Esta historia no es
nueva ni exclusivamente nuestra. Entre los casos
más famosos figura la fulminación, en 1857, de Las
flores del mal, de Baudelaire, cuya rehabilitación
judicial solo se logró casi un siglo después, en
1950; el proceso entablado a Flaubert por su
Madame Bovary, que también ofendía "la moral y las
buenas costumbres"; y la indignación del juez
londinense que en 1898 definió los Estudios de
psicología del sexo de Havelock Ellis como
"publicación obscena" cuya única finalidad era
"corromper la moral de los súbditos de Su
Majestad". En la misma Inglaterra, El amante de
lady Chatterley, de D. H. Lawrence, fue editada
solo en 1960, después de 31 años de proscripción.
Aún hoy el Ulises de Joyce tiene la entrada
prohibida en muchos países, y la Corte Suprema de
Noruega condenaba, hace apenas cinco años, las
obras de Henry Miller.
En la U.R.S.S., las
novelas y cuentos de Moravia, prohibidos durante
muchos años, sufren ahora expurgaciones de sus
pasajes sexuales antes de salir a la venta. Pero
uno de los casos más divertidos se produjo hace un
tiempo en Estados Unidos cuando, después del
secuestro de gran cantidad de postales
consideradas pornográficas, se descubrió que eran
reproducciones de pinturas de la capilla Sixtina.
Una palabra que
molesta
En Buenos Aires
existen comisiones oficiales encargadas de
calificar y muchas veces de censurar libros,
revistas, espectáculos y películas. Pero la
palabra "censura" resulta incómoda hasta para
quienes la llevan a cabo.
—No diga censura, es
un término feo —dice Francisco Mario Fasano,
presidente de la Comisión Honoraria Asesora para
la Calificación Moral de Impresos y Expresiones
Plásticas, dependiente de la Municipalidad de la
Capital—. Nuestro trabajo es conseguir que las
costumbres no sean tan descaradas. Sin mojigatería
ni aspavientos hipócritas, pero con firmeza, para
impedir que se ofenda la moral y el sentido del
decoro de una gran mayoría de la comunidad. ¿O
terminaremos por no diferenciar lo moral de lo
inmoral?
Para Fasano, el
peligro está en todas partes, en ese "nuevo estilo
de sexo y violencia" de que desbordan las
revistas, el cine y la televisión, incidiendo día
a día sobre la formación psíquica y ética del
menor de edad.
—¡Y después nos
sorprendemos de que la juventud sea díscola,
violenta! Lo asombroso es que no sea mucho peor.
El presidente de la
Organización Americana de Salvaguarda Moral
(OASMO), Fasano, que participó en abril en el
congreso realizado en Madrid por la Unión
Internacional para la Protección de la Moralidad
Pública, sostiene con vehemencia que su trabajo,
lejos de ser confesional o sectario, tiene el
apoyo de católicos, judíos, protestantes y ateos.
En su opinión, se trata simplemente de una obra de
sentido común y autodefensa de la sociedad.
Pero con buenas
intenciones, precisamente, está empedrado el
camino del infierno. Porque en nombre de esa
autodefensa se cometen excesos. En 1954 cinco mil
ejemplares de la novela de Norman Mailer Los
desnudos y los muertos (premio Pulitzer) fueron
secuestrados y quemados. Dos años más tarde, el
editor Juan Goyanarte volvió a publicarla, pero
para "evitar líos" eliminó o suavizó más de
trescientas expresiones que podían soliviantar a
los moralistas estrictos. No obstante, apenas
aparecida la nueva edición, dos inspectores
intentaron, aunque ahora inútilmente, repetir el
secuestro. Por la publicación de El reposo del
guerrero, de Christiane Rochefort (premio Nouvelle
Vague), el editor Gonzalo Losada fue sentenciado a
un año de prisión, y el traductor Miguel Amilibia
a seis meses, aunque ambas sentencias fueron
posteriormente anuladas por la Cámara del Crimen.
Pero uno de los casos
más estrepitosos fue el de Lolita, de Vladimir
Nabokov. Totalmente prohibida en la Capital
Federal, no hay más que cruzar el Riachuelo para
encontrarla en cualquier librería de Avellaneda, o
la avenida General Paz si uno prefiere comprarla
en Vicente López.
—¡Una menor de edad
como protagonista, y además estupro, y violación,
ambos severamente sancionados por nuestro Código!
Eso es Lolita — exclama Fasano—. Su prohibición
fue un simple caso de protección a la minoridad
... ¡Y no me hable del buen estilo del libro!
Cuanto mejor escrito, más peligroso es.
Editorial Sur apeló a
todas las instancias: Intendente, Concejo
Deliberante, Ministerio del Interior, Cámara Civil
del Crimen y Suprema Corte de Justicia. Rechazado
su recurso en todas ellas, se confirmó así la
sentencia municipal respecto de un libro que
Graham Greene, escritor católico, definió como
sigue: "Es una de las novelas más extraordinarias
que han aparecido después de la guerra... Si las
autoridades piden libros 'saludables', no cabe
duda de que este es uno de ellos".
Policías y pecadores
La Comisión Honoraria
califica todo tipo de publicación o impreso, y
remite esta calificación a la Intendencia, que es
la que decide. Esta calificación no puede ir más
allá de "inmoral y presuntamente obsceno", puesto
que lo categóricamente obsceno compite a la
justicia, según el artículo 128 del Código Penal.
En cuanto a la policía, sólo actúa por orden
judicial.
Hay dos explicaciones
para su cautela: 1) el rapidísimo mimetismo de
ciertas revistas que cambian continuamente de
nombre: "Dinamita", "Ricuritas", "Cabeza fresca",
"Media noche", con el único objetivo de mostrar
damiselas con poca ropa o ninguna; 2) la
dificultad para discriminar legalmente si ciertos
álbumes de fotografías "artísticas" o manuales
seudocientíficos son pornográficos o no lo son.
Decimos legalmente, porque ¿quién duda de que
tales publicaciones son puramente comerciales y
non sanctas? Pero la letra de la ley nada tiene
que ver con las certidumbres humanas.
—Tenemos que andar con
pie de plomo —explica un veterano policía—Muchas
veces nos ayuda la casualidad. En allanamientos
por otras causas: corrupción, tráfico de drogas,
suelen aparecer publicaciones pornográficas.
Entonces seguimos la clásica pista, o "tiramos del
hilo", como decimos nosotros: averiguamos quién es
el vendedor, este nos lleva al distribuidor, y de
allí al impresor... Pero la verdad es que la
pornografía clandestina no es negocio. Lo que
antes era un ingreso suplementario para el clásico
canillita al que siempre le faltaban "noventicinco
para el peso", ahora no compensa los riesgos. Mire
esos canillitas bien trajeados, esos quioscos
lujosos (conozco uno por el que pagaron medio
millón de llave)... ¿Para qué necesitan vender
novelas verdes?
Strip-tease, o la
fuerza de la costumbre
—¿Strip-tease? Ya no
interesa.
Carlos A. Petit —autor
de revistas y director del teatro El Nacional— que
hace 23 años enfrenta a los inspectores
municipales, es un veterano en asuntos de censura.
Y un escéptico.
—El mejor strip-tease,
y gratuito, se ve todos los veranos en Mar del
Plata. En los escenarios, en cambio, hay cada vez
menos... Es cuestión de resortes psíquicos.
Durante los años en que toda crítica al gobierno
estuvo prohibida, el público quería precisamente
eso, lo prohibido. Ahora a nadie le interesan los
chistes políticos, porque todos pueden hacerlos.
Lo mismo pasa con el desnudo.
En el teatro de
revistas hay una tierra de nadie, un gentlemen's
agreement entre los empresarios y los miembros de
la Comisión Municipal de Calificación de
Espectáculos Públicos. Las ropas de las coristas
llegan justo al límite más abajo del cual empieza
la indecencia y el escándalo. Un ombligo es moral,
pero el pezón debe ser cubierto. Los chistes
pueden ser escabrosos, pero no tanto. En
espectáculos de este tipo se llega al punto que en
cocina francesa se conoce como faisandé: un
principio de descomposición, sin llegar a podrido.
De todas maneras, las revistas están
implícitamente prohibidas para menores de 18 años,
y los adultos que forman su público no buscan en
ellas ni refinamiento, ni delicadeza, ni cosa que
se les parezca. El mecanismo de control es
elemental: la Comisión ve la pieza, aconseja
suprimir este chiste, alargar aquel slip, subir
ese velo. Y que todo sea para bien.
—Los de la Comisión
son unos caballerazos —dice Petit—. Nunca he
tenido problemas con ellos. El digesto municipal
es de 1908, cuando la distancia entre las filas de
butacas debía permitir el paso de aquellas
polleras monumentales... ¡Imagínese si se les
ocurriera interpretarlo al pie de la letra!
—Pero los mejores
censores somos nosotros mismos —concluye Petit—Soy
padre de familia, con una hija maestra y un hijo
abogado, tengo amigos ... ¿ Usted cree que puedo
desear verme envuelto en un escándalo?
Estos espectáculos "no
aptos" dan buenos dividendos. Petit confiesa
ingresos mensuales de entre 300 y 700 mil pesos y
ha hecho ya 14 viajes a Europa. Pero cuando se le
pregunta por su verdadera opinión acerca de la
moral, la censura y los censores, exclama :
—¡Lástima que las
cosas más divertidas no puedan decirse nunca!
En otros ambientes,
sin embargo, el "arte" suele pasarse de la raya.
En un night-club de la avenida Libertador, cerca
del hipódromo, el strip-tease rebasó todos los
límites: mientras cantaba nada menos que "La
novia", la bailarina se iba quitando la ropa hasta
quedar completamente desnuda en brazos de un
hombre. Con todo sigilo fue enviado un fotógrafo
de la policía, cuya cámara suministró pruebas más
que suficientes para que la justicia cumpliera su
cometido. Lo curioso de esta historia es que el
partenaire de la bailarina era su esposo legal.
Moralidad según las
calles
En el teatro serio las
cosas son más serias. Desde 1938, en que un
intendente puntilloso prohibió la representación
de Salomé, de Oscar Wilde, en el teatro Cervantes,
por considerarla altamente inmoral, los hechos se
han repetido con cierta frecuencia. Además, el
criterio de ciertos calificadores municipales ha
sido en algunas ocasiones extrañamente geográfico.
Anfitrión 38, de Giraudoux, pudo exhibirse en un
teatro independiente de la calle Florida, cuyo
público, se suponía, aceptaba sin mosquear que
Zeus, después de mandar a Anfitrión 38 a la
guerra, se colara por la ventana del dormitorio de
la esposa de este, Alcmena. Para dicho público,
Anfitrión 38 seguía siendo el marido de Alcmena y
nada más. Pero la obra quedó tácitamente vedada
para los teatros populares de la calle Corrientes,
cuyos espectadores, según el sutil criterio de
esos calificadores, hubieran soltado la risa ante
el pobre Anfitrión 38, considerándolo un marido
burlado.
Las cosas llegaron al
ridículo cuando la propia Comisión debió defender
a Fedra, de Racine, para la cual algunos
moralistas absurdos pedían la prohibición porque
en ella había un incesto. Uno de los miembros de
la Comisión preparó un extenso informe escrito en
favor de la sospechosa Fedra y, presentándolo al
grupo que presionaba para su fulminación, logró
salvarla.
Ofensiva contra el
cine
El 14 de febrero, en
una sensacional incursión al cine Luxor, dos
magistrados acompañados por diez policías
interrumpieron la función y, una vez devuelto el
importe de las entradas a los 700 espectadores
presentes, secuestraron El silencio, de Bergman,
por "inmoral y obscena". El caso tuvo una ruidosa
repercusión, sobre todo porque el Consejo Nacional
Honorario de Calificación Cinematográfica —sin
cuya autorización no puede exhibirse ningún film
en nuestro país— había aprobado su exhibición con
la más prudente salvedad de un "no apto para
menores de 22 años". El procedimiento judicial
desconocía, en los hechos, la validez del Consejo,
creado por decreto 8205/63 del Poder Ejecutivo.
No paró allí el
asunto: días más tarde, los fiscales doctores
Alejandro Beruti Lagos y Guillermo De la Riestra
(famoso por sus intervenciones en los casos
Lolita, El reposo del guerrero, Los amantes,
Hiroshima, mon amour) se presentaron ante el
Juzgado Federal en lo Penal para acusar a los
miembros del Consejo de "violación de los deberes
de funcionarios públicos y exhibiciones obscenas"
fundándose en su autorización de la exhibición de
El silencio. La acusación se extendió luego al
distribuidor del film, al exhibidor y a los
laboratorios donde habían sido procesados los
negativos. Durante esos días corría de boca en
boca esta broma: "Pidamos la extradición de
Bergman, como autor principal del delito, y el
procesamiento de la empresa de aviación que trajo
los rollos desde Suecia".
—Ciento veinte mil
personas han visto El silencio en Buenos Aires y
Mar del Plata —dice Alfredo Muruseta, su
distribuidor—, y ninguna de ellas ha protestado ni
pedido su prohibición ... Creo, sí, en la censura,
pero en una censura acorde con el alto nivel
cultural que ha alcanzado el país. Los cortes de
El silencio se hicieron en perfecto acuerdo entre
el Consejo y yo, y solo después la película fue
autorizada. ¿Cómo explicar, entonces, su
secuestro?
El ataque moralizador
se extendió también a una producción argentina:
Circe, de Manuel Antín (La cifra impar, Los
venerables todos). Por resolución del 12 de marzo,
el Consejo, con la presencia de todos sus
miembros, decidió que "varias tomas del acto
séptimo resultan altamente impúdicas y contrarias
a la moral por describir con excesiva morbosidad
la actitud de lascivia y autosatisfacción de la
protagonista", y que debían efectuarse cortes para
que la película fuese autorizada. La reacción de
Antín fue inmediata y terminante: no haría cortes.
—El Consejo ha obrado
con liviandad digna de mejor causa —fue su
conclusión—. La supresión de esa secuencia anula
nada menos que el significado intelectual de la
película, que alude a cierto tipo de mujer
argentina, exacerbadamente narcisista, que se
complace en atraer al hombre pero sin arriesgar
nada en su relación con él.
Antín manifestó haber
encontrado muy poco eco en la prensa y en el
ambiente cinematográfico.
—Algunos diarios ni
siquiera publicaron la noticia. Parece como si la
censura fuera un problema ajeno a la mayoría...
¿Es que en este país resulta más cómoda la
sumisión y es más inteligente destrozar la propia
obra?
En cuanto a la
aparente contradicción de un Consejo que
autorizaba El silencio y prohibía Circe:
—Es posible que el
juicio que les entabló De la Riestra los haya
atemorizado. O que el proceso sea parte de un plan
muy hábil para justificar, precisamente, esa mayor
rigidez. O que, simplemente, respeten más a
Bergman que a Antín.
Entre las escasas
voces que defendieron a Antín estuvo la de CLEC
(Comisión por la Libertad de Expresión
Cinematográfica) —que reúne a críticos,
escritores, cortometrajistas, actores, directores
y cineclubes— pidiendo la derogación inmediata del
decreto 8205/1963 y la autorización sin más
trámite de la exhibición de Circe.
—El decreto 8205/63
establece la censura previa y por lo tanto es
inconstitucional —manifestó el secretario de CLEC,
Héctor Grossi, jurado en el VI Festival
Cinematográfico Internacional de Buenos Aires—.
Sus efectos sobre la producción local, de por sí
tan castigada, son nefastos: crean el terrible
virus de la autocensura. Los directores y
productores trabajan con un ojo en el film y el
otro en el filo de la tijera...
Finalmente, y después
de prolongadas tratativas, exhibiciones en privado
y conversaciones informales, Antín y el Consejo
llegaron a un acuerdo y la película pudo llegar al
público sin cortes que deformaran su contenido.
Pero el peligro quedaba en pie: el estreno de un
film puede ser demorado, obstaculizado y hasta
postergado indefinidamente, con los consiguientes
perjuicios culturales y económicos. Recordar la
anterior ley cinematográfica resulta melancólico:
su artículo 22 señalaba claramente que quien de
"cualquier modo atentare contra la libertad de
expresión cinematográfica ejerciendo censura será
reprimido con prisión de uno a seis meses".
El doctor Bernardo
Beiderman, profesor de derecho penal de la
Universidad de Buenos Aires, y de libertad de
opinión e información en la Universidad del Museo
Social Argentino, afirma que el Consejo Nacional
Honorario de la Calificación Cinematográfica es un
caso típico de censura previa, puesto que el
control se hace antes de la exhibición pública.
—Y no se puede aducir
que se trata de defensa de la minoridad. Esta
defensa se hace perfectamente bien con la
calificación de apto o no apto. La calificación
tiene un legítimo fin pedagógico y preventivo,
puesto que el menor de edad no puede discernir
libremente por falta de madurez espiritual. No es
libre y por lo tanto no es responsable. Pero los
adultos son libres y responsables, y como tales
tienen libre acceso a toda obra de arte...
Impedírselo es, precisamente, censura previa. Y
aun en el caso que haya delito de obscenidad, solo
la justicia puede sancionarlo, después de
cometido.
Frente a la rigidez
con que fue juzgada Circe, sorprende la lenidad
del Consejo ante producciones abiertamente
comerciales como Lujuria tropical, cuyo director,
Armando Bó, habiéndose comprometido a hacer cortes
en ella, la exhibió completa, para contento y
deleite de los admiradores de Isabel Sarli. Aunque
el Consejo labró el correspondiente sumario por
esta ruptura del pacto, es bastante dudoso que la
medida surta efecto. Sobre todo porque Bó ha
tenido buena suerte en sus lides con el Consejo,
debido, posiblemente, al variable criterio con que
éste juzga la mostración de desnudos en las
películas. Según inmediatos allegados al Consejo,
un desnudo hace impacto en el espectador, más que
por su imagen en sí misma, por su duración en la
pantalla. ("Un desnudo de diez segundos es
recordado después de olvidar hasta el título de la
película"). Además, existen circunstancias de
iluminación y distancia: "pasa" un desnudo lejano,
o con poca luz, pero los próximos a la cámara o
los iluminados con nitidez son cortados sin
lástima.
Los exhibidores
inescrupulosos apelan a los más curiosos recursos.
Hasta hace algún tiempo, uno de ellos esperaba a
que estuviese de turno un juez de miras liberales.
Recién entonces estrenaba su película "fuerte", en
un cine de barrio, en trasnoche y sin publicidad
en los diarios. De inmediato, uno de sus
testaferros —entre ellos un conocido abogado— se
presentaba en V comisaría correspondiente y
denunciaba la "exhibición de una película
pornográfica". El juez tomaba cartas en el asunto,
salvándolo así, sin saberlo, de otro menos
tolerante, y el exhibidor podía llevar la película
ya salvada, al centro. Otro caso pintoresco es el
de un pequeño cine de la calle Corrientes cuyas
carteleras prometen diariamente un menú de platos
muy condimentados que en la realidad resultan
inocentes caldos. En el Consejo se comenta
irónicamente :
—Habría que procesar
al dueño del cine. Pero no por pornografía, sino
por estafa. Todo se va en los títulos de su
cartelera.
"Los muertos que vos
matáis..."
Entretanto, la
ineficacia de la censura queda demostrada todos
los días. Proliferan las novelitas
pornográfico-policiales, y algunas series
televisadas son Recetarios del Perfecto Asesino.
Revistas como "Así", "Ocurrió" y "Ahora",
prohibidas y secuestradas por su generosa
exhibición de desnudos, reaparecen muy pronto,
compensando el déficit de sexo con un incremento
de la violencia. En el número 45 de la revista
"Careo", de un total de 24 páginas, trece están
totalmente dedicadas a crímenes, accidentes
mortales, tiroteos, robos a mano armada, etc.; y
doce fotos, algunas a toda página, exhiben muertos
a balazos, ensangrentados, con muecas
escalofriantes, otros con costurones de la
autopsia a la vista.
Nada puede hacerse en
este aspecto. No hay código que reprima la
exhibición de la violencia y la muerte, ni ley que
la sancione. Y el comercio con la morbosidad da
suculentas ganancias.
El cine
desembozadamente comercial, en su desesperada
competencia con la televisión, ofrece al público
lo que esta no puede darle: sexo. La mayor parte
de los títulos (deliberadamente mal traducidos) y
de la publicidad incluyen las palabras "pecado",
"pasional", "noche", "lecho", "secreto", etc. La
vulgaridad y grosera intención de Mundo al
desnudo, El caso Christine Keeler, La pupa, no
obsta para que sean exhibidas con entera libertad.
De 121 cines porteños que anunciaron sus programas
en "La Nación" del 30 de marzo, 36 films eran
prohibidos y 9 inconvenientes para menores de 14
años, y 12 prohibidos y 7 inconvenientes para
menores de 18; con el agravante de que los "sin
restricciones" incluían títulos como El valle de
la venganza, Noche para el terror, El regreso de
los malos, etc.
Moralismo no es moral
Uno de los hechos
sobresalientes del siglo XX es la violenta ruptura
de los tabúes sexuales de toda una civilización:
desde el psicoanálisis hasta la agresiva moda
femenina, desde la franqueza a veces brutal con
que la literatura y el cine tratan las relaciones
entre el hombre y la mujer hasta los nuevos
criterios pedagógicos sobre el tema, es innegable
que Occidente está abandonando rápidamente su
tradicional sexofobia. Las nuevas pautas sexuales
ocupan la primera fila. ¿ Cómo, entonces,
prescindir de ellas?
La censura es la mejor
manera de equivocarse al respecto. Más de treinta
años de retaceo casi ininterrumpido a la libertad
de prensa han dado por resultado —y no el peor de
ellos— ese lenguaje hipócrita que llama "triste
comercio" a la prostitución, y "malos tratos" a
una violación: esa cobardía que algunos llaman
mesura o prudencia, propicia para las
insinuaciones a media luz.
La censura significa
paternalismo moral por parte del Estado. Y el
paternalismo provoca, a corto plazo, el
indiferentismo moral. "¿Para qué pensar, si ya
piensan por mí?" Cuando el Estado, por medio de
sus representantes, se convierte en un padre
demasiado protector y autoritario, muere el
espíritu crítico de los ciudadanos, y por tanto,
la libertad. Puesto que sólo los hombres
conscientes pueden ser libres.
¿Un completo abandono
del control, entonces? Tampoco. Si abandonamos la
sexofobia, no es para caer en la licencia. Una
cosa es el tratamiento realista, honesto,
artístico, del sexo y de la muerte —dos hechos
consustanciales con el hombre—, y otra muy
distinta la explotación comercial de una
curiosidad normal —y frecuentemente anormal— del
ser humano por los dos grandes temas. Es la
erotización masiva comercializada, la que debe ser
prevenida y reprimida. Entre nosotros no hay una
clara legislación al respecto. Pero el código
penal suizo, entre otros, señala específicamente
el delito de "publicación obscena hecha con ánimo
de lucro".
Ese es el camino. Lo
demás es barbarie. Con las mejores intenciones,
pero barbarie. Entonces habría que empezar por
sacar El beso, de Rodin del Museo de Bellas Artes,
y derribar tanto desnudo de piedra, yeso o mármol
que hay por las plazas del país. Con lo que
daríamos plena razón a las palabras del crítico
francés André Lang: "La censura es impotente para
contener la ola de lugares comunes e hipocresía
que corrompen el gusto del público. No sale de su
sopor sino ante la originalidad del talento y la
audacia del espíritu."
Germán Pacheco
Revista Panorama
06/1964
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