De esta lacónica manera, en la tarde del día 11,
el ministro de Obras y Servicios Públicos,
ingeniero Pedro Gordillo, hizo pública la decisión
adoptada, durante la mañana, por la Junta de
Comandantes en Jefe. Inmediatamente, se reavivó
una callada, pero ininterrumpida, polémica. Del
seno de la misma Comisión Nacional de Energía
Atómica (CNEA), surgieron las primeras voces: "La
Asociación de Profesionales (APCNEA) asigna
singular trascendencia a la inminente decisión del
Poder Ejecutivo respecto del tipo de combustible a
utilizar. De esa decisión y de las medidas que
ineludiblemente deberán complementarla, depende,
en esencia, que la integración de la energía
nuclear, en el esquema energético nacional,
constituya un aporte positivo al desarrollo
económico de nuestro país o se convierta en un
instrumento más del subdesarrollo y la dependencia
política y económica". Algunos matutinos, en
significativos recuadros, atribuyeron al brigadier
Carlos A. Rey declaraciones terminantes: "La
Fuerza Aérea prefiere una solución con uranio
natural". Partidos políticos, asociaciones de
empresarios y profesionales se aunaron y
dividieron en torno al tipo de combustible que
alimentaría la nueva central: uranio natural o
uranio enriquecido se transformaron en una especie
de ser o no ser de la nucleoelectricidad
argentina. En 1945, la energía atómica irrumpió
en la vida pública preñada de muerte: Hiroshima y
Nagasaki. Lo que antes de la guerra pertenecía al
ámbito especulativo de los laboratorios o a la
mitología de la ciencia ficción, tomó cuerpo, en
pocos segundos, como un gesto diabólico de
exterminio. Ese mismo año, en la Argentina, la
veterana Dirección General de Fabricaciones
Militares iniciaba el estudio sistemático de
algunas manifestaciones radiactivas en las sierras
de Córdoba y San Luis. El argentino común, entre
los titulares de una guerra monstruosa hasta sus
últimos instantes y las pasiones iniciales de un
decenio cuyas cuentas aún no están saldadas, casi
no registró la noticia. En treinta años, sin
embargo, la tecnología nuclear rompió el cerco
que, celosamente, le habían tendido Estados
Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética. Una ardua
contienda científica y comercial diseminó variados
modelos de reactores atómicos por más de 20
países. La lucha entre el desarrollo y el
subdesarrollo, la autonomía y la dependencia, se
agitó aún más febrilmente en el taquicárdico mundo
contemporáneo. El mismo argentino común escucha,
esta vez con atención, e incorpora a su haber
cotidiano datos asombrosos: un kilogramo de uranio
equivale a 20 mil millones de grandes calorías; o
sea, produce la misma energía que 3 millones de
kilogramos de hulla. Al calor de estructurales
urgencias, la Argentina repasa minuciosamente su
territorio como quien redescubre el propio cuerpo.
LA ENERGIA MUEVE MONTAÑAS. Tonco Amblayo -
Cachi, Barreal - Rodeo-Jachal, Malargüe, La Brea,
Alemania y demás yacimientos uraníferos,
configuran, como fortines, la extraña toponimia de
una frontera en expansión. Diversos métodos
exploratorios permitieron a la CNEA establecer que
un tercio del territorio continental argentino
alberga cuantiosas acumulaciones de minerales
radiactivos. Hasta la fecha, 125.000 kilómetros
cuadrados compensaron el arduo relevamiento de los
técnicos con inequívocas evidencias de contener
uranio de alto interés y de inmediatas
posibilidades extractivas. El yacimiento de Sierra
Pintada, en la zona cuyana, ofrece un potencial de
10.000 toneladas de uranio y, por sí solo, está en
condiciones de satisfacer las necesidades del país
por más de 15 años. Séptima en el orden mundial y
primera en el latinoamericano, la Argentina supera
a países como Francia, Japón, Italia, México y
Brasil. Sin embargo, esta riqueza potencial se
contradice —dramáticamente, para algunos— con la
realidad energética del momento, que aún amenaza
con encorsetar el desarrollo económico del país.
El consumo energético per cápita, de unos 750
kilovatios por hora, no está a la altura del
Producto Bruto Interno por habitante, que se
incrementará notoriamente ante la actual
incorporación de ramas íntegras, de elevada
tecnificación —aluminio, química básica, acero— a
la actividad industrial. El 93,3 por ciento de los
29.073 grandes vatios por hora consumidos en 1971
respondió a combustibles fósiles (carbón y
petróleo). La energía hidráulica aportó tan sólo
610 megavatios. En esta materia, el Plan de
Inversiones Extraordinarias de Agua y Energía para
el período 1971-1980, prevé estudios y obras por
un valor de 4.800 millones de pesos nuevos. 9.200
kilómetros de líneas de alta tensión esparcirán
por el país 3.347 megavatios, triplicando la
capacidad actual. Sin embargo, Dique Las
Maderas (Jujuy); presa de Futaleufú (Chubut), que
servirá de base a la industria del aluminio;
complejo de Cabra Corral (Salta); dique Agua del
Toro (Mendoza) y otros proyectos hidroeléctricos
como Pichanas, Potrerillos, Los Reyunos y la
ampliación de San Nicolás, sólo representan un 15
por ciento de la energía necesaria para abastecer
el consumo eléctrico previsible. Igual suerte
corren el carbón y el petróleo que, aunque todavía
no se encuentran suficientemente explotados,
resultan agotables en una perspectiva a muy largo
plazo. Frente a este panorama, las reservas de
uranio tienen un poder energético 2,5 veces
superior al de los combustibles convencionales y
su capacidad de desarrollo es prácticamente
ilimitada.
LOS PRIMEROS PASOS. En 1966, la
decisión de establecer la primera central atómica
en Atucha dio comienzo al plan nucleoeléctrico
argentino. Los técnicos de la CNEA tuvieron a su
cargo todos los estudios previos: delimitación de
la zona de establecimiento (Gran Buenos
Aires-Litoral), lapso de montaje (1966-1973) y
rendimiento (entre 300 y 500 megavatios). Sobre un
solo aspecto los especialistas no se expidieron en
su informe: el combustible a utilizar. Hasta el
final de la licitación, una incógnita absoluta
enmarcó a la tajante disyuntiva: uranio natural o
enriquecido. La empresa alemana Siemens,
triunfante en la puja, ofreció, por 280 millones
de marcos, un reactor de 319 megavatios alimentado
con uranio natural. La financiación colmó las más
amplias expectativas: 6 por ciento de interés a
pagar en 25 años. Además, el pago debía iniciarse
a los 6 meses de puesta en marcha la central y el
gobierno alemán, con 100 millones de marcos,
respaldó todo tipo de riesgos e imprevistos. Los
técnicos de la CNEA guiñaron el ojo
significativamente: para ellos, la ventajosa
financiación se debía a la aparente indefinición
inicial respecto del combustible. Una competencia
más amplia entre las empresas partidarias del
uranio natural y del enriquecido, habría abaratado
todas las propuestas. Para otros, más que a la
inteligencia financiera, la indefinición habría
respondido al juego de presiones ejercicio, hasta
último momento, por las diversas empresas. No
faltaron quienes atribuyeron las facilidades
otorgadas por Siemens al interés de Alemania por
experimentar, en Atucha, un sistema de reactor no
suficientemente probado. La iniciación de las
obras en la primera central nuclear desplazaron
momentáneamente una polémica que ahora recrudece.
NATURAL O ENRIQUECIDO. Los átomos de uranio,
como en otros elementos, presentan variedades —los
famosos isótopos— de masas distintas. Existen, por
ejemplo, el U238, el U234 y el U235. Este último
se divide mucho mejor bajo el bombardeo de los
neutrones, pero, en la naturaleza, existe en
escasa cantidad. El enriquecimiento consiste,
precisamente, en aumentar, por métodos
artificiales, esa baja proporción de U235.
Acicateados por la guerra fría, Estados Unidos y
la Unión Soviética pusieron a merced de sus
belicosas ojivas, inmensas plantas de
enriquecimiento. Norteamérica, con la inercia de
la Segunda Guerra, continuó durante mucho tiempo
lanzando, en forma simultánea, múltiples proyectos
de investigación. El primer exitoso acaparaba
todos los esfuerzos y los restantes proyectos eran
suspendidos. El método de "difusión gaseosa"
monopolizó, de esta forma, el enriquecimiento del
uranio. Inglaterra y la Unión Soviética siguieron
igual camino. El secreto tecnológico y el
costoso método de enriquecimiento —el monto de una
planta de difusión gaseosa supera los 1.000
millones de dólares— puso en manos de tres
potencias el futuro control del 50 por ciento de
la energía mundial. Pero, la alternativa de un
reactor alimentado con uranio natural (modelo
Atucha) eliminó este riesgo. Al mismo tiempo, el
residuo grande de plutonio —material apto para las
armas atómicas— que deja la combustión de uranio
natural, puso fin al correlativo monopolio
militar. De esta manera, el uranio natural se
convirtió en bandera de toda postura nacionalista.
Por otro lado, el monopolio del método de
enriquecimiento también se resquebrajó.
Investigadores de varios países comenzaron a
desarrollar procedimientos que habían sido
abandonados durante la guerra, tales como el de
centrifugación o el de separación por rayos láser.
Este avance tecnológico posibilitó que los países
europeos, abocados al desarrollo del combustible
natural, viraran hacia el enriquecido. En
Alemania, precisamente, se prevé la instalación de
un prototipo desarrollado en base a
centrifugación. El costo de este método es un 15
por ciento superior y resulta antieconómico para
grandes volúmenes de operación. Pero, empleando
unidades pequeñas y seriadas, parece apto para
abastecer mercados medianos y puede adaptarse a un
consumo gradual y creciente.
LAS GRANDES
DECISIONES. Francia, Inglaterra e Italia siguen el
camino de Alemania. Japón negocia bilateralmente
con Francia y Australia para montar su propia
empresa nacional de enriquecimiento por
centrifugación. Brasil, cuya única central,
montada por Westinghouse, se alimenta con uranio
enriquecido, negocia su ingreso a alguno de los
"clubes" europeos. Con una estrategia
independiente, sólo Canadá y la India insisten con
el modelo de reactor Candú, de combustible
natural. La Argentina, al construir su segunda
central nuclear en Córdoba, deberá decidir no sólo
el tipo de combustible, sino, fundamentalmente, la
estrategia de toda su política nuclear. La
perspectiva de otras centrales programadas, en
Bahía Blanca y una segunda en la zona Gran Buenos
Aires-Litoral, indican la responsabilidad de las
decisiones. La utilización del uranio natural en
Atucha, significó, para algunos, una toma
definitiva de partido. Sin embargo, una cambiante
situación mundial puede trastocar las
expectativas. Los mismos Estados Unidos fueron
sorprendidos por la venta de uranio enriquecido
que la Unión Soviética acaba de lanzar al mercado
mundial: 27 dólares la unidad, contra 32 que
cobran los norteamericanos. Por otro lado, este
renacimiento del consumo de uranio enriquecido no
amedrenta a quienes señalan su próxima escasez y
mantienen en alto la reivindicación del uranio
natural. La tecnología, la economía y 'la
política entretejen una realidad compleja. En la
actualidad, los especialistas perfeccionan un
nuevo tipo de reactores: los denominados
"reproductores rápidos" (Fast Breeders, FB), que
utilizan como combustible el uranio enriquecido o
plutonio. Su mérito radica en un factor que
complica aún más la —hasta ahora— tajante opción
entre uranio natural o enriquecido: produce más
combustible del que consume. Esta nueva generación
de reactores eliminaría el problema del
enriquecimiento y control del combustible, pero,
quizás, para arrojar, sobre el tapete, una carta
decisiva: el control de los yacimientos de materia
prima. El uranio, en este sentido, parece ser el
heredero ejemplar del petróleo. Su posesión y sus
secretos tecnológicos parecen decidir, como el oro
negro a comienzos de siglo, la suerte de las
naciones. Revista Panorama 28/12/1972
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