Central Nuclear II: Rumbo al futuro
"El Gobierno Nacional ha decidido llevar adelante la construcción de la Central Nuclear II, emplazada en la localidad cordobesa de Río Tercero. La nueva central tendrá una potencia estimada en 600 megavatios y se prevé su entrada en servicio para 1978".

De esta lacónica manera, en la tarde del día 11, el ministro de Obras y Servicios Públicos, ingeniero Pedro Gordillo, hizo pública la decisión adoptada, durante la mañana, por la Junta de Comandantes en Jefe. Inmediatamente, se reavivó una callada, pero ininterrumpida, polémica.
Del seno de la misma Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), surgieron las primeras voces: "La Asociación de Profesionales (APCNEA) asigna singular trascendencia a la inminente decisión del Poder Ejecutivo respecto del tipo de combustible a utilizar. De esa decisión y de las medidas que ineludiblemente deberán complementarla, depende, en esencia, que la integración de la energía nuclear, en el esquema energético nacional, constituya un aporte positivo al desarrollo económico de nuestro país o se convierta en un instrumento más del subdesarrollo y la dependencia política y económica". Algunos matutinos, en significativos recuadros, atribuyeron al brigadier Carlos A. Rey declaraciones terminantes: "La Fuerza Aérea prefiere una solución con uranio natural". Partidos políticos, asociaciones de empresarios y profesionales se aunaron y dividieron en torno al tipo de combustible que alimentaría la nueva central: uranio natural o uranio enriquecido se transformaron en una especie de ser o no ser de la nucleoelectricidad argentina.
En 1945, la energía atómica irrumpió en la vida pública preñada de muerte: Hiroshima y Nagasaki. Lo que antes de la guerra pertenecía al ámbito especulativo de los laboratorios o a la mitología de la ciencia ficción, tomó cuerpo, en pocos segundos, como un gesto diabólico de exterminio. Ese mismo año, en la Argentina, la veterana Dirección General de Fabricaciones Militares iniciaba el estudio sistemático de algunas manifestaciones radiactivas en las sierras de Córdoba y San Luis. El argentino común, entre los titulares de una guerra monstruosa hasta sus últimos instantes y las pasiones iniciales de un decenio cuyas cuentas aún no están saldadas, casi no registró la noticia.
En treinta años, sin embargo, la tecnología nuclear rompió el cerco que, celosamente, le habían tendido Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética. Una ardua contienda científica y comercial diseminó variados modelos de reactores atómicos por más de 20 países. La lucha entre el desarrollo y el subdesarrollo, la autonomía y la dependencia, se agitó aún más febrilmente en el taquicárdico mundo contemporáneo. El mismo argentino común escucha, esta vez con atención, e incorpora a su haber cotidiano datos asombrosos: un kilogramo de uranio equivale a 20 mil millones de grandes calorías; o sea, produce la misma energía que 3 millones de kilogramos de hulla. Al calor de estructurales urgencias, la Argentina repasa minuciosamente su territorio como quien redescubre el propio cuerpo.

LA ENERGIA MUEVE MONTAÑAS.
Tonco Amblayo - Cachi, Barreal - Rodeo-Jachal, Malargüe, La Brea, Alemania y demás yacimientos uraníferos, configuran, como fortines, la extraña toponimia de una frontera en expansión. Diversos métodos exploratorios permitieron a la CNEA establecer que un tercio del territorio continental argentino alberga cuantiosas acumulaciones de minerales radiactivos. Hasta la fecha, 125.000 kilómetros cuadrados compensaron el arduo relevamiento de los técnicos con inequívocas evidencias de contener uranio de alto interés y de inmediatas posibilidades extractivas. El yacimiento de Sierra Pintada, en la zona cuyana, ofrece un potencial de 10.000 toneladas de uranio y, por sí solo, está en condiciones de satisfacer las necesidades del país por más de 15 años. Séptima en el orden mundial y primera en el latinoamericano, la Argentina supera a países como Francia, Japón, Italia, México y Brasil.
Sin embargo, esta riqueza potencial se contradice —dramáticamente, para algunos— con la realidad energética del momento, que aún amenaza con encorsetar el desarrollo económico del país. El consumo energético per cápita, de unos 750 kilovatios por hora, no está a la altura del Producto Bruto Interno por habitante, que se incrementará notoriamente ante la actual incorporación de ramas íntegras, de elevada tecnificación —aluminio, química básica, acero— a la actividad industrial. El 93,3 por ciento de los 29.073 grandes vatios por hora consumidos en 1971 respondió a combustibles fósiles (carbón y petróleo). La energía hidráulica aportó tan sólo 610 megavatios. En esta materia, el Plan de Inversiones Extraordinarias de Agua y Energía para el período 1971-1980, prevé estudios y obras por un valor de 4.800 millones de pesos nuevos. 9.200 kilómetros de líneas de alta tensión esparcirán por el país 3.347 megavatios, triplicando la capacidad actual.
Sin embargo, Dique Las Maderas (Jujuy); presa de Futaleufú (Chubut), que servirá de base a la industria del aluminio; complejo de Cabra Corral (Salta); dique Agua del Toro (Mendoza) y otros proyectos hidroeléctricos como Pichanas, Potrerillos, Los Reyunos y la ampliación de San Nicolás, sólo representan un 15 por ciento de la energía necesaria para abastecer el consumo eléctrico previsible. Igual suerte corren el carbón y el petróleo que, aunque todavía no se encuentran suficientemente explotados, resultan agotables en una perspectiva a muy largo plazo. Frente a este panorama, las reservas de uranio tienen un poder energético 2,5 veces superior al de los combustibles convencionales y su capacidad de desarrollo es prácticamente ilimitada.

LOS PRIMEROS PASOS. En 1966, la decisión de establecer la primera central atómica en Atucha dio comienzo al plan nucleoeléctrico argentino. Los técnicos de la CNEA tuvieron a su cargo todos los estudios previos: delimitación de la zona de establecimiento (Gran Buenos Aires-Litoral), lapso de montaje (1966-1973) y rendimiento (entre 300 y 500 megavatios). Sobre un solo aspecto los especialistas no se expidieron en su informe: el combustible a utilizar. Hasta el final de la licitación, una incógnita absoluta enmarcó a la tajante disyuntiva: uranio natural o enriquecido.
La empresa alemana Siemens, triunfante en la puja, ofreció, por 280 millones de marcos, un reactor de 319 megavatios alimentado con uranio natural. La financiación colmó las más amplias expectativas: 6 por ciento de interés a pagar en 25 años. Además, el pago debía iniciarse a los 6 meses de puesta en marcha la central y el gobierno alemán, con 100 millones de marcos, respaldó todo tipo de riesgos e imprevistos. Los técnicos de la CNEA guiñaron el ojo significativamente: para ellos, la ventajosa financiación se debía a la aparente indefinición inicial respecto del combustible. Una competencia más amplia entre las empresas partidarias del uranio natural y del enriquecido, habría abaratado todas las propuestas. Para otros, más que a la inteligencia financiera, la indefinición habría respondido al juego de presiones ejercicio, hasta último momento, por las diversas empresas. No faltaron quienes atribuyeron las facilidades otorgadas por Siemens al interés de Alemania por experimentar, en Atucha, un sistema de reactor no suficientemente probado. La iniciación de las obras en la primera central nuclear desplazaron momentáneamente una polémica que ahora recrudece.

NATURAL O ENRIQUECIDO. Los átomos de uranio, como en otros elementos, presentan variedades —los famosos isótopos— de masas distintas. Existen, por ejemplo, el U238, el U234 y el U235. Este último se divide mucho mejor bajo el bombardeo de los neutrones, pero, en la naturaleza, existe en escasa cantidad. El enriquecimiento consiste, precisamente, en aumentar, por métodos artificiales, esa baja proporción de U235. Acicateados por la guerra fría, Estados Unidos y la Unión Soviética pusieron a merced de sus belicosas ojivas, inmensas plantas de enriquecimiento. Norteamérica, con la inercia de la Segunda Guerra, continuó durante mucho tiempo lanzando, en forma simultánea, múltiples proyectos de investigación. El primer exitoso acaparaba todos los esfuerzos y los restantes proyectos eran suspendidos. El método de "difusión gaseosa" monopolizó, de esta forma, el enriquecimiento del uranio. Inglaterra y la Unión Soviética siguieron igual camino.
El secreto tecnológico y el costoso método de enriquecimiento —el monto de una planta de difusión gaseosa supera los 1.000 millones de dólares— puso en manos de tres potencias el futuro control del 50 por ciento de la energía mundial. Pero, la alternativa de un reactor alimentado con uranio natural (modelo Atucha) eliminó este riesgo. Al mismo tiempo, el residuo grande de plutonio —material apto para las armas atómicas— que deja la combustión de uranio natural, puso fin al correlativo monopolio militar. De esta manera, el uranio natural se convirtió en bandera de toda postura nacionalista.
Por otro lado, el monopolio del método de enriquecimiento también se resquebrajó. Investigadores de varios países comenzaron a desarrollar procedimientos que habían sido abandonados durante la guerra, tales como el de centrifugación o el de separación por rayos láser. Este avance tecnológico posibilitó que los países europeos, abocados al desarrollo del combustible natural, viraran hacia el enriquecido. En Alemania, precisamente, se prevé la instalación de un prototipo desarrollado en base a centrifugación. El costo de este método es un 15 por ciento superior y resulta antieconómico para grandes volúmenes de operación. Pero, empleando unidades pequeñas y seriadas, parece apto para abastecer mercados medianos y puede adaptarse a un consumo gradual y creciente.

LAS GRANDES DECISIONES. Francia, Inglaterra e Italia siguen el camino de Alemania. Japón negocia bilateralmente con Francia y Australia para montar su propia empresa nacional de enriquecimiento por centrifugación. Brasil, cuya única central, montada por Westinghouse, se alimenta con uranio enriquecido, negocia su ingreso a alguno de los "clubes" europeos. Con una estrategia independiente, sólo Canadá y la India insisten con el modelo de reactor Candú, de combustible natural.
La Argentina, al construir su segunda central nuclear en Córdoba, deberá decidir no sólo el tipo de combustible, sino, fundamentalmente, la estrategia de toda su política nuclear. La perspectiva de otras centrales programadas, en Bahía Blanca y una segunda en la zona Gran Buenos Aires-Litoral, indican la responsabilidad de las decisiones. La utilización del uranio natural en Atucha, significó, para algunos, una toma definitiva de partido. Sin embargo, una cambiante situación mundial puede trastocar las expectativas. Los mismos Estados Unidos fueron sorprendidos por la venta de uranio enriquecido que la Unión Soviética acaba de lanzar al mercado mundial: 27 dólares la unidad, contra 32 que cobran los norteamericanos. Por otro lado, este renacimiento del consumo de uranio enriquecido no amedrenta a quienes señalan su próxima escasez y mantienen en alto la reivindicación del uranio natural.
La tecnología, la economía y 'la política entretejen una realidad compleja. En la actualidad, los especialistas perfeccionan un nuevo tipo de reactores: los denominados "reproductores rápidos" (Fast Breeders, FB), que utilizan como combustible el uranio enriquecido o plutonio. Su mérito radica en un factor que complica aún más la —hasta ahora— tajante opción entre uranio natural o enriquecido: produce más combustible del que consume. Esta nueva generación de reactores eliminaría el problema del enriquecimiento y control del combustible, pero, quizás, para arrojar, sobre el tapete, una carta decisiva: el control de los yacimientos de materia prima. El uranio, en este sentido, parece ser el heredero ejemplar del petróleo. Su posesión y sus secretos tecnológicos parecen decidir, como el oro negro a comienzos de siglo, la suerte de las naciones.
Revista Panorama
28/12/1972

 

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