbres". Apoyado en esta apocalíptica calificación, un intendente de Buenos Aires dispuso, en 1948, el secuestro de un pequeño tomo de relatos. No se trataba de un libro "verde" sino de El muro, de Sartre. Diez años después, la prohibición sigue en pie.

Esta historia no es nueva ni exclusivamente nuestra. Entre los casos más famosos figura la fulminación, en 1857, de Las flores del mal, de Baudelaire, cuya rehabilitación judicial solo se logró casi un siglo después, en 1950; el proceso entablado a Flaubert por su Madame Bovary, que también ofendía "la moral y las buenas costumbres"; y la indignación del juez londinense que en 1898 definió los Estudios de psicología del sexo de Havelock Ellis como "publicación obscena" cuya única finalidad era "corromper la moral de los súbditos de Su Majestad". En la misma Inglaterra, El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence, fue editada solo en 1960, después de 31 años de proscripción. Aún hoy el Ulises de Joyce tiene la entrada prohibida en muchos países, y la Corte Suprema de Noruega condenaba, hace apenas cinco años, las obras de Henry Miller.
En la U.R.S.S., las novelas y cuentos de Moravia, prohibidos durante muchos años, sufren ahora expurgaciones de sus pasajes sexuales antes de salir a la venta. Pero uno de los casos más divertidos se produjo hace un tiempo en Estados Unidos cuando, después del secuestro de gran cantidad de postales consideradas pornográficas, se descubrió que eran reproducciones de pinturas de la capilla Sixtina.

Una palabra que molesta
En Buenos Aires existen comisiones oficiales encargadas de calificar y muchas veces de censurar libros, revistas, espectáculos y películas. Pero la palabra "censura" resulta incómoda hasta para quienes la llevan a cabo.
—No diga censura, es un término feo —dice Francisco Mario Fasano, presidente de la Comisión Honoraria Asesora para la Calificación Moral de Impresos y Expresiones Plásticas, dependiente de la Municipalidad de la Capital—. Nuestro trabajo es conseguir que las costumbres no sean tan descaradas. Sin mojigatería ni aspavientos hipócritas, pero con firmeza, para impedir que se ofenda la moral y el sentido del decoro de una gran mayoría de la comunidad. ¿O terminaremos por no diferenciar lo moral de lo inmoral?
Para Fasano, el peligro está en todas partes, en ese "nuevo estilo de sexo y violencia" de que desbordan las revistas, el cine y la televisión, incidiendo día a día sobre la formación psíquica y ética del menor de edad.
—¡Y después nos sorprendemos de que la juventud sea díscola, violenta! Lo asombroso es que no sea mucho peor.
El presidente de la Organización Americana de Salvaguarda Moral (OASMO), Fasano, que participó en abril en el congreso realizado en Madrid por la Unión Internacional para la Protección de la Moralidad Pública, sostiene con vehemencia que su trabajo, lejos de ser confesional o sectario, tiene el apoyo de católicos, judíos, protestantes y ateos. En su opinión, se trata simplemente de una obra de sentido común y autodefensa de la sociedad.
Pero con buenas intenciones, precisamente, está empedrado el camino del infierno. Porque en nombre de esa autodefensa se cometen excesos. En 1954 cinco mil ejemplares de la novela de Norman Mailer Los desnudos y los muertos (premio Pulitzer) fueron secuestrados y quemados. Dos años más tarde, el editor Juan Goyanarte volvió a publicarla, pero para "evitar líos" eliminó o suavizó más de trescientas expresiones que podían soliviantar a los moralistas estrictos. No obstante, apenas aparecida la nueva edición, dos inspectores intentaron, aunque ahora inútilmente, repetir el secuestro. Por la publicación de El reposo del guerrero, de Christiane Rochefort (premio Nouvelle Vague), el editor Gonzalo Losada fue sentenciado a un año de prisión, y el traductor Miguel Amilibia a seis meses, aunque ambas sentencias fueron posteriormente anuladas por la Cámara del Crimen.
Pero uno de los casos más estrepitosos fue el de Lolita, de Vladimir Nabokov. Totalmente prohibida en la Capital Federal, no hay más que cruzar el Riachuelo para encontrarla en cualquier librería de Avellaneda, o la avenida General Paz si uno prefiere comprarla en Vicente López.
—¡Una menor de edad como protagonista, y además estupro, y violación, ambos severamente sancionados por nuestro Código! Eso es Lolita — exclama Fasano—. Su prohibición fue un simple caso de protección a la minoridad ... ¡Y no me hable del buen estilo del libro! Cuanto mejor escrito, más peligroso es.
Editorial Sur apeló a todas las instancias: Intendente, Concejo Deliberante, Ministerio del Interior, Cámara Civil del Crimen y Suprema Corte de Justicia. Rechazado su recurso en todas ellas, se confirmó así la sentencia municipal respecto de un libro que Graham Greene, escritor católico, definió como sigue: "Es una de las novelas más extraordinarias que han aparecido después de la guerra... Si las autoridades piden libros 'saludables', no cabe duda de que este es uno de ellos".

Policías y pecadores
La Comisión Honoraria califica todo tipo de publicación o impreso, y remite esta calificación a la Intendencia, que es la que decide. Esta calificación no puede ir más allá de "inmoral y presuntamente obsceno", puesto que lo categóricamente obsceno compite a la justicia, según el artículo 128 del Código Penal. En cuanto a la policía, sólo actúa por orden judicial.
Hay dos explicaciones para su cautela: 1) el rapidísimo mimetismo de ciertas revistas que cambian continuamente de nombre: "Dinamita", "Ricuritas", "Cabeza fresca", "Media noche", con el único objetivo de mostrar damiselas con poca ropa o ninguna; 2) la dificultad para discriminar legalmente si ciertos álbumes de fotografías "artísticas" o manuales seudocientíficos son pornográficos o no lo son. Decimos legalmente, porque ¿quién duda de que tales publicaciones son puramente comerciales y non sanctas? Pero la letra de la ley nada tiene que ver con las certidumbres humanas.
—Tenemos que andar con pie de plomo —explica un veterano policía—Muchas veces nos ayuda la casualidad. En allanamientos por otras causas: corrupción, tráfico de drogas, suelen aparecer publicaciones pornográficas. Entonces seguimos la clásica pista, o "tiramos del hilo", como decimos nosotros: averiguamos quién es el vendedor, este nos lleva al distribuidor, y de allí al impresor... Pero la verdad es que la pornografía clandestina no es negocio. Lo que antes era un ingreso suplementario para el clásico canillita al que siempre le faltaban "noventicinco para el peso", ahora no compensa los riesgos. Mire esos canillitas bien trajeados, esos quioscos lujosos (conozco uno por el que pagaron medio millón de llave)... ¿Para qué necesitan vender novelas verdes?

Strip-tease, o la fuerza de la costumbre
—¿Strip-tease? Ya no interesa.
Carlos A. Petit —autor de revistas y director del teatro El Nacional— que hace 23 años enfrenta a los inspectores municipales, es un veterano en asuntos de censura. Y un escéptico.
—El mejor strip-tease, y gratuito, se ve todos los veranos en Mar del Plata. En los escenarios, en cambio, hay cada vez menos... Es cuestión de resortes psíquicos. Durante los años en que toda crítica al gobierno estuvo prohibida, el público quería precisamente eso, lo prohibido. Ahora a nadie le interesan los chistes políticos, porque todos pueden hacerlos. Lo mismo pasa con el desnudo.
En el teatro de revistas hay una tierra de nadie, un gentlemen's agreement entre los empresarios y los miembros de la Comisión Municipal de Calificación de Espectáculos Públicos. Las ropas de las coristas llegan justo al límite más abajo del cual empieza la indecencia y el escándalo. Un ombligo es moral, pero el pezón debe ser cubierto. Los chistes pueden ser escabrosos, pero no tanto. En espectáculos de este tipo se llega al punto que en cocina francesa se conoce como faisandé: un principio de descomposición, sin llegar a podrido. De todas maneras, las revistas están implícitamente prohibidas para menores de 18 años, y los adultos que forman su público no buscan en ellas ni refinamiento, ni delicadeza, ni cosa que se les parezca. El mecanismo de control es elemental: la Comisión ve la pieza, aconseja suprimir este chiste, alargar aquel slip, subir ese velo. Y que todo sea para bien.
—Los de la Comisión son unos caballerazos —dice Petit—. Nunca he tenido problemas con ellos. El digesto municipal es de 1908, cuando la distancia entre las filas de butacas debía permitir el paso de aquellas polleras monumentales... ¡Imagínese si se les ocurriera interpretarlo al pie de la letra!
—Pero los mejores censores somos nosotros mismos —concluye Petit—Soy padre de familia, con una hija maestra y un hijo abogado, tengo amigos ... ¿ Usted cree que puedo desear verme envuelto en un escándalo?
Estos espectáculos "no aptos" dan buenos dividendos. Petit confiesa ingresos mensuales de entre 300 y 700 mil pesos y ha hecho ya 14 viajes a Europa. Pero cuando se le pregunta por su verdadera opinión acerca de la moral, la censura y los censores, exclama :
—¡Lástima que las cosas más divertidas no puedan decirse nunca!
En otros ambientes, sin embargo, el "arte" suele pasarse de la raya. En un night-club de la avenida Libertador, cerca del hipódromo, el strip-tease rebasó todos los límites: mientras cantaba nada menos que "La novia", la bailarina se iba quitando la ropa hasta quedar completamente desnuda en brazos de un hombre. Con todo sigilo fue enviado un fotógrafo de la policía, cuya cámara suministró pruebas más que suficientes para que la justicia cumpliera su cometido. Lo curioso de esta historia es que el partenaire de la bailarina era su esposo legal.

Moralidad según las calles
En el teatro serio las cosas son más serias. Desde 1938, en que un intendente puntilloso prohibió la representación de Salomé, de Oscar Wilde, en el teatro Cervantes, por considerarla altamente inmoral, los hechos se han repetido con cierta frecuencia. Además, el criterio de ciertos calificadores municipales ha sido en algunas ocasiones extrañamente geográfico. Anfitrión 38, de Giraudoux, pudo exhibirse en un teatro independiente de la calle Florida, cuyo público, se suponía, aceptaba sin mosquear que Zeus, después de mandar a Anfitrión 38 a la guerra, se colara por la ventana del dormitorio de la esposa de este, Alcmena. Para dicho público, Anfitrión 38 seguía siendo el marido de Alcmena y nada más. Pero la obra quedó tácitamente vedada para los teatros populares de la calle Corrientes, cuyos espectadores, según el sutil criterio de esos calificadores, hubieran soltado la risa ante el pobre Anfitrión 38, considerándolo un marido burlado.
Las cosas llegaron al ridículo cuando la propia Comisión debió defender a Fedra, de Racine, para la cual algunos moralistas absurdos pedían la prohibición porque en ella había un incesto. Uno de los miembros de la Comisión preparó un extenso informe escrito en favor de la sospechosa Fedra y, presentándolo al grupo que presionaba para su fulminación, logró salvarla.

Ofensiva contra el cine
El 14 de febrero, en una sensacional incursión al cine Luxor, dos magistrados acompañados por diez policías interrumpieron la función y, una vez devuelto el importe de las entradas a los 700 espectadores presentes, secuestraron El silencio, de Bergman, por "inmoral y obscena". El caso tuvo una ruidosa repercusión, sobre todo porque el Consejo Nacional Honorario de Calificación Cinematográfica —sin cuya autorización no puede exhibirse ningún film en nuestro país— había aprobado su exhibición con la más prudente salvedad de un "no apto para menores de 22 años". El procedimiento judicial desconocía, en los hechos, la validez del Consejo, creado por decreto 8205/63 del Poder Ejecutivo.
No paró allí el asunto: días más tarde, los fiscales doctores Alejandro Beruti Lagos y Guillermo De la Riestra (famoso por sus intervenciones en los casos Lolita, El reposo del guerrero, Los amantes, Hiroshima, mon amour) se presentaron ante el Juzgado Federal en lo Penal para acusar a los miembros del Consejo de "violación de los deberes de funcionarios públicos y exhibiciones obscenas" fundándose en su autorización de la exhibición de El silencio. La acusación se extendió luego al distribuidor del film, al exhibidor y a los laboratorios donde habían sido procesados los negativos. Durante esos días corría de boca en boca esta broma: "Pidamos la extradición de Bergman, como autor principal del delito, y el procesamiento de la empresa de aviación que trajo los rollos desde Suecia".
—Ciento veinte mil personas han visto El silencio en Buenos Aires y Mar del Plata —dice Alfredo Muruseta, su distribuidor—, y ninguna de ellas ha protestado ni pedido su prohibición ... Creo, sí, en la censura, pero en una censura acorde con el alto nivel cultural que ha alcanzado el país. Los cortes de El silencio se hicieron en perfecto acuerdo entre el Consejo y yo, y solo después la película fue autorizada. ¿Cómo explicar, entonces, su secuestro?
El ataque moralizador se extendió también a una producción argentina: Circe, de Manuel Antín (La cifra impar, Los venerables todos). Por resolución del 12 de marzo, el Consejo, con la presencia de todos sus miembros, decidió que "varias tomas del acto séptimo resultan altamente impúdicas y contrarias a la moral por describir con excesiva morbosidad la actitud de lascivia y autosatisfacción de la protagonista", y que debían efectuarse cortes para que la película fuese autorizada. La reacción de Antín fue inmediata y terminante: no haría cortes.
—El Consejo ha obrado con liviandad digna de mejor causa —fue su conclusión—. La supresión de esa secuencia anula nada menos que el significado intelectual de la película, que alude a cierto tipo de mujer argentina, exacerbadamente narcisista, que se complace en atraer al hombre pero sin arriesgar nada en su relación con él.
Antín manifestó haber encontrado muy poco eco en la prensa y en el ambiente cinematográfico.
—Algunos diarios ni siquiera publicaron la noticia. Parece como si la censura fuera un problema ajeno a la mayoría... ¿Es que en este país resulta más cómoda la sumisión y es más inteligente destrozar la propia obra?
En cuanto a la aparente contradicción de un Consejo que autorizaba El silencio y prohibía Circe:
—Es posible que el juicio que les entabló De la Riestra los haya atemorizado. O que el proceso sea parte de un plan muy hábil para justificar, precisamente, esa mayor rigidez. O que, simplemente, respeten más a Bergman que a Antín.
Entre las escasas voces que defendieron a Antín estuvo la de CLEC (Comisión por la Libertad de Expresión Cinematográfica) —que reúne a críticos, escritores, cortometrajistas, actores, directores y cineclubes— pidiendo la derogación inmediata del decreto 8205/1963 y la autorización sin más trámite de la exhibición de Circe.
—El decreto 8205/63 establece la censura previa y por lo tanto es inconstitucional —manifestó el secretario de CLEC, Héctor Grossi, jurado en el VI Festival Cinematográfico Internacional de Buenos Aires—. Sus efectos sobre la producción local, de por sí tan castigada, son nefastos: crean el terrible virus de la autocensura. Los directores y productores trabajan con un ojo en el film y el otro en el filo de la tijera...
Finalmente, y después de prolongadas tratativas, exhibiciones en privado y conversaciones informales, Antín y el Consejo llegaron a un acuerdo y la película pudo llegar al público sin cortes que deformaran su contenido. Pero el peligro quedaba en pie: el estreno de un film puede ser demorado, obstaculizado y hasta postergado indefinidamente, con los consiguientes perjuicios culturales y económicos. Recordar la anterior ley cinematográfica resulta melancólico: su artículo 22 señalaba claramente que quien de "cualquier modo atentare contra la libertad de expresión cinematográfica ejerciendo censura será reprimido con prisión de uno a seis meses".
El doctor Bernardo Beiderman, profesor de derecho penal de la Universidad de Buenos Aires, y de libertad de opinión e información en la Universidad del Museo Social Argentino, afirma que el Consejo Nacional Honorario de la Calificación Cinematográfica es un caso típico de censura previa, puesto que el control se hace antes de la exhibición pública.
—Y no se puede aducir que se trata de defensa de la minoridad. Esta defensa se hace perfectamente bien con la calificación de apto o no apto. La calificación tiene un legítimo fin pedagógico y preventivo, puesto que el menor de edad no puede discernir libremente por falta de madurez espiritual. No es libre y por lo tanto no es responsable. Pero los adultos son libres y responsables, y como tales tienen libre acceso a toda obra de arte... Impedírselo es, precisamente, censura previa. Y aun en el caso que haya delito de obscenidad, solo la justicia puede sancionarlo, después de cometido.
Frente a la rigidez con que fue juzgada Circe, sorprende la lenidad del Consejo ante producciones abiertamente comerciales como Lujuria tropical, cuyo director, Armando Bó, habiéndose comprometido a hacer cortes en ella, la exhibió completa, para contento y deleite de los admiradores de Isabel Sarli. Aunque el Consejo labró el correspondiente sumario por esta ruptura del pacto, es bastante dudoso que la medida surta efecto. Sobre todo porque Bó ha tenido buena suerte en sus lides con el Consejo, debido, posiblemente, al variable criterio con que éste juzga la mostración de desnudos en las películas. Según inmediatos allegados al Consejo, un desnudo hace impacto en el espectador, más que por su imagen en sí misma, por su duración en la pantalla. ("Un desnudo de diez segundos es recordado después de olvidar hasta el título de la película"). Además, existen circunstancias de iluminación y distancia: "pasa" un desnudo lejano, o con poca luz, pero los próximos a la cámara o los iluminados con nitidez son cortados sin lástima.
Los exhibidores inescrupulosos apelan a los más curiosos recursos. Hasta hace algún tiempo, uno de ellos esperaba a que estuviese de turno un juez de miras liberales. Recién entonces estrenaba su película "fuerte", en un cine de barrio, en trasnoche y sin publicidad en los diarios. De inmediato, uno de sus testaferros —entre ellos un conocido abogado— se presentaba en V comisaría correspondiente y denunciaba la "exhibición de una película pornográfica". El juez tomaba cartas en el asunto, salvándolo así, sin saberlo, de otro menos tolerante, y el exhibidor podía llevar la película ya salvada, al centro. Otro caso pintoresco es el de un pequeño cine de la calle Corrientes cuyas carteleras prometen diariamente un menú de platos muy condimentados que en la realidad resultan inocentes caldos. En el Consejo se comenta irónicamente :
—Habría que procesar al dueño del cine. Pero no por pornografía, sino por estafa. Todo se va en los títulos de su cartelera.

"Los muertos que vos matáis..."
Entretanto, la ineficacia de la censura queda demostrada todos los días. Proliferan las novelitas pornográfico-policiales, y algunas series televisadas son Recetarios del Perfecto Asesino. Revistas como "Así", "Ocurrió" y "Ahora", prohibidas y secuestradas por su generosa exhibición de desnudos, reaparecen muy pronto, compensando el déficit de sexo con un incremento de la violencia. En el número 45 de la revista "Careo", de un total de 24 páginas, trece están totalmente dedicadas a crímenes, accidentes mortales, tiroteos, robos a mano armada, etc.; y doce fotos, algunas a toda página, exhiben muertos a balazos, ensangrentados, con muecas escalofriantes, otros con costurones de la autopsia a la vista.
Nada puede hacerse en este aspecto. No hay código que reprima la exhibición de la violencia y la muerte, ni ley que la sancione. Y el comercio con la morbosidad da suculentas ganancias.
El cine desembozadamente comercial, en su desesperada competencia con la televisión, ofrece al público lo que esta no puede darle: sexo. La mayor parte de los títulos (deliberadamente mal traducidos) y de la publicidad incluyen las palabras "pecado", "pasional", "noche", "lecho", "secreto", etc. La vulgaridad y grosera intención de Mundo al desnudo, El caso Christine Keeler, La pupa, no obsta para que sean exhibidas con entera libertad. De 121 cines porteños que anunciaron sus programas en "La Nación" del 30 de marzo, 36 films eran prohibidos y 9 inconvenientes para menores de 14 años, y 12 prohibidos y 7 inconvenientes para menores de 18; con el agravante de que los "sin restricciones" incluían títulos como El valle de la venganza, Noche para el terror, El regreso de los malos, etc.

Moralismo no es moral
Uno de los hechos sobresalientes del siglo XX es la violenta ruptura de los tabúes sexuales de toda una civilización: desde el psicoanálisis hasta la agresiva moda femenina, desde la franqueza a veces brutal con que la literatura y el cine tratan las relaciones entre el hombre y la mujer hasta los nuevos criterios pedagógicos sobre el tema, es innegable que Occidente está abandonando rápidamente su tradicional sexofobia. Las nuevas pautas sexuales ocupan la primera fila. ¿ Cómo, entonces, prescindir de ellas?
La censura es la mejor manera de equivocarse al respecto. Más de treinta años de retaceo casi ininterrumpido a la libertad de prensa han dado por resultado —y no el peor de ellos— ese lenguaje hipócrita que llama "triste comercio" a la prostitución, y "malos tratos" a una violación: esa cobardía que algunos llaman mesura o prudencia, propicia para las insinuaciones a media luz.
La censura significa paternalismo moral por parte del Estado. Y el paternalismo provoca, a corto plazo, el indiferentismo moral. "¿Para qué pensar, si ya piensan por mí?" Cuando el Estado, por medio de sus representantes, se convierte en un padre demasiado protector y autoritario, muere el espíritu crítico de los ciudadanos, y por tanto, la libertad. Puesto que sólo los hombres conscientes pueden ser libres.
¿Un completo abandono del control, entonces? Tampoco. Si abandonamos la sexofobia, no es para caer en la licencia. Una cosa es el tratamiento realista, honesto, artístico, del sexo y de la muerte —dos hechos consustanciales con el hombre—, y otra muy distinta la explotación comercial de una curiosidad normal —y frecuentemente anormal— del ser humano por los dos grandes temas. Es la erotización masiva comercializada, la que debe ser prevenida y reprimida. Entre nosotros no hay una clara legislación al respecto. Pero el código penal suizo, entre otros, señala específicamente el delito de "publicación obscena hecha con ánimo de lucro".
Ese es el camino. Lo demás es barbarie. Con las mejores intenciones, pero barbarie. Entonces habría que empezar por sacar El beso, de Rodin del Museo de Bellas Artes, y derribar tanto desnudo de piedra, yeso o mármol que hay por las plazas del país. Con lo que daríamos plena razón a las palabras del crítico francés André Lang: "La censura es impotente para contener la ola de lugares comunes e hipocresía que corrompen el gusto del público. No sale de su sopor sino ante la originalidad del talento y la audacia del espíritu."
Germán Pacheco
Revista Panorama
06/1964

 

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